Celestial

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Capítulo 10

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Capítulo 10

—Zeoden tienes que salir de allí —ordenó Zalen—. ¿Me oyes? Zeoden.

—¿Zalen?

Tras varios intentos descubrimos que algo había fallado en el transmisor de Zeoden y había dejado de oírnos.

—Sí, ahora te oigo —confirmó—. ¿Qué ocurre?

—Han matado a Hoth y Akir tiene a Oizys.

—¿Hoth está muerto?

Oírlo en voz alta no lo hizo más real.

—Tienes que salir de allí —insistió Zalen.

—No puedo —dijo Zeoden y algo en su voz sonaba mal, parecía herido—. Voy a programar las cámaras —informó el chico del pelo azul a través del transmisor.

Zeoden quería hacer el trabajo de Astro, porque sabía que no tendríamos otra oportunidad de entrar en palacio.

Pero esa estaba lejos de ser una buena idea.

Leiza también lo sabía así que cogió bruscamente el objeto que Zalen sostenía entre las manos.

—Vete de allí, ¿me oyes? Sal antes de que te descubran.

—Me daré toda la prisa que pueda.

—Lo han matado, Zeoden. En cuanto sepan que has liberado a Ykar te matarán a ti también.

—Leiza, no puedo irme ahora.

—Tienes que hacerlo —supliqué—. Pensaremos en algo.

—Sabía lo que aceptaba cuando me uní al grupo en la sombra —dijo Zeoden con la respiración agitada—. Todos sabemos lo que arriesgamos, igual que Hoth lo sabía.

—¡Zeoden! —gritó Leiza.

—Os contactaré cuando salga de aquí —afirmó.

Zeoden apagó la comunicación y tampoco hubo nada que pudiéramos hacer al respecto.

—¡Joder! —gritó Leiza.

Zalen, Leiza y yo despertamos a todos para contarles lo que había pasado.

La incredulidad que apareció en sus rostros se transformó en ira y luego en pena. A pesar de que lo había dicho en voz alta, todavía no podía creerme que el señor Lyone estuviera muerto de verdad.

Por algún motivo mi mente viajó hasta el acantilado de Karoth, un día de clase cualquiera. Recordé su rostro cuando sucedió el incidente con Syssa. También recordé el primer fin de semana de «castigo», ese que él y la directora Gesten nos impusieron tras descubrir que habíamos ido a los bosques prohibidos. Y cuando me confesó que era miembro del grupo en la sombra. Todo parecía haber pasado hace mucho tiempo.

Me sentí rara. Además de revuelta. En parte era como si intentara despertar de un sueño y no pudiera.

Hacía nada había habado con él, le había visto enfadado y preocupado por Oizys. Frunciendo el ceño como de costumbre, negando con la cabeza. Amaba a la Celestial, había ido para protegerla. Y ahora simplemente ya no estaba en este mundo.

La vida era algo demasiado frágil.

—Oizys tendría que habérmelo dicho —sentenció Ixchel con la mandíbula endurecida.

—Sabían que si lo hacían sería igual que firmar tu sentencia de muerte —contesté negando con la cabeza.

Sí, el propio Akir era quien había encerrado a Ixchel como a un perro. Después de que escapáramos, sabía que su padre no volvería a darle ese privilegio, Hoth lo sabía, Oizys también, por eso no dijeron nada.

—¿Cómo puede haber pasado? no tiene sentido —murmuró Isleen desde el otro lado de la habitación, con los ojos enrojecidos.

—A Oizys nunca le ha parecido bien el trato que Akir te daba, Ixchel —añadió Chloe.

Estaba más pálida que nunca y entendía por qué. La vida de la Celestial estaba en peligro y debíamos pensar en algo antes de que Akir tomara una decisión que lamentáramos.

—Y Hoth quería salvarla a ella, así que fue primero —intervino Leiza.

Hubo un silencio en el que todos pensamos lo mismo.

—¿Seguro que está…? —empezó Astro—. ¿Muerto? Es decir, no lo habéis visto.

Asentí con la cabeza.

—No lo vimos —contestó Zalen—. Pero oímos la orden de Akir y después cómo caía un cuerpo. Con la cantidad de guardias que había, no se me ocurre qué otra cosa ha podido pasar.

—¿Qué hacemos ahora? —pregunté—. Habrá algo que podamos hacer por Oizys.

La Celestial nos había salvado y seguramente lo había hecho otras veces sin que nosotros lo supiéramos. Igual que el señor Lyone.

Por él ya no podíamos hacer nada, pero aún podíamos salvarla a ella.

