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Casino » Primera parte: Apostar sobre la línea » 7

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«¿Verdad que nunca has estado con alguien como yo?»

Cuando El Zurdo la conoció, Geri McGee llevaba unos ocho años saliendo con individuos de los casinos. Era propietaria de la casa donde vivía. Cuidaba de su hija de once años, Robin Marmor, cuyo padre era el novio que había tenido Geri en el instituto, Lenny Marmor. Ayudaba a su madre, Alice, que estaba enferma, y a su hermana, Barbara, a quien el marido había abandonado con dos hijos. De vez en cuando, Lenny Marmor acudía a casa de Geri para ver a su hija y casi siempre para pedirle dinero prestado para algún negocio que iba a salir redondo. En alguna ocasión, recibía la visita de su padre, Roy McGee, un mecánico de automóviles de California, que llevaba muchos años separado de su madre.

Geri ganaba entre 300.000 y 500.000 dólares anuales embaucando clientes del casino y acudiendo a fiestas con destacados jugadores. Sacaba unos 20.000 dólares al año con su trabajo de bailarina en el Tropicana, empleo que le proporcionaba el permiso de trabajo, expedido por la oficina del sheriff de Las Vegas, que demostraba que se dedicaba a una actividad remunerada. Al disponer de dicho permiso, en los casinos no podían molestarla los polis de la brigada antivicio ni los guardianes de seguridad de los hoteles de Las Vegas.

—Todo el mundo adoraba a Geri porque se dedicaba a mover mucho dinero —comentaba Ray Vargas, un ex aparcacoches del hotel Dunes—. Se solía juntar por aquel entonces con otra chica de bandera: Evelyn. Geri era rubia. Evelyn, pelirroja. Se lo montaban fenomenal.

Geri tenía claro que había que cuidar a la gente, y lo hacía. La verdad es que, en Las Vegas, cualquier persona inteligente se dedica a buscarse la vida en los casinos. Nadie vive de una nómina de aparcacoches o de croupier. En Las Vegas funciona así. El que sea algo listo y viva allí, está metido en el ajo. Precisamente por eso viven allí.

Y Geri se las apañaba bien, porque cada vez que sacaba tajada repartía unos cuantos billetes. Siempre sabía dónde conseguir estimulantes para mantener despierto a algún tío forrado del mundo del hampa. En general sacaba la pasta de los pavos, claro que a mí me daba igual. A mí siempre me conseguía dinero, y yo lo necesitaba. Por aquel entonces, la protección en el aparcamiento me costaba cincuenta mil dólares al año, cantidad con la que untaba al gerente del casino para poder acceder.

Las Vegas es la ciudad de los sobornos. Una ciudad del desierto a la que le ocurre lo mismo que al que anda entre miel: que algo se le pega. Un lugar en el que un billete de veinte dólares sirve para comprar un visto bueno, uno de cien, la adulación, y uno de mil, la canonización. Se cuentan historias de croupiers que han conseguido miles de dólares en propinas de destacados jugadores que han tenido buenas rachas, incluso se espera que alguno de los más fuertes apueste unos cientos o miles de dólares para corresponder a la cortesía de la casa. Las Vegas es una ciudad en la que todo el mundo se ocupa de los demás. Los maîtres de los establecimientos más lujosos no sólo pagan por conseguir el puesto de trabajo sino que a menudo pasan a quien les ha contratado un tanto por ciento de sus propinas semanales. Las chicas listas como Geri reparten propinas a diestro y siniestro. Ella sembraba dólares para que se le multiplicaran en la cosecha.

Como afirmaba Frank Rosenthal:

Geri estaba enamorada del dinero. Para ella salir una noche era perder el tiempo si no volvía a casa con los bolsillos llenos. Al principio, a mí me trataba como si yo fuera un pardillo. Uno de los primos que la rodeaban. Ya me había metido en su engranaje.

Tuve que regalarle un broche de diamantes de dos quilates en forma de corazón para conseguir salir con ella. Cuando íbamos a alguna parte, me pedía dinero para ir al lavabo. Yo solía darle un billete de cien dólares. Contaba con que me devolvería algo de cambio, pero jamás lo hizo. Nunca me devolvió un solo centavo.

En una ocasión se lo comenté y me respondió que lo había perdido jugando al blackjack camino de la mesa. Sabía que mentía. Me importaba poco el dinero. Lo que no quería era que me utilizara para jugar con otro de sus pardillos. Tenía un fichero con todos sus nombres. Conocía a elementos de todo el país. Clientes. Cuando iban a aparecer por la ciudad, la llamaban. Eran como amigos. Gente con la que iba de copas. Con algunos de ellos jugaba. Con otros salía y con algunos llegaba hasta el final. Todo dependía de lo que podía sacar. Si no tenía claro que quería volverte a ver o sacarte dinero, podías olvidarte de ella. Te había tachado.

