Celestial

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Capítulo 1

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Capítulo 1

—¡Madre mía! —gritó Leiza en pleno ataque de nervios. La piel de la chica estaba empezando a adquirir una tonalidad dudosa y es que no parecía muy fan de las alturas—. ¿Se supone que es así como ascienden los ganadores?

Loyhenn, el dragón blanco de la difunta Celestial Lyserli, nos llevaba entre sus garras y a mí tampoco me transmitía excesiva confianza.

—¿Es que no hemos sufrido ya bastante? —corroboró Isleen.

Me concentré en mi respiración. Agarré la mano de Zalen con fuerza y esperé que el dragón Celestial no fuera a soltarnos, condenándonos así a una muerte espantosa e increíblemente dolorosa.

—Caray, lo que daría con tal de que la jaula se volviera negra otra vez —admití en voz baja.

—Apuesto a que darías más por unos tapones —bromeó Zalen en el mismo tono.

—No puedo morir así —gritó Isleen inmovil en una de las esquinas con la mirada fija en lo que había bajo sus pies.

Mala idea. El suelo que sellaba la habitación por completo, nos dejaba ver a cuánta distancia caeríamos si al dragón le daba por soltarnos.

—No, no puedo morir así —repitió.

—Y una mierda morir, no vamos a morir —contesté con la respiración entrecortada y sintiendo el corazón latir desbocado—. No hemos llegado hasta aquí para esto.

—Tiene razón —intervino Leiza dejando en pausa su ataque de pánico—. Isleen deja de mirar hacia abajo. O hacia arriba. Cierra los ojos, mejor.

—Pero me voy a marear, esta maldita jaula se mueve como mil demonios —dijo y no le faltaba razón.

—Lo mejor es mirar hacia delante. Así no se ve ni lo lejos que estamos del suelo, ni las garras de Loyhenn, solo el cielo —propuse. Aunque, a decir verdad, eso me calmaba entre muy poco y nada.

—No vamos a morir —añadió Zalen con asquerosa calma envidiable.

A diferencia de nosotras, parecía estar acostumbrado a viajar así. Como si en realidad estuviéramos hablando de subir unas escaleras.

—Si no fueras tú, de verdad que te pegaría —dije entrecerrando los ojos.

Los suyos brillaron con diversión a modo de respuesta.

—Podemos confiar en que no nos soltará —añadió al ver que mi cara no era la única que seguía arrugada y contenida.

—¿Cómo lo sabes? ¿Ahora ves el futuro? —preguntó Leiza en un ir y venir de villapánico.

—No seremos los primeros que Loyhenn transporta —empezó Zalen con su habitual razonamiento lógico—, y si fuera por ahí matando a ganadores de Limbo, supongo que le habrían buscado otro trabajo.

Su manera de alzar las cejas y encoger un hombro no fue del todo tranquilizadora.

—En estos momentos eres irresistible e irritante a partes iguales —admití sintiendo que la garganta se me cerraba un poco más cuando la habitación se inclinó al atravesar un mar de nubes.

Él soltó una carcajada.

—¡Maldita sea Zalen! —gritó Isleen, quien en estos momentos estaba tan a favor del razonamiento lógico como de teñirse el pelo de verde.

—Creo que tu lógica no es bien recibida en estos momentos —admití con la respiración entrecortada.

Ver a Isleen y Leiza tan asustadas me estaba poniendo más nerviosa todavía.

Entonces, sin previo aviso, Zalen me soltó la mano y caminó hasta el centro de nuestra prisión.

—¿Qué haces? —pregunté alarmada sintiendo un agujero en el pecho.

—Mirad, ¿lo veis? No pasa nada —afirmó el chico de ojos dorados.

—¿Te has vuelto loco? —pregunté utilizando toda mi concentración para atraerlo con la mente. No funcionó.

El maldito de ojos dorados caminó por la jaula como si no estuviéramos a cientos de metros de altura.

—Zalen, ven aquí ahora mismo —ordené en una suplica desesperada, alargué la mano hacia él, pero se movió antes de que alcanzara a tocar su camiseta.

Demonio.

Solo le faltaba ponerse a saltar. Un segundo…

—Ni se te ocurra —amenacé cuando creí que eso era justo lo que iba a hacer.

