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Casino » Segunda parte: Aceptar la apuesta » 13

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«Él no tenía ni idea de lo que estaban haciendo ni de cómo lo hacían.»

Allen Glick era en ese momento el propietario del segundo casino más grande de Las Vegas. Hacía el trayecto entre Las Vegas y su casa en La Jolla —una mansión de estilo normando con pista de tenis, piscina y una colección de coches entre los que se encontraban un Lamborghini y un Stutz Bearat con moqueta y tapicería de piel de visón— en un Beechcraft Hawker 600. Su despacho, en el ático del Stardust, estaba decorado en tono morado y blanco, y allí se sentaba para conceder entrevistas sobre su éxito como hombre de negocios. Incluso le hablaba a la prensa sobre su capacidad de mantenerse quieto, sin apenas moverse, durante largos períodos. «Soy muy disciplinado», decía.

Abajo en la sala, Frank Rosenthal era el ejecutivo en temas de juego más importante de la ciudad, independientemente de cuál fuera su cargo. Había negociado un contrato de 2,5 millones de dólares. Tenía la intención de introducir una sección de apuestas deportivas en el Stardust y compareció ante la asamblea legislativa del estado en calidad de testigo pericial. Fue el primero en permitir que trabajaran mujeres como croupiers

de blackjack en el Strip y en un año dobló los ingresos de éste. Contrató a Siegfriedy Roy y a sus tigres blancos de la MGM y les ofreció construir un camerino para ellos siguiendo sus indicaciones; añadió un Rolls-Royce como gratificación. Según el propio Rosenthal:

La verdad es que había comprado el Rolls para Geri, pero ella prefería el Mercedes deportivo pequeño, y estaba siempre allí en el garaje, así que se lo di a ellos.

Los dos extravagantes magos hicieron de su espectáculo el más estupendo y duradero de la historia de Las Vegas.

Pero la vida en Argent no era nada tranquila. La prensa, en vez de agasajarlo, ridiculizó a Glick como canal de circulación para el dinero del sindicato de camioneros. En lugar de felicitarle por su gestión innovadora del casino, a Frank Rosenthal lo tenían siempre entretenido con problemas en relación con su licencia. Crisis tras crisis. Glick y Rosenthal debían esperar que las cosas se normalizarían y mejorarían una vez solucionada la cotidiana, pero al día siguiente siempre surgía una nueva. La fricción constante entre los dos hombres era lo de menos. A Rosenthal le había seleccionado la mafia para que fuera el hombre que llevara los casinos; ahora bien, su lucha contra los problemas de la licencia implicaba un control más exhaustivo de lo que era de desear. Allen Glick fue escogido como el hombre de paja de la mafia porque se consideraba que estaba limpio; pero incluso los que están limpios tienen pasado. En 1975, la operación inmobiliaria en San Diego de Glick desencadenó la aplicación del Capítulo 11, y Glick no cumplió el pago de un préstamo de tres millones de dólares que había pedido para comprar el Hacienda. Después se presentó un antiguo socio de dicha operación de Glick para amenazar a toda la organización de Argent.

Lo único que funcionaba bien era la desviación de dinero. Y durante mucho tiempo, esto era lo único que les importaba a los jefes de la mafia de Chicago. Durante años, el dinero desviado procedía de los casinos Stardust y Fremont; el motivo por el cual la mafia necesitaba en el lugar a un ingenuo rigurosamente correcto como Allen Glick era que el dinero siguiera entrando.

La práctica de despistar dinero —el bombeo ilegal de dinero en efectivo del casino, dinero que no se declara ni como impuestos ni como ingresos de la empresa— es tan antigua como la primera cuenta de casino. Durante los últimos años de la década de los cuarenta y en los cincuenta, después de que Bugsy Siegel abriera el Flamingo, esta práctica se utilizó para reembolsar en secreto a los primeros inversores de la mafia, quienes querían sus dividendos en efectivo para evitar problemas con el FBI y el fisco.

