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Casino » Tercera parte: La retirada » 16

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«Permítame que le haga una pregunta. ¿Hablamos de Minnesota o de Fats?»

Rosenthal era peor que una lapa. El 4 de febrero de 1977, tan sólo dos meses después de que Rosenthal volviera y reclamara su despacho a Carl Thomas, el Tribunal Supremo revocó la sentencia de Pavlikowski, pero El Zurdo

no se movió. El Tribunal determinó que no existían «derechos constitucionalmente protegidos» en casos que tuvieran que ver con licencias de juego y que «el juego no conlleva los mismos derechos que otras ocupaciones». También decía que si Rosenthal quería permanecer en tal puesto de trabajo, tendría que solicitar la licencia como empleado clave. Rosenthal estaba preparado para ello: dimitió como jefe del casino e inmediatamente Glick le nombró director de restauración y cafetería de Argent. Dicho puesto implicaba un salario de 35.000 dólares al año, 5.000 menos del que la Comisión de Juego consideraba el mínimo para los empleados clave, es decir, 40.000 dólares.

Rosenthal abordó entonces de lleno la campaña para conseguir la licencia. Lo que había empezado un año antes como un simple litigio en cuanto al derecho a conseguir un permiso de juego, pasó a convertirse en una batalla a gran escala entre El Zurdo

y los jerarcas con poder político para otorgar licencias del estado. Si Rosenthal triunfaba desafiando las leyes del juego de Nevada, podía poner en cuestión el derecho del estado a conceder licencias en el campo del juego a cualquier persona. Él y Oscar Goodman acudieron a un tribunal federal alegando que se le había negado el derecho constitucional a un proceso justo; juró llegar hasta el Tribunal Supremo si era necesario. Se fue a Florida a intentar solucionar sus problemas legales en este estado y en Carolina del Norte pues en ambos casos se pedía su presencia. Contrató a Erwin Griswold, ex decano de la Facultad de derecho de Harvard y procurador general del estado, para que lo representara en el tribunal federal de distrito.

Al cabo del tiempo, Rosenthal y Oscar Goodman acumularon más de trescientas páginas de resoluciones, así como gráficos, esquemas y dos folletos: «Campañas de los organismos de control del juego para negar el derecho de Frank Rosenthal a ejercer su oficio» y el biográfico, «Toda una vida apostando, pronosticando y calculando probabilidades».

Se pidió a uno de los jueces que leyera los seis volúmenes de resoluciones antes de emitir un fallo y se negó rotundamente a hacerlo. «Ni puedo leer todo esto como tampoco puedo leer los tres catálogos de Sears ni el Antiguo y el Nuevo Testamento», dijo el juez Carl Christensen.

Rosenthal ya no era únicamente una persona irritante y amante de pleitos. Se había convertido en peligroso. Estaba en todas partes. Al igual que muchos de los que llegan a la vida pública armando ruido —como Donald Trump y George Steinbremer, para poner dos ejemplos—, empezó a ansiar estar en el candelero. Consideraba que su cambio de cargo podía ayudarle a sortear sus problemas con la licencia. El director de espectáculos del Tropicana, Joe Agosto, tenía unas responsabilidades completamente alejadas del mundo del espectáculo: era el encargado del desvío del dinero del casino. Agosto, conocido socio de Nick Civella, había estado en la cárcel, pero el título de director de espectáculos le servía de escudo para no tener que sacarse la licencia de hombre clave.

Pero en caso de que se acusara a Rosenthal de que su puesto constituyera una tapadera de lo que realmente tenía entre manos —dirigir el casino, como siempre—, El Zurdo

se volcó en su nueva ocupación. Anunció que presentaría un programa de variedades para promocionar el Stardust y, evidentemente, sus restaurantes y cafeterías. Empezó a escribir asimismo una columna en Las Vegas Sun.

