Celestial

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Capítulo 5

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Capítulo 5

—¿Es cierto que Khandalyce piensa atacar Clyros mañana por la noche?

—Sí —afirmó Oizys sentándose de nuevo en el reposa manos del trono de Celestial.

—Es por…

—Por Claire —contestó Chloe con desprecio alejándose un poco de la puerta.

Asentí.

—Tanto Zalen como tú sabíais lo difícil que es conseguir antídoto de Axor —intervino Oizys—, pero eso es debido a que pertenecéis al grupo en la sombra. Claire era hija de padres residentes en Clyros, enviada a Shyzengard como voluntaria, así que también lo sabía.

—Bueno, la presentaron voluntaria sus padres para ganar más prestigio —añadió Chloe con cierto tono que me dio a entender al instante lo que opinaba al respecto.

—Así es —confirmó Oizys—. Desde su primer día en Shyzengard debía estudiaros a todos, uno por uno. En caso de que descubriera a alguien del grupo en la sombra y lo denunciara, la sacarían de Shyzengard, la enviarían de vuelta a Clyros y los Celestiales le otorgaríamos una recompensa. A partir de entonces, ella y su familia vivirían en palacio.

—Todo por el estatus —añadió Chloe—. La codicia en algunos no tiene límite.

—Volviendo al veneno de Axor —dijo Oizys frotándose la frente, callando a la enérgica Chloe—. En el momento en que Claire vio que Vysseldur no había muerto, a pesar de que le había proporcionado veneno de Axor, supo que alguien muy poderoso te estaba ayudando. Lo cual le dejó con dos posibles opciones: que alguien te estaba protegiendo o que tú eras más poderosa de lo que creía. Como todos vimos durante Limbo, ella no supo que era Ixchel hasta que estuvo allí.

Recordaba sus palabras con exactitud «o sea que mis sospechas eran ciertas». Claire nunca lo supo hasta el final.

—¿Y por qué no dijo nada? —pregunté.

—Que Vysseldur no muriera demostraba que el poder de quien lo salvara era superior al suyo, ya que ella no contaba con el antídoto.

Conseguir veneno de Axor era difícil, pero conseguir el antídoto era otro nivel de difícil.

—Así que esperó a Limbo para descubrirte, aprovechando que las cámaras la protegerían. Fueras tú, un profesor de Shyzengard o Ixchel quien te hubiera ayudado, la retransmisión de Limbo era en directo. Nadie podría evitar que se supiera la verdad. Pero no era tonta. Sabiendo que se enfrentaría a alguien muy poderoso, se cubrió las espaldas.

—Sí, antes el señor Lyone nos ha contado que de alguna manera Claire consiguió avisar a Khandalyce.

—Mediante un Ave Reoxtryss —informó la Celestial. Era una accipitriforme de más o menos un metro de longitud, capaz de volar largas distancias sin descanso—. Así fue como envió el mensaje a Khandalyce. En él decía que no habría supervivientes de Limbo este año por orden de los Celestiales.

—Así Claire ganaba en cualquier circunstancia —afirmó Chloe frunciendo el ceño.

—En el caso de que saliera con vida de Limbo, conseguiría el prestigio que tanto deseaban sus padres y podría volver a Clyros por todo lo alto —continuó Oizys—. Y si no lo conseguía, al menos se había asegurado de engañar al grupo en la sombra, con la intención de provocar un ataque anticipado y debilitarlos.

—Además, en el momento que el grupo en la sombra diera señales de vida, todos vosotros pasaríais a ser sospechosos. Lo más seguro es que Claire pensara que así se descubriría quién pertenecía al grupo en la sombra.

—Ella ganaba viva o muerta —sentenció Oizys.

—Hay que reconocer que, pese a todo, era lista —afirmó Chloe cruzándose de brazos.

—No sé si lo sabéis, pero fue la señora Chang quien ayudó a Claire —dije, recordando lo que el señor Lyone había dicho.

—Oh —Oizys desvió la mirada—. Vaya. No, no lo sabía.

La Celestial se acercó a una de las mesas que había en la sala.

—¿Fue ella quien entró en los bosques prohibidos a por la Calísia que luego le proporcionó a Syssa? —intervino Chloe.

Asentí. Quedaba claro que estaban al corriente de todo lo que había pasado en Shyzengard.

