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Casino » Tercera parte: La retirada » 17

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«Fíjate en el mamón ése. Ni siquiera saluda.»

A Tony Spilotro cada día le costaba más digerir la fama de El Zurdo.

Tenía que verlo por televisión. Le tocaba verle entrar en el Jubilation con su séquito de coristas, abogados y corredores de apuestas, todos lamiéndole el culo. Según el propio Rosenthal:

La gente se mataba por conseguirme una mesa, y creo que Tony estaba resentido porque yo me movía con más libertad que él.

En palabras de Frank Cullotta:

Tony le tenía inquina a

El Zurdo porque él se consideraba el auténtico jefe de Las Vegas, y ahí estaba

El Zurdo paseándose tranquilamente mientras todos se inclinaban a su paso como si fuera el mandamás de la ciudad. Una noche estaba yo con Tony en el Jubilation cuando apareció

El Zurdo. Cuando íbamos los dos al club, el jefe siempre nos buscaba una mesa. Jamás colocaba a nadie ahí cerca pues nosotros no queríamos a nadie a la escucha. Incluso cuando el local estaba abarrotado, a nuestro alrededor no había más que los manteles blancos.

Y aquella noche hace su aparición

El Zurdo con todos sus acólitos del programa de televisión. Entre ellos hay un par de bailarinas a las que ha echado el ojo, están también Oscar y Joey Boston y el resto de sus lameculos.

Tony se fija en que

El Zurdo entra por la puerta y todo el mundo se levanta para estrecharle la mano. Además, que a

El Zurdo le encanta. Tony se limita a observar. Se va mosqueando, sobre todo al ver que

El Zurdo ni siquiera le hace un gesto con la cabeza en señal de respeto. Es como si le estuviera diciendo: «Aquí mando yo y te jodes».

Yo no sé si eso es lo que piensa

El Zurdo. Lo que digo es cómo se lo está tomando Tony. Una noche me dice:

—Fíjate en el mamón ése. Ni siquiera saluda.

—¿Cómo coño te va a saludar? —le respondo—. Si se supone que ni siquiera está en el mismo local que tú.

Tony me dice que ya lo sabe, pero que hay formas y formas de saludar y de no saludar.

Tony empezaba a intuir que

El Zurdo se estaba descontrolando. Que el programa de televisión y lo demás le había subido a la cabeza. Que su ego adquiría unas dimensiones extraordinarias y que todo se desmandaba. Dijo que

El Zurdo estaba tan ido que la otra noche, cuando él se estaba tomando unas copas, Joey Cusumano, el amigo de Tony, estaba en la mesa de

El Zurdo y éste había comentado: «Soy el judío más importante de América», refiriéndose al judío más importante de la mafia.

Joey le respondió: «Ah, claro, Frank, no sabía que Lansky había muerto». A Tony le encantaba la historia. Se la contó a todo el mundo. Joey le había dado donde más le dolía.

Rosenthal se quejaba de que:

Cada vez que se mencionaba a Tony en los periódicos, mi nombre salía en el párrafo siguiente. Les había repetido mil veces que a pesar de que me unía una larga relación de amistad con Spilotro, no tenía ningún negocio con él, pero los periodistas siempre nos relacionaban. No había nada que hacer. Estoy seguro de que de no haberme vinculado tanto ellos a Tony no habría tenido tantos problemas con la licencia.

La verdad es que —y estoy seguro de ello— en el mundo del hampa Tony tenía un peso ínfimo. Lo que la gente pensaba no se ajustaba a la realidad. Todo Nevada —Moe Dalitz, hasta mi propia esposa, ¡por el amor de Dios!— creía que Tony era el jefe de Las Vegas. Pero en realidad no era así. Empezó a creer que él era su propio relaciones públicas.

Pero no todo el mundo coincidía con él. Muchos aparecían con todo tipo de propuestas diciendo que venían de Tony. La mayoría ni siquiera conocía a Tony. Muchas veces las propuestas eran un mal negocio y eran desechadas.

En gran número de ocasiones se habían negado cosas a los miembros de su familia por el simple hecho de la fama de éste, y aquello había minado su moral. Una vez, su propio hermano solicitó un puesto de trabajo en un casino. Era una persona capaz para ello, todo hay que decirlo. Sensata. Pero en cuarenta y ocho horas lo echaron a la calle, por culpa de su apellido. El propietario del casino no quiso enfrentarse a la vigilancia que sabía que iba a establecer el Departamento de Control. A Tony le cogió un ataque. Se dispuso a montarle un gran cirio al propietario del casino. Le dije que se tomara un Valium y se fuera a casa.