De una columna de Frank Rosenthal:

La liberación de la mujer... Se me ha ocurrido ir a dar una vuelta al Country Club de Las Vegas y comer allí con el vicepresidente ejecutivo de Argent, Bob Stella. Buscando un cambio de aires y, por qué no, alguna historia. Me llaman inmediatamente la atención las damas de Las Vegas... Phyliss La Forte (muy pendiente del estilo, originaria de Nueva York, ojos biónicos para detectar líneas esbeltas y curvas de aúpa... una joven muy elegante tanto con su equipo de tenis como sin él)... Sandy Tueller (la esposa del doctor), una mujer inmensamente bella, tenis subido, muy auténtica, también chic... Barbara Greenspun (el summum de la moda). La mujer del editor es un genuino «bombón» (sabor a perfección). Conjunto pantalón, vestidos caros, blusas, y lo que cuelga, un plato de la moda de Nueva York. Enorme ropero. Barbara Greenspun podría ser perfectamente una de las mujeres mejor vestidas de costa a costa. Mi ojo profesional (mi esposa Geri está de acuerdo en ello) y no se hable más. Al resto de damas del club, mis disculpas. Mi ojo profesional (Geri) advierte que no se os ve, y a mí se me acaba el espacio.

Del show de Frank Rosenthal:

PAM PEYTON: Señor Rosenthal, esta semana tengo también unas cartas para el consultorio.

FRANK ROSENTHAL: Muy bien, estoy a punto... a punto para lo que se le ofrezca.

PAM PEYTON: No hace falta. No hace ninguna falta.

FRANK ROSENTHAL: Estoy a punto, Pam.

PAM PEYTON: Perfecto. La semana pasada resolvió usted muy bien las consultas, todo hay que decirlo.

FRANK ROSENTHAL: Estoy a punto para lo que usted mande.

PAM PEYTON: Pues adelante, aquí tenemos una que da en el clavo.

FRANK ROSENTHAL: Vamos para allá.

PAM PEYTON: Dice así. «Apreciado señor Rosenthal: Tengo la sensación de que usted y los jugadores han enterrado el hacha y se les ve una actitud mucho más pasiva y satisfecha. ¿He captado bien la situación?» J. M., Las Vegas, Nevada.

FRANK ROSENTHAL: Los jugadores no entierran el hacha. Enterrar el hacha implicaría disponerse a una emboscada. Lo que hay que hacer es levantarse y ser consciente de su situación. Son hombres entregados al plan de expulsarme y mandarme a Chicago. Y dudo mucho que lo consigan.

PAM PEYTON: ¿Y Timbuktu?

FRANK ROSENTHAL: Vamos a quedarnos aquí con ellos, y cuando entierren el hacha, yo haré lo mismo. Aunque no veo que sea algo inminente.

PAM PEYTON: Realmente se lo han puesto muy difícil.

FRANK ROSENTHAL: SÍ, son duros. Pero, ¿qué más da? Nosotros estamos aquí. Aquí estamos.

PAM PEYTON: La vida sigue, ¿verdad?

FRANK ROSENTHAL: Nosotros estamos aquí.

PAM PEYTON: Aquí tengo una pregunta clave. La verdad es que ésta me encanta... «Apreciado señor Rosenthal: Tal vez le parecerá a usted una pregunta absurda». Debo añadir que no es una pregunta concisa. «Me pregunto si un muchacho que no lleva en Las Vegas ni tres meses es capaz de encontrar a una mujer guapa y atractiva frecuentando el Jubilation. Parece que usted se encuentra como pez en el agua en este ambiente, sobre todo en el Jubilation. He conocido a gente que afirma que usted conoce a todas las chicas guapas de la ciudad. ¿Podría usted ofrecer a un solitario recién llegado a la ciudad algún consejo, ya sea respondiendo a mi carta o durante el programa? Se lo agradecería muchísimo. Y también se lo agradecerían otros solteros amigos míos que están en el mismo barco. No puede decirse que yo sea un remilgado, tengo buen aspecto y deseo establecerme en Las Vegas. Pero, Frank, las mujeres de esta ciudad, por mi corta experiencia, afirmaría que son difíciles de abordar.» Él es R. L. de Las Vegas, Nevada.

FRANK ROSENTHAL: Esto casi parecería una autobiografía... Pues, ahora en serio...

PAM PEYTON: ¿Quiere que se la repita?