Oizys se acercó y puso sobre mi regazo lo que había cogido de la mesa. Ropa. Por fin podría quitarme este maldito vestido.

Perdí la noción del tiempo cuando Oizys y Chloe estuvieron enseñándome a utilizar armas de Clyros. Sin duda eran mucho mejores que las que conocía.

—Chloe, ve a buscar las Reclken, he debido dejármelas en la sala de entrenamiento —ordenó Oizys.

Ahora que me fijaba, sus brazos eran muy fuertes. Más que los de cualquier profesora de Shyzengard, aunque ella era más joven. Bueno, en apariencia al menos.

—Reúnete con nosotras en la salida del faraón cuando las tengas.

Antes de irse Chloe se acercó a mí, puso una mano en mi hombro y dijo:

—Tenía muchas ganas de que llegara este momento, Ilaria Vynnegor. No puedo esperar a que el resto te conozcan.

—Yo tampoco —admití, por extraño que pudiera parecer, me sentía unida a personas que no conocía.

Cuando Chloe se marchó, Oizys me dio dos armas para que llevara encima por seguridad. Aunque no parecía que fuera a necesitarlas en un futuro cercano, no estando la Celestial presente.

—Aunque sea la primera vez que las ves, no creo que tengas problemas a la hora de usarlas —dijo haciéndome un gesto con la mano para que las guardara. No me había dado cuenta de que me había quedado embobada admirándolas—. Pero ya habrá tiempo para eso, a estas alturas Hoth ya habrá sacado a Isleen, Zalen y Leiza de la celda. Vamos, te llevaré con ellos a un sitio seguro.

—Un segundo, ¿qué pasa con Ixchel? —pregunté sintiendo que mis pies se habían vuelto tan pesados como el plomo.

La absoluta certeza de que no podía irme todavía me sacudió.

—No podemos ocuparnos de él ahora —informó la Celestial—. Akir lo mantiene en Rejas Negras desde que lo salvó de Limbo. No podemos hacer nada.

—¿Rejas Negras?

—Es una de las celdas cercanas al despacho de Akir. Había ordenado que la crearan con el fin de corregir a, cito, «hijos de Celestiales que se porten mal».

Desconocía si Akir tenía más hijos, pero esa celda llevaba el nombre de Ixchel impreso por todas partes.

—Lo metió allí en el momento en que recuperó el conocimiento —concluyó. Oizys me cogió del brazo y empezamos a caminar hacia la puerta—. Hoth me matará si no te saco de aquí pronto.

—¿Qué pasará cuando Akir sepa que me has liberado? —dije frenando sus pasos.

—Voy a irme contigo, Ilaria, y cuando vuelva mañana por la noche, lo haré con el resto de los míos —concluyó entendiendo mal en qué dirección iba mi pregunta.

Oír a una Celestial llamar «de los míos» al grupo en la sombra no era algo que pasara todos los días. Bueno, ni nunca en realidad. Pero eso no era lo que me importaba ahora.

—¿Qué pasará con Ixchel cuando Akir sepa que me has liberado? —insistí—. Si lo retiene solo para utilizarlo contra mí, cuando me vaya…

Oizys soltó el aire.

—Me temo que no podemos ayudarle, Ilaria, tengo que ponerte a salvo. Cada minuto que pasas aquí dentro corres peligro. He podido sacarte de su despacho con vida porque te necesita. En el momento en que se de cuenta de que no piensas aceptar su propuesta, no tendrá inconveniente en matarte. Y créeme, no tardará mucho en llegar a esa conclusión.

Oizys siguió caminando hacia la puerta, mientras una de sus manos me ayudaba a seguirla, pero antes de que llegáramos alguien llamó.

Supuse que no sería Chloe. Si interrumpía a la Celestial mientras hablaba dudaba que picara a las puertas antes de entrar. Además, habíamos quedado en una salida de un faraón o algo así, no tenía que volver al despacho.

—Un segundo —vociferó la Celestial desde la distancia—. Escóndete ahí detrás —ordenó señalando una especie de sofá de cojines púrpuras en que la madera se enredaba con algún material parecido al oro.

Le obedecí y no abrió la puerta hasta que estuve agachada.

