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Casino » Tercera parte: La retirada » 15

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«A joderse. Reviéntala.»

Rosenthal El Zurdo

no tenía intención de abandonar ni de darse por vencido. Montó el estado mayor en su casa y emprendió una doble campaña: en primer lugar, seguir ejerciendo la máxima influencia en los casinos, y en segundo lugar, iniciar una serie de batallas legales con las autoridades estatales en el campo del juego para desafiar el poder del estado a que equilibrara las licencias de juego. Tales pleitos, acompañados de una gran publicidad, que cada vez se hicieron más duros, duraron años. Cada uno de ellos parecía perpetuarse toda una vida. Empezando por los tribunales de la ciudad y de allí a los estatales, a las salas de apelación, a los tribunales de distrito, a los de apelación a nivel federal hasta llegar al Tribunal Supremo de los Estados Unidos, El Zurdo

organizó un verdadero despliegue de maniobras legales. En alguna ocasión ganó, en otras perdió. Cuando ganaba, se trasladaba de nuevo a su despacho del Stardust. Cuando perdía, se retiraba de él. Tal como afirma Murray Ehrenberg, su gerente del Stardust:

A

El Zurdo le encantaba aquello. Pronosticaba sus pleitos de la misma forma que pronosticaba los partidos de fútbol. Empezó a leer. Empezó a investigar. Empezó a volver locos a sus abogados. Estaba en su ambiente.

Simplemente empezó. En enero de 1976, cuando se ordenó a El Zurdo

que abandonara el Stardust, siguió dirigiendo el casino. Murray Ehrenberg y Bobby Stella continuaban en sus puestos. Conectó el teléfono rojo entre su habitación y la zona de las mesas del Stardust. Antes de su despido se habían invertido miles de dólares del capital de Argent en la conexión entre su residencia y el sistema electrónico del casino, y en ello se incluían las cámaras de vigilancia del Ojo; veía todas las mesas de juego del Stardust a través de los aparatos de televisión instalados en su casa. Como cuenta Shirley Daley, camarera retirada del Stardust:

Nosotros sabíamos que él nos observaba porque de pronto Murray o Bobby empezaban a criticarte por detalles insignificantes que sólo podía haber detectado

El Zurdo, por ejemplo, una camarera que tardara demasiado en servir las bebidas o un

croupier que no llamara al jefe de mesas antes de cambiar un billete de cien dólares.

Según Ehrenberg:

Tenía que estar fuera de allí pero seguía dando órdenes. Recuerdo que una noche

El Zurdo nos convocó a todos a su casa. Por lo menos había quince coches aparcados fuera. Gene Cimorelli, Art Garelli, Joe Cusumano, Bobby Stella padre. Todos los jefes de casino se reunieron allí.

Lo que había sucedido era que yo había pescado a uno de los

croupiers de blackjack despistando unos mil seiscientos dólares y quería echarlo a la calle. Bobby Stella, sin embargo, pretendía que lo dejáramos pasar. Yo no tenía intención de perjudicar al tipo, sólo quería decirle que se había terminado. Pero Bobby quería discutirlo. Estábamos de pie en el salón y

El Zurdo nos escuchaba a los dos. Habían acudido también algunos jefes de mesa y de turnos pues habían presenciado el incidente. Tras escuchar a todo el mundo,

El Zurdo me dio la razón. Bobby tuvo un gran disgusto. No quería que echaran a aquel individuo, pero

El Zurdo se lo quitó de encima sin vacilar.

—¿Qué quieres, la palmatoria? —le dijo

El Zurdo.

Bobby sabía a lo que se refería éste. Bobby se había dedicado al negocio de los dados por cuenta de Momo Giancana. Cerró la boca al instante.

Tanto inquietaron a Allen Glick las reuniones de El Zurdo

con el personal del casino que decidió encararse con ello:

Todos las negaron o afirmaron que se trataba de unas visitas estrictamente sociales. Por fin contraté los servicios de una agencia de detectives privados para que los siguieran. Quería comprobar con qué periodicidad se organizaban aquellas «reuniones sociales».

En cuanto tuve el informe de los investigadores, recibí una llamada de Frank Balistrieri. Estaba muy alterado. Dijo que quería verme. Fue algo que me sorprendió, pues evidentemente durante todo aquel período mis contactos con él habían sido muy limitados. Dijo que se trataba de algo tan importante que iba a personarse en Las Vegas, que me llamaría en cuanto llegara a la ciudad.

