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Casino » Primera parte: Apostar sobre la línea » 3

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«Casi un requerimiento papal.»

El Zurdo no tuvo nada que ver con el violento final de la historia de la organización. Creció relacionándose prácticamente con los mismos jefes que Spilotro; sólo que les proporcionaba un tipo de servicio distinto. Les daba la oportunidad de ganar en las apuestas.

Según los federales, Fiore Buccieri, Fifi, el jefe del hampa del West Side, fue uno de los que sacaron más provecho del prematuro talento de El Zurdo en las previsiones. Fifi era un personaje de aire intelectual, corpulento, con gafas y una prótesis dental en el paladar. Empezó su carrera criminal como delincuente juvenil, y a los diecinueve años ya era un elemento importante en el círculo de Al Capone. Sus primeras detenciones se remontaban a 1925, con acusaciones de extorsión, soborno, robo y asesinato. Únicamente fue declarado culpable del cargo de robo con allanamiento de morada, que le redujeron a robo menor.

El Zurdo había conocido durante toda su vida al capo de la calle, que tenía aspecto de persona seria. Las fuerzas del orden sospechaban que la familia de El Zurdo se relacionaba con Buccieri desde que el jefe mafioso y el padre de El Zurdo habían estado en el mismo negocio de venta de verduras al por mayor. Hacia 1950, cuando El Zurdo contaba veinte años, ya se le había visto circular por la ciudad con Buccieri. Tras pasar todo un día en las pistas, Buccieri a menudo le invitaba a dar una vuelta. Según los federales, afirma Bill Roemer, agente retirado del FBI:

El Zurdo sabía perfectamente quien era Buccieri, y una invitación de aquel tipo era casi un requerimiento papal.

En general, los corredores de apuestas y pronosticadores jóvenes se mantenían alejados de las personas que controlaban el hampa, si bien, según el FBI, la policía de Chicago y el Comité contra la Delincuencia de Chicago, Rosenthal ocupaba una plaza especial entre los jefes del hampa. Como recuerda Roemer:

Podía verse a El Zurdo circulando por la ciudad con algunos personajes clave de la organización. Iba a tomar café con ellos. Entraba en locales donde la organización no solía admitir a extraños. Teníamos información de que acudía a muchas de sus residencias en la ciudad y el campo, en Winsconsin y en Lake Geneva. Conocía a todo el mundo, pero tenía una relación más estrecha con dos elementos que más tarde pasaron a la dirección: Turk Torello y Joey Aiuppa. Y probablemente Fifi Buccieri habría asumido la dirección suprema de no haber muerto de un cáncer.

A causa de su relación de amistad con los principales dirigentes del hampa, Rosenthal siempre tuvo un acceso poco corriente a la cúpula. Al ser judío y no poder por ello entrar en la organización, no tuvo que atenerse a las múltiples normas tradicionales de protocolo, que restringían el acceso a aspirantes como su compañero Tony Spilotro o incluso a hombres hechos y derechos. El Zurdo no tenía que pedir permiso para hablar con Buccieri, con Turk o cualquier otro de la cúpula de la organización. Según los federales, El Zurdo alcanzó su situación única al conseguir que estos personajes ganaran dinero. En primer lugar, era un buen pronosticador y en segundo lugar, podía proporcionarles el tipo de información interna que se negaba incluso a los jefes. En palabras de Roemer:

El Zurdo estaba en la posición ideal para enterarse de los caballos dopados, los combates amañados, los árbitros comprados, y hasta el último apaño en el juego que uno pueda imaginarse, aparte de que conocía siempre a la gente adecuada con quien compartir tal información. Más tarde, los jefes lo utilizaron cada vez que se percataron de que sus propios negocios de apuestas u otras operaciones no les reportaban tantos beneficios como antes. Disponíamos de información fidedigna según la cual los jefes supremos llamaban a El Zurdo en cuanto se les planteaba cualquier problema en sus operaciones de juego. Era algo así como el detector de problemas de la organización. Él interrogaba a la gente, incluso a los importantes.