—¿Qué se siente al darte un infarto? —preguntó Leiza inspirando y expirando más rápido de lo aconsejable—. Creo que me está dando uno.

—Lo dudo —contestó Isleen haciendo una mueca de dolor—. Pero seguro que es más agradable que lo que estoy sintiendo ahora mismo.

Zalen no tardó mucho en ver que no había sido una buena idea, así que volvió a mi lado caminando tranquilamente.

—Vale, lo siento —dijo él alzando las manos. Me apresuré a coger su mano y la agarré como si pretendiera que se fusionaran en una—. Solo quería relajar un poco el ambiente.

—En el pasado, algunas culturas mataban a gente por menos —añadió Leiza apuntándole con su dedo índice como si fuera un arma.

—Exacto. No se puede vivir de buenas intenciones —sentenció Isleen fulminándolo con la mirada.

—Lo único que necesitamos es estar en tierra firme y va a pasar —dije en un intento de convencerme a mí misma.

Solo podíamos desear que, si la suerte existía, estuviera de nuestra parte.

—Por todos los Draco Antrum… —murmuró Leiza pegando la cara al cristal.

—Guau —suspiré. El estómago se me había subido a la garganta y mi corazón latía tan fuerte que podía oírlo en la oreja, pero habíamos llegado a Clyros—. Esto es…

—Impresionante —terminó Zalen moviendo la cabeza de forma afirmativa.

La vegetación convivía con altos edificios que parecían haberse puesto de acuerdo para ser diferentes en forma y tamaño. Desde donde estábamos, lo que suponía era la entrada a Clyros, solo se veían los más altos.

—No es Khandalyce, eso está claro —afirmó Isleen, que desde que Loyhenn había desaparecido, había vuelto a ser la de siempre. Ya no habían gritos ni caras de pánico, solo admiración por la gran civilización, avanzada y rica, que estaba a miles de años luz de lo que era Khandalyce.

—¿Cómo saldremos de aquí? —pregunté acercándome a las esquinas, comprobando que a pesar de las garras de dragón nuestra prisión seguía intacta.

—No lo sé, pero estoy empezando a cansarme de ser un pájaro enjaulado —afirmó Leiza y casi me atraganto.

—¿Empezando? —preguntó Isleen alzando las cejas.

Me di la vuelta y vi como a nuestra espalda, unos metros más allá del final de la jaula, no había nada. Es decir, el suelo terroso dejaba de existir y solo había cielo.

—Menos mal que Loyhenn ha calculado bien las distancias —murmuró Zalen en tono divertido, mirando en la misma dirección.

—Ahí vienen —advirtió Isleen.

Del gran arco que indicaba la entrada de Clyros, salieron los guardias, vestidos igual que aquellos que había en la Matanza de Dragones. Todos esos que ahora estaban muertos.

Señalaron partes de la jaula y se dieron ordenes unos a otros que no llegué a oír.

—Por favor, colóquense en el centro para mayor seguridad —ordenó uno de los guardias mirando hacia alguna parte del interior de la jaula. Después se volvió hacia los suyos—. Cubridla, vamos. No hay tiempo que perder, los ganadores tendrán ganas de ver su nuevo hogar.

Vinieron más guardias con unas herramientas que jamás había visto. Parecían armas más que otra cosa.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Isleen con cierto tono de curiosidad alarmada.

Viendo lo que salió del arma solo se me ocurría una cosa.

—Me parece que van a congelarlo —contesté y por la mirada que me lanzó Zalen, supe que él también lo creía.

No mucho después el hielo cubrió las cuatro esquinas y fue extendiéndose de arriba abajo.

—Todo listo, señor —afirmaron varios mirando al guardia jefe, el único que había hablado mirando en nuestra dirección.

El susodicho sacó un objeto del bolsillo de su uniforme. Era negro y tenía una esfera blanca en el centro, como una luz, que brillaba con intensidad.

—Retiraos —ordenó ese guardia.

—¿Por qué se retiran? —preguntó Isleen.

Todos se apartaron, menos él que se acercó con el objeto misterioso hasta estar a un palmo de la jaula. Lo apretó contra el cristal y se quedó ahí enganchado.

—¿Qué hace con eso? —preguntó Leiza—. ¿Es una bomba?

—No es una bomba —dijo Zalen.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó la misma.

—Porque ha dicho «los ganadores tendrán ganas de ver su nuevo hogar» —recordó con sensatez.

