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Kashwak » 13

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Clay y Tom lo estaban buscando por el suelo, buscándolo frenéticamente, y Dan estaba comunicándoles con voz lúgubre desde lo alto de la máquina expendedora que el primer telefónico había subido al autobús cuando Denise profirió un grito.

—¡Basta! ¡CÁLLATE!

Todos se volvieron hacia ella. Clay tenía el pulso disparado. No daba crédito a su negligencia.

Ray murió por ese trozo de papel, imbécil, le recriminaba sin cesar una parte de su mente. ¡

Murió por él y tú lo has perdido!

Denise cerró los ojos y juntó las manos sobre la cabeza inclinada.

—Tony, Tony, ven deprisa, se ha perdido algo y debemos encontrarlo —recitó con rapidez.

—¿Qué coño haces? —preguntó Dan, atónito.

—Es una oración a san Antonio —explicó Denise con serenidad—. La aprendí en la escuela parroquial. Siempre funciona.

—Venga ya —bufó Tom.

Denise hizo caso omiso de él y se concentró por completo en Clay.

—No está en el suelo, ¿verdad?

—Creo que no.

—Acaban de subir otros dos —informó Dan—. Y los intermitentes están encendidos, así que uno de ellos debe de haberse sentado al vol…

—¿Quieres callarte, por favor? —le pidió Denise sin dejar de mirar a Clay y sin perder la calma—. Y si lo hubieras perdido en el autobús o fuera, no habría forma de recuperarlo, ¿verdad?

—Verdad —suspiró Clay.

—Entonces sabemos que no está en ninguno de esos dos sitios.

—¿Por qué lo sabemos?

—Pues porque Dios no lo permitiría.

—Creo que… me va a estallar la cabeza —anunció Tom con una calma espeluznante.

Una vez más, Denise hizo caso omiso de él.

—¿En qué bolsillo no has mirado?

—He mirado en todos…

Clay se detuvo en seco. Sin apartar la mirada de Denise hurgó en el pequeño compartimiento para el reloj cosido al bolsillo delantero derecho de sus vaqueros. Y ahí estaba el papel. No recordaba haberlo guardado allí, pero allí estaba. Lo sacó. Garabateado con la torpe caligrafía del hombre muerto había un número: 207-919-9811.

—Dale las gracias a san Antonio de mi parte —dijo.

—Si esto funciona —repuso ella—, pediré a san Antonio que le dé las gracias a Dios.

—¿Deni? —terció Tom.

Denise se volvió hacia él.

—Dale las gracias también de mi parte.

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