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Kashwak » 10

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Clay formó un escalón con las manos y aupó a Jordan.

—Recuerda —le advirtió—, será como zambullirse, solo que en heno en lugar de agua. Manos arriba y brazos extendidos.

Jordan levantó las manos por encima de la cabeza y extendió los brazos a través de la ventana rota hacia la noche. El rostro enmarcado por el espeso cabello oscuro aparecía más pálido que nunca, y los primeros granos de la adolescencia destacaban sobre la piel como quemaduras minúsculas. Estaba asustado, y Clay no se lo reprochaba. Estaba a punto de caer tres metros, y aun con el heno, el aterrizaje tenía visos de resultar duro. Clay esperaba que Jordan recordara mantener las manos extendidas y la cabeza baja; de nada les serviría que acabara tendido junto al Pabellón Kashwakamak con el cuello roto.

—¿Quieres que cuente hasta tres? —preguntó.

—¡No, joder! Hazlo antes de que me mee encima.

—Vale, manos extendidas… ¡Ya! —gritó Clay.

Al mismo tiempo empujó las manos entrelazadas hacia arriba, y Jordan desapareció por la ventana. Clay no lo oyó aterrizar a causa del volumen de la música.

Los demás se agolparon junto al ventanuco, que quedaba justo por encima de sus cabezas.

—¡Jordan! —gritó Tom—. ¿Estás ahí, Jordan?

Por un instante no obtuvieron respuesta, y Clay se convenció de que el chico se había roto el cuello a fin de cuentas.

—Estoy aquí —farfulló al fin Jordan con voz temblorosa—. Joder, qué daño. Me he torcido el codo, el izquierdo. Tengo el brazo hecho polvo. Un momento…

Esperaron. Denise oprimió la mano de Clay con fuerza.

—Puedo moverlo —prosiguió Jordan—. Creo que no me lo he roto, pero quizá debería ir a la enfermería de la escuela.

Los demás rieron con exagerado entusiasmo.

Tom se había atado la llave del autobús a un hilo doble que le pendía de la camisa, y el hilo, a su vez, a la hebilla del cinturón. Clay entrelazó de nuevo las manos para auparlo.

—Voy a tirarte la llave, Jordan. ¿Preparado?

—S-sí.

Tom asió el marco de la ventana, se asomó y empezó a bajar el cinturón.

—Vale, ya la tienes —dijo al cabo de un momento—. Y ahora escúchame. Lo único que te pedimos es que lo hagas si puedes. Si no puedes, nadie te lo echará en cara, ¿entendido?

—Sí.

—En ese caso, adelante. —Siguió asomado un momento—. Ya se ha puesto en marcha —anunció—. Que Dios lo ayude, es un chico valiente. Bájame.

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