Dirigir una franquicia de juego ilegal no es tan fácil como uno pueda imaginar. Los que trabajan para los jefes intentan constantemente timarlos. Se trata de gente muy ambiciosa y muy corrupta. Los propios integrantes de una banda intentan constantemente robarse entre sí. Incluso a sabiendas de que alguien va a acabar en el portaequipajes de un coche si lo pillan, siguen intentando mangar unos dólares aquí o allá.

El Zurdo creció andando de aquí para allá con tipos de la organización. En realidad casi no conocía nada más. Para él aquello era normalísimo.

Tal vez El Zurdo no formara nunca parte del engranaje violento del hampa, pero nunca estuvo muy lejos de él. Si hacemos caso a Roemer:

Si bien Rosenthal pretende que no hizo más que apuestas y tal vez algo de correduría, es imposible mantenerse tan cerca del hampa sin mancharse las manos de sangre.

Una noche, según Roemer, El Zurdo se hallaba en el restaurante Blackmoor. El propietario del local era un hombre de negocios normal, a pesar de que por allí solían circular corredores de apuestas y jugadores relacionados con la mafia, como El Zurdo. El propio Roemer afirma:

Aquella noche el local estaba abarrotado cuando aparece por allí un personaje importante de la organización. Iba solo. El hombre conocía bastante a El Zurdo y se saludaron. Nuestros agentes de paisano tomaron buena nota de la situación.

Transcurre una media hora. Serían casi las doce de la noche y de pronto aparecen otros cuatro de la banda. Tipos violentos. Saludan con la cabeza a El Zurdo y uno de ellos se dirige al propietario diciéndole:

—¡Ya puedes cerrar, todo el mundo fuera!

El dueño normalmente cerraba entre las tres y las cuatro de la madrugada, pero cuando los tipos le dijeron, «¡Apaga las luces!», todo el mundo, incluso El Zurdo y el mismo propietario, salió a la calle.

Cuando el mafioso que había llegado solo se dispuso a salir, los gorilas lo detuvieron.

—¡Tú te quedas, mamón! —le dijeron—. No te muevas del taburete.

En cuanto nuestros agentes estuvieron en la calle con el resto de clientes, los gorilas propinaron una paliza de muerte al pobre tipo. Uno de nuestros hombres fue al teléfono y llamó a la policía. El Zurdo se quedó fuera oyendo el sangriento incidente como todos los demás. Cuando salieron los gorilas, ya lo habían dejado por muerto.

En realidad, uno de ellos dijo a El Zurdo y a otros que permanecían por allí:

—Vale, podéis socorrerle si es que sigue vivo.

El tipo estuvo dos o tres meses en el hospital. Se salvó por los pelos. Le inutilizaron los riñones. Tuvo que ir en silla de ruedas el resto de su vida. Creo que sigue vivo, porque en una ocasión preguntamos por él.

Más tarde descubrimos que el tipo recibió la paliza porque se complicó la vida discutiendo estúpidamente con la mujer de otro gerifalte y no se le ocurrió más que decir: «Que te jodan, que le jodan a tu marido y a todos vuestros putos amigos». La mujer se lo contó al marido y éste acudió al jefe superior a decir que él y su mujer querían una reparación. Éste es el mundo en el que creció El Zurdo. Aquí se demuestra con qué facilidad puede acabar una persona, aunque pertenezca a las altas esferas del hampa, en una silla de ruedas para siempre. Precisamente por ello la gente como El Zurdo aprendió a andar con muchísimo cuidado. Saben que por más dinero que consigan para sus jefes no pueden cometer el más mínimo error.

No obstante, según Frank Culotta, El Zurdo en una ocasión tuvo la valentía de hablar con Buccieri y probablemente aquello contribuyó a salvar la vida de Spilotro.

