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La academia Gaiten » 30

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Cuando los gritos cesaron por fin, Alice permaneció entre Clay y Tom en silencio y con la cabeza gacha. Había dejado ambas automáticas sobre una mesa destinada a carteras y sombreros instalada junto a la puerta principal. Jordan la había cogido de la mano mientras miraba al Hombre Andrajoso y sus compañeros, que seguían en el sendero de la entrada. Por el momento, el chaval no había reparado en la ausencia del director. Clay sabía que no tardaría en darse cuenta y que entonces comenzaría la siguiente escena de aquel espantoso día.

El Hombre Andrajoso avanzó un paso y se inclinó en una reverencia con las manos extendidas hacia los lados, como si dijera «A su servicio». Al poco levantó la vista y señaló con una mano la Pendiente de la Academia y la avenida mientras paseaba la mirada por las personas agolpadas en el umbral de la puerta abierta, tras la escultura de equipos de música derretidos. Clay captó el mensaje al instante. «La carretera es vuestra. A por ella».

—Quizá —dijo Clay—, pero antes tenemos que aclarar una cosa. Estoy seguro de que podéis acabar con nosotros si os viene en gana, porque nos superáis en número, pero si no os volvéis derechitos al cuartel general, te garantizo que mañana el jefe será otro, porque me encargaré personalmente de que seas el primero en palmarla.

El Hombre Andrajoso se llevó las manos a las mejillas y abrió los ojos de par en par. ¡Oh, vaya! A su espalda, sus compañeros permanecieron impasibles como autómatas. Clay los observó un instante más y por fin cerró la puerta con suavidad.

—Lo siento —musitó Alice—. Es que no podía soportar los gritos.

—No pasa nada —la tranquilizó Tom—. Todo ha ido bien, y además te han devuelto a Míster Zapatilla.

Alice se quedó mirando el diminuto zapato.

—¿Es así como han descubierto que fuimos nosotros? ¿Lo han husmeado como los sabuesos husmean las presas?

—No —negó Jordan; estaba sentado en una silla de respaldo alto junto al paragüero, con aspecto pequeño, frágil y exhausto—. Es solo su forma de decir que te conocen, al menos eso creo.

—Sí —convino Clay—. Apuesto algo a que sabían que fuimos nosotros antes de venir. Lo vieron en nuestros sueños al igual que nosotros vimos su rostro.

—Yo no —empezó Alice.

—Porque ya te estabas despertando —señaló Tom—. Seguro que tendrás noticias suyas a su debido tiempo. —Hizo una pausa antes de continuar—: Si es que tiene algo más que decir, claro. No lo entiendo, Clay. Fuimos nosotros. Fuimos nosotros y ellos lo saben, estoy convencido.

—Sí —asintió Clay.

—Entonces, ¿por qué matar a un montón de peregrinos inocentes cuando habría sido igual de fácil…, bueno, casi igual de fácil, entrar aquí por la fuerza y matarnos? A ver, entiendo el concepto de las represalias, pero no le encuentro el sentido a este…

Fue entonces cuando Jordan se levantó de la silla y miró en derredor con una expresión de preocupación incipiente.

—¿Dónde está el director?

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