Existen muchas maneras de desviar dinero de un casino, y la mayoría de ellas ya se llevaban a cabo antes de que se incorporaran Glick y Rosenthal. Había desviaciones de facturas, sobornos en la comida y la bebida, robo en la sala de cuentas. Pero, sorprendentemente, las máquinas tragaperras durante mucho tiempo habían sido intocables debido a un problema logístico grave: la dificultad de transportar las monedas. Un millón de dólares en monedas de veinticinco centavos, por ejemplo, pesa veintiuna toneladas. Ahora bien, como las máquinas tragaperras cada vez tenían más importancia en el total de beneficios del casino, tenía que haber un sistema de hacerse con ese dinero.

Así, contrataron a George Jay Vandermark para controlar las máquinas tragaperras de Argent. Vandermark estaba perfectamente cualificado para el empleo: se le conocía como el mayor tramposo en las tragaperras de la historia. Según Ted Lynch, un conocido de Vandermark:

Jay se iba cuatro meses al año y recorría el estado abriendo máquinas. Todo lo que tenía que hacer era mirar la máquina y ésta entregaba el contenido. Le encantaba hacerlo. Yo le he visto abrir máquinas de hielo en las gasolineras únicamente por el placer de ver caer las monedas.

Vandermark era tan conocido por sus timos y por hacer trampas en las tragaperras que aparecía en la lista negra de Bob Griffin: un quién es quién de los estafadores de casino utilizado principalmente por los casinos. De hecho, cuando uno de los ejecutivos del casino Fremont vio entrar por primera vez a Vandermark en el casino, intentó echarlo; dio marcha atrás cuando le comunicaron que Vandermark era su nuevo jefe.

Una de las primeras cosas que hizo Vandermark al incorporarse a Argent fue eliminar los controles que protegían el registro exacto de todo el dinero en efectivo en la sala de cuentas. Centralizó la supervisión de las tragaperras de los cuatro casinos Argent y hacía transportar las monedas del Fremont, el Hacienda y el Marina al Stardust, donde se recontaban a diario.

Vandermark redujo, asimismo, el número de interventores que se dedicaban a comprobar dos veces que el peso y el valor de las monedas empaquetadas y apiladas se correspondiera con la cantidad de monedas sueltas que habían entrado en la sala de cuentas.

Cuando uno de los interventores se quejaba a Vandermark de que se le estaba privando de una garantía fiscal extremadamente importante, se le decía que eso no era de su incumbencia.

Después, el interventor lo ponía en conocimiento del Departamento de Control del fuego que iba inmediatamente a quejarse al tesorero de Argent, Frank Mooney, de que sospechaba que Vandermark robaba. Según el interventor, Mooney le dijo simplemente: «Haga lo que considere mejor en estas circunstancias».

Entre las innovaciones que Vandermark introdujo en el Stardust se encontraba el sistema de amañar los contadores de monedas para que registraran un tercio más de ganancias de las que se pagaban en realidad.

Era un golpe excelente, ya que, cuando se vaciaban las máquinas y se llevaban las monedas a la sala de cuentas, la báscula electrónica utilizada para pesar las monedas se había manipulado para que redujera el peso de las monedas en una tercera parte.

Vandermark disponía entonces de una tercera parte del total de monedas procedentes de las máquinas tragaperras para despistar, puesto que se habían amañado las tragaperras con la finalidad de que indicaran que los jugadores se habían llevado a casa aquella cantidad en concepto de ganancias.

No obstante, había un problema: cómo sacar toneladas y toneladas de monedas de la sala de cuentas, tan vigilada, por no hablar del casino. Pero Vandermark tenía una solución: creó bancos auxiliares en la planta del casino, donde los empleados que se encargaban del cambio de las tragaperras cambiaban las monedas que se querían despistar por billetes. Los bancos auxiliares burlaban el procedimiento normal del casino: nunca se llevaban los billetes a la ventanilla del cajero para que se contaran junto con el resto de billetes del casino. Vandermark hizo instalar unas pequeñas puertas metálicas a uno de los lados de los bancos auxiliares, de modo que una vez el empleado había deslizado los billetes en un compartimiento cerrado dentro del banco, un colaborador de Vandermark abría la puerta desde fuera y se llevaba los billetes en unos grandes sobres.