Detrás del sofá había una mesa repleta de comida. Lo único que reconocí fue la fruta, había toda la imaginable, incluidas un montón de frambuesas. Tenía un hambre voraz y hubiera matado a quien fuera que estuviera en la puerta por esas frambuesas.

—¿Qué ocurre? —preguntó Oizys devolviéndome a la realidad.

La escuché hablar con un guardia y cuando me asomé vi como el hombre al que pertenecía la voz no había llegado a entrar en la sala.

Entonces me percaté de lo que había detrás de la mesa con comida, al fondo de la enorme sala. El corazón empezó a latirme más deprisa y una llama esperanzadora se encendió en mi interior: una puerta. En estos momentos eso era un trillón de veces mejor que las frambuesas. Tenía que llegar a ella antes de que terminaran la conversación o no podría ayudar a Ixchel.

La opción de irme sin él nunca había existido.

Siendo lo más sigilosa y rápida que pude, me arrastré por debajo de la mesa. Mi corazón retumbaba contra el frío suelo. En ese momento di gracias porque Oizys no tuviera ninguna mascota, como Hestia, eso habría dificultado mi tarea. Mi respiración se volvió agitadamente silenciosa, si cabe. Estaba a mitad de camino cuando la alfombra por la que reptaba se quedó enganchada en el botón de mi pantalón negro.

No, no, no, no.

Había empezado a llevármela conmigo y cuando quise darme cuenta había movido la mesa un poco de su sitio. Agradecí que al menos no había hecho ruido. Las manos me temblaron nerviosas. Maniobré y estuve a punto de arrancar el botón de cuajo intentando desengancharlo de la alfombra, pero lo conseguí. No quería volver a ver una alfombra en mi vida.

Oizys seguía hablando con el guardia sobre no sé qué medidas del estado de alarma de Clyros. Se notaba que ella quería quitárselo de encima y eso fue suficiente motivación para que fuera más rápido.

Momento crítico, llegué a la puerta marrón. Esta era normal, nada que ver con la lila, por eso me había pasado desapercibida. Cuando mi mano tocó la parte baja de la puerta, deseé que fuera de las de empujar y no de las de tirar. La segunda mayor alegría, después de lo ocurrido con el botón, fue descubrir que era de las de empujar. Repté hasta el exterior y frené la ida y vuelta de la puerta para no llamar la atención de la Celestial.

Una vez fuera, con el corazón desbocado, me puse en pie y contuve las ganas de echar a correr a lo desesperada. Eso habría llamado la atención de quien pudiera estar viéndome.

Ahora más que nunca agradecía haberme cambiado de ropa. Todos en palacio habían visto Limbo y conocían a los ganadores, pero yo ya no parecía una. Me coloqué el pelo suelto tapándome parte de la cara y caminé deprisa. Mi ropa negra no atraería la mirada de nadie, pero tal vez mi cara sí.

Ahora debía rodear la sala en la que se encontraba la Celestial Oizys para encontrar el camino de vuelta al despacho de Akir y una vez allí encontraría a Ixchel.

Solo esperaba que el guardia entretuviera a la Celestial el tiempo suficiente y que la sala de entrenamiento a la que Chloe había ido a buscar las armas no estuviera en mi mismo camino.

La cantidad de cosas que podían salir mal en este plan eran tantas que no pensaba pararme a numerarlas.

Atravesar las interminables salas de palacio me había costado tres infartos y unos cuantos años de vida, pero por suerte nadie se percató de mi presencia. Había conseguido evitar a los guardias y ya reconocía el camino donde estaba. Estaba cerca.

Por suerte, llevaba conmigo dos armas nuevas. También he de admitir, que la excesiva confianza en la seguridad de Clyros, que tenían tanto sus habitantes como sus guardias, hacía más fácil alcanzar mi objetivo. Tantos años siendo los reyes del mundo les había generado la falsa sensación de que aquí arriba estaban a salvo. Me encantaría ver sus caras cuando supieran que la mismísima Oizys, la Celestial todo poderosa, era quien nos estaba ayudando en la misión.

Seguí caminando cerca de la pared hasta llegar al pasillo en el que creía que estaría Ixchel, el contiguo al de Akir. No había otro que fuera contiguo, así que por narices tenía que ser este.

Cuando escuché una voz conocida retumbar por las paredes me detuve en seco y me oculté entre una de las columnas enroscadas de piedra negra.

