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Casino » Tercera parte: La retirada » 22

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«Hoy o bien ganamos un montón de dinero o bien nos hacemos muy famosos».

En los periódicos, aparecían artículos sobre El Zurdo y Geri, Tony y Geri, y El Zurdo y Tony, y relatos de agentes anónimos encargados de la aplicación de la ley que «temían una guerra mafiosa Rosenthal-Spilotro». El FBI explotó la publicidad deliberadamente. William K. Lambie Jr., director del Departamento de Investigación Criminal de Chicago, recibió copias de recortes de prensa sobre Spilotro y Rosenthal procedentes de un oficial de policía de Las Vegas, quien le pedía que difundiera la historia por Chicago con el «objetivo concreto de desconcertar a Joe Aiuppa».

Un informe de Lambie en el expediente presentado ante la Comisión indicaba que su fuente de Las Vegas había «suministrado copias de recortes de prensa en relación con el asunto Spilotro-Rosenthal... Me pidió que me pusiera en contacto con un miembro de la prensa local de modo que la historia se pudiera publicar junto con una nota que indicara que las autoridades federales hacía mucho tiempo que estaban al corriente del asunto Spilotro-Rosenthal debido al seguimiento que se hacía de Spilotro. Esta información tiene la intención de desconcertar aún más a Aiuppa».

Aparecían artículos sobre Rosenthal y Spilotro en los periódicos de Chicago, la columna de Art Petacque y la dominical de Hugh Hough en el Chicago Sun Times, por ejemplo. En aquella época, Joe Aiuppa tenía más motivos para estar preocupado por el tema de Tony Spilotro que para andar mariposeando.

Según comentaba Cullotta:

Nadie sabía que hacíamos los robos hasta que nos hicimos demasiado famosos. Pero en cuanto abrí el puto antro de las pizzas, Tony empezó a rondar demasiado por allí. Era mejor cuando quedábamos de tapadillo y nos encontrábamos en distintos parques. Tony había sido un tipo de restaurante toda la vida, y mi garito para él era un placer. Le encantaba el negocio y quería formar parte de cualquier negocio de restauración, sobre todo con su colega.

Y no había nada que él no pudiera hacer. Te decía: «Oye, si necesitas dinero, me lo dices. Pondré lo que sea en este garito».

Es mi garito, pero le encantaba trajinar con las recetas, y rondaba por allí siempre. Le chiflaba. Y entre tanto, me estaba jodiendo el negocio. El tema es que por allí solían venir todas las estrellas de cine. Y los polis las paraban en la calle.

Como Wayne Newton. Viene al local a comer, se acerca y se encuentra con toda una comitiva a su alrededor. Los polis saltan de los coches y le dicen a Wayne:

—¿Sabe adónde va?

—Sí —responde—. Voy al Upper Crust.

—Los propietarios del local son tipos del hampa —dicen ellos.

—Vengo a comer, no a hablar con ellos —dice él.

Y por eso los polis observaron que Tony estaba siempre allí. Fue entonces cuando todo empezó a ir cuesta abajo. Normalmente yo podía circular. Ellos pensaban que yo no era nadie. Un don nadie por allí. Hasta que me controlaron en el antro con él. Me controlaron allí con él. «Eh, ¿quién es ese tipo?». Y entonces me investigaron y vieron que volvíamos a lo de cuando éramos unos chiquillos.

Ahí se acabó todo. Era demasiado tarde. Y dije: «Joder!». Hasta entonces me había movido discretamente. Vivía a tope, pero seguía una línea discreta. Me investigaban por varias cosas, pero no por estar asociado con Tony ni con la organización. Hasta que estuvimos juntos demasiado a menudo.

Yo era un tipo testarudo. No creo que tenga que registrarme cuando vengo a la ciudad por el hecho de tener antecedentes o haber cumplido condena. De modo que nunca me presenté en la oficina del sheriff. Y nadie me molestó hasta que me vieron tan a menudo con Tony.

Para mí eso era una gilipollez. A la mierda. A la mierda esa ciudad de elite. Solía mandarlos a tomar por culo. No les decía dónde vivía.

Entonces me detuvieron; me cayó un buen marrón. Y luché contra ellos. Todo me importaba un huevo. El juez rechazó los cargos, pero la poli me detenía continuamente. Y yo seguía luchando contra ellos. Nunca les decía dónde vivía. Ellos ya sabían dónde vivía. Pero yo me negaba a decírselo.

Les tocaba las pelotas sin cesar.

Y ahora Tony está siempre en mi garito y me envía a su chaval y al equipo de béisbol, y están todos allí todo el día. Y si tengo que ser sincero, a mí no me importa. Me gusta. Y a los demás también, incluida la policía.