Según Cullotta:

Eran malos tiempos para Tony. Cogía tales rabietas que se liaba a puñetazos con todo el mundo. En una ocasión, un periodista contó unas historias sobre él en el periódico y se le atragantaron:

—Voy a matar al menda ése —me dice.

Le respondí que aquello sería el fin para todo el mundo; desencadenaría la intervención de todo el ejército.

—Te equivocas —me iba repitiendo—. Vamos a reunir a unos cuantos. Ya lo solucionaremos.

Una noche quedé con él en una de las carreteras que conducían al desierto. Tenía un plan. Quería apoderarse del Oeste Medio. Me empieza a hablar de todos los tipos con los que él cuenta. Luego va enumerando a los que hay que matar.

Yo no paro de preguntarme: «¿Con quién tengo que vérmelas?». Tiene la intención de apoderarse del mundo entero. Conozco a todos los jugadores y él me va soltando la lista de los que hay que apalear.

Le paré los pies.

—Oye, Tony, pensemos por un momento que tienes éxito, y no creo que las probabilidades estén niveladas. ¿Qué crees que puede suceder en Kansas City, Milwaukee, Detroit y Nueva York?

Salta rápidamente diciendo que le estoy hablando de lugares que quedan al este del Mississippi. A nosotros no nos corresponden. Vamos a centrarnos en el Oeste Medio. Discute de geografía. La verdad es que las bandas del este del Mississippi no tienen nada que ver con las del Oeste Medio y con las del Oeste, pero si asesinan a algunos

capos de determinadas familias la cosa puede dar un giro.

No, no, Tony sólo quiere discutir a nivel de bandas del Oeste Medio.

Yo le digo que vale, pero que probablemente los demás grupos se percatarán de que en Chicago hay una banda fuera de control que ha tomado las riendas sin permiso. Que van a considerarlo como la banda más peligrosa del mundo. Además, si deja fuera de combate a los máximos dirigentes de Chicago, ¿qué le hace pensar que sus subalternos van a alinearse con él?

Pero él soñaba. Él iba a convertirse en el Papa de la mafia y

El Zurdo pasaría a ser Lansky. Decía todas aquellas barbaridades allí de pie, en el desierto. Yo tenía que seguirle la corriente, de lo contrario no habría vuelto a casa.

¿Alguien se imagina que de haberle llevado la contraria me habría permitido andar por ahí consciente de sus planes? Me habría eliminado sin darme tiempo a meterme en el coche.

Creo que pretendía que

El Zurdo apoyara sus proyectos, pero también tengo la sensación de que éste lo dejó en la estacada o algo porque posteriormente cada vez que salía su nombre se ponía hecho una furia. Decía que cada vez que se le ocurría una idea y necesitaba la ayuda de

El Zurdo, éste no le hacía ningún caso. Me di cuenta de que empezaba a odiarle. Consideraba que se pitorreaba de él.

El Zurdo lo había dejado demasiadas veces colgado.

El FBI de Las Vegas llevaba años tras Spilotro y había elaborado un considerable dossier

sobre él y su banda. Habían reunido la información para demostrar que Spilotro era lo que repetían sin cesar los periódicos: la mano derecha del hampa en Las Vegas y quien mandaba en realidad tras los bastidores del hotel Stardust. Pero prácticamente nada de lo que había captado el FBI a base de pinchazos podía confirmar la fama de Spilotro.

Spilotro y su banda de corredores de apuestas, profesionales de la extorsión, usureros y atracadores no eran más que eso: corredores de apuestas, profesionales de la extorsión, usureros y atracadores. Al parecer no trabajaban en nada relacionado con grandes negocios de los casinos. A decir verdad, podían considerarse afortunados si cumplían los encargos menores que les asignaba la dirección de Chicago. «Teníamos a Spilotro más para llevar la responsabilidad de los recados que la de los casinos», admitió Bud Hall, agente retirado.

La actividad normal captada por medio de las escuchas telefónicas y micrófonos instalados entre el 13 de abril y 13 de mayo de 1978 se centraba en detalles triviales y aburridos sobre adjudicación de puestos de trabajo y regalos. El FBI oyó una llamada efectuada por Michael, hermano de Spilotro, a otro de sus hermanos, John, para discutir la introducción de un amigo suyo en el Hacienda.

