Celina

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Esperaba a Celina en un bar en el centro, nos citamos a las cinco de la tarde. Estaba confundido. Por una parte sentía deseos de poseerla de nuevo, por otra, el recuerdo de mi amigo me hacía sentir culpable, como si lo traicionara.

   Recordaba las pocas veces que vi a Celina con mi amigo. Nada indicaba que ella hubiera estado enamorada de mí. Las miradas siempre fueron de amistad, los escasos roces de nuestros cuerpos fueron accidentales y los momentos en que estábamos solos las pláticas fueron inofensivas. No, el amor entre ambos no existía, aunque en el fondo deseaba que así fuera, que algo secreto y mordaz existiera entre nosotros.

   Cuando por fin llegó se veía radiante y ansiosa, con un vestido de tela ligera que delineaba bien su cuerpo. Saludó con un beso apasionado y susurró al oído:

   —Vámonos. Quiero estar contigo.

   —Espera, comamos algo.

   Ella me tomó del brazo y a jalones discretos me obligó a ponerme en pie, apenado pude dejar algún dinero sobre la barra.

   En el auto sostuvimos una plática vaga. Yo trataba de afrontar nuestra situación, pero Celina la evadía con bromas simples, casi infantiles.

   —Quiero ver tu cuarto—contestó cuando pregunté a dónde iríamos.

   —Estoy en un cuartucho. No te sentirás cómoda.

   Media hora después nos encontramos en mi cama, sin poder controlar los instintos. Cuando todo acabó, cuando la pasión ya no existía, sólo quedaban las razones para no estar juntos.

   — ¿Qué sientes por mí? —, sentí como un deber hacer esa pregunta.

   —Estoy enamorada de ti. Creo que desde hace años.

  Ambos estábamos desnudos en la cama, abrazados. Ella se recostó en mi pecho y mis manos buscaron tocar su cuerpo.

     —Antes no lo parecías. No recuerdo nada que lo demostrara.

     — ¿No recuerdas o no quieres recordar?... Sabía que no dirías nada directo y menos me faltarías al respeto. Pero en muchas ocasiones sentí tu mirada, esos roces que parecían accidentales y lo nerviosos que nos poníamos cuando nos quedábamos solos. Gustavo se puso celoso una vez, pero nada dijo… Te admiraba y también disfrutaba siendo un poco coqueta contigo y verte nervioso. Pero como tú, yo tampoco podía decir nada.

  — ¿Qué pasará después, cuándo todo esto acabe?

  —No lo sé. Prefiero no pensar, sólo espero que todos salgamos bien. ¿Qué pasará mañana? lo que la vida quiera.

   — ¿Y si no fuera real? ¿Si lo que estamos viviendo es un espejismo provocado por nuestra situación?

   Ella no contestó, pasó el tiempo en una ternura diferente, como rezando porque los sentimientos fueran reales.

   Era media noche cuando dejé a Celina en su casa. No pude regresar a la pensión, estaba demasiado melancólico para afrontar una cama vacía. Conduje a la colonia elegante donde se perdieron los narcos de la camioneta blanca días atrás. Casi conducía por instinto, mi mente estaba con Celina, de hecho el camino y los primeros recorridos por la colonia no los recuerdos.

La colonia tenía poca actividad a esa hora de la noche, sólo casas apagadas y tranquilidad.

   Al tomar conciencia de lo que hacía, mi mirada sólo se concentró en las casas que tenían autos blancos. No era muchas. De pronto apareció en una casa un vehículo muy parecido al que buscaba. Pasé frente a la casa en dos ocasiones, y aunque no podía estar seguro, era la mayor posibilidad que tenía. Anoté la dirección y me estacioné para vigilarla.

   Cerca de las dos de la madrugada la camioneta blanca salió de la casa. Llevaba escoltas, una camioneta suburba negra. Los seguí de cerca. Los primeros minutos estuve detrás de ellos con prudencia. Entraron en calles secundarias del centro de la ciudad.