FRANK ROSENTHAL: No... Conozco a la mayor parte de encantadoras coristas de Las Vegas. He tenido la suerte de ser director de espectáculos en el hotel Stardust. Y evidentemente uno allí tiene el placer de conocer a muchas señoras atractivas como usted misma. Claro que, Pam, yo estoy casado, y el muchacho que escribe la carta... la verdad, ¿qué voy a decirle? Puede pasar por el Jubilation y echar un vistazo, esta noche están todas allí.

PAM PEYTON: Pero si hay un montón de chicas atractivas aquí. Este chico está loco. Tal vez no se haya molestado en dirigir la palabra a ninguna de ellas...

FRANK ROSENTHAL: Puede que sea un solitario, pero no se sentirá así en el Jubilation. Seguro.

PAM PEYTON: Es cierto. Y vamos a por otra carta. «Apreciado señor Rosenthal: ¿La salida de Claire Haycock y de Walter Cox de la Comisión del Juego tendrá algún efecto sobre su situación en cuanto a la licencia o su estrategia legal?» La pregunta es de J. B., Las Vegas, Nevada.

FRANK ROSENTHAL: No, no creo, Pam. Tengo la impresión de que la Comisión del Juego está a tope... digamos que está colapsada.

PAM PEYTON: ES algo como que el mundo da muchas vueltas.

FRANK ROSENTHAL: Exactamente. Y antes de pasar a la siguiente, vamos a hacer una pausa para los anuncios. Volveremos con el excelente dúo, Sharon Tagano y David Wright.

El show de Frank Rosenthal

empezó en abril de 1977 y a partir de entonces se emitió de forma irregular durante dos años los sábados a las once de la noche. En una ocasión, el crítico de televisión Jim Seagrave del Valley Times

escribió a propósito de tal imprevisible irregularidad refiriéndose al programa como ¿Dónde está Frank?,

pero Seagrave fue pescado enseguida: «Algo tendrá Frank Rosenthal que mueve a sus invitados a decir la verdad», escribió tras el debut del programa. «Tal vez sean esos ojos fríos, pequeñitos, hipnóticos y penetrantes. O quizá sea su forma de hablar pausada, cuidadosa y comedida, como la del juez que dicta sentencia. Por encima de todo está su porte global, que irradia la austeridad del maestro de escuela, la intolerancia ante la frivolidad.»

Los primeros invitados de Rosenthal fueron Allen Glick y los hermanos Doumani, accionistas de cuatro hoteles de Las Vegas. Fred Doumani afirmó a Rosenthal que Nevada se estaba convirtiendo en un estado policial, opinión que recogieron disciplinadamente los periódicos del lunes. Por regla general, durante el programa se hacían una serie de desconexiones para los múltiples hoteles y clubs nocturnos de Argent, así como los espectáculos del Lido Show; entrevistas con los pronosticadores Joey Boston y Marty Kane sobre los partidos de la semana siguiente, invitados promesa como Jill St. John y O.J. Simpson; y la ocasional aparición de alguna consagrada superestrella como Frank Sinatra. Rosenthal introducía a cada uno de sus invitados con el peculiar estilo popularizado por el igualmente sin par presentador Ed Sullivan: las mujeres eran «encantadoras», los grupos, «buenísimos», las bailarinas no solamente «buenísimas» sino «de alta escuela» y «muy ágiles, muy guapas y de largas piernas», los que actuaban en el Stardust tenían «un inmenso talento». Era un espectáculo de aficionados y del estilo hágaselo usted mismo, pero tenía algo que enganchaba al público, por lo que no tardó en convertirse en el show punta, cuando se emitía.

FRANK ROSENTHAL: Permítame que le haga una pregunta.

MINNESOTA FATS: Adelante.

FRANK ROSENTHAL: ¿Hablamos de Minnesota o de Fats?

MINNESOTA FATS: YO nací y pasé mi infancia en Nueva York, y vivo en Illinois, pero al director de

El buscavidas le gustó Minnesota Fats. Dijo que era un nombre más distinguido. Y eso le parecía más taquillero. Y escribieron un gran artículo en Illinois, donde vivo. Me casé con una Miss América de Illinois. Llevo cuarenta y tantos años por allí. Por ello el estado de Illinois escribió un gran artículo sobre este nombre tan ilustre. La cosa va por ahí.