Nos encontramos en una

suite del hotel MGM. Balistrieri me esperaba allí junto con un hombre a quien yo no conocía. Al entrar noté que estaba nervioso. Dijo que se trataba de algo muy difícil para él. Algo que no le apetecía hacer, si bien le habían obligado a ello, ya que me conocía mucho.

Dijo que había cometido una incorrección que no sólo desaprobaban él y sus socios sino que, en su opinión, era lo peor que podía haber hecho.

—De no ser por mí —dijo—, ya no estarías aquí. Te habrían matado.

Añadió también que si volvía a hacer algo por el estilo, no podía garantizar mi seguridad.

Seguía sin saber de qué me estaba hablando hasta que puso sobre la mesa el informe de la agencia de detectives privados. Resultó que los detectives que yo había contratado para controlar las reuniones en casa de

El Zurdo trabajaban también para Tony Spilotro, y le habían entregado copias de todos los informes que yo tenía en la mano.

Al cabo de unas semanas, el Departamento de Control captó las reuniones nocturnas de El Zurdo

y las maniobras del juego del escondite del Ojo, determinando que caducaría la licencia de juego de Argent caso de que El Zurdo

siguiera haciendo tales ostentaciones de desacato a las normas del Departamento. A partir de ello, El Zurdo

concentró básicamente sus energías en la batalla legal por su rehabilitación en el puesto.

En febrero de 1976, él y su abogado, Oscar Goodman, presentaron una querella contra el Comité de Juego de Nevada, acusándolo de ser un ente anticonstitucional y de que su resolución había sido arbitraria e incongruente. Presentó luego otra querella contra el Departamento de Control del Tribunal del Distrito de Las Vegas, cuestionando la autoridad de dicho Departamento para negarle el derecho a ganarse la vida. El Zurdo

precisó que no tenía antecedentes en Nevada y que mucho tiempo atrás había pagado las deudas que hubiera tenido pendientes con la sociedad. Su plan consistía en desafiar por la vía legal al Comité del Juego y obligarlo o bien a entregarle la licencia o bien a aplicar menos rigurosamente la resolución, de la misma forma que había obligado a ceder a Hannifin y a los miembros del Comité de Control, en 1971, cuando Shannon Bybee le había intentado arrebatar su permiso de trabajo.

Pete Echeverría, presidente de la Comisión del Juego, se indignó al comprobar que El Zurdo

desafiaba a las autoridades del juego ante el Tribunal. Dijo que El Zurdo,

por lo que a él se refería, jamás debería conseguir la licencia, añadiendo: «En tres años y medio que llevo en la Comisión Estatal del Juego no he encontrado un solicitante con un pasado tan repulsivo». Echeverría dijo también que se negaba la licencia a El Zurdo

por su «célebre pasado y relaciones, y que el hecho de haber pagado una deuda con la sociedad no habilita a una persona para conseguir una licencia de juego en Nevada».

Oscar Goodman se defendió alegando que Echeverría y el Departamento de Control «violaban de raíz hasta la última cláusula expuesta del proceso legal».

Según Goodman: «Frank Rosenthal es un Horatio Alger actual. No existe otro igual en este campo». Dijo que a Rosenthal se le habían presentado los cargos que existían contra él tan sólo seis días antes de convocar la vista.

«No se ha proporcionado al señor Rosenthal una oportunidad de enfrentarse a un testigo —dijo Goodman—. Ha tenido que enfrentarse a unos informes de quince años atrás. Ha llegado el momento de que en Nevada se actúe con imparcialidad con alguien de la categoría del señor Rosenthal.»

Al pasar El Zurdo

cada vez más tiempo fuera de casa, aumentó la tensión de su vida doméstica. El Zurdo

y Geri se chinchaban constantemente; su relación, ya frágil de por sí, fluctuaba entre las riñas con guerras de platos incluidas y los gélidos tiempos muertos durante los cuales apenas se dirigían la palabra. La afición por la bebida de Geri —que ella siempre negó que constituyera un problema— empeoró la situación. En palabras de Barbara Stokich, le hermana de Geri:

Frank siempre había sido muy generoso. Luego empezó a quejarse de todo lo que hacía ella. No le preparaba bien las chuletas de cordero; le gustaba que ella se las preparara de una forma especial. Geri no atendía bien a los niños. Ella no era una santa, pero Frank tenía también sus puntos.