Oyeron también como Stephen Bluestein, dirigente del Sindicato de Restauración, llamaba a Spilotro para conseguir trabajo para la hija de algún conocido en el Stardust. Oyeron la llamada de Spilotro a Marty Kane, el gerente de la correduría de apuestas del Stardust en la que le decía que despidiera a una mujer que acababan de contratar y pusieran en su lugar a una joven amiga de Spilotro. Grabaron la llamada de Herbie Blitzstein, machaca de Spilotro, a Joe Cusumano, en el Stardust pidiéndole a éste que le consiguiera unos sobres de nómina del Stardust para poder utilizarlos él mismo. Incluso captaron a la policía local llamando a Spilotro para advertirle de que un agente del fisco había conseguido permiso para revisar sus antecedentes policiales.

La serie de llamadas telefónicas que tal vez tipificarían con más perfección el trabajo de segundón que encargaba la dirección de Chicago a Spilotro se produjeron el 1 de mayo de 1978. Empezó con una de Joseph Lombardo, Joey El Payaso,

uno de los personajes de la cúpula del hampa y capo

de Spilotro. Herbie Blitzstein, que se encontraba en el Gold Rush con su novia, Dena Harte, respondió al teléfono. Lombardo quería saber por qué Barbara Russel, la secretaria de Gregory Peck, no había conseguido lo que se había pedido para ella: habitación, comida y bebida gratis en el Stardust. Spilotro se puso inmediatamente al habla con su capo

en Chicago y le prometió que se ocuparía enseguida del problema.

—Lo siento muchísimo —dijo Spilotro—. No sé qué puede haber sucedido.

—Desde el momento en que se te da una orden —respondió Lombardo—, se supone que tienes que cumplirla.

Spilotro dijo haber dejado incluso un mensaje en el hotel precisando que se trataba de una petición de Lombardo.

—Es decir —concluyó Lombardo—, que no has movido ni un dedo.

Spilotro le aseguró a Lombardo que iba a solucionar el error de inmediato y durante las horas que siguieron el FBI escuchó como Spilotro intentaba desembrollar la chapuza. En cuanto Blitzstein le confirmó que la petición había sido cursada, llamó a Leonard Garmisa, conocido de Lombardo y del director del fondo de pensiones del Sindicato, Allen Dorfman. Garmisa había sido el primero en pedir el favor a Lombardo.

Día 1 de mayo de 1978, a las tres horas y doce minutos de la tarde en el Gold Rush. Llamada grabada por el FBI entre Spilotro, Leonard Garmisa y Dena Harte, novia de Blitzstein:

SPILOTRO:

(apartando el auricular) ...el pájaro es amigo de Dormían.

¿Qué quieres que te diga?

GARMISA: Oye...

SPILOTRO: Dime, Irv.

GARMISA: ¿Cómo?

SPILOTRO: Irv.

GARMISA: ¿Cómo, Irv?

SPILOTRO: ¿No hablo con Irv Garmisa? Pues eso.

GARMISA: ¿Con quién hablo?

SPILOTRO: Con Tony Spilotro.

GARMISA: Soy Lenny Garmisa, Tony.

SPILOTRO: ¡Ah, Lenny! ¿Qué tal van las cosas, Lenny?

GARMISA: Bien.

SPILOTRO: Ya decía yo...

GARMISA: ¿Eh?

SPILOTRO: Estaba en sintonía, ¿no?

GARMISA: Sí, en sintonía, pero yo no te había conocido. ¿Qué tal, Tony?

SPILOTRO: Muy bien, aparte de la llamada, es algo molesto, la verdad.

GARMISA: Yo ya le dije que no te llamara. Pero quería que lo supiera.

SPILOTRO: Vamos a ver si me cuentas qué pasó, Irv.

GARMISA: Lenny.

SPILOTRO: Dime lo que pasó, Lenny.

Entonces Garmisa le cuenta a Tony que al no haber podido hablar directamente con él, había pasado el encargo al que se había puesto al teléfono en el Gold Rush.

SPILOTRO: Vale, perfecto, recibió el mensaje y...