Era la época en que Buccieri tenía a todo Chicago aterrorizado. Oí contar la historia en aquellos momentos, pero más tarde Tony me explicó lo sucedido. Aunque pueda parecer una locura, un maníaco entró en casa de Fiore Buccieri con un revólver y asaltó a la mujer de Fiore. Cuando Buccieri volvió a casa se puso hecho una furia. Quiso saber todos los detalles. Su mujer le dijo que se trataba de un tipo bastante elegante, con acento de Nueva York. Que apareció en la puerta, la apuntó con el revólver y le hizo abrir la caja fuerte. El ladrón se llevó unos 400.000 dólares en efectivo y prácticamente todas las joyas de ella. Como quiera que no se había molestado en cubrirse la cara, cabía esperar que no fuera de la ciudad, pero Fiore pidió a la poli una docena de álbumes con fotos de los sospechosos y obligó a su mujer a pasar las miles de páginas en busca del rostro del ladrón.

Dos semanas más tarde, Buccieri sigue sin saber quién ha ido a robar a su casa y está cada vez más exasperado. Todo el mundo está aterrorizado. Con tan sólo sospechar que sabías lo que había ocurrido, eras hombre muerto, pero la verdad es que nadie tenía la menor información. Luego, un individuo que pretendía poner los puntos sobre las íes a Buccieri le comenta que el único que está lo suficientemente majara como para conocer a quien puede haber hecho algo así es Tony Spilotro.

Años después, cuando Tony descubrió quién había sido el rastrero mamón quiso matarlo, pero el tipo ya había muerto.

De todas formas, por aquellos días, Buccieri dice que quiere que Tony se presente en su casa. Tony sabe que El Zurdo es amigo íntimo de Buccieri y al parecer le pregunta si sabe lo que quiere el otro. El Zurdo le dice que no lo sabe y se van los dos juntos a ver a Buccieri. El Zurdo siempre estaba en casa de Buccieri.

Cuando llegaron allí, según comentó Tony, Buccieri tenía dos individuos del tamaño de dos frigoríficos junto a la puerta. Entraron y la mujer de Fiore se quedó mirándole como si viera al diablo. Dijo que ni siquiera lo reconoció. Al parecer no las tenía todas consigo. Hacen pasar a Tony y a El Zurdo al sótano y allí Buccieri le dice a Tony que se siente en una silla. Según Tony, Buccieri no hacía el menor caso a El Zurdo, que permanecía de pie en segundo término. Entonces Buccieri mira a Tony y le dice:

—¿Tú sabes lo que me ha sucedido?

—Sí —responde Tony—, y lo siento.

—Yo no te preguntaba eso —dice Buccieri—. Limítate a responder a mi pregunta.

—Sí —dice Tony—, he oído hablar de ello.

—¿Tienes idea de a quién puede corresponder este palo? —dice Buccieri.

—No —responde Tony, con un aire algo molesto ante tanto rollo. Como si estuviera respondiendo a un poli.

—¿Seguro? —pregunta Fiore.

Tony se cabrea y dice, quizás con cierto sarcasmo:

—Ya he contestado a esta pregunta.

Tal como lo contaba Tony, no había cerrado aún la boca y ya tenía en el cuello las manos de Buccieri, que empezaban a estrangularlo. Tony pensó que iba a morir. Según él, ya no podía respirar. Sintió náuseas y debilidad.

Entonces se dio cuenta de que El Zurdo estaba allí de pie, a su lado, implorando a Buccieri que se detuviera. Oyó como decía que de saber Tony quien lo había hecho, habría delatado al tipo. El Zurdo dijo que Tony tenía la lengua muy larga pero que no tenía intención de faltarle al respeto. Él mismo oía que El Zurdo seguía hablando al oído a Buccieri hasta que por fin éste lo soltó. Dio un paso hacia atrás. Tony estaba mareado, tosía. Estaba a punto de desvanecerse.

Buccieri lo miró y le dijo:

—No quiero volver a verte por el Cicero, y, si descubro que estabas al corriente de lo que pasó en mi casa y no me lo dijiste, te limpio el forro a ti y a toda tu familia.

Tony comentó que, a pesar de que El Zurdo le salvó la vida, los dos salieron de aquella casa antes de que su dueño cambiara de opinión.

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