Celeste

Celeste


Capítulo Uno

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Capítulo Uno

Celeste se quedó mirando hacia el horizonte de Detroit. Tenía los huesos cansados.

«¿Cuando iba a terminar su tormento?»

No esperó respuesta, ya que Dios hacia mucho que le había dado la espalda cuando había decidido abandonar el cielo y revelarse contra él. Se condenó a vivir sin su toque.

Dejando caer la cabeza contra la ventana pensó que sólo por una vez le gustaría saber que alguien pensaba en ella. Chocando la frente contra el vidrio, hizo una mueca sabiendo que eso nunca iba a suceder.

Volvió sus pensamientos hacia el problema al que tenía que hacerle frente. Durante dos semanas un astuto cazador había acechado la ciudad de Detroit aprovechándose de mujeres jóvenes.

El tercer cuerpo había sido encontrado hacía veinticuatro horas y mientras la policía buscaba pistas, nada se encontró. Los policías estaban desesperados por alguna pista que les pudiera revelar quien era el asesino.

Celeste sabía quien había cometido el crimen. Tomas fue la razón por la cual se había mudado a Detroit diez años atrás.

En ese tiempo, había tratado de conectar con él, pero el Ángel caído, cauteloso, había aprendido a través de los siglos a esconderse de los humanos y de los Enforsers por igual.

En la actualidad, había comenzado realmente a jugar un juego que Celeste esperaba poder detener a tiempo antes de que cometiera demasiados asesinatos.

Abriéndose entrando a la oficina, uno de sus mejores agentes gritó:

—Es como si se hubiera evaporado, Celeste. Ni una sola pista.

Al Risen se desplomó en su silla y la miró. Él se había unido a su Compañía de Investigaciones y Seguridad hacia ya siete años. La compañía se conocía por resolver casos imposibles y en mantener el orden en la Ciudad del Motor[1].

—Claro que ha desaparecido —Celeste no se volvió hacia él—. Tenemos a un asesino en serie en nuestras manos.

—¿Tenemos que tratar con él? —preguntó Al.

—Tú no. Yo lo haré.

—¡Demonios! Montgomery ha tratado de molestarte por meses. Te estás metiendo justo en el medio de sus fantasías, Celeste. ¿Cómo sabemos que no es él quien ha estado cometiendo estos asesinatos?

—¿Por qué lo haría, Al? ¿Para qué yo tenga que rogar por su ayuda? —Celeste rió— Él no me desea tan locamente.

Al movió la cabeza en desacuerdo.

—Cariño, él haría cualquier cosa por tenerte. Confía en mí, lo he visto en sus ojos.

Celeste había conocido a Adam Montgomery en la oficina del Alcalde hacía ya varios meses. Incluso antes de entrar en la oficina olió la fuerte esencia del cuero, del poder y del hombre. Su piel se acaloró y sintió como su vagina comenzaba a mojarse. Luego lo vio parado junto al escritorio.

Adam era más alto que ella. Sus hombros eran anchos y sus caderas angostas, su piel estaba morena por horas pasadas al sol. Sus inusuales ojos verdes claros estaban focalizados en ella. Sus labios eran finos y ligeramente crueles. Su pelo marrón claro, manchado con reflejos dorados que por poco tocaban sus hombros. Llevaba su traje de tres piezas como si hubiera sido criado rodeado de dinero y no en las calles como se rumoreaba.

Sus muslos se apretaron y su clítoris crecía a medida que lo frotaba en contra de sus jeans. Trató de mantenerse calmada pero no pudo controlar las reacciones de su cuerpo. Sus pechos se pusieron pesados y sus pezones se convirtieron en pequeños guijarros. Celeste nunca había estado tan excitada y Adam lo sabía. Había visto su excitación danzar en sus ojos. La atracción instantánea la asustó.

Él le había pedido una cita pero ella lo rechazó. No importó cuantas veces se lo preguntara, ella continuó diciendo que no. Había peligro en sentir lujuria por Adam y sería un suicidio enamorarse de él. Celeste temía que si llegara a compartir su cama, perdería su corazón y no podía perder ningún pedazo más de él.