FRANK ROSENTHAL: Si tuviera que empezar de nuevo, ¿cómo lo haría?

MINNESOTA FATS: Si tuviera que empezar de nuevo, no se me ocurriría otra forma. Me paseo por las salas de billar y los bares desde que tenía dos años. Que yo recuerde, en mi vida no ha habido ni un día malo.

Risas. Aplausos.

MINNESOTA FATS: He estado con los seres más maravillosos que hay en el mundo. Viajé en limusina cuando los millonarios se tiraban por las ventanas. En 1930, podías pescar a los millonarios con una red. Con una red, en Broadway.

FRANK ROSENTHAL: Lo que más me gusta es que su estrellato en los billares le reportó fantásticos idilios.

MINNESOTA FATS: ¿Idilios? He vivido los mejores del mundo. Jane Russell fue una de mis novias.

FRANK ROSENTHAL: ¿De verdad?

MINNESOTA FATS: Mucho antes de que conociera a Howard Hughes.

FRANK ROSENTHAL: ¡NO me diga!

MINNESOTA FATS: Mae West sigue mandándome tarjetas de felicitación en Navidad. Y Hope Hampton se cuenta entre mis amistades. Femeninas, por supuesto. En 1890 ejecutaba la danza del vientre. Y Fatima. Fatima bailó para mí en el palacio del sultán de Estambul y más tarde en El Cairo, Egipto, en el hotel Shepheard's. La verdad es que he tenido una vida bastante agradable. He estado en todas partes. El año pasado estuve un par de veces en el Polo Norte. Para

Sports Illustrated. En un espectáculo para un grupo de científicos de elite. Veintisiete grados bajo cero. Y yo con mi traje de verano. Los mamones aquellos llevaban pieles de oso encima... Un tipo tuvo que llevarme a cincuenta kilómetros en un trineo arrastrado por perros. Fui incapaz de levantar el abrigo que llevaba él. Y yo con un traje de seda. Jamás había pasado frío en mi vida.

FRANK ROSENTHAL: ¿Y a dónde nos lleva todo esto? ¡Válgame Dios!

Aplausos.

El Zurdo

se había convertido en una estrella. Y Geri se sentía cada vez más desatendida. En palabras de Mike Simon, ex agente del FBI:

Se colocaba, se marchaba unos días y

El Zurdo se inquietaba por su paradero. Volvía a casa y él la acusaba de haber estado con Lenny Marmor. Ella lo negaba. Aquello constituía la base de su relación: la acusación y la negación.

Según

El Zurdo, Lenny sólo tenía que chasquear los dedos y ella acudía corriendo.

Llegó un momento en que El Zurdo

se irritó tanto con lo de Geri y Lenny que se ligó con una joven que era amiga de Marmor. Aunque cueste creerlo, la chica se llamaba Meñique.

Tal como confesó El Zurdo:

La muchacha tenía veinte o veintiún años y yo la perseguí para intentar humillar a Lenny Marmor. Era la preferida de Marmor. Le dije a Geri: «Voy a demostrarte como traigo a la bruja aquí». Y eso hice. La hice venir a Las Vegas. Luego la vi en California.

Quería iniciar una historia de amor. Supongo que era una tontería en aquella época. La chica era maravillosa. Pero cuando la llamé desde el hotel en Los Ángeles, lo primero que me dijo fue: «Tienes que mandarme uno de mil». Pues claro. Eso hice. Y luego, naturalmente, después de un par de citas, pretendía doses y treses.

Le hablé de Lenny. Al principio, pensaba que la tenía en el bolsillo, pero no. Me tomaba el pelo. Grababa o memorizaba cada una de mis palabras y se las repetía a Marmor. Parece increíble, pero el tipo sabía cómo manejar determinado tipo de chicas. De verdad. La tenía en el bote.

Rosenthal llegó a un punto en que se sintió tan frustrado con que su mujer siguiera atada a Marmor que le dijo que éste había sido asesinado. Él mismo cuenta:

Geri se puso como loca. Le entró el pánico. Echó a correr hacia el teléfono y llamó a Robin.

—¿Dónde está tu padre? —chilló a través del auricular—. ¡Tienes que buscar a tu padre! ¡Tienes que encontrarlo! Luego se sentó y esperó casi una hora a que llamara Robin. Yo no dije esta boca es mía.

