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Rosas marchitas, este jardín se ha terminado » 14

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—Papá me ha dicho que podía comerme el resto, así que no me eches la culpa a mí —dijo hacia las once.

Estaba tumbada con la cabeza apoyada sobre la mochila de Tom, que éste había rellenado con una manta que había cogido del motel Sweet Valley Inn, a las afueras de Methuen, en lo que ahora se les antojaba otra vida. Una vida mejor, a decir verdad. La mochila ya estaba empapada de sangre. Alice tenía el ojo que le quedaba fijo en las estrellas. Su mano izquierda yacía abierta sobre la hierba; llevaba una hora sin moverla. La mano derecha apretaba la zapatilla sin cesar. Apretar…, relajar. Apretar…, relajar.

—Alice, ¿tienes sed? —le preguntó Clay—. ¿Quieres un poco más de agua?

Alice no contestó.

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