Por aquella época, Geri trabajaba mucho. Llevaba el peso de toda la familia. Tenía que mantener en casa a su madre, a su hija, a la hermana y a dos sobrinos. Aparte del ex novio, el padre de la criatura. También lo mantenía, sobre todo después de que lo pillaran haciendo de macarra en Los Ángeles.

Más tarde retiraron a Marmor los cargos de proxenetismo.

Geri McGee y su hermana, Barbara, se criaron en Sherman Oaks y asistieron al instituto Van Nuys con Robert Redford y Don Drysdale. Su padre, Roy McGee, trabajó en estaciones de servicio y como calderero. Su madre, Alice, fue hospitalizada por enfermedad mental; una vez curada, se dedicó a planchar. Según Barbara McGee Stokich:

Probablemente nuestra familia era la más pobre del barrio. Hacíamos de canguros, rastrillábamos las hojas secas, dábamos de comer a las gallinas y los conejos de los demás. No era muy divertido. De pequeñas, toda la ropa la sacábamos de los vecinos. Era lo que menos podía soportar Geri.

Geri empezó a salir con Lenny Marmor en el instituto. Era el muchacho más avispado del centro. Llevaba gafas de sol en clase. Geri tan sólo tenía quince años. Ella y Lenny bailaban horas y horas. Baile de salón. Ella era una excelente bailarina. Veía a alguien realizar un paso de baile y ya era capaz de repetirlo.

Ganaron trofeos de plata y distintos premios bailando en concursos por todo el valle y en el Hollywood Palladium. Geri ganó concursos de modelo en bañador e hizo algunos trabajillos en este campo. En la familia, a nadie le gustaba Lenny, pero él siempre rondaba por allí, actuaba como si fuera su agente. Ella no quería que lo viéramos con las gafas de sol.

A nuestro padre no le gustaba nada Lenny. Intentó que lo dejaran. Fue a hablar con el director del instituto. Mi padre siempre había querido ser poli. Una vez se puso tan furioso con Lenny que fue a su casa y le pegó una paliza.

Pero Lenny era astuto y convenció a Geri de que su propio padre lo trataba con crueldad. Consiguió que Geri se compadeciera de él ya en la época del instituto. Por ello, empezaron a verse a escondidas.

En 1954, cuando se graduó Geri, nuestra tía Ingram, la hermana de mi padre, que heredó muchísimo dinero al morir su esposo, propuso mandar a Geri a la Woodbury Business School, al mismo centro donde me había mandado a mí dos años antes. Pero Geri no quería ir a Woodbury. Quería ir a la Universidad de California en Los Ángeles o a la Universidad del Estado. Nuestra tía se negó a ello. No quería hacer por Geri más de lo que había hecho por mí. Y entonces Geri dijo: «No, gracias. No me interesa Woodbury. No es lo que me conviene». En lugar de ello, consiguió un trabajo de dependienta en Thrifty Drugs. No le gustaba. Luego trabajó de cajera en el Bank of America. Tampoco le gustó. Más tarde se empleó en las oficinas de Lockheed Aero Jet. Al director de allí le gustó mucho mi hermana. Consiguió que me contratara a mí como taquígrafa de los técnicos.

Mi hermana cogió un piso y Lenny se trasladó allí; él la llevaba a fiestas en Hollywood para que conociera gente y ella seguía bailando y posando en concursos de modelos en bañador.

En 1958, nació su hija Robin y Lenny convenció a Geri para trasladarse a Las Vegas. Era capaz de convencerla de lo que fuera. Él decía que era un jugador de billar profesional. Decía que era vendedor de coches. Pero la verdad es que yo no recuerdo que hubiera trabajado en su vida. Él vivía en Los Ángeles pero decía que ella podía hacer mucho dinero en Las Vegas. Nuestra madre se fue a vivir allí para ayudarla con Robin.

Cuando Geri llegó a Las Vegas, hacia 1960, trabajó como camarera en un club y como corista. Mi padre la visitaba de vez en cuando, pero le afectó mucho descubrir lo que hacía Geri. Fue muy duro para papá. Se percataba de lo que sucedía, pero para no perder a una hija tuvo que aceptar su sistema de vida.

En 1968, ya salía con Frank, en la época en que tuve que instalarme con ella cuando se largó mi marido. Geri era muy generosa conmigo. En aquellos momentos, sin ella no habría podido salir adelante. Ella lo tenía todo. Tenía inversiones muy seguras. Había ahorrado dinero. Sabía, sin embargo, que no iba a durar. Decía que tenía más de treinta años. Me contaba que no podía durar.