Según El Zurdo:

Geri empezó a montar el número y a mí no me gustaba nada. Cuando llegaba la fiesta de cumpleaños de uno de los niños, por ejemplo, ya no la organizaba en casa como antes. Lo hacía en el Jubilation o en el club, derrochando de forma escandalosa. Yo disfrutaba del tiempo que podía pasar con la familia, pues era la mía, pero no me gustaba nada aquella forma de malgastar tan estúpida.

La» batallas más arduas acababan normalmente con un portazo y el abandono de la casa de El Zurdo

o Geri.

Como cuenta Murray Ehrenberg, su gerente del casino:

Cuando

El Zurdo se iba de fiesta, todo el mundo en la ciudad estaba al corriente de ello. La noticia se difundía enseguida.

El Zurdo salía con ésta o con aquélla y llegaba a oídos de Geri que una corista había recibido el regalo de un brazalete de diez mil dólares o incluso de un coche, y entonces la que le esperaba era de campeonato.

Creo que lo que más enfurecía a Geri era la generosidad de

El Zurdo con sus novias y no el hecho de que las tuviera. Pensaba que los regalitos tenían que ir dirigidos a ella y no a una cualquiera, como una corista o una bailarina. Se enteraba de todo ello en casa de la manicura, en la peluquería. A veces alguna amiga se lo contaba. La verdad es que no era ningún secreto.

Creo que en parte él actuaba tan abiertamente para hacerle perder el seso. Luego, sin embargo, se reconciliaban, le regalaba otro collar o anillo de diamantes y las cosas se sosegaban una temporada.

Cuando Geri salía de la casa hecha una furia a pasar la noche fuera o unos cuantos días,

El Zurdo nunca sabía a dónde iba. Siempre sospechó que se iba a Beverly Hills a ver al hombre que él consideraba el hechicero de Geri, Lenny Marmor. Sospechaba asimismo que tenía citas con quien en otro tiempo había despertado su pasión, Johnny Hicks, el duro de Las Vegas con quien

El Zurdo se había enzarzado en una pelea en 1969 en el salón de baile del Flamingo.

Barbara Stokich considera que Geri seguía casada con él por miedo a perder la custodia de Steven. Y, evidentemente, por sus joyas. Barbara había dicho que para Geri las joyas tenían el mismo valor que los hijos. Cuando se sentía deprimida, se iba a la agencia del Valley Bank del Strip a ver sus tres cajas de seguridad.

En la intimidad de la pequeña sala dispuesta para ello, Geri iba contemplando una por una las joyas. Las contaba. Las acariciaba. Se las probaba. Geri tenía más de un millón de dólares en joyas en las cajas de seguridad del banco. Entre sus preferidas se contaban un impecable diamante redondo valorado en 250.000 dólares; un inmenso rubí estrella valorado en 100.000 dólares; un anillo ovalado de 5,98 quilates con un perfecto diamante valorado en 250.000 dólares; unos servilleteros con diamantes valorados en 75.000 dólares; un par de relojes Piaget con diamantes y ópalo valorados en 20.000 dólares cada uno; y unos pendientes con diamantes montados por Fred y valorados en 25.000 dólares.

Había otro sitio al que acudía Geri en busca de desahogo durante esta época: la casa de Spilotro. Allí, ella y Nancy se servían unos vodkas y desgranaban sus infortunios domésticos. Geri se quejaba de

El Zurdo. Nancy se quejaba de Tony.

Geri también trasladaba sus quejas al único hombre que creía que podía ejercer alguna influencia sobre su marido: Tony Spilotro. Se veían en el Villa d'Este, un restaurante propiedad de Joseph Pignatelli, Joe Pig.

Según Frank Cullotta:

Se sentaban en la barra o en un compartimiento. Ella siempre tomaba vodka con hielo. Yo observaba cómo él asentía e intentaba hacerla entrar en razón. Me situaba en el extremo opuesto y constataba que a veces se quedaban una hora hablando y que luego ella se levantaba y se iba. Sé lo que se alargaba la conversación porque yo tenía asuntos pendientes con él y sólo podía abordarlo cuando Geri había abandonado el local.