—Solo te mantengo con vida por si puedes servirme de utilidad. Pero deberías saber que en el momento en que ataquen Clyros, vendré personalmente y haré lo que debí hacer hace más de cien años.

—¿Y por qué no lo hiciste? —preguntó Ixchel y su voz sonó cargada de un sentimiento desgarrador.

—Ni yo mismo lo sé. Eres igual que tu madre. Nunca debí confiar en ti —afirmó Akir.

¿Hola? Fue Takara la que nunca debió confiar en ti.

—Te mandé con un propósito a Shyzengard y lo único que hiciste fue traicionar mi confianza.

—¿Tu confianza? —preguntó Ixchel irónico—. Los dos sabemos que me mandaste a Shyzengard porque no puedes fiarte ni de tu sombra. Y yo, como un tonto, fui con el propósito de ganarme tu respeto. Pero entendí que no hay nada que pueda hacer, porque pase lo que pase seré hijo de Takara.

—Deja de lloriquear, sé un hombre.

—Se tú un hombre —rebatió Ixchel—. No soy yo el que no es capaz ni siquiera de mirarse al espejo

Escuché un golpe y llevé mi mano hasta una de mis armas.

Entonces la voz de Akir sonó más baja, pero con más agresividad.

—¿Quieres que acabe con tu vida? ¿Eh? ¿Es eso? Pues sigue hablándome así. Venga, Ixchel, pónmelo fácil. Está claro que nunca has sido muy listo.

—Puedes hacerlo —contestó él—. Pero eso no hará menos real el hecho de que, a diferencia de ti, yo no traicionaría a quien amo.

Como si una roca del tamaño de Vysseldur hubiera colisionado contra mi alma me quedé boquiabierta. ¿Ixchel acababa de decir «a quien amo»? Sí, lo había hecho. Qué idiota, ¿acaso no lo había demostrado una docena de veces?

Madre mía. Sentí un millar de vibraciones bailando sobre mi piel. Ixchel me amaba. La mejor emoción imaginable se derramó en mi interior.

Akir soltó una carcajada, pero ni eso consiguió cargarse el remolino de electricidad poderosa que hacía latir mi corazón aún más deprisa.

—¿Te refieres a ella? —Volvió a reír—. A pesar de que traicionaste a tu propio padre por ella, no quiso aceptar cuando le propuse quedarse contigo a cambio de un pequeño favor. —Akir chistó la lengua—. Yo que tú no me haría ilusiones.

Si por «pequeño favor» entiendes renunciar a todo lo que eres y todo lo que crees, claro, fue exactamente así.

—Que no sea correspondido no cambia en nada lo que siento.

—Debería —contestó su padre—. Deberías saber que a Ilaria no le importas una mierda. Ella quiere a Zalen, parece que eres el único que no lo sabe —continuó y apreté el arma con fuerza.

Sabía que, si atacaba al Celestial aquí mismo tal vez lo mataría, pero una docena de guardias aparecerían antes de que pudiera sacar a Ixchel de Rejas Negras. Intenté recordármelo, pero me resultaba difícil permanecer ahí escuchando lo que ese desgraciado decía a su hijo.

—Y la verdad, si te soy sincero, no me extraña —continuó—. Aunque el tal Erenghor sea del grupo en la sombra, estoy seguro de que no es un traidor como tú.

Deseé poder decir algo, defender a Ixchel, pero eso habría sido lo más estúpido en la lista de las diez peores decisiones que puedes tomar cuando vas a rescatar a alguien a quien quieres.

—Al fin y al cabo, un traidor solo puede esperar a que le traicionen —sentenció Ixchel y luego escuché otro golpe.

—Por desgracia, en eso no te equivocas —afirmó Akir.

Después soltó un gruñido asqueado y desapareció al otro lado del pasillo.

Pero la manzana a veces sí cae lejos del árbol, el motivo de la traición de Ixchel no se parecía en nada al motivo por el que Akir traicionó a Takara.

Esperé unos cuantos minutos para asegurarme que él se había ido de verdad y que no había nadie cerca. Una vez lo estuve, probé una de mis armas nuevas y lancé dos bombas de humo espejo a ambos lados del pasillo.