Solían estacionar el coche en el aparcamiento y observar. Y desde allí tomaban las fotos. ¿Todas aquellas fotos de Tony saliendo de un restaurante? En todas salía de mi restaurante.

Allí nos fue bien hasta que una noche la poli mató a Frankie Blue. Tony y yo estábamos sentados fuera delante del restaurante. Frankie Blue pasó por allí. Trabajaba de maître en el Hacienda. Su padre, Stevie Blue, Stevie Bluenstein, era agente de negocios en el sindicato de restauración.

Era un buen chaval.

—Frankie, quita de una puta vez esa matrícula de Illinois del coche —le dije.

—No es muy buena idea llevar esa matrícula, Frankie —le dijo Tony.

—La cambiaré —respondió el chico—. Me andan siguiendo un par de individuos.

—Seguramente es la pasma —dijimos.

Le comentamos lo de la matrícula de Illinois. Para los polis de Las Vegas eso sólo significa Chicago.

—No sé —dijo—. Me han seguido demasiado. Hasta la esquina me ha seguido un Bonneville.

Nos dio un beso a mí y a Tony, y se fue. Era un muchacho muy respetuoso.

Ahora creo que él pensaba que intentaban robarle. Resulta que había algunos individuos que se dedicaban a robar a mano armada a los maîtres porque llevaban los bolsillos llenos de billetes de veinte dólares. Él no sabía que esos tipos eran policías porque si no jamás hubiera hecho lo que hizo. No era estúpido. Toda su vida había andado con matones. Y la bofia lo mató. Iban en un coche sin identificación.

Media hora después, recibimos una llamada de Herbie Blitzstein. Herbie vivía allí mismo donde sucedió todo.

—Han matado a Frankie —dijo.

—Pero si acaba de irse —dije.

—Los muy jodidos le han vaciado dos cargadores al lado de mi casa.

—Tenemos que coger a esos cabronazos —dije.

—Han declarado la guerra —respondió.

—En cuanto estén a punto —dije.

Le dije que sabía que tenía que haber sido Gene Smith. Porque sabía que Gene Smith iba por él. Smith era un jodido poli patriotero.

Lo que ocurrió fue que Frankie se fue y lo siguieron. Llevaba un arma en el coche. No nos lo había dicho. Decía no saber quién le estaba siguiendo. Ellos afirmaron que cuando intentaban retenerlo, él sacó el arma. Ellos saltaron del coche y dispararon con una nueve milímetros y un treinta y ocho hacia la puerta del coche. Sí, lo mataron. En el acto. Después dijeron que habían encontrado el arma en el coche. «En su mano.» Eso es lo que dijeron.

Tal vez había efectuado un movimiento imprudente al acercarse a las puertas de seguridad. Estaba en un barrio con vigilancia, en el cual hay puertas que se abren y entras con el coche. Y lo asesinaron justo fuera, enfrente.

Tony y ellos se dirigen al lugar. Me dice que me quede allí. «Por si llaman por teléfono —dice—. Vuelvo enseguida.» Se metieron en los coches y se fueron para allá. Fue horrible. Los polis se asustaron. La situación se estaba poniendo muy tensa. Y la policía ahí fuera es muy rápida en sacar la pistola. Tienen miedo. Siempre tiemblan. Siempre están como un flan.

Después volvieron todos. Tony. Herbie. El padre, Stevie Blue, Ronnie Blue, el hermano. Volvieron todos allí; todos lloraban y hablábamos. Intentábamos hablar esquivando la vigilancia. No vimos ni a un puto policía por allí. Se limitaron a apartar a toda la gente de la calle porque sabían que algo iba a pasar, ya que Tony estaba fumando.

Sí, estaba fumando. Estaba tramando algo. Tenía alguna idea para desencadenar un disturbio racial. Se le ocurrió utilizar a los negros para arrancar y entonces podemos cargarnos algunos; no se refería a los negros.

Utilizarlos como excusa. Fingir que unos polis asesinaban a unos cuantos negros y empezar el jaleo, porque en esta ciudad los polis se meten realmente con los negros. Los tenían encerrados en unas zonas determinadas y nosotros íbamos a liberarlos del encierro.

Eso es lo que realmente quería hacer Tony, pero no ocurrió nunca. Empezaron a suceder otras muchas cosas. Primero, ellos intentaron acusarnos de pasar en coche por allí y disparar contra la casa de un policía. No lo hicimos. Alguien lo hizo y nos cayó a nosotros.