En febrero de 1976, poco después de que despidieran a El Zurdo,

los auditores afirmaron haber llamado a Frank Mooney, el tesorero del Stardust, para decirle que las balanzas de contar las monedas de las máquinas tragaperras estaban descompensadas en un tercio. Posteriormente, Mooney declaró ante el Comité de Seguridad e Intercambio no recordar dicha llamada, si bien aquello constituyó la primera señal de alarma que detectó problemas en la sala de contabilidad del Stardust.

Por aquella época toda la atención de Glick se centraba en conseguir cuarenta y cinco millones de dólares adicionales de la caja de pensiones del Sindicato para sus planificadas restauraciones y la contratación de un sustituto de El Zurdo

(tarea esta última mucho más fácil puesto que ya se le había indicado a quien debía contratar). Allen Dorfman, el principal asesor financiero de la caja de pensiones había convocado a Glick a Chicago. Frank Balistrieri ya había comentado a Glick que Dorfman tenía en mente al sustituto de Rosenthal.

Dorfman, un atlético ex profesor de gimnasia de cincuenta y tres años, estaba a cargo del fondo de pensiones desde 1967, cuando enviaron a la cárcel a su amigo íntimo James R. Hoffa, presidente del Sindicato de Camioneros. Dorfman había intimado con Hoffa gracias a su padre, Paul Dorfman, El Rojo,

agente empresarial del Sindicato, con amigos en el mundo del hampa, quien ayudó a Hoffa a tomar el control de éste.

El joven Dorfman no podía accederá ningún cargo oficial en el sindicato al haber sido condenado en 1972 por haber aceptado una suma de dinero por la concesión de un préstamo de la caja de pensiones. No obstante, en 1976, cuando Glick acudió a verlo, seguía controlando los miles de millones del fondo. Dorfman dirigía secretamente, a través de los socios del hampa que tenía en todo el país, la mayor parte de síndicos de la Caja y utilizaba como tapadera su compañía de Seguros Confederados. Dicha compañía ocupaba incluso el segundo piso de la caja de pensiones en la avenida Bryn Mawr, edificio próximo al aeropuerto O'Hare de Chicago, donde trabajaban unas doscientas personas y se sacaban más de diez millones de dólares anuales tan sólo procesando las demandas de incapacidad del Sindicato. Dorfman también llevaba los seguros de las empresas que solicitaban préstamos del fondo de pensiones.

Según Glick, tras celebrar una reunión con los abogados de la caja de pensiones del piso superior, se fue al despacho de Dorfman del segundo piso, donde éste le informó de que el sustituto de El Zurdo

sería Carl Wesley Thomas, un ejecutivo de casinos de cuarenta y cuatro años con mucha experiencia y buenas relaciones. Una sugerencia que constituyó una agradable sorpresa.

Carl Wesley Thomas era uno de los ejecutivos más prestigiosos de Nevada. Con sus conservadores trajes y sus gafas con montura de acero, Carl Thomas parecía más un banquero de Carson City que un jefe de casino de Las Vegas. Se había trasladado a esta ciudad en 1953 y en diez años había pasado de croupier

de blackjack en el Stardust a socio minoritario del casino Circus Circus, propiedad a la sazón de Jay Sarno, uno de los empresarios de casinos más importante. Sarno había construido, además del Circus Circus, el primer casino de la ciudad que permitía la entrada a los niños, el Caesar's Palace, el casino más boyante de la historia de Las Vegas. Sarno tenía gran amistad con Allen Dorfman y había utilizado los créditos del fondo para la construcción de ambos casinos.

Las autoridades del juego en todo el estado se sintieron aliviadas cuando se enteraron de que Carl Thomas iba a sustituir a Frank Rosenthal en Argent. Ni uno solo dudó de que Allen Glick había optado por una alternativa brillante y saneadora en su problemática empresa.

Lo que no sabía Glick acerca de Carl Thomas —y por otra parte tampoco sabía nadie en todo el estado— era que, además de su gran fama como el primero en la nueva raza de ejecutivos de casino de Nevada, el hombre era el mayor experto en desviar fondos de los casinos de todo América.