Desde fuera parecería que todo en el pasillo era normal, pero en medio de las dos franjas de humo mi presencia quedaría oculta y podría acercarme a Ixchel sin que nadie lo viera. El efecto empezó a engullir el espacio en el pasillo y salí de detrás de la columna enroscada de piedra negra. Pasé por delante de Rejas Negras para comprobar que el otro lado, el mismo por el que había desaparecido Akir, también había quedado cubierto.

Entonces escuché la voz Ixchel.

—¿Ilaria? —preguntó el chico de rizos rubios dorados.

Casi corrí hasta él una vez estuve segura de que

Algo se me atascó la garganta al ver esos ojos azules sobre los míos. Los pensamientos se aturullaban en mi cabeza. No podía pasar por alto lo que acaba de oírle decir.

—Siento la tardanza —contesté con la respiración entrecortada.

—Espera, ¡no! ¿Qué estás haciendo, Ilaria? —gritó en susurros.

—Salvarte la vida —dije y luego ladeé la cabeza mirando la segunda arma que tenía en la mano e iba a utilizar—. La verdad, no pensaba que fuera necesario explicarlo.

—No lo hagas, te pillarán. Soy un Celestial, encontraré la manera de…

—Voy a sacarte de aquí ahora —interrumpí al mentiroso. Era un Celestial, pero no podría salir de ahí mientras su padre no lo ordenara—, es un hecho. Pero sería mejor que me dejaras oír por si viene algún otro guardia al que deba noquear —dije, como si hubiera tenido que enfrentarme a alguno en mi camino hasta aquí.

Las bombas de humo servían únicamente para un efecto visual. ¿Útiles? Claro, pero cualquier persona podría atravesar el pasillo, así que debía estar atenta porque si hacíamos ruido o oíamos pasos, tendríamos problemas.

Saqué el arma con forma de barra metálica y apreté el botón. Tal y como me había explicado Oizys hacía no demasiado un tuvo de fuego de más o menos un metro apareció, iluminando el rostro de Ixchel y el mío.

—Estas armas son una verdadera pasada —admití.

Ixchel se quedó mirándome, parecía querer decir algo.

—¿Qué? —pregunté sujetando la espada de fuego con firmeza.

Negó.

—Has venido.

Una risa atropellada salió de mi garganta.

—¿Cómo podría no haberlo hecho? —pregunté incrédula y noté cómo una sensación nerviosa subía desde mi estómago. Coloqué una mano en uno de los barrotes grises que nos separaban—. Lo que hiciste en Limbo… No deberías haberlo hecho.

—No me arrepiento.

El poder que tenían sus palabras en mí, bueno, no estaba acostumbrada a eso.

—Pues yo no me arrepiento de esto —rebatí.

La mirada intensa de Ixchel resultaba tan penetrante que conseguía despertar en mi interior todo tipo de emociones inapropiadas.

—Gracias —soltó.

Por algún motivo volví a ese momento en Limbo, ese en el que ambos estábamos en lo alto de la torre y él insistía en que debía saltar. Notaba el ambiente tan cargado de electricidad como lo estaba antes de que Ixchel me besara. Noté las mejillas más calientes de lo habitual.

—No hay de qué —contesté tratando de no mostrar emoción alguna y concentrarme en lo que hacía.

¿Qué me estaba pasando? Lo que le había oído decir había sido bonito, pero ese era el final de la historia.

—Debí decírtelo entonces —dijo Ixchel sacándome de mis pensamientos. Mi mirada interrogativa fue suficiente pregunta—. Aquel día en la biblioteca, cuando Glimmer te pasó la libreta de Claire, supe que había sido ella quien había envenado a Syssa.

Recordé aquel día como un gran flashback increíblemente lejano.

—¿Cómo? ¿Cómo lo supiste?

—En la página de al lado, Claire tenía una lista de ingredientes de una poción de Khonvinzyor —también llamada poción de convencimiento—. Lo hizo para acercarse a Glimmer y saber si sus sospechas de que pertenecía al grupo en la sombra eran ciertas. Lo sé porque yo utilicé la misma con la profesora para que me emparejaran contigo.

—¿Por qué?

Suspiró.

—Porque no me encajaban algunas cosas de ti. Me enviaron a Shyzengard con la sospecha de que había traidores intentando colarse en Clyros. Esa era mi misión —contestó y luego sonrió—. Pero si te soy sincero, creo que una parte de mí simplemente quería estar contigo.