Los sobres procedentes de los bancos auxiliares de cada uno de los casinos de Argent se llevaban al despacho de Vandermark. Después el dinero se entregaba a unos mensajeros especiales que efectuaban viajes regulares transportando el dinero en efectivo entre Las Vegas y Chicago, donde se distribuía hacia Milwaukee, Cleveland, Kansas City y Chicago.

La práctica de despistar dinero de Argent era descarada. Nadie se dedicaba a llevarse a hurtadillas el dinero escondido debajo de la camisa en mitad de la noche. La gente que trabajaba en la sala de cuentas y en la ventanilla del cajero lo sabían todo al respecto. En una ocasión, tras manipular las básculas electrónicas, se instalaron los dispositivos detrás, de modo que al accionarlos la báscula reduciría el peso del recuento de monedas en un treinta o bien un setenta por ciento. Un día especialmente agitado, uno de los chicos de Vandermark accionó el dispositivo equivocado, y de repente la báscula reducía el peso de las monedas en un setenta por ciento. Vandermark se dio cuenta en seguida de lo elevado que era el recuento final y se percató de lo que ocurría. Exclamó:

—Tú, hijo de puta, nos vas a meter a todos en un lío. No podemos robar tanto.

Los ejecutivos más expertos del casino, quienes sospechaban que se estaba llevando a cabo algún tipo de desviación, tenían la experiencia suficiente para saber que no les interesaba de ningún modo seguir la pista de esa clase de asuntos.

Sabían que incluso una amenaza implícita involuntaria a la seguridad de la desviación de dinero podría tener consecuencias fatales.

Edward Buccieri, Marty, un primo lejano de Fiore Buccieri, era jefe de mesas en el Caesar's Palace. Corredor de apuestas que había cumplido condena, conoció a Allen Glick cuando éste intentó comprar por primera vez el King's Castle en el lago Tahoe el año 1972. Buccieri presentó a Glick a Al Baron y a Frank Ranney, los gestores de fondos del sindicato de camioneros, que después contribuyeron en la compra del Stardust por parte de Glick en 1974. En 1975, después de que la práctica del desvío de dinero hubiera empezado a hinchar bolsas de la compra con dinero en efectivo para los capos

de la mafia que habían dispuesto el préstamo, Buccieri empezó a agobiar a Glick. Quería una gratificación en concepto de su descubrimiento y pedía de 30.000 a 50.000 dólares. Según Beecher Avants, el jefe del departamento de homicidios local en ese momento:

Buccieri hacía años que tenía ojeriza a Glick. Buccieri le contaba a todo el que le escuchaba que primero él le consiguió a Glick los préstamos de la Caja de Pensiones y después Glick lo defraudó. Ahí estaba Glick como propietario de cuatro casinos, tres hoteles, aviones y casas por todas partes, mientras Marty seguía en las mesas del Caesar's en un turno de ocho horas.

Una tarde de mayo, Glick y Buccieri se encontraron en el hotel Hacienda. De nuevo, Buccieri sacó el tema de la gratificación. La conversación subió de tono, y Buccieri agarró a Glick por el cuello y lo amenazó. Los guardias de seguridad los separaron. Según Rosenthal:

Recuerdo a Glick cuando volvió después al Stardust. Tenía el rostro totalmente enrojecido. Estaba nervioso.

—Tengo que hablar contigo —me dice—. Es urgente. ¿Conoces a Marty Buccieri?

Yo no conocía al tipo. Lo conocía de oídas, pero no personalmente. Sabía que era un pariente lejano de mi amigo Fiore Buccieri, tal vez primos lejanos o algo así. Pero no lo había visto nunca.

Glick está desquiciado. Muy raro en él.