Él y su reducido equipo de ejecutivos de casinos, que había captado en el medio, habían ideado unos métodos tan hábiles para despistar millones de dólares de los casinos que en ningún momento nadie sospechó que se había extraviado dinero. Thomas a veces lo desviaba para los propietarios; otras, para los propietarios camuflados; y en alguna ocasión, él y su equipo desviaban el dinero hacia sus bolsillos.

Carl Thomas había aprendido este oficio en el Circus Circus, donde despistar dinero formaba parte de su trabajo. Dicha práctica ya se llevaba a cabo bajo el mando de Sarno, incluso antes de que Thomas llegara allí y tuviera que hacer efectivos los pagos de los préstamos de la caja de pensiones del Sindicato. A principios de los sesenta, el desvío de fondos en los casinos era una práctica relativamente común, y Thomas demostró ser tan capaz y discreto en ella que no tardó en convertirse en gerente de casinos. Durante esta época, Sarno le presentó a Allen Dorfman, que visitaba Las Vegas como mínimo una vez al mes, al acecho de empresarios que precisaran préstamos del Sindicato para construir nuevos casinos.

Thomas y Dorfman entablaron una gran amistad, y en 1963, Dorfman invitó a Thomas a Chicago, a la fiesta que organizó cuando cumplió cuarenta años. Allí se reunieron unos trescientos invitados, la mayoría procedentes de Las Vegas, pero en el transcurso de ésta, Allen Dorfman se fijó como objetivo presentar a Thomas a Nick Civella. Tal como descubrió Thomas, Civella era uno de los beneficiarios del desvío del dinero, y al cabo de poco, Thomas ya se reunía en secreto con el jefe de la mafia cada vez que Civella acudía a la ciudad.

Frank Rosenthal puntualiza:

Vamos a aclarar eso del desvío de dinero. No hay ningún casino, al menos en este país, capaz de protegerse contra esta práctica. No existe ninguna garantía de seguridad. No puede evitarse el desvío de dinero del casino si el tipo que lo lleva a cabo conoce el paño. Por otro lado, existen dos tipos de desvío. A uno lo llamamos sangrar. Digamos que es el chocolate del loro. Tienes a un tipo encargado de la veintiuna. Se dedica a apartar unos trescientos, cuatrocientos dólares por noche. A eso se le llama sangrar a un casino. Para ello tan sólo se precisan dos personas: el encargado y el recadero, el chaval que lleva y trae las fichas de la caja a las mesas. Ahora bien, por lo que se refiere al desvío organizado, ya estamos hablando de algo sofisticadísimo. En mi época no se podía pensar en ello a menos que la corrupción se hubiera adueñado del casino. No es una cuestión de normas, reglas y criterios establecidos por el Departamento de Control y la Comisión, porque éstos no tenían ni idea de la historia. Un desvío organizado exige como mínimo tres personas. Al más alto nivel. Sin ello resulta imposible. No hay forma. Y si la hay, que alguien me la cuente, porque podrá patentarla.

Dennis Gomes, el jefe de la auditoría del Departamento de Control, un muchacho de veinticinco años, tuvo noticia, a partir de unos confidentes que trabajaban en el Stardust, de que en la contabilidad de las tragaperras sucedía algo. A Gomes siempre le había llamado la atención que Argent hubiera contratado a un personaje tan famoso como Jay Vandermark para llevar las operaciones de las tragaperras. Lo normal era que los casinos contrataran a timadores, técnicos electrónicos y estafadores de dados. ¿Quién mejor que un timador para pescar a otros de su pelaje bregados en el tema? Lo poco corriente, tal vez incluso temerario, era colocara un timador de primera como Jay Vandermark en un puesto de confianza y responsabilidad.

Gomes estaba seguro de que había desvío en las monedas en Argent. Pero precisaba ayuda. Como jefe de auditoría del Departamento tenía bajo su mando a una serie de contables que efectuaban el seguimiento rutinario de los pagos de impuestos y honorarios de los casinos. En su departamento, nadie buscaba siquiera segundos o terceros libros de contabilidad. Dennis Gomes no disponía de un auditor de investigación capaz de utilizarla propia contabilidad del casino para desenmascarar un fraude o algo peor. El Departamento de Control nunca se había planteado tal necesidad.

Gomes decidió cambiar aquello de raíz, y puso un anuncio en el California Law Journal.

Tal como afirma él:

Lo hice y punto. Todavía hoy no sé por qué lo hice.