Cuando llamó Robin, le dijo que él estaba bien. Geri se volvió hacia mí:

—Eres un hijo de puta —me dijo—. ¿Por qué lo has hecho?

—Nunca se sabe —respondí.

Pero lo había hecho para poder comprobar con mis propios ojos que seguía pendiente de él y no de mí. Seguía en su corazón.

A finales de 1976, Geri volvió a establecer contacto con su antiguo amante Johnny Hicks. Hicks trabajaba como jefe de sala en el casino Horseshoe y vivía de manera holgada en una urbanización situada al otro lado de la calle donde Rosenthal tenía la residencia. «Geri siempre lo perseguía», decía Beecher Avants, jefe de homicidios del Departamento de Policía de Las Vegas.

Una tarde, al abandonar Hicks su piso, recibió cinco disparos en la cabeza. Steven Rosenthal, el hijo de ocho años de Geri y El Zurdo,

se encontró inesperadamente con los hechos cuando iba hacia su casa y dijo a su madre y a su padre que fuera había pasado algo. Geri y Steven salieron a ver qué hacían los coches de policía en aquella calle normalmente tan tranquila y se encontraron con que habían disparado contra Hicks. Según Beecher Avants:

Intentamos hablar con Geri pero nos respondió: «Que os den por culo. Yo no hablo con vosotros.

El Zurdo

dijo:

Volvió a casa hecha una furia. En el fondo, pensó que yo tenía algo que ver con aquello. Era una locura. Pero ella siempre tuvo el presentimiento de que yo lo había matado.

Rosenthal El Zurdo

no tenía la cabeza en sus problemas domésticos. Tenía cuatro casinos que dirigir y encima fingir que ni siquiera los tocaba. Un programa de televisión, que cuando llevaba tan sólo unos meses en antena ya había alcanzado tanto éxito que Rosenthal decidió trasladarlo del estudio de televisión que había estado utilizado al propio hotel Stardust. «Por primera vez en la historia de Las Vegas —afirmó un crítico de televisión de la prensa—, un programa de televisión de emisión regular se emitirá en directo desde un casino.» El programa, a decir verdad, no tenía una emisión regular, pues durante los primeros cinco meses se había emitido tan sólo cinco veces, pero el anuncio prometía muchísimo: Frank Sinatra iba a ser entrevistado en el primero de estos directos. Aparecerían asimismo Jill St. John y Robert Conrad. Se construyó un estudio especial en el Stardust y el 27 de agosto de 1977 mil personas acudieron a presenciar el programa que se iba a grabar a las siete y media de la tarde. Se entusiasmaron cuando Sinatra expuso su opinión sobre un tema que tenía un interés fuera de lo corriente: cargarse a la NCAA por someter a dos años de prueba al equipo de baloncesto de la Universidad de Las Vegas.

A las once de la noche, la audiencia conectó el televisor al canal de la KSHO para ver el programa y lo que surgió en sus pantallas fue un personaje de dibujos animados que sostenía un cartel en el que podía leerse UN MOMENTO POR FAVOR.

El momento se convirtió en minuto y luego en más de una hora. El equipo de grabación de la emisora se había averiado. Unas horas más tarde, la emisora prosiguió su programación con La caída del Imperio Romano

«No sabemos exactamente lo que ha sucedido —afirmó Red Gilson, director general del Canal 13—. Es algo que ocurre una vez entre un millón. Resulta prácticamente imposible que se averíen dos equipos de grabación al mismo tiempo.»

De nuevo, Frank Rosenthal figuraba en las primeras páginas de los periódicos de Las Vegas; y al día siguiente volvió a aparecer con su demanda a la emisora por unos daños calculados en 10.000 dólares, afirmando que la avería había perjudicado terriblemente la fama del Show de Frank Rosenthal.

Él mismo y su equipo estuvieron unos días armando jaleo y amenazando con pasar el programa a otra emisora; uno de los críticos de televisión llegó a hablar incluso de sabotaje. Ahora bien, como no picó otra cadena, el programa lo reemprendió el Canal 13, convirtiéndose en una curiosidad local rara y sorprendente, la cual pareció afianzar a Rosenthal de forma permanente.