—Frank, no dejaré que esto vuelva a suceder. Y tú tienes que ayudarme —dice.

Le pregunté qué había ocurrido y me explicó que Marty lo había agarrado por el cuello y lo había empujado. Le pregunté por qué Buccieri había hecho algo así, pero Glick sólo quería describir lo que había sucedido. Me respondió con una gilipollez pero la cosa no quedó demasiado clara. Más tarde tuve la sensación de que se debió a que Buccieri consideraba que lo había estafado.

Una semana después del incidente, Buccieri estaba a punto de poner el coche en marcha en el aparcamiento para empleados del Caesar's Palace cuando dos hombres armados con sendas automáticas del calibre 25 con silenciador le dispararon cinco tiros en la cabeza. Como cuenta el jefe del departamento de homicidios Beecher Avants:

Fui a hablar con Glick sobre el asesinato. Glick tenía uno de esos despachos ostentosos, con un montón de espejos. Por allí tenía los aparatos electrónicos más modernos. Estanterías con libros y placas por todas partes. Máquinas electrónicas que registraban las cotizaciones de la bolsa. Lámparas caras, jarrones con flores. Era el despacho de un presidente. En todos los sitios donde te podías sentar te veías reflejado en un espejo. Glick era uno de esos tipos pequeñajos que se esconden tras una mesa grandiosa.

Glick dijo que había tenido un «altercado» con Buccieri, pero negó que Buccieri le hubiera agredido físicamente.

Mientras hablaba, Glick se mantenía quieto en su sitio. Muy controlado. Los hombres de negocios te dan respuestas a todo lo que les preguntas. Era como un zombi. Un ser inexistente. Y todos los espejos de la estancia reflejaban el mismo ser inexistente. Al cabo de un rato, me empecé a preguntar cuál de ellos era realmente Glick.

El Zurdo era otra historia. En su despacho no había espejos. Estaba limpio como una patena. Encima de la mesa no había nada. Detrás, tenía ese póster con un gran «¡NO!» que ocupaba el noventa por ciento del espacio y un pequeño «sí» apretujado en la parte de abajo.

El Zurdo estaba de pie detrás de la mesa, y lo único que movía era el lápiz, con el que siguió jugueteando.

El Zurdo era uno de esos tipos que no quieren decirte nada, pero siempre te hacía saber que sabía mucho más de lo que revelaba.

Beecher Avants y el departamento de homicidios pasaron meses intentando acusar a Tony Spilotro del asesinato de Buccieri, al cual habían controlado una semana antes del asesinato hablando con los del sindicato de camioneros en la cafetería del Tropicana. Mientras tanto, el FBI sabía al cabo de unos días que Frank Balistrieri había ordenado el asesinato desde Milwaukee. Según un importante confidente de Milwaukee, Balistrieri estaba convencido de que Buccieri era un delator y se dirigió a los capos

de Chicago en busca de la aprobación para llevar a cabo la acción. Se asignó el asesinato a Spilotro y su banda. Según el confidente, Spilotro insistió enfurecido a Balistrieri en que Buccieri no era un confidente; sin embargo, desempeñó la misión de todos modos. Hizo venir a dos asesinos: uno de California y otro de Arizona. A ninguno de ellos se le imputó jamás el crimen.

El FBI tenía gran parte de razón. Lo que no supieron en el momento, pero sí descubrieron más tarde, era que Marty Buccieri fue asesinado porque amenazó a Glick, y Glick era el hombre de paja de la mafia. Una amenaza a Glick se entendía como una amenaza a los capos

y al desvío de dinero. Puesto que preservar la inviolabilidad y seguridad del desvío de dinero nunca supondría un motivo para asesinar a Buccieri, los capos

que dieron la orden filtraron en la organización la historia de que se había convertido en confidente del gobierno. Ni siquiera Spilotro, el hombre a quien se asignó el asesinato desde Chicago, supo la verdadera razón que se escondía detrás del asesinato de Buccieri.