Un día, ella y yo estábamos charlando con una amiga suya que se llamaba Linda Pellichio. Geri nos contaba que había una serie de hombres que querían casarse con ella. Hombres de todas partes querían casarse con ella. Tipos de Nueva York y de Italia. Pero ella tenía la impresión de que no se podía marchar. Tenía a Robin, a mamá, a Lenny y a nuestro padre. Se preguntaba si podía casarse con Lenny. Nos dijo que él pretendía casarse con ella, pero yo le dije que acababan de detenerle en Los Ángeles por macarra y que por ello le habían entrado de pronto las ganas de casarse. Le dije que Lenny quería casarse con ella porque tenía dinero y podía sacarlo de la cárcel y pagar a los abogados. Pero todo aquello ya lo sabía ella. Nos miró a mí y a Linda:

—¿Qué hago? —dijo.

Linda Pellichio tenía la respuesta. Jamás lo olvidaré.

—Cásate con Frank Rosenthal —le dijo Linda—. Es muy rico. Cásate con él, sácale el dinero y luego te divorcias.

Geri respondió:

—No puedo casarme con él. Es triple géminis. Todo dualidades —Geri creía en el horóscopo—. Géminis es la serpiente. Hay que andar con tiento con una serpiente.

Por aquella época, Geri también salía con Johnny Hicks. Le encantaba Johnny Hicks, y él se habría casado con ella de no haber tenido unos padres tan ricos. Eran los propietarios del hotel Algiers y no querían que se casara con ella. Él lo habría perdido todo. La verdad es que Johnny tenía un fondo de fideicomiso de diez mil dólares al mes. Creo que si hubiera podido se habría casado con ella.

Cada día hablaba más de casarse. No quería seguir viviendo de la forma que lo había hecho hasta entonces. Me dijo que iba a encontrar marido.

Rosenthal, El Zurdo, había estado casado de joven durante poco tiempo. Le ponía nervioso pensar en casarse de nuevo. Geri no era exactamente la chica ideal para presentar a mamá. Nadie la habría tomado por una persona capaz de sentar la cabeza; cada cita era una aventura. Según él:

Antes de salir conmigo, había tenido relaciones con Johnny Hicks. El muchacho era diez años más joven que Geri. Procedía de una familia acaudalada. Habían sido propietarios del hotel Algiers y del casino Thunderbird. Le gustaba hacerse el duro. Se juntaba con una peña que se dedicaba a apalear putas. Él era de ese estilo.

Geri salió con él antes de llegar yo. Salían, y si alguien intentaba irse con ella o acercársele un poco, Hicks le pegaba una paliza. De las gordas.

Le gustaba pegar patadas a la gente cuando la tenía en el suelo. Un auténtico camorrista.

Una noche me encuentro con Geri en el Caesar's. Nos juntamos con Bert Brown, un amigo mío jugador, y con Bobby Kay, el enano que llevaba el Galleria del Caesar's. Sin venir a cuento, Geri dice: «Vámonos al Flamingo». Dice que tiene ganas de bailar. Sabe que yo no bailo, pero quiere ir de todas formas. Salir con Geri era eso. ¿Vale? Vale.

Nos vamos allí, nos sentamos en una mesa del pasillo y allí aparece ni más ni menos que Johnny Hicks con tres de sus colegas, uno de ellos, Bates, experto en armar follón en los clubs. Cuando Hicks pasa junto a mi mesa me doy cuenta de que me dirige una mirada asesina. Sabe que salgo en serio con Geri. Que ahora está conmigo. Se acabaron las tonterías. Por la mirada comprendo que allí se va a armar una gorda, pero no puedo hacer nada por evitarlo.

Ahora bien, Geri, en lugar de quedarse sentada y no provocar el lío, decide ir a bailar. Yo le digo: «Ya sabes que no bailo, Geri». Y ella va, se levanta y se pone a bailar con Bert Brown.

Todo va como una seda hasta que veo que Hicks se levanta y le da unas palmadas en el hombro. Bert Brown se retira un poco. Veo que Geri y Hicks están hablando pero no oigo lo que dicen.

Luego, Geri se pone a bailar con Hicks. De golpe, me fijo en que le pone las manos sobre los hombros como empujándola con muy poca delicadeza.

Perdí el control. Recuerdo que me abalancé hacia él. Recuerdo que me precipité contra él, chocamos y los dos fuimos a parar al suelo. Él era más fuerte que yo y consiguió ponerse encima de mí; con las manos y los dedos empezó a arañarme la cara y desgarrarme la piel. Unos cuantos de seguridad e incluso su colega, Bates, lo apartaron de mí y lo contuvieron. Mientras lo empujaban hacia atrás, él iba pegando patadas y no me dio en la cabeza por milímetros.