En ese momento, Tony dijo: «Estos cabronazos tratan de incriminarme por disparar contra la casa de ese soplapollas. Quieren dar la vuelta a la situación». Lo hicieron a propósito para quitarles a la bofia de encima por el asesinato de Bluestein.

Los polis mataron al muchacho. Nunca había visto a Tony tan desquiciado. Daba patadas a las sillas. A las paredes. A todo. Quería mucho a aquel chaval. En el funeral, apareció todo el mundo. Tony ordenó que se mostrara respeto por el chico. Incluso El Zurdo fue al velatorio, pero no se situó cerca de Tony.

Los interrogantes surgidos del asesinato intensificaron la tensión en la relación de Spilotro con la policía local. La policía haría cualquier cosa para coger a Tony, y él haría cualquier cosa para dificultarles la acción. En noviembre, cuando un guardián de seguridad del casino Sahara sopló al departamento de inteligencia que Spilotro estaba almorzando en la cafetería con Oscar Goodman, Kent Clifford, el jefe del departamento en cuestión, tuvo una gran satisfacción. El agente Rich Murray, que estaba patrullando por la zona, se dirigió rápidamente al lugar. Spilotro estaba en la lista negra estatal y tenía prohibido oficialmente entrar en todos los casinos de Nevada. La infracción supondría que al él le detendrían y al casino se le impondría una multa de 100.000 dólares.

Los guardias de seguridad del Sahara habían vigilado la mesa de Spilotro, puesto que habían recibido la información de Mark Kaspar, un agente especial del FBL. Antes de llamar a la policía, los de seguridad incluso habían llamado al FBI para asegurarse de que existía el agente Kaspar.

Cuando el agente Rich Murray entró en la cafetería, los de seguridad lo saludaron y le señalaron la mesa de Spilotro. Dijeron que el abogado de Spilotro, Oscar Goodman, se acababa de levantar para ir al servicio.

Murray se acercó a Spilotro y le pidió la documentación; Spilotro dijo que no la llevaba. Cuando Murray dijo que sospechaba que era Anthony Spilotro, el tipo negó que fuera Anthony Spilotro. En el momento en que Murray estaba a punto de detener a Spilotro y llevárselo para ficharlo, volvió Oscar Goodman e insistió en que ese hombre no era Tony Spilotro. Murray lo detuvo de todos modos.

Diez minutos después, mientras Murray estaba rellenando la ficha de Spilotro, llegó el detective Gene Smith y vio que Murray había detenido al hermano dentista de Tony, Pasquale Spilotro. Evidentemente, soltaron a Pasquale Spilotro enseguida, si bien antes comunicaron el fracaso a la prensa.

El jefe del departamento de inteligencia, Kent Clifford, siempre creyó que habían elegido como objetivo el departamento. Por una razón: Mark Kaspar negó, en una declaración jurada, haber realizado una llamada al Sahara por el tema Spilotro. Y, por otra parte, parece ser que Goodman no le había dicho a Murray que el hombre en cuestión era el hermano de Spilotro.

La ira entre Clifford y los agentes locales y Spilotro y su banda iba en aumento, y llegaron al punto de acusarse mutuamente de disparar contra sus casas y coches. Empeoró de tal forma que un día, cuando se informó a Clifford de que dos de sus agentes estaban en la lista de acciones, se ciñó el arma, cogió a un colega armado, y se fueron los dos a Chicago.

Se dirigió directamente a los domicilios de Joe Aiuppa y Joey Lombardo —los dos jefes inmediatos de Spilotro— con el objetivo de hacerles un careo. Pero cuando Clifford y su colega llegaron a casa de Aiuppa, la única persona que había era la esposa del jefe, que tenía setenta y dos años. Después fueron a casa de Joey Lombardo, pero, igualmente, su esposa era la única que estaba en casa.

En su posterior relato del viaje a Chicago en Los Angeles Times, Clifford comentó que después «localizó» al abogado de Lombardo y fue a visitarlo, advirtiéndole: «Si alguno de mis hombres sale herido, volveré a las casas que acabo de visitar y dispararé contra todo lo que se mueva, camine o se arrastre».

Clifford explicó que entonces fue a un hotel y esperó hasta las dos y media de la madrugada, momento en que recibió una llamada que le deseaba un «viaje seguro». Eso, dijo, era la contraseña preestablecida con el abogado de Lombardo de que se había anulado la supuesta acción contra los dos agentes. Clifford, que ahora trabaja como agente inmobiliario en Nevada, se negó repetidas veces a conceder entrevistas.