Seis meses después de la muerte de Buccieri, el 9 de noviembre de 1975, una acaudalada mujer de cincuenta y cinco años, llamada Tamara Rand, recibió cinco disparos en la cabeza y cayó muerta en la cocina de su casa en el barrio de Mission Hills de San Diego. Se trataba de una acción profesional. Los asesinos utilizaron un arma del calibre 22 con silenciador; no había señales de que hubieran forzado la entrada y no faltaba nada. El marido de Rand encontró el cadáver cuando volvía del trabajo. En palabras de Beecher Avants, del departamento de homicidios:

La mañana siguiente al asesinato, empecé a recibir llamadas de la prensa. Resultaba que Tamara Rand acababa de volver de Las Vegas y había discutido con Allen Glick.

¡Un gran parecido con lo de Marty Buccieri! No se puede discutir con este hombre y terminar sin que te asesinen. La cuestión era que Rand había reclamado determinadas acciones a Glick y había ido a los tribunales para exigir una parte del Stardust.

Era una mujer dura. Había volado hasta la ciudad en mayo para presentar la demanda y, al volver a San Diego, le contó a su sobrina que había discutido con Glick. También dijo que la habían amenazado, pero quién lo había hecho exactamente no quedó claro. Su sobrina dijo que no le dio importancia a la amenaza: «Lo que realmente le interesaba era poner en orden todas sus deducciones fiscales para el juicio».

Glick había luchado discretamente contra las reclamaciones de Rand de ser socia del Stardust durante años, pero el repentino asesinato al estilo mafioso provocó que el oscuro litigio pasara de las páginas de economía a la portada.

Glick se enteró de que habían asesinado a Tamara Rand al descender del avión de Argent en Las Vegas, y los periodistas y cámaras de televisión le dieron la bienvenida preguntándole por su reacción ante el asesinato. Tras mostrarse conmocionado, subió en una limusina de Argent y huyó del lugar. Al día siguiente, el departamento de relaciones públicas de Argent emitió un comunicado que decía que si bien Glick conocía a Rand y tenía gratos recuerdos de su amistad con ella, no había más comentarios.

Los periódicos encontraron los comentarios en alguna otra parte. Descubrieron que, unos dos meses antes del asesinato, Rand había intensificado sus acciones civiles contra Glick presentando contra él cargos por delito de estafa. Y ella había conseguido una importante y peligrosa victoria en el tribunal: ella y sus abogados tuvieron acceso a los documentos de la empresa referentes a los préstamos de la Caja de Pensiones del sindicato de camioneros.

Una semana después del asesinato, el San Diego Union

publicó una carta que había escrito Rand siete meses antes de su muerte, donde se detallaba su relación con Glick. No era nada halagadora. Se acusaba a Glick de vivir como un rey, de llevar a sus amigos en el avión de la empresa a los partidos de fútbol americano, de rodearse de un «ejército de juguete».

La publicidad en torno al asesinato —rematada por un artículo en Los Angeles Times

que informaba de que Glick era una de las diversas personas a las que se había interrogado en relación con ello— obligó a Glick a comparecer ante los periodistas en las oficinas de gestión del Stardust para emitir un comunicado replicando a las acusaciones. Rezaba así:

Durante las dos últimas semanas, y estos últimos días, se ha ofrecido de mí una vil imagen basada en puras mentiras, sucias insinuaciones y deducciones con un trasfondo delictivo sin ninguna otra finalidad que el periodismo sensacionalista.

Me siento obligado a responder a estos ataques desmesurados, no sólo por la tensión emocional que han provocado en mi familia, sino por respeto a los más de cinco mil empleados de Argent, a mis socios y amigos.

Dejar de responder a estas mentiras publicadas recientemente constituiría una traición a la integridad de mi familia, mis amigos y Argent.

Hace dos semanas, se encontró el cadáver de una mujer en su casa de San Diego. La señora Rand era una antigua socia en algunos de mis negocios y más recientemente fue parte interesada en un pleito interpuesto contra una empresa en la cual yo me encontraba en activo, así como contra mí personalmente.