—No se me ocurre el qué —intervino Venfyr—. Si Akir la tiene ni siquiera nosotros que trabajamos en palacio podríamos acercarnos.

—A no ser que decidiéramos atacar —propuso Ixchel.

—No —contestó Chloe rotunda—. No tendremos nada que hacer contra ellos. Si nos capturan a todos el sacrificio que han hecho ambos habrá sido en balde.

—¿Podemos contactar con Khandalyce? —preguntó Leiza.

—Eso es —afirmó Isleen—. Realicemos antes el ataque. Tal vez lleguen antes de que Akir haga lo que sea que tiene en mente.

Un rayo de esperanza se coló en el oscuro último piso.

—De acuerdo —dijo Chloe sacando de su bolsillo trasero una especie de teléfono. Era un cuadrado perfecto y solo tenía tres botones: uno rojo, uno negro y uno blanco. Pulsó el rojo tres veces y luego lo mantuvo presionado diez segundos. El botón pareció sobresalir por la otra cara. ¿Qué diantres era eso? El objeto emitió una especie de pitido y Chloe volvió a guardárselo.

—¿Ya está? —pregunté alzando las cejas.

—Ahora saben que estamos en peligro —contestó Chloe justo en el momento que una voz reconocida empezó a sonar en el exterior.

Todos nos acercamos a la parte baja de las ventanas para ver de lo que se trataba. En el cielo, apareció una gran pantalla, como si se tratara de una televisión. Desplacé la mirada hacia un lado y vi que había más, estaban por todas partes, decenas de proyecciones emitiendo la misma imagen. El sonido era alto y claro. No entendía cómo podían reproducirlo en el cielo, pero la verdad que ahora mismo eso no me importaba nada.

Akir sujetaba a Oizys con una especie de cadena blanca atada alrededor de su cuello y además, la había amordazado.

—Que todos los ciudadanos de Clyros se acerquen a las ventanas, por orden de Akir Athenon —anunció y vi con claridad que tenía el labio herido, lo cual mostraba que la Celestial se había resistido—. Siento interrumpir vuestro descanso, pero el mensaje que vengo a daros no podía esperar a mañana. —Akir se giró hacia ella—. ¿Quieres contárselo tú?

Una lágrima cayó por el rostro de Oizys mientras lo miraba con desprecio y dolor, lo cual confirmaba que nuestras sospechas sobre el señor Lyone eran ciertas.

Akir le quitó la mordaza.

—Vamos, Oizys, adelante. ¡Cuéntale al pueblo de Clyros como han estado admirando a una traidora!

Oizys miró hacia la cámara, pero no dijo nada.

—Esa es la verdad —siguió Akir—. Recientemente hemos descubierto que la Celestial ha estado conspirando con el grupo en la sombra. Igual que algunos miembros del Consejo de Shyzengard.

Una serie de sonidos de sorpresa salieron desde el interior de las casas cercanas.

—Pero no te preocupes Oizys, este mensaje también se está reproduciendo en Khandalyce así que todos lo sabrán, incluidos ellos. ¿Qué? ¿Qué dices, Oizys?

—No tenías por qué matarlo —escupió la Celestial.

—La traición tiene un alto coste —contestó Akir.

—Tú eres el traidor —dijo la Celestial.

—¡Yo soy fiel al pueblo de Clyros!

Emryn apareció detrás de ambos.

—¿Tienes algo que decir en tu defensa? —preguntó Akir—. ¿Algo que justifique tu traición al pueblo de Clyros?

Los ojos castaños de la Celestial brillaban enrojecidos. Su hermoso rostro estaba hinchado por las lágrimas.

—No podía seguir justificando esas muertes —contestó—. Los dragones dejaron de ser una amenaza hace mucho y estoy segura de que…

—¿Estás segura de que no matarán a toda la civilización en cuanto vuelvan a ser libres? —preguntó Akir interrumpiéndola sin miramientos—. ¿No somos acaso criaturas superiores que merecen mantener el poder sobre la faz de La Tierra?

—Podríamos convivir con ellos como lo hacemos con otras criaturas —contestó Oizys sin dejar de mirar hacia delante—. Lo que haces para controlar a tu dragón, lo que toda la guardia de palacio les hace para que obedezcan, no es natural —Oizys alzó la voz a pesar de que la cadena debía estar oprimiéndole la tráquea—. Hace mucho que no lo hago con Gykhssar y aunque me costó que confiara en mí, tuve la suerte de comprobar que los dragones no son criaturas rencorosas.