Cuando Al se aclaró la garganta, Celeste se alejó de sus recuerdos y dijo suavemente:

—He concretado un encuentro.

—Iré contigo,— dijo Al.

Celeste negó con la cabeza.

—Iré sola, Al. Hubo tres mujeres asesinadas. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para atrapar al asesino.

Se puso su chaqueta y se alejó de la oficina.

—Incluso jugar a la puta del demonio. —susurró Al.

Mientras caminaba hacia el coche, Celeste repasó la información que había encontrado acerca de Adam Montgomery. No hacía daño saber todo del hombre con el cual iba a compartir el caso.

Adam era el líder de los Demonios, una banda que era dueña de las calles de Detroit. Ellos conocían todo lo que pasaba en las calles de la ciudad, ya fuera relacionado con el crimen o no, y estaban involucrados en casi todo. Ella había oído un rumor acerca de que Adam no permitía ciertas cosas en su ciudad.

Algunos crímenes eran demasiado terribles, incluso para él líder de los Demonios.

Él controlaba la mayoría de los lugares en Detroit con el miedo impuesto por su banda. Desgraciadamente, o quizás afortunadamente, Adam no sabía la extensión del Diablo lucrando en las sombras de la ciudad. Ella lo conocía y estaba asustada de él.

Adam miró a la rubia alta esperándolo en el bar. Maldición, ella era hermosa. Con casi seis pies[2] de alto, aun era unos centímetros más baja que él.

Tenía curvas en los lugares correctos, con un gran par de tetas y un par de largas piernas. Su pelo rubio oscuro era largo, alcanzando la mitad de su espalda en sutiles ondas. Tenía una cara en forma de corazón con labios llenos y nariz firme. Rara vez sonreía y menos aun reía, y siempre llevaba su actitud de «No te metas conmigo».

Había algo acerca de Celeste Young que hacía a Adam pensar en diamantes. Ella era dura pero brillante y sus facetas deslumbraban en el aburrido mundo en el que vivía.

Mirando profundamente a sus ojos, Adam pudo ver que había un fuego helado ardiendo dentro de ella. Si era furia o sólo locura, él no tenía idea.

Cada día, desde que la había conocido, le había pedido una cita. No estaba acostumbrado a que le dijeran que no. Usualmente, si la mujer decía que no, él dejaba de molestarla y seguía hacia la siguiente. Pero había algo acerca de Celeste que lo tenía atrapado. Nunca estaba lejos de sus pensamientos.

Cuando entendió que su fascinación con la chica de piernas largas no iba a desaparecer, envió a Jakar, su asistente, a que investigara su pasado. Raro, ella parecía no existir diez años atrás cuando llego a Detroit. Un día abrió su negocio en una oficina en un edificio en la ciudad. Antes de ese día, le fue imposible a Jakar encontrar nada acerca de ella.

Jakar su mano derecha, pensaba que era un tonto por perseguir a una mujer que no lo deseaba pero el misterio que la rodeaba, lo atraía como a una polilla a la llama.

Finalmente cansado de ser rechazado, le había dicho a Celeste que lo llamara cuando estuviera lista.

Sabía porque ella lo había llamado. Al mismo tiempo que se encontraba excitado por una probada de Celeste Young, estaba rabiando por el asesino. ¿Cómo había entrado a la ciudad sin que uno de los empleados de Adam tuviera alguna noticia acerca de ello? Ya había enviado a sus hombres a buscarlo, estaba dispuesto a ayudar a Celeste a encontrarlo, pero se preguntaba si ella estaba dispuesta a pagar por el precio que requería dicha ayuda.

Su pene se endureció dolorosamente por atención y sonrió. Esta noche este engendro del diablo iba a conseguir una probadita del cielo.

—Celeste, —susurró en su oreja a la vez que se acercaba detrás de ella.