Dick Law, un gris contable jurado de veintiocho años, con el título de abogado, respondió al anuncio. Law, que en la universidad se había especializado en filosofía, pensó que aquel trabajo podía constituir un reto para él. Y lo consiguió.

Law y Gomes empezaron a rebuscar en los libros de contabilidad de las máquinas tragaperras y a recopilar y contrastar los datos y las listas de personas y puestos de trabajo de los nombres pertenecientes a destacadas figuras de la delincuencia organizada. Como precisa Gomes:

Todo lo que íbamos encontrando nos conducía a algo más.

Gomes y Law organizaron auditorías sin previo aviso en los casinos Argent. Descubrieron una serie de fraudes a pequeña escala: acuerdos entre dos, por medio de los cuales un empleado de las máquinas con acceso a la llave las trucaba para que otra persona, externa a la empresa, consiguiera los premios entrando tranquilamente al casino.

Luego, Gomes se dedicó al control de los bancos auxiliares de la planta del casino Stardust, comparando el número de juegos que indicaban las máquinas con los totales que registraban los auditores de Argent. Empezaron a surgir amplias diferencias. Quedaba claro que dichos bancos tenía como único objetivo evitar que el efectivo de la máquina tragaperras pasara a la sala de contabilidad y a la caja, donde podía ser controlada por personas ajenas al desvío. Las sospechas de Gomes y Law fueron en aumento cuando descubrieron que otros casinos de Argent, el Fremont y el Hacienda, mandaban sus ingresos procedentes de las máquinas al Stardust para su recuento, a pesar de que tenían sus propias salas de contabilidad.

El 18 de mayo de 1976, Gomes, Law y dos agentes del Departamento de Control del Juego se presentaron a la caja del Stardust y solicitaron los libros de contabilidad. Los empleados de la caja quedaron estupefactos. En palabras de Gomes:

Esperamos hasta las cinco, pues sabíamos que el departamento de control estaba fuera de la ciudad. Teníamos a unos chivatos dentro que nos habían contado que allí habían establecido un fondo especial y que despistaban dinero de las máquinas fuera del casino.

Cuando entramos preguntamos por el fondo especial. El jefe de turno palideció y dijo que no sabía nada sobre un «fondo especial». Llamó al responsable de las máquinas, que estaba en su casa. El responsable de las máquinas dijo también no saber nada sobre un fondo especial. Le cogí el auricular y dije:

—Oye, gilipollas, me importa un bledo como lo llaméis, lo que yo quiero comprobar es a dónde va el dinero que no pasa por la sala de contabilidad.

Nos fuimos luego hacia las dos taquillas de acero situadas al fondo de la cabina de cambio. Pedimos la llave, al cabo de un rato encontraron una, pero únicamente abría una de las taquillas. Estaba atestada de monedas. Parecía que nadie encontraba la otra llave. Por fin le dije al encargado de las máquinas que o me daba la llave o tendríamos que reventarla.

—A joderse —dijo él—. Reviéntala.

La reventamos, pues, y en su interior encontramos montones y montones de billetes de cien dólares. En la comprobación descubrimos que en los libros mayores no había ningún registro de monedas. Era todo líquido para el desvío y se mantenía allí hasta que las chicas del cambio lo convertían en papel en los bancos auxiliares.

Uno de los empleados del Fremont contó a Gomes que el técnico de balanzas de la empresa Toledo, que había abandonado dicha empresa para entrar a trabajar para Vandermark, poco después de la intervención había recibido una llamada de éste en el Stardust en la que le decía: «Límpialo todo. Han ido al Stardust».

Como consecuencia de ello fue desmantelado el banco auxiliar del Fremont y se almacenó su contenido en el sótano del hotel antes de que los cuatro hombres capitaneados por Gomes acabaran su trabajo en el Stardust y se dirigieran hacia el Fremont. Como afirma Gomes:

Mientras se desarrollaba la operación intentamos localizar a Jay Vandermark, quien estaba en el casino a nuestra llegada, pero al notar el primer indicio se escabulló a través de la cocina y fue a refugiarse a casa de Bobby Stella.

Vandermark pasó la noche en casa de Bobby Stella y a la mañana siguiente cogió un avión hacia Mazatlán, México, con un nombre falso. A quien preguntaba por él en el Stardust se le respondía que se había tomado unas semanas de vacaciones.

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