Según Cullotta:

Las cosas se iban poniendo peor. Teníamos al chalado de Kent Clifford llamando a la puerta de Lomby y Aiuppa. No quiero imaginarme lo que le dijo la mujer a Aiuppa cuando llegó a casa esa noche. Unos cuantos polis locales se armaron una noche, dispararon unos tiros contra la casa de John Spilotro y por poco le dan a su chaval. A buen seguro asesinaron a Frankie Blue y todo el mundo lo sabía, independientemente de lo que ellos dijeran. Y encima, Tony estaba sometido a fuertes presiones por el tema del dinero y nos presionaba a nosotros para conseguirlo.

Acababan de acusar a Joey Lombardo junto con Allen Dorfman y Roy Williams de intento de soborno al senador de Nevada en relación con el tema de los fondos del Sindicato de Camioneros, y Lomby necesitaba efectivo. Tony me tenía volviendo locos a los chicos. Cada dos semanas desvalijábamos joyerías. Se nos acababan los sitios en Las Vegas. Volamos a San Jose, San Francisco, Los Ángeles y Phoenix. Normalmente, yo le llevaba todo el botín a su hermano Michael, a Chicago, pero incluso a Michael le habían caído dieciocho meses por un caso de apuestas, de modo que liquidábamos el material como podíamos.

Primero me enteré de que había más de un millón en efectivo y joyas de Joey DiFranzo en la cámara acorazada de la joyería Berma de la West Sahara Avenue, desde hacía más o menos un año. Sabíamos que se trataba de un negocio familiar y que había una caja fuerte con al menos quinientos mil dólares en efectivo. Cada día se podían ver las joyas con sólo mirar los escaparates.

El local estaba totalmente equipado con alarmas, pero entré fingiendo que deseaba comprar algo para reconocer el terreno. Mientras hablaba con la mujer que me atendía, la manipulé de forma que pude ver el interior de la cámara acorazada. Observé que allí dentro no había alarma.

Le comenté a Tony el golpe y me dijo que «metiera» a Joe Blasko. Blasko había sido poli, pero le echaron cuando descubrieron que trabajaba más para Tony que para el sheriff, así que Tony siempre se aseguraba de que ganara.

Tony dijo que tal vez Blasko pudiera conseguir rápidamente cincuenta mil dólares del golpe en Bertha, de modo que pudiera sacarse de encima al tipo por el momento.

Por desgracia, uno de los tipos que estaba en el asunto trabajaba para el FBI. Era el gilipollas de Sal Romano. En ese momento no lo sabíamos, pero los federales lo habían pillado en un caso de drogas e intentaba esquivarlos entregando a Tony y a nosotros.

Siempre supe que no era trigo limpio, pero todos consideraban que era un buen tipo y Ernie Davino dijo que dominaba la ganzúa y que era un experto en cerraduras.

Teníamos a Ernie Davino, Leo Guardino y Wayne Matecki, que eran los que entrarían por el tejado.

Sal Romano, Larry Neumann y yo estaríamos en el coche, arriba y abajo de la calle, con los ojos bien abiertos; además todos teníamos antenas detectoras y walki-talkis de la policía, tanto los chicos de dentro como los de los coches.

Al otro lado de la calle teníamos a Blasko, el poli, dentro de un camión que utilizaba para esconder el cemento, con un gran supermán pintado en él. Blasko estaba sentado allí también con una antena y un walki-talki de la policía.

Escogimos el fin de semana del Cuatro de Julio porque contábamos que no habría nadie rondando por allí, y si teníamos que provocar alguna explosión, la gente pensaría que se trataba de fuegos artificiales. Además, como el lunes era fiesta, seguramente no entraría nadie hasta el martes, dándonos aún más tiempo para deshacernos de la mercancía.

Empezamos a media tarde. Recuerdo que cuando llegamos aún había luz de día.

Entramos en Bertha por el tejado para evitar las alarmas. Yo había reconocido el terreno en busca de detectores de movimiento. Son esas cajitas con luces rojas colocadas en la pared o en la puerta. Parecen alarmas contra incendios domésticas.

En Bertha no había detectores de movimiento, pero sí otras alarmas corrientes. Vi la cinta. Había cinta en todas las puertas.

Normalmente, se aparca el camión a un lado del edificio y se practica un agujero. En Bertha, sin embargo, pensamos que si la cámara acorazada era de acero, no sólo de cemento, necesitaríamos sopletes y se tarda unos cuarenta y cinco minutos. Por eso decidimos entrar por el tejado.

Pero justo cuando empezamos, recibo un aviso de Sal Romano. Dice que tiene el coche clavado en el aparcamiento detrás del centro comercial, a una manzana de Bertha. Dice que no puede empezar la maldita acción.