—Despejado —informó uno de los guardias cuando todos estuvieron apartados.

—Esto no me gusta —admitió Isleen con preocupación en la voz.

Zalen me dio la mano, seguramente vio que a mi tampoco me gustaba nada. Antes de que pudiera decir una palabra el guardia jefe presionó la esfera de luz blanca y empezó a parpadear, cada vez más y más rápido. Parecía ir al ritmo de mi corazón. El guardia jefe retrocedió como el resto.

La luz se detuvo y tras un estruendo, todo a nuestro alrededor se redujo a pedazos. Cerré los ojos como acto reflejo justo antes de que los pedazos de material, los que formaban el techo, nos cayeran encima.

—¿Qué narices…? —murmuré a la vez que sentía los rayos del sol calentando mi piel.

Para mi sorpresa, no era cristal, sino que era blando. Casi gelatinoso. La jaula que habíamos golpeado con todas nuestras fuerzas ya no estaba. Los pedazos me dieron sin hacerme ningún tipo de daño. La mayoría rebotaron y alguno se quedó enganchado en mi vestido.

Me encontré esos ojos dorados tan sorprendidos como los míos. Esto sobrepasaba hasta el alcance de la comprensión de Zalen.

—Eso ha sido raro —admitió Isleen en voz baja e incrédula.

—Podéis salir, ganadores —informó el guardia jefe..

No sabía cómo demonios lo habían conseguido, pero lo habían hecho. La temperatura era más cálida aquí fuera y el ambiente olía a flores frescas.

—Bienvenidos a Clyros —continuó señalando la entrada por la que habían aparecido ellos—. Será un placer mostraros el camino hasta la Ceremonia de Ganadores.

Sí que les gustaba celebrar eventos. Claro, la esclavitud de parte de la población mundial deja mucho tiempo libre a los tiranos. Me tragué mis sentimientos y di un paso adelante.

Lo primero en que me fijé fue en la estatua representativa de Clyros que se alzaba imponente en la distancia: la Lux flos. Según había dicho uno de los guardias, significaba flor de luz y la llamaban así porque cuando la luna se reflejaba en ella, Clyros quedaba iluminada por los Dioses. Desde la distancia me recordaba un poco a un tulipán, pero más abombado. No podía evitar reparar en el hecho de que si la veíamos tan bien estando tan lejos, debía ser la estatua más alta que hubiera visto jamás.

—Aquello de allí —empezó Leiza alzando su brazo hacia delante—. Esa pirámide, ¿es el palacio?

—Así es, señorita Gyxe —contestó uno de los guardias—. El hogar de los Celestiales.

—Es precioso —admitió Isleen en un susurro.

Lo era. La blanca pirámide escalonada situada en lo alto de la montaña de Clyros tenía zonas acristaladas. Todas ellas convergían en dirección a lo alto de la estructura, como si la envolvieran. Si la comparabas con el resto era, sin lugar a dudas, demasiado grande. Pero tenía sentido que lo fuera.

No sabía en qué momento había pasado, pero los guardias ahora tenían caballos oscuros, casi negros, que sujetaban con una correa blanca. ¿Tan absorta había estado con lo que me rodeaba?

—Los habitantes de Clyros siempre dan una calurosa bienvenida a los ganadores anuales de Limbo —explicó el guardia jefe quien, por lo visto, no sabía que no habíamos montado a caballo ni una sola vez en la vida—. Los traemos para que respeten la distancia, algunos pueden ser muy… pasionales.

Miré a Zalen, bajé la barbilla y alcé las cejas. ¿Qué quería decir con eso de pasionales?

—Después de volar con dragones, esto os parecerá un chiste. —Uno de los guardias se me acercó y me puso en la mano la correa negra de uno de los caballos blancos.

Me hubiera gustado decirle lo que pensaba. «No quiero ir a la ceremonia de ganadores. Lo que quiero es ir a hablar con Oizys, indicaciones para la misión, comprobar que Vysseldur está a salvo y terminar con todo esto».

—¿Estás bien? —La voz de Zalen me sacó de mis pensamientos.

—Sí, solo estoy emocionada —mentí, consciente de que nos escuchaban—. Por fin lo hemos conseguido.