   Llegaron hasta una joyería de lujo. De la camioneta surgió un hombre joven, también un tipo robusto y mayor al cual identifiqué como Félix. El negocio estaba cerrado, pero llamaron a una pequeña puerta lateral. Al abrirla surgieron líneas difusas de luz que pusieron al descubierto las figuras. Aunque nunca estuve seguro, me pareció ver a Alicia sonriendo y a un Rodríguez orgulloso salir del negocio.

   Los tipos entraron y la camioneta negra continuó avanzando. Sin una verdadera razón seguí la camioneta.

   En este momento el recorrido fue largo, daba la impresión de buscar un lugar apartado y solitario. Entraron en una serie de caminos vecinales. Hasta que se estacionaron al lado de un terreno baldío, cerca de una serie de colonias humildes. Bajaron dos matones, sus miradas buscaron en todas direcciones a algún posible testigo, pero me detuve unos doscientos metros atrás y no me vieron. La distancia y las penumbras no permitieron reconocer detalles, pero en cuanto sacaron un bulto de la parte trasera de la camioneta, comprendí que era un cuerpo humano. Lo arrastraron entre las hierbas y lo dejaron allí. Subieron de nuevo a la camioneta y se marcharon rápido.

   Me escondí dentro del auto cuando pasaron de regreso. Pensé en revisar el bulto pero pensé: “Ya después sabría de quién se trataba”. Los seguí de regreso a la joyería. Los de la camioneta blanca los esperaban y de inmediato salieron a la gran avenida. El vehículo negra bajó la velocidad mientras que la blanca se alejaba. Al tratar de rebasarlos sentí los primeros disparos como golpes en la carrocería, después escuché silbidos agudos, detonaciones y los cristales de las ventanas se hicieron pedazos. Aceleré a fondo y salté a los carriles contrarios mientras las balas seguían golpeando el auto. No lograron herirme y pude salir de la autopista. Trataron de seguirme pero pude perderlos en el centro de la ciudad. En ese momento estuve seguro de haber encontrado a Félix.

—o0o—

— ¿Qué le ocurrió a tu auto? — preguntó García con preocupación fingida cuando espió a través de la ventana.

   —Fueron las termitas.

   —Sí, termitas que usan armas automáticas de nueve milímetros… ¿Te siguieron?

   —No pudieron, escapé en el centro.

   —De todos modos estaciona el auto en otro lugar. No quiero problemas aquí.

   Ya en su oficina me entregó una cerveza. Y de nuevo apareció ese silencio reflexivo, mezclado con mi adrenalina y los recuerdos de García. Nos sentamos en el sofá. Esperaba hablar sobre lo ocurrido, sobre mis temores, pero el viejo judicial sabía que era mejor platicar acerca de otros temas y dijo:

   —Estaba buena la mujer. ¿Quién era?

   —La esposa de un amigo ministerial: González. Acaba de ser asesinado.

   —Lo conocía, era buena persona… Con que consolando viuditas. Eso es de buenos samaritanos… Un poco chaparrita, pero está bien.

   García se acordó de muchas mujeres, de las amantes que tuvo durante su vida, y una frase aparecía de vez en cuando en su plática: “En mis tiempos las hacía gozar”.

   Mas mi mente no estaba para tonterías:

   — ¿En quién puedo confiar en esta guerra de narcos?

   —Mira, todo el ambiente judicial está corrompido. Los jóvenes pueden ser los más confiables, aunque no todos. Los viejos ya están resentidos y la mayoría amañados. No los corrompe el dinero sino el cansancio, ese desánimo producido por el hecho de que no reconocen nuestros esfuerzos. Con el tiempo cualquiera se cansa de ser bueno y se mete a la corrupción… Además, todos tenemos una reputación, nos guste o no, y es eso lo importante. Fíjate en los jóvenes, algunos no están maleados.

   De inmediato pensé en Vallarta.

—o0o—

A las cinco de la mañana una brisa fresca recorría los pastos de un terreno baldío, cercano a una serie de colonias humildes. Para un habitante de esas colonias, levantarse temprano era parte de sus actividades para dirigirse a su trabajo en bicicleta. Siempre aprovechaba el panorama a su alrededor para relajarse y alejar los problemas de su casa. Pero en aquel amanecer algo extraño había en la carretera, entre el pasto.