Me dirijo hacia allí en el coche y le recojo, y no lo entiendo porque yo mismo había comprobado el coche antes del robo. Mal asunto. Me cabreo. Utilizo mi Riviera para apartar su coche. Para dejarlo lejos. No queremos que quede por los alrededores del lugar de la acción.

Además, llamé por radio a Larry Neumann y le dije que recogiera a Sal en Sahara Avenue, al otro lado de la calle de donde se hallaba Bertha, para que pudieran recorrer la calle arriba y abajo vigilando juntos. Ya se sabe, cuatro ojos ven mejor que dos.

Entre tanto, oí que los chicos ya habían perforado el tejado y que se disponían a entrar.

Entonces, recibí una llamada de Larry que decía que estaba recorriendo Sahara Avenue y que no encontraba a Sal. Éste tenía que estar en la acera esperando que lo recogiera Larry.

Larry estaba maldiciendo a Sal y proclamando que tendrían que haberlo matado hace mucho.

«Ajá», pensé. Después vi que bajaban por la calle coches patrulla, y por el walki-talki comuniqué que saliera todo el mundo fuera.

Habíamos acordado citas de seguridad para los chicos de dentro y les dije que salieran todos fuera, que teníamos a la poli encima. Oí que desde dentro decían que era demasiado tarde; los polis ya estaban en el tejado.

A mí me pararon en seguida, pero a Larry no lo cogieron hasta Paradise Road.

Finalmente, nos detuvieron a todos, pero no había ni rastro de Sal Romano. Entonces vi que realmente se trataba de un chota. Los federales nos habían pillado. Conocían nuestro plan desde el principio.

Después de aquello, Sal se paseó por las calles de Chicago durante una semana. Me ofendió que Tony no matara al individuo por mí. Le dije a Tony que Sal era el delator, pero él no hizo nada al respecto.

De todos modos, el FBI nos había estado esperando en un edificio justo al otro lado de la calle. Nos habían estado vigilando con prismáticos desde las ventanas. No teníamos ninguna opción. Iban a utilizar el caso de Bertha para hundirnos a todos, y lo hicieron.

La detención en Bertha fue el principio del final de la banda de Tony en el Gold Rush. Nos retuvieron todo el día, y eso dejaba a Tony al descubierto.

La mañana del golpe, recuerdo que vi pasar al FBI. Conocía la mayoría de sus coches y de sus rostros.

—El FBI no trabaja los fines de semana —le dije a Tony—. ¿Por qué están ahí?

—Puede que no estén ahí por ti, seguramente me siguen a mí —dijo. Nos vigilaban constantemente.

Al irme, le dije: «Hoy o bien ganamos un montón de dinero o bien nos hacemos muy famosos».

Las detenciones de Spilotro, Cullotta, el ex poli Blasko y la Banda del agujero en la pared fueron la culminación de tres años de investigación de la actuación de Spilotro en Las Vegas, según el fiscal Charles Wehner, de las Fuerzas de intervención contra la delincuencia organizada. Y aunque el Departamento de Justicia no obtuvo exactamente los tipos de pruebas que reafirmaran su primera premisa —que Spilotro llevaba el funcionamiento de casinos para la mafia—, había miles de conversaciones grabadas mediante micrófonos ocultos y metros de cintas magnetofónicas y de vídeo de seguimiento que demostraban que Spilotro, como capo de la mafia en la ciudad, había ordenado asesinatos, robos a mano armada, robos con allanamiento de morada y conspiraciones para la exacción de dinero.

Oscar Goodman, que acompañó en su comparecencia a Spilotro, de la cual salió en libertad bajo una fianza de 600.000 dólares —reducida después a 180.000—, comentó que las detenciones no eran más que una vendetta por parte de la policía contra su cliente. Dijo que a ninguno de sus clientes lo habían agobiado tanto como a Spilotro. Y también según comentó Goodman:

Estas últimas escuchas telefónicas son consecuencia de un seguimiento continuo por parte del gobierno en un intento de encontrar alguna excusa vaga y distorsionada para continuar con la acción de llegar a algo con que incriminar a Anthony Spilotro.

Pero según el agente del FBI jubilado Joe Gersky, que trabajó durante años en el caso Spilotro:

Eso era diferente. Esta vez teníamos un testigo directo, alguien que había formado parte de la Banda del agujero en la pared, alguien que estaba en el plan de Bertha: teníamos a Sal Romano.

Antes nunca habíamos contado con un testigo real contra Spilotro. Romano nos habló del robo, en el cual tenía que haber participado, y sobre cuándo y dónde se tenía que llevar a cabo, y todo había coincidido a la perfección. Además lo teníamos bajo custodia, protegido y vivo.

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