Catalina

Catalina

Daners VanTersec

Catalina limpió la brocha por última vez y la colocó cruzada sobre el vaso que había dispuesto para el propósito. Eran las seis de la tarde y, según sus cálculos, apenas tenía el tiempo necesario para prepararse.

Sacudió la brocha un par de veces más y se aseguró de que el óleo estuviera en un estado en el que pudiera sentirse orgulloso de regresar a casa. Un poco más de color y un cuarto del paisaje más próximo. Era un cuadro agradable, y apenas había trabajado con él unos días. Hacia apenas dos le había preguntado aquello que algunos tardan meses en responder: "¿Qué quieres ser?" Para su sorpresa la respuesta le vino rápido, y poco a poco los colores se prestaron para el sueño. Algo de naranja, y violeta dominaba la mayoría de las sombras, pero Catalina logró hacer un argumento por algo de amarillo. "Siempre debía haber algo de amarillo" le repetía al óleo mientras mezclaba el tono exacto en la paleta. A veces no sabía si lo hacía por convencerlo o por no sentirse culpable de influenciar la voluntad ajena pero como de costumbre, en el momento en el que la broca acariciaba el óleo sabía que había estado lo correcto, y que había evitado lo que habría sido una tragedia por obra de tercero y omisión propia.

Miró una vez más al óleo antes de taparle para su descanso: "Estás quedando precioso" pensó para si misma y tomó el resto de sus pertenencias. Catalina vivía apenas a unas casas del parque y disfrutaba la caminata que representaba trasladarse a otro lugar para poder pintar. Y no era que su casa la disgustara, pero su pequeño apartamento, aunque acogedor, era un recordatorio de cuan confinada estaba a sus circunstancias. De cómo la guerra se había llevado lo mejor de una vida de la cual el amarillo de sus pinturas y sus conversaciones con los oleos era lo único que le quedaba. No había marido que llorar, ni negocios que lamentar. Solo un padre que volvió enfermo y mucho más viejo de lo que se marchó. A veces se preguntaba si algún oleo le pediría ser como su padre. ¿Le pediría ser joven de nuevo? ¿Le pediría ser recio y caradura, con medallas y boina militar? ¿O solo podría pintarlo como terminó de vivir? Tratando de mirar más allá de la ventana, añorando salir al sol y odiando las marcas que este le había dejado. En secreto esperaba que el óleo que le pidiera ser el padre que le hacía muñecas con las sobras de la sastrería, así podría pintarlo sonriendo y masticando la pipa que tenía en los labios más por hábito que por vicio.

Cuando Catalina llegó a casa el sol no se había comenzado a poner, pero la luz entraba ya por su ventana en ángulos extraños, e iluminaba la pequeña estancia con colores poco comunes. Violeta, rojo... Quizá si esperaba un poco. Dejó el óleo en al lado de la puerta, y sus insumos de puntura en la mesa cuya exclusividad disfrutaban. Aún tenía tiempo, quería tomar un baño y después... No había pensado en un después. Sabía por qué había regresado temprano a casa en fin de semana. Cuando usualmente tenía la libertad de quedarse pintando hasta que prendieran las farolas de aceite que iluminaban la plazuela del parque, ella había emprendido el camino temprano casi sin pensarlo, pero con intención firme. Tenía una cita, y debía arreglarse un poco. Ambas cosas no le causaban terror, pero eran cosas que su mente solo rondaba superficialmente antes de que fueran inminentes.


Salió del baño apenas con una toalla cubriéndola. Era verano, y el calor hacía que fuera casi innecesario utilizar ropa en casa, mucho menos abrigarse del frio después de un baño. Se deslizó por el pasillo con el cuidado necesario para no sufrir de un resbalón y entró a su cuarto apenas sosteniendo la toalla sobre sus pechos. Dos pasos mas adelante se encontró ese con quien tendría una relación de amor y odio durante las siguientes horas. Catalina se miró al espejo y dejó que la toalla se terminara de deslizar sobre su busto. cuando esta cayó al suelo se paró sobre ella para secarse los pies y dejar caer las últimas gotas, se acomodó el cabello e inevitablemente se encontró con su propia mirada. Se miró a los ojos, y luego a los labios. Catalina sabía que era una mujer atractiva. Le gustaban los contrastes de su piel, en especial las pecas que comenzaban a aparecer sobre sus pechos, sus manos, y sus mejillas. Eso, en contraste a la palidez de su demás piel era algo que le agradaba. Le gustaba tener señales de que el sol no le era ya un extraño, pero que mantenían una cordialidad suficiente para respetarse. Ella nunca pintaría al sol, y el sol nunca la pintaría a ella.

Report Page