Yo estaba enloquecido. Volví al Trop, donde vivía, abrí la maleta y cogí una pistola. Iría a buscar al hijoputa aquél y lo mataría. Queda claro que estaba fuera de mí.

Salí en busca de Hicks. La cara me había sangrado mucho. Bobby Kay y Geri me salen con ruegos y súplicas, pero no les hago caso. Al cabo de poco, Elliott Price y Danny Stein, del Caesar's, me frenaron, me llevaron a mi habitación y me tranquilicé.

¿Qué esperaba yo? Empiezo a salir con una de las tipas más espectaculares de todo el puto Estado, por no decir de todo el puto país. ¡Válgame Dios!

Claro que lo era. ¡Ahí es nada!

Era tonto de remate. Ingenuo. ¿Me entendéis o qué? Y no paraba de repetirme: «¿Qué hago yo con esta mujer? ¿De dónde la habría sacado?».

La verdad es que durante esta época, en una ocasión, le dio por tirarse un farol. Fue interesantísimo. Nos disponíamos a meternos en la cama. Me miraba con una leve sonrisa.

—¿Verdad que nunca has estado con alguien como yo? —me dice, con la sonrisa en los labios—. ¡A que no!

Ya sé que tenía razón, pero le pregunté a qué se refería.

—¿Alguien como tú?

—Sabes perfectamente a qué me refiero —dice—. Nunca has estado con alguien como yo. Con alguien que tenga un aspecto como el mío. ¡A qué no!

—Pues te diré la verdad, Geri —dije—. No, nunca.

Pensé en ella en aquel preciso instante y comprobé que tenía razón. No acababa de creerme que aquello fuera todo mío. Nunca me había metido en la cama con alguien como ella.

Ella se limitó a mirarme y seguir sonriendo.

El juez de paz Joseph Pavlikowski casó a Frank y Geri el 1 de mayo de 1969. Según El Zurdo:

Nunca se cuestionó nada. Sabía que Geri no me amaba cuando nos casamos. Pero me atraía tanto cuando se lo propuse que pensé que sería capaz de crear una familia perfecta y una relación perfecta.

Antes de casarnos, hablamos sobre el hecho de que una persona podía crear o alimentar una forma de amor, de admiración, de respeto. ¿Qué es el amor? Hablé con ella sobre el tema. Pero no andaba confundido.

Se casó conmigo por lo que yo representaba. Seguridad. Fuerza. Un tipo bien relacionado. Un tipo que inspira respeto. Podía convertirme en un buen padre. Y ella ya no era una niña. No quería seguir de embaucadora en las mesas de juego. Tontear con sus jugadores. Quería ser respetable. Dejar el trabajo del Tropicana.

Cuando salía con ella, algunos amigos me avisaron. Me decían: «Oye, esta chica te va a desplumar. No sabes de dónde viene».

La verdad es que me consideraban un pardillo. Y lo era. Y aquella era gente que, creo, se preocupaba por mí. Intentaba decirme: «No lo hagas». Me veían siempre con ella. Estaba comprometido al máximo con ella.

Algunos la conocían desde hacía unos años. Yo la conocía de unos meses. Y tenía la impresión de que era más avispado que los demás. El ventajista era yo. Yo era eso, yo era aquello. Y me veía capaz de domar a Geri. Me importa un rábano que beba demasiado. ¿Qué pasa? Podía acabar con aquello en un día. No sabía nada sobre el alcoholismo. ¿Cómo iba a saberlo? Nunca había bebido. Mi vida se limitaba a hacer de ventajista, de ventajista y de ventajista. Eso era todo lo que sabía.

El día de la boda, se levantó y se fue a una cabina a llamar por teléfono. Salí a comprobar si le ocurría algo y oí que hablaba con Lenny Marmor. Le oí decir que se acababa de casar con Frank Rosenthal. Mientras hablaba me di cuenta de que estaba llorando. Oía que decía: «Lo siento, Lenny. Te quiero. Es lo mejor que puedo hacer». Estaba despidiéndose del amor de su vida. Colgó el teléfono y me vio. Me dijo que era algo que tenía que hacer. Le respondí que lo comprendía, pero que el pasado ahora era el pasado. Nos habíamos casado. La vida sería distinta. Cogí la copa que Geri llevaba en la mano y volvimos juntos al banquete.

De modo que nos casamos. Formidable. Fue una noche terrible. Tal vez reunimos a quinientas personas. Su familia. Mi familia. Amigos. Caviar. Langostas. Champán para quinientas personas. Erigieron una capilla en el Caesar's Palace. No tengo ni idea de a cuánto ascendió la factura. En mi boda, todo casó.

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