Sus palabras me golpearon, pero no me causaban dolor, sino todo lo contrario. Una sensación de culpa apareció en mi paladar, tenía que hablar con Zalen.

—Me alegra que lo hicieras —admití con un hilo de voz.

¿Qué me pasaba? Desvié la mirada cuando Ixchel sonrió y le brillaron los ojos. Cerré la boca cuando noté un trillón de pequeños animalitos alados bailando en mi interior.

—Hubiera sido difícil de superar —dijo subiendo la mano hasta la mía que seguía sosteniendo uno de los barrotes.

—¿El qué?

—Delatar a la persona que amo —soltó como si nada.

Alcé la vista en el momento que una enorme ola de emociones salvajes caía sobre mí sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Sentía como si tuviera fuego de dragón dentro de mi corazón.

Iba a darme algo, pero en el mejor de los sentidos.

—Sé que amas a Zalen, pero creo que es evidente que sientes algo por mí —siguió y aunque una pequeña parte de mí quería que dejara de hablar, la que no lo quería era mucho más fuerte—. Pensaba que podría conformarme con eso, pero no puedo.

—No deberías conformarte —admití en poco más que un susurro.

El simple contacto de su mano sobre la mía me estaba volviendo loca. Recordar el beso no ayudaba. Pero todo lo que sentía iba mucho más allá de eso. Debí reconocerme a mi misma lo que sentía hace mucho tiempo.

—¿Ilaria?

—Hay algo que tengo que hacer primero—admití acariciando su mano con delicadeza antes de apartarla. La lealtad que sentía hacia Zalen tomó el control de la situación—. Antes de poder siquiera pensar en tener esa conversación.

Ixchel asintió despacio.

—Jamás hubiera podido imaginar que en realidad soy tu tío abuelo.

Vaya cambio de tema radical.

—No eres mi tío abuelo —dije y él alzó las cejas. Sus ojos me miraron interrogativos—. Bueno, tal vez lo seas técnicamente, pero no de verdad. La primera vez que te vi fue el año pasado, cuando entraste tarde a la clase de Dominio de Dragones del Señor Lyone.

—Ya, pero.

—Mi abuela era tu hermana, de acuerdo —interrumpí—, pero se casó y tuvo a mi madre, que años más tarde conocería a mi padre y me tendría a mí. Hay muchas sangres en mi sangre. No somos nada.

Ixchel sonrió de manera torcida.

—Tú eres Ixchel Athenon —afirmé—. Y yo Ilaria Vynnegor. Y ahora voy a sacarte de aquí.

Me aseguré de que no había pasos aproximándose a nosotros y atravesé los barrotes con la espada de fuego. Poco a poco, se fueron derritiendo generando un espacio por el que él podría pasar.

Cuando Ixchel salió, no pude evitar fijarme en su notable mejora.

—¿Cómo te encuentras? —pregunté.

—Casi perfecto —afirmó—. Los medicamentos de Clyros son magia.

Podía asegurar que era cierto.

—Algún día te contaré lo que pasó cuando intenté saltar de Ykar demasiado cerca del suelo. Solo te diré, que ni la mejor dragona de la historia puede reaccionar a la velocidad de la luz.

Me lo quedé mirando un instante, porque pese a todo lo que había pasado seguía siendo el mismo.

—Me alegra ver que ya estás recuperado —admití viendo su habitual forma de caminar.

Ixchel sonrió y clavó sus ojos en los míos. Colocó una mano en mi mejilla y el espacio entre los dos se redujo al mínimo.

—Gracias —dijo muy cerca de mis labios. No me moví ni un milímetro, era imposible hacerlo—. Va a ser verdad lo que dicen.

—¿Qué dicen?

—Salvarse la vida el uno al otro une mucho —admitió en tono divertido y me reí, pero se me atragantó la risa porque todavía estaba muy cerca de mis labios.

Iba a tener que apartarse un poco si quería mantener una conversación cuerda. O mucho.

Ixchel acarició mi rostro en un círculo perezoso y su contacto volvió a generarme esa sensación impresionante. Madre mía. Después me rodeó con los brazos y me abrazó de tal manera que entre nuestros cuerpos no cabría ni una Siff.

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