Los murmullos de las casas empezaron a ser más voces en grito que otra cosa.

—¿Estás diciendo que has estado poniendo en peligro a todo Clyros, dejando que tu dragón salvaje volara en libertad? —preguntó Akir y la cámara lo enfocó a él.

Oizys intentó contestar, pero no la dejó.

—¿Acaso tus ideales son más importantes que la seguridad y la vida de todos los habitantes? —preguntó Emryn, parecía su sombra.

—¡Exacto! —siguió Akir—. Se supone que como Celestiales debemos protegerlos y tú no has hecho más que ponerlos en peligro. ¡Debería darte vergüenza!

Empezaron a sonar abucheos por todas las casas de alrededor.

Akir se los estaba llevando a su terreno.

La ira subió por mi garganta acompañada por el firme sentimiento de miedo que había hecho su aparición en cuando había visto a Oizys atada.

—¿A dónde vas? —preguntó Astro en voz muy alta.

Entonces vi que Chloe se dirigía a la puerta.

—Sé donde están, no puedo quedarme aquí viendo como la —dijo la chica de pelo blanco.

Me puse en pie sin decir una palabra.

Ixchel y Zalen también.

—¡Pero esta traición no quedará impune! —vociferó Akir en el exterior.

—No. Tú no puedes —dijo Chloe al verme y lo hizo con absoluta rotundidad.

—No hay tiempo para esto —dijo Isleen.

—Vámonos —ordené saliendo de la habitación antes de que se lo pensara dos veces.

Chloe no quería, pero me siguió. Venfyr y Astro se quedaron allí y en caso de que fuéramos capturados o algo peor, ellos informarían a Khandalyce. Si es que no lo retransmitían todo por esas proyecciones.

Subimos hasta arriba del todo y llamamos a la única criatura que sabíamos que estaría cerca, a la única que no llamaría la atención de los habitantes de Clyros: a Ykar.

—Por suerte, no tenéis de qué preocuparos, yo siempre estaré aquí para protegeros —continuó Akir—. Me encargaré personalmente de que cada uno de vosotros, habitantes de Clyros, estéis a salvo.

Ykar apareció cuando más la necesitábamos.

—¡Ellos no merecen estar aquí! —gritó Akir—. No son como nosotros, son inferiores. ¡Se merecen la servidumbre!

Chloe dirigió el vuelo de Ykar para que llegáramos a la azotea de palacio en la que se encontraban los Celestiales. La preciosa criatura de piel escamosa blanca y azul celeste obedeció y fue tan rápida como siempre.

—Os habéis ganado vuestra posición aquí con esfuerzo y valía, ni Emryn ni yo lo olvidaremos. Así que alzaos fuertes, se avecina una guerra. Pero debéis saber que tendrá el mismo resultado que la sucedida hace exactamente ciento cinco años.

—¡Deprisa, Ykar! —ordenó Ixchel.

Mi corazón latía fuerte contra mi pecho mientras veía todo lo que pasaba retransmitido en el cielo.

—Ya ganamos una vez, volveremos a hacerlo —concluyó a Akir.

No íbamos a llegar a tiempo.

—Este es el destino que les espera a todos aquellos que luchen en contra de los Celestiales —sentenció Emryn acercándose por detrás a Oizys.

Todo pasó muy deprisa.

Cuando la azotea en la que se encontraban los tres Celestiales entró en nuestro campo de visión, algo nos alcanzó desde abajo. No fue hasta que empezamos a descender que vi de qué se trataba. Lanzas, nos estaban disparando lanzas como las que Khandalyce utilizó en la Matanza de Dragones. Y Ykar tenía una clavada en la parte inferior de su cuerpo.

—¡Arriba, Ykar!

A pesar de las ordenes de Ixchel, ella no pudo apartarse a tiempo y una segunda se clavó en el pecho de la dragona.

La oscuridad jugaba en nuestra contra, no sabíamos de dónde venían las lanzas.

Cuando empezamos a descender sin control en dirección a los bosques vi como los tres dragones blancos sobrevolaban palacio.

—No, por favor —escuché suplicar a Chloe.

Y entonces sucedió.

Emryn acercó un cuchillo al cuello de Oizys y acabó con su vida con un rápido movimiento de muñeca.

Mi boca se abrió, pero no salió ningún sonido. Era demasiado tarde.

Pude ver con mis propios ojos como la vida abandonaba a Oizys, como se apagaba. Un sentimiento de vacío me golpeó el pecho.

Fue rápido.

En un segundo, ya no estaba ahí. En un segundo, todo había acabado para ella.

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