Se acercó despacio, en cuanto estuvo seguro que era un cadáver se apresuró a revisarlo, a quitarle todos los objetos de valor. Sacó un reloj, la cartera, un anillo y, lo que consideró más valioso, la placa de agente ministerial. Subió a su bicicleta y se alejó rápido. Media hora después avisó a las autoridades por medio de una llamada anónima.

   Los primeros ministeriales que llegaron al lugar creyeron reconocer el cuerpo y avisaron que la víctima podría ser uno de ellos. El área se llenó de patrullas en cuestión de minutos. Los ministeriales se acercaron con preocupación para revisar el cadáver, con la esperanza de que fuera sólo un jodido muerto más y no otro compañero caído. Pero un nombre empezó a surgir entre ellos: Talavar.

   Vargas y Rodríguez fueron de los últimos en llegar. Sólo Vargas bajó del auto, prácticamente corrió a ver a su amigo. El miedo se reflejó en su rostro al comprender que fue torturado, las señales claras en su cuerpo mostraron que fue golpeado y tal vez cosas peores. Estaba seguro de que había confesado el robo, los narcos ahora los estaban buscando a ellos.

   Cuando los compañeros vieron la cara de preocupación de Vargas supusieron que sufría por su amigo muerto. Nadie podía imaginarse el temor que apareció en su alma de golpe. El precio a pagar por traicionar a los narcos era muy alto y ahora ni él ni nadie de sus familiares estarían a salvo.

   — ¿Quién crees que lo mató? — preguntó un compañero, comisionado para indagar el caso.

   —No tengo ni idea.

   — ¿Qué investigaba?

   — Sobre el asesinato de González.

   Ni siquiera se detuvo para continuar con el interrogatorio. Siguió caminando ante la mirada comprensiva de sus compañeros.

   Rodríguez lo esperaba en el auto. Estaba dormido en la casa de Alicia cuando recibió la llamada para avisarle sobre la muerte de Talavar. Todo lo imaginó de inmediato, buscó a Vargas para ponerse de acuerdo con él. Sólo tuvo que ver la mirada desencajada de su compañero cuando se acercaba para entender lo malo de la situación.

   —Es Talavar. Los del cártel no se tragaron la pendejada del robo— dijo Vargas en cuanto subió al auto.

   —Sabía que el robo a los narcos era una estupidez, pero nunca me imaginé que se atrevieran a matar a uno de nosotros— protestó Rodríguez también asustado.

   —Lo torturaron, lo más seguro es que hablara. Los del Cártel ahora saben que nosotros tenemos el dinero. ¿Qué haremos?

   —Yo me largo a la chingada. Me llevaré el dinero que pueda y me perderé. De lo contrario nos van a matar a nosotros también.

    — ¿Y si devolvemos el dinero?

    —Nos matarán de todas formas.

   Rodríguez encendió el auto y salió a toda velocidad del lugar. Momentos antes se sentía seguro. Ahora en su mente la imagen de sus hijos llegaba para sembrar el temor. Sabían que no tenían otra posibilidad que huir e iniciar otra vida en algún lugar, y que Dios cuidara a sus familias.

—o0o—

García sacó cervezas del refrigerador hasta que la embriaguez lo venció y se quedó dormido en el sofá.

   Lo dejé y llegué hasta mi cama tambaleándome. Estaba acostado cuando el celular me despertó. Era Celina con actitud preocupada.

   —Llamó Vallarta, se encontraba muy enojado, quería hablar contigo pero no le quise dar el número. Quería decirte que mataron a Talavar. Dice que fueron los narcos y están preocupados.

   — ¿Tienes su número?

   — ¿Qué está pasando? ¿Por qué otro muerto?

   —No lo sé, pero lo averiguaré en cuanto pueda.

   Celina dio el número y marqué con rapidez. Quería enterarme de los detalles de la muerte de mi principal sospechoso.

   — ¿Dónde estás? — pregunté en cuanto el joven ministerial contestó.

   — Talavar apareció muerto. Estoy revisando el lugar donde encontraron el cadáver, buscando pistas.

   — ¿Qué paso? ¿Por qué lo mataron?

