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Kent Pond » 2

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Jordan subió por el sendero y se detuvo al pie de la escalinata, alumbrando a Clay con la linterna. Tom le pisaba los talones casi sin resuello, armando un gran estruendo al pisar las hojas muertas. Se detuvo junto a Jordan y dirigió el haz de la linterna hacia el papel desdoblado que Clay tenía en la mano. Al poco lo desvió hacia el rostro anonadado de su amigo.

—Había olvidado la puta diabetes de su madre —masculló Clay al tiempo que le entregaba la nota que había encontrado pegada con cinta adhesiva a la puerta.

Tom y Jordan la leyeron juntos.

Papá:

Ha pasado algo malo, como seguro que sabes. Espero que estés bien y recibas esto. Mitch Steinman y George Gendron están conmigo, la gente se está volviendo loca y creemos que son los teléfonos móviles. Papá aquí viene lo malo, vinimos aquí porque yo tenía miedo. Quería romper mi teléfono si estaba equivocado, pero no estaba equivocado, había desaparecido. Lo usaba mamá porque ya sabes que la abuela está enferma y mamá quería poder llamarla a menudo. Tengo que irme, tengo mucho miedo, alguien ha matado al señor Kretsky. Mucha gente ha muerto o está loca como en las pelis de terror pero hemos oído que muchos se están reuniendo (personas

NORMALES) en el ayuntamiento y ahí es adonde vamos. Puede que mamá esté ahí pero Dios mío tiene mi

TELÉFONO. Papá si llegas hasta aquí

POR FAVOR VEN A BUSCARME.

Tu hijo,

JOHN GAVIN RIDDELL

Tom terminó de leer la nota y habló en un tono de cautela afectuosa que aterrorizó más a Clay que la advertencia más sombría.

—Ya sabes que la gente que se reunió en el ayuntamiento puede haber ido a cualquier parte. Han pasado diez días, y el mundo ha sufrido una tremenda conmoción.

—Lo sé —repuso Clay con los ojos ardientes por las lágrimas inminentes y la voz algo temblorosa—. Y sé que su madre probablemente esté…

Se encogió de hombros y agitó la mano insegura hacia el mundo tenebroso que se extendía más allá de su jardín alfombrado de hojas muertas.

—Pero tengo que ir al ayuntamiento para comprobarlo, Tom. Puede que hayan dejado otra nota. Puede que él haya dejado otra nota.

—Sí —asintió Tom—, claro que tienes que ir. Y cuando lleguemos ahí decidiremos el siguiente paso —añadió con la misma delicadeza aterradora.

Clay casi deseaba que su amigo se echara a reír y dijera algo como «Venga, desgraciado, ¿no creerás que vas a volver a verlo? Despierta, joder».

Jordan había leído la nota por segunda vez, quizá por tercera e incluso cuarta. Aun sumido en el más profundo de los horrores y pesares, Clay sintió deseos de disculparse ante Jordan por los errores ortográficos y sintácticos de su Johnny, de recordar a Jordan que su hijo debía de haber escrito aquella nota en un terrible estado de tensión, agazapado junto a la puerta, garabateando el mensaje mientras sus amigos contemplaban el caos que se desataba ante sus ojos.

—¿Qué aspecto tiene tu hijo? —inquirió Jordan al tiempo que bajaba la nota.

Clay estuvo a punto de preguntarle por qué quería saberlo, pero enseguida decidió que no quería averiguarlo, al menos de momento.

—Johnny es unos treinta centímetros más bajo que tú, robusto y con el pelo castaño oscuro.

—O sea, que no es flaco ni rubio.

—No, esa descripción concuerda más con su amigo George.

Jordan y Tom cambiaron una mirada solemne, pero a Clay le pareció detectar en ella una nota de alivio.

—¿Qué? —preguntó—. ¿Qué pasa? Decídmelo.

—Al otro lado de la calle —indicó Tom—. No lo has visto porque ibas corriendo. Hay un chico muerto a unas tres casas de aquí. Flaco, rubio, mochila roja…

—Es George Gendron —lo atajó Clay.

Conocía la mochila roja de George tan bien como conocía la azul de Johnny con las rayas de cinta reflectante pegadas a ella.

—Él y Johnny construyeron una aldea puritana para la clase de historia en cuarto curso. Les pusieron un excelente. George no puede estar muerto.

Pero a buen seguro lo estaba. Clay se sentó en el último escalón, que emitió el consabido crujido bajo su peso, y rompió a llorar.

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