La imagen que se ha dado de mí y las insinuaciones de que yo estuviera relacionado con el asunto o de que supiera algo de esa horrible tragedia constituyen una práctica irresponsable y carente de ética por parte de ciertos medios de comunicación.

El hecho de deducir que un desacuerdo empresarial podría tener relación con un cruel asesinato es despreciable. Agradezco a determinados miembros de la familia de la señora Rand que se hayan presentado para expresar personalmente su indignación ante tales acusaciones falsas.

Mi relación o bien la de alguna sección o empleado de mi empresa con el llamado «crimen organizado» es falsa.

La verdad es que nunca se me ha condenado o declarado culpable de un delito mayor que una infracción de tráfico. La verdad es que Argent gestiona tres hoteles y cuatro casinos en Las Vegas. La verdad es que se me concedió por unanimidad la licencia para gestionar el funcionamiento de esos hoteles y casinos después de una exhaustiva y minuciosa investigación... La verdad es que he tratado de llevar una vida social discreta basada en una relación familiar sana.

En lugar de reconocer estas verdades, ciertos miembros de los medios de comunicación han difundido continuas deformaciones de la realidad.

Yo no dispongo de ningún periódico, revista o cadena de televisión para responder abiertamente en contra de estas falsas acusaciones, pero cuento con algo a mi favor que no se puede deformar, difamar ni falsificar cuando se conoce: esto es la certeza de que Allen R. Glick no ha tenido relación, ni la tendrá nunca, con nada que no sea estrictamente legal.

Según el FBI, Tamara Rand fue asesinada para proteger el desvío de dinero; su asesinato lo ordenó Frank Balistrieri. Cuando a la señora Rand se le reconoció el derecho a exigir la presentación de los documentos relacionados con el préstamo concedido por el Sindicato de Camioneros a Glick y Argent, Balistrieri tuvo claro que el juicio tenía que suspenderse.

Así que Balistrieri viajó de nuevo a Chicago. Esta vez dijo a los capos

de la organización que Tamara Rand estaba a punto de poner en peligro todo el plan. Si se tenían que presentara juicio los libros del Sindicato de Camioneros sobre el préstamo concedido a Argent, en poco tiempo también tendrían que comparecer las personas en cuestión. Rand iba a hundir a Glick y a todo aquel que estuviera implicado en el proyecto.

Un confidente de Milwaukee le dijo más tarde al FBI lo que Balistrieri había dicho a los capos

de Chicago: «No queremos ningún fracaso. Tenemos que mantener una imagen limpia del genio. Él se vería en un aprieto si ella consigue continuar con el juicio».

No se procesó a nadie por el asesinato de Rand.

Y el desvío de dinero continuaba.

Se estima que Vandermark consiguió despistar entre siete y quince millones de dólares de Argent entre 1974 y 1976, suma que no incluye lo que se desviaba de las carreras y las apuestas deportivas del Stardust, del departamento de crédito o de las cuentas de comida y bebida. No había ningún departamento bajo el control de las reservas económicas de la empresa que no contara con la infiltración de socios de los capos.

Para los individuos que disponían los préstamos, el desvío de dinero del casino equivalía a haber encontrado petróleo. El dinero salía a raudales cada mes. Durante el primer año de gestión de Glick, entre agosto de 1974 y agosto de 1975, Argent registró una pérdida neta de 7,5 millones de dólares. Eso sobresaltó a Glick, ya que los ingresos totales de la empresa superaban en 3,4 millones de dólares los 82,6 millones del mismo período. Glick estaba tan fuera del ajo que atribuyó las pérdidas de los casinos Argent a los pagos adicionales de intereses que no se habían previsto, a la elevada depreciación de la moneda y los costes de amortización, a los adelantos a las filiales e incluso al aumento de los costes y gastos de gestión. «Él no tenía ni idea de lo que estaban haciendo ni de cómo lo hacían», dice Bud Halls.

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