   —Nadie lo sabe, pero presenta signos de tortura y recibió un tiro de gracia… Pensamos que fueron los narcos.

   — ¿Dónde apareció?

   La respuesta no la esperaba. Era el mismo lugar donde horas antes vi a los narcos de la camioneta negra arrojar un cuerpo a la orilla del camino. Ahora sabía que era Talavar ese bulto informe que distinguí de lejos.

   Con desesperación, quizás por el alcohol, expliqué lo que sabía y finalicé con la dirección de la casa de donde salió la camioneta blanca y la camioneta negra y de como arrojaron un bulto en ese mismo lugar.

   —Las camionetas salieron del número 108 de la calle Ámsterdam de la colonia Ángeles.

—o0o—

—Hola, soy yo, Alicia. ¿Qué estás haciendo?

   —Tratando de levantarme.

   El celular timbró a las siete de la mañana, aunque su voz era clara su tono se escuchaba triste.

   —Me siento sola, ven a mi casa.

   Decidí visitarla, de todos modos no podría dormir.

CAPITULO VIII

   La ansiedad, dejada por la llamada de Alicia, me obligó a bañarme y vestirme con rapidez para salir a buscarla. Después del asesinato de Talavar, Rodríguez reaccionaría de alguna manera y su amante quizá algo supiera sobre lo qué estaba pasando. 

   Al salir del cuarto encontré a García sentado en la fuente, medio dormido, pensativo y con su mirada triste perdida en las primeras luces de ese nuevo amanecer. Mi llegada lo sorprendió, pero sus ojos regresaron al cielo con indiferencia.

   — ¿Cuántas horas dormité? —pregunté después de darle los buenos días.

   —Las suficientes… ¿Por qué estas despierto tan temprano?

   —Ya sabes cómo son las mujeres, no dejan descansar a uno un minuto.

   —En la televisión dijeron que murió otro ministerial— aclaró el viejo judicial—. A cualquiera se le hace fácil meterse en problemas por dinero, pero se tiene que ser inteligente para poder sobrevivir entre tanta mierda… ¿Era amigo tuyo el muerto?

   —No, no era amigo. Talavar era un cabrón.

   — ¿Qué está pasando?

   —No lo sé. Me enteré anoche y ahora sólo hay chismes de los miedosos… Algún pendejo trató de pasarse de listos y ahora nadie parará los problemas… Estoy seguro que los del Cártel del Norte son los asesinos de Talavar. Él trabajaba para ellos.

   —Siempre es lo mismo— dijo García con cansancio—. Le he visto muchas veces.

   Siguió un momento de reflexión, no había nada que decir, todo era obvio y sabido.

   Lo dejé allí, perdido en sus recuerdos y en ese amanecer que parecía disfrutar. Cubrí los orificios de balas del auto con cinta negra, no se veía bien, pero al menos no levantaba sospechas.

—o0o—

Alicia vio salir a Rodríguez asustado después de recibir una llamada en la noche. Aunque se sorprendió, aprovechó esos momentos de soledad para revisar la maleta que él había traído. Incrédula descubrió mucho dinero y pocas manchas de sangre. Tomó algunos billetes para que la libren de ciertos acreedores y volvió a dormir.

   Rodríguez regresó después de las dos de la mañana ya actuando de forma frenética, mientras buscaba la maleta. Lo acompañaba Vargas, que estaba atento a todos los detalles del apartamento. Rodríguez se despidió de Alicia diciéndole que tenía que viajar, pero regresaría en cuanto estuviera seguro.

   —Procura cambiar de casa, es mejor que estés segura—aclaró Rodríguez, con mirada preocupada, a su amante.

   Vargas no escuchó la plática, pero su desconfianza se manifestó al insistir en revisar el dinero. Alicia se preocupó viendo como los dos hombres tomaban los paquetes de billetes buscando cualquier detalle. Al no ver nada raro se marcharon.

   A base de pequeños tragos pudo acallar su preocupación. Era parte de ser la amante de hombres casados, siempre estaba sola, pero se sentía cómoda en esa soledad. Los vicios, como el alcohol y algunas drogas débiles, le ayudaban a sobrellevar una vida sin apego a nada. Cuando llegó el alba ya se encontraba ebria y decidió llamarme.