El medallón de Takara me quemó la piel bajo el vestido azul celeste. Dieciocho años después, estaba justo donde quería estar. Ahora empezaba la verdadera misión.

—Como me tire de aquí arriba va a ser muy doloroso —empezó Isleen haciendo una mueca de dolor—. Todavía estoy convaleciente.

—Están entrenados para no hacerlo, señorita Lahan —contestó la guardia más próxima a ella—. No tiene de qué preocuparse.

Miré la correa y mis hombros cedieron. Suspiré y me subí al animal. A pesar de que mi pierna estaba muchísimo mejor, solo había pasado un día desde Limbo, así que también noté molestia cuando me subí al caballo blanco. Los medicamentos que habían utilizado con nosotros provenían de Clyros, por eso mi pierna y mi hombro estaban tan bien. Si no fuéramos ganadores, las probabilidades de que hubiera perdido la pierna habrían sido mucho mayores. Esperaba que las heridas de Glimmer y Elijah no fueran graves, temía lo que eso pudiera significar para ellos.

Durante el trayecto no pude evitar observar a Leiza y a Isleen. Esto era por lo que habían trabajado tan duro. Ellas no pensaban en Khandalyce, ni en volver a ver a sus padres.

A pesar de eso, recordaba muy bien cómo habían reaccionado durante la Matanza. Como Leiza se quedó destrozada cuando John Asmonth mató a Lyark. Cómo Isleen se levantó cuando Glimmer llegó al centro de piedra con Syssa.

Parecían otras personas.

Ahora ambas tenían los nudillos ensangrentados y estaba segura de que era un detalle que los guardias no habían pasado por alto.

—¿Hemos viajado al futuro? —preguntó Leiza y algunos guardias rieron.

Y aunque era cierto, me resultaba extraño pensar que personas capaces de hacer algo tan hermoso, fueran también capaces de cometer semejantes atrocidades como la que acabábamos de presenciar.

—Hace total justicia a la comparación con el paraíso —añadió Isleen.

Al mirar a mi izquierda vi que había hojas obcordadas en las puertas de las casas bajas y enredaderas en las ventanas y balcones. No muy lejos de donde nos encontrábamos, en una de las montañas, vi dos amplias cascadas. No pude evitar pensar en Vysseldur.

—¿Por qué los tejados tienen esa forma? —preguntó Zalen con interés fingido.

A mí tampoco me había pasado por alto el echo de que alguien se había tomado la molestia en hacer casi todas las casas con forma de gota. Había diferencia entre ellas, algunas eran de madera y otras de piedra, pero todas eran blancas y sus tejados acababan en punta.

—Las casas apuntan hacia el cielo, señalando el hogar de los Dioses —afirmó el guardia jefe.

Sentí un golpe en el estómago cuando vi que en las plazas y otros lugares céntricos había fuentes de enormes dragones que escupían agua. Los despreciaban, torturaban y mataban, pero creaban esculturas de ellos. Apreté la correa negra con fuerza.

También lo hice cuando los habitantes de Clyros vinieron a darnos la bienvenida. La rabia creció en mi interior cuando escuché nombrar a Ixchel en boca de uno de esos refinados y bien vestidos imbéciles. Me hervía la sangre, porque no paraban de decir barbaridades. Alegrándose de que yo estuviera aquí y no él, como si su vida no valiera nada, como si su muerte no significara nada. No sé qué hubiera hecho si en vez de sobre este bichito estuviera subida en Vysseldur. Una pequeña y racional parte de mí se alegraba de que no pudiera elegir tomar esa decision. La voz de Zalen se repetía en mi cabeza en bucle, «puedes hacerlo, sonríe, puedes hacerlo».

—¡Ixchel murió para que tú ocuparas su lugar! —gritó una señora con un vestido tres tallas más pequeño de lo que debería.

Apreté los dientes.

—A pesar de venir de Khandalyce, lo habéis conseguido —gritó un hombre trajeado y me dieron ganas de aprovechar mi altura para aterrizar mi pie en su cara.

Poco a poco esa rabia se fue transformando en algo peor, culpa. Otra vez ese temblor en el pecho. Ojalá hubiera podido hacerle entrar en razón, ojalá me hubiera seguido. Aunque eso hubiera significado que Claire también lo hiciera. Mi corazón era incapaz de asimilar que de verdad se hubiera ido, ojalá le hubiera escuchado antes.

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