Era alta pero él igualmente tenía que doblar su cuello para oler su suave piel.

—Incluso en un oloroso bar, te las arreglas para oler bien.

Se le acercó, restregando su erección en contra de su culo cubierto por los jeans. Sabía que aunque ella estaba tratando de evitar que su cuerpo se relajara, se restregó contra él.

—Cuidado bebé. Estoy en una delgada línea ahora.

Él sonrió suavemente.

—No me llames bebé. Así es como se llama a una pequeña rubia mascando chicle. No soy del tipo de las porristas. —Celeste sonrió.

Se podía ver que estaba contenta de ver como lo afectaba.

—Gracias a Dios por eso, Celeste. No quiero tener que limpiar el chicle de mi pene.

Ella rió.

—¿Qué te hace pensar que mi boca estará cerca de tu pene?

—Llámalo una corazonada.

Adam dio un paso hacia atrás y agarró su brazo.

—Vámonos fuera de aquí. No es un lugar seguro para ti.

Él se dio cuenta de que las personas estaban mirándolos detenidamente, ella giró hacia él.

—Puedo cuidarme sola, Adam. No necesito ningún macho protegiéndome. Aparte, tengo un amigo.

Ella cuidadosamente acaricio su 9 mm Glock[3] que tenia enganchada a su costado.

El pene de Adam se movió. El único pensamiento en su cabeza era esperar que ella cuidara de él tan delicadamente cuando fuera su turno.

—¿Nos entendemos, Adam?

Su sonrisita le dijo que ella sabía lo que estaba pensando. Él salió de su ensueño como si hubieran roto una botella en su cabeza.

—Celeste, la única razón por la cual estás parada aquí y no tirada afuera es porque estás conmigo. Cada persona en el bar sabe que pasaría si alguien se mete conmigo.

—Eres muy posesivo para ser un hombre que aun no me ha follado.

—Después de que lo haga, no querrás a ningún otro hombre. — prometió Adam.

—Y tú no querrás a ninguna otra mujer.

Celeste se alejó tranquilamente de la barra.

—Apuesto a eso, Celeste —susurró Adam mientras la seguía fuera del bar mirando el movimiento de sus caderas.

—¿Dónde vamos? —le preguntó Celeste mientras él arrancaba su camioneta.

—Hacia algún lugar donde podamos hablar. —contestó Adam mirando por la ventana.

No podía mirarla o terminarían fuera del camino. Su camiseta blanca era tan apretada que se traslucía que no estaba usando corpiño, sus pezones estaban comprimidos contra el algodón. Cayendo en la tentación, se estiro hacia ella y alcanzó un pezón entre sus dedos pulgar y medio. Apretando y tirándolo hacia afuera, escuchó como ella gritaba por la sorpresa y luego gemía de placer.

Su pene estaba creciendo, buena cosa que él vistiera pantalones holgados o habría estallado la cremallera.

El sonido del Aleluya de Handel interrumpió el momento.

—Es el mío. —dijo Celeste y alcanzó su teléfono.

Adam gimió.

—Si... ¿Qué sucede? —Celeste trato de sonreírle a Adam. Había escuchado la frustración en su gemido —Bueno, ¿Dónde lo encontraron?

Adam la miró. Lentamente se introdujo en un puesto de estacionamiento vacío. Puso la camioneta en punto muerto y la observó.

—Estaremos en unos instantes... Si Montgomery está conmigo.

Celeste cortó.

—¿Donde? —preguntó él.

Tenía el presentimiento de que había sido encontrado otro cuerpo.

—En un departamento vacío en la Avenida Grand River. Al dijo que el cuerpo estuvo allí varios días, por lo que no es una muerte reciente.

—Este es el cuarto.

—Desgraciadamente, parece que estuvo muerta mucho más tiempo del que pensamos. Lo que es peor, él está comenzando a matar cada vez más seguido.

Se quedaron callados, de fondo el partido de Hockey en la radio llenaba el silencio

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