   —He pasado toda la noche preocupada— dijo al recibirme en la puerta del apartamento.

   — ¿Qué ha pasado? —pregunté al seguirla a la sala.

   —No lo sé. Todo estaba bien pero…—, se contuvo para no hablar de su amante.

   Se sentó en el sofá confundida, apresuró su trago y trató de sonreír para cambiar la plática.

   — ¿Qué pasó con Rodríguez?

   La sorpresa apareció despacio en su mirada, se suponía que yo ignoraba lo de su amante. Cuando, en medio de la embriaguez, comprendió que estaba enterado de todo, sintió miedo.

  — ¿Cómo lo sabes? ¿Qué está pasando? — preguntó asustada.

   Su confusión se volvió cólera.

   —Soy investigador privado. Anoche mataron a un amigo de Rodríguez.

   — ¡Lárgate! —gritó furiosa—. Eres un matón, me estabas engañando para atrapar a mi amigo.

   La tomé de los hombros y la levanté para mirarla a los ojos.  

   —Investigo la muerte de González, un compañero policía, y estoy seguro que Rodríguez está involucrado — dije de forma enérgica—. Es importante que averigüe lo que está pasando para evitar más problemas.

   Empezó a gritar histérica, tuve que sacudirla con firmeza para calmarla. Reaccionó asustada, pero ya no gritó, se quedó a la expectativa, mirándome con sus grandes ojos llenos de pánico, tratando de leer en mi mente cuándo empezaría mi ataque.

   — ¿Qué te dijo Rodríguez sobre los narcos?

   —No sé nada. Él nunca platicó de eso.

   — Dijiste algo sobre un cambio de casa. ¿Rodríguez la iba a pagar?

   —Sí. Dijo que recibiría mucho dinero y lo dedicaría a mí. Habló de cambiarnos de casa, de comprarme joyas, de muchas cosas… Ayer llegó con mucho dinero y pidió que lo cuidara, pero anoche se le llevó todo. Estaba asustado y dijo que no me preocupara.

   — ¿Qué hacías en la joyería?

   Me miró con coraje, se soltó y tambaleante se alejó de mí, extendiendo la mano con el vaso como escudo. Traté de sujetarla de nuevo, volvió a forcejear con violencia y se zafó para caer. Me arrojó el vaso de cristal desde el suelo y empezó a llorar. La levanté, traté de abrazarla, esperando que se calmara. Se fue relajando despacio, hasta quedar sin fuerzas. Tuve que cargarla para llevarla a la cama.

    —No le hago daño a nadie. Todos me juzgan — dijo en cuanto estuvo en la cama —. Sé que los hombres me desean y me agradan esas miradas, siento como si pudiera controlarlos. Pero están los locos y los envidiosos, me agreden, dicen groserías cuando pasó a su lado y algunos tratan de tocarme. Pero las mujeres feas son las peores, inician los chismes y me amenazan en la calle, y ni siquiera me conocen… Sí, me he acostado con muchos hombres, ¿y qué? Todos prometen mil cosas y, no es que sea tonta, pero quiero creerles, espero que llegue un hombre a mi vida que no le importe mi pasado y que quiera quedarse conmigo. Pero después de sostener relaciones se marchan tratándome con desprecio. Ellos se imaginan que soy mala y tratan de burlarse de mí… Pero los hombres que me buscan traen malas intenciones, quizá sean peores que yo… Tango que sacar cualquier ventaja que pueda quitarles, regalos, dinero o relaciones, porque después me dejarán sola.

  —No quiero quitarte nada, quiero saber qué hacían en la joyería para entender lo que pasa.

  —Me compró un regalo. Un brazalete de brillantes.

   — ¿Habló con alguien en la joyería?... ¿Qué dijeron?

  —Sí, platicamos con varios tipos bien vestidos, pero no los conocía. Ni sé sus nombres. Estaba tan atenta a las joyas que no puse atención en los demás.

  — ¿Quién más sabe de ti? ¿Quién sabe dónde vives?