Mientras tanto, seguían librándose las aparentemente eternas batallas legales entre El Zurdo

y la Comisión del Juego. El Tribunal de los EE. UU. decidió no revisar su caso y las autoridades pertinentes exigieron de nuevo a Glick que le despidiera de su cargo como director de restauración y cafetería y le negara la utilización del Stardust para su programa de televisión. El Zurdo

y Oscar Goodman buscaron inmediatamente una orden de amparo en el tribunal federal, y el 3 de enero de 1978 El Zurdo

recibió un regalo navideño con demora. Carl Christensen, juez del distrito federal, afirmó que si bien la Comisión del Juego podía impedir que El Zurdo

consiguiera su licencia, no podía impedirle que trabajara en el Stardust en un cargo no vinculado al juego.

A partir de ahí, Glick contrató rápidamente a El Zurdo

como director de espectáculos del Stardust, un cargo considerado de siempre lo suficientemente alejado del funcionamiento del casino que a menudo se había utilizado como refugio para los que tenían problemas con la licencia, como era el caso de Joe Agosto en el Tropicana.

Murray Ehrenberg, que siguió siendo el gerente de Rosenthal en el casino, afirma:

En todo el estado, nadie se tragó aquello, y por ello a partir de entonces el casino se llenó de agentes que vigilaban a Frank, a mí y a todos cada noche intentando pescarlo ejerciendo de jefe. Pero a Frank no le hacía falta hacer las cosas de cara a la galería. Hablábamos más tarde sobre esto o aquello. Mientras nos tomábamos un bocadillo, podíamos solucionar la cuestión del crédito a un cliente, por ejemplo. Mientras veíamos su programa, nos podía decir a quién teníamos que contratar o despedir. A él, ¿qué más le daba? Era el jefe.

La fama de Rosenthal irritaba tanto a sus amistades en el mundo del hampa como a sus enemigos, que pretendían aplicar la ley. Joe Agosto, el director de espectáculos del Tropicana, quien en realidad supervisaba el desvío del dinero de dicho casino, acudió a su jefe, Nick Civella, para quejarse de Rosenthal El Zurdo;

le preocupaba que la pasión por la publicidad de éste pudiera afectarle a él de rebote y que acabaran los dos fuera de los casinos. En una ocasión, Agosto llamó por teléfono a Carl DeLuna, el capo

que estaba por debajo de la dinastía de los Civella; el FBI estaba a la escucha.

AGOSTO: Esto ya nadie puede controlarlo. El tipo (Rosenthal) es un asesino, tiene instintos asesinos y va a arrastrarnos a todos por el fango. A mí me preocupa. No quiero que la mierda se desborde, que acabe resultando imposible vivir en esta ciudad. Ha empezado con mal pie y alguien... tendrá que decirle a ese mamón dónde está el límite. Me refiero a que si él mismo se ha suicidado, tendría que aceptar el jodido trato, eso es, y no poner en peligro el puesto de media docena de tíos que dan el callo.

DELUNA: Ajá.

AGOSTO: ¿Me explico o qué?

DELUNA: Ajá.

AGOSTO: O sea, las cosas se están desmadrando. Es que si yo fuera un forastero, si no conociera a los amigos del fulano, si lo único que me preocupara fuera el ande yo caliente... no sé si me explico...

DELUNA: Ajá.

AGOSTO: Me tomaría la justicia por mi mano, sin pedir permiso a nadie, ¿me explico? Eso si no supiera de qué va el rollo...

DELUNA: ¿De qué tienes miedo, Joe?

AGOSTO: Me mosquea que el cabrón ése no pueda pagar las consecuencias de sus actos. Ya está amenazando... Me refiero a que me tiene frito... Y sé que hay señales de stop, determinadas limitaciones para cuando el fango puede salpicar a todo el mundo... Me da pánico que las salpicaduras nos dejen a todos calados. Qué duda cabe de que esto es lo que va a suceder. Lo mejor que podemos esperar es que no lo procesen, pero es indiscutible que lo van a echar de ahí cagando leches, y si él mismo no se da cuenta, será que el mamón está más ciego que un topo.

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