  —Muchos me vieron con él, pero sólo trajo a un compañero aquí. Esta noche. No sé cómo se llama.

  Después de esas palabras comprendí el peligro que corría.

  — ¿Quién era?

   Haciendo un esfuerzo para recordar y, con lentitud, describió a Vargas.

—Tienes que salir de aquí lo antes posible. Es peligroso que te quedes aquí — dije preocupado, si los narcos la pudieran ubicar como amante de Rodríguez la dañarían.

  —Pero no hice nada.

  —A los narcos no les importará, sólo quieren venganza.

  — ¿Qué está pasando?

  — No lo sé. Pero lo que sea es peligroso, todos los involucrados pueden morir, mejor escóndete.

   Permanecimos unos momentos abrazados en la cama, esperando que Alicia pudiera dormir. Mientras, el subconsciente se esforzaba en ver los problemas lejos de nosotros.

—o0o—

Los vecinos de la calle Ámsterdam, en la colonia Ángeles, vieron sorprendidos el operativo policíaco. Unos segundos antes todo era la rutina diaria y enseguida aparecieron las patrullas a toda velocidad, bloqueando las calles haciendo un aparatoso despliegue de poder. Los hombres saltan de las unidades, se despliegan alrededor de la casa de seguridad en silencio y con rapidez. Los vecinos siguieron atónitos los movimientos hasta que aparecieron las armas largas, entonces se refugiaron dentro de sus casas.

   La noche anterior le había dado a Vallarta la dirección de donde salió la camioneta negra que arrojó el cadáver de Talavar en el terreno baldío. Sabía que el joven reaccionaría organizando un operativo para registrar la casa y eso era peligroso para todos.

   El joven no tuvo tiempo de ponerse el casco, ni el chaleco a prueba de balas, lo único que llevaba era su pistola en la mano. Saltó del auto y siguió al comandante del grupo de asalto, incorporándose al operativo.

   Cuando todo estuvo listo para iniciar el ataque Vallarta sintió temor, sabía que existía la posibilidad de que hubiera disparos y quizá muertos. Esa preocupación estaba presente en todos y ningún entrenamiento la podía eliminar.

   Dada la orden por radio todos los policías se precipitaron a bloquear la casa. Los momentos que siguieron fueron tensos para los que esperaban. Cuando por fin se corrió la noticia por radio de que la casa estaba vacía, el ambiente se relajó y Vallarta siguió al jefe de grupo dentro de la casa.

   — ¿Estás seguro de que ésta es la casa? — preguntó el ministerial encargado del operativo una vez más.

   —Es la dirección que dio Arena. Dijo que en la casa estaban los asesinos de Talavar.

   Cuando por fin entraron a la casa descubrimos a los hombres ya en plena rapiña. Movían con violencia los muebles, la basura, los cuadros de las paredes, buscando algún objeto de valor. Vallarta notó con disgusto como los policías se guardaban pequeños objetos en sus bolsas de su ropa, pero no dijo nada porque era lo común. Decidió concentrase en buscar evidencias de la muerte del ministerial.

   —Ven, en el segundo piso encontraron evidencias— dijo el Jefe de grupo.

   Los muebles de la oficina improvisada seguían ahí. Las cenizas de papel se desbordaban del bote de la basura y el olor a humo estaba presente. Vallarta vio a los policías revisando con rapidez los cajones del escritorio, examinando el pequeño bar, sin que él estuviera seguro de los que buscaban: evidencia o botín.

   —Aquí hay algo, Jefe— dijo uno de los policías dirigiéndose al baño.

   El Comandante entró al baño seguido de cerca por Vallarta.

   —Parece que tenías razón. Tenemos que hablar con el forense.

   Vallarta encontró lo que deseaba. El baño tenía gran cantidad de sangre embarrada por los azulejos verde pastel, escurriéndose hasta la coladera. El gesto de asco apareció en su rostro al comprender que podría ser la sangre de un conocido.

—o0o—

Conducía tranquilo cerca del medio día rumbo al hospedaje. Caí en cuenta de que Celina no había llamado durante la mañana, pero no me comunicaría con ella, eran tantos los temores y las dudas, que el simple deseo no podía motivarme para buscarla.

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