GARMISA: ASÍ que yo le dije, oye, llama a esta señora, a Barbara Russel, tiene habitación en el Stardust, ya está ahí. Haz por ella lo que esté en tu mano. Si quieres cargarlo a mi cuenta, yo encantado, pero hay que tratarla como a una reina. Le dije que eso era todo. Y hasta hoy. Resulta que hoy me llama Gregory Peck para invitarme a la fiesta de cumpleaños de su hija, y he tenido que hablar con su secretaria. Le he dicho: «Oye, Barbara, ¿qué tal lo pasaste?» Me responde que de cine. «¿Te llamó alguien?» Me pregunta a qué me refiero. Le digo que eso, que ya le había dicho que alguien se pondría en contacto con ella, y me responde que no, que no la llamó nadie.

SPILOTRO: Vale. De acuerdo. Y ahora una pregunta.

GARMISA: Dime.

SPILOTRO: ¿Le pasaron la cuenta?

GARMISA: Creo que ella... pues no lo sé.

SPILOTRO: ¿NO lo sabes? Vamos a hacer una cosa, Lenny. Ahora mismo coges el puto teléfono y lo investigas, ¿vale? Y yo mando que le reembolsen el dinero, ¿qué te parece?

GARMISA: Por favor...

SPILOTRO: Pero si ella... un momento, escúchame. Si se le pasó la cuenta, coges el teléfono y vuelves a llamar a Joey. La chica tenía que constar en rojo. ¿Sabes lo que significa en rojo, Lenny?

GARMISA: Sí.

SPILOTRO: Que se trata de una cortesía.

GARMISA: SÍ, ya lo sé.

SPILOTRO: O sea que no sabes si le ofrecieron trato preferente.

GARMISA: Ni idea, pero no creo.

SPILOTRO: ¿No crees?

GARMISA: NO creo, pero voy a llamarla, si quieres, lo hago por el otro teléfono mientras esperas.

Garmisa llamó al despacho de Peck y al contactar de nuevo por el otro teléfono su tono traducía, según los del FBI que estaban a la escucha, que estaba arrepentido de haberse visto envuelto en aquel embrollo.

GARMISA: Dice que se registró con el nombre de señora Barbara Russel, pero que no sabe por qué le apuntaron el nombre de su marido. Tal vez los que tú tenías avisados intentaron localizarla buscando el nombre de Barbara Russel cuando en el registro constaba como Dale Russel.

SPILOTRO: ¿Dale Russel?

GARMISA: Y total fueron tres putas noches, ¿cómo voy a reembolsarle algo? Te lo juro, Tony, ya sabes lo que te aprecio, has sido muy amable al llamar pero no te preocupes. Le hice el comentario a JP (Joey Lombardo,

El Payaso), pero...

SPILOTRO: Sí, pero no es eso, Lenny. Cuando Joey dice que quiere que se haga algo, eso está hecho.

GARMISA: Ya lo sé.

SPILOTRO: Claro que si se registra con el nombre de Dale Russel, ¿cómo podemos localizarla?

GARMISA: Tampoco lo sabía yo. Si me acabo de enterar hace unos segundos. O sea que no le des más vueltas, ¿vale?

SPILOTRO: Es que tienes que llamar a Joey y decirle...

GARMISA: Voy a llamar a Joey.

SPILOTRO: Ahora mismo está en casa.

GARMISA: Se lo explicaré inmediatamente.

SPILOTRO: Mientras tanto, voy a hacer otra comprobación. Pero casi estoy seguro de lo que pasó.

GARMISA: Déjalo, ya lo sabemos...

SPILOTRO: De acuerdo, Lenny.

GARMISA: ...por la otra línea. Tengo que dejarte. Tengo que dejarte, Tony.

SPILOTRO: Tranquilo.

GARMISA: Vale.

SPILOTRO: Adiós.

Durante setenta y nueve días de la primavera de 1978, el FBI grabó más de ocho mil conversaciones en 278 cintas magnetofónicas, y la mayor parte de éstas con temas tan banales como el de la secretaria de Gregory Peck. Con todo, en junio, el Bureau emprendió un registro masivo durante el que más de cincuenta agentes ejecutaron órdenes de busca y captura desde Spilotro a Allen Glick. Dichas órdenes, que se ejecutaron en Chicago y Las Vegas, habilitaban a los agentes para embargar dinero en efectivo, archivos, armas, grabaciones y expedientes económicos, detalles que fueron pormenorizados en las portadas de los periódicos de Las Vegas, acompañados por los comentarios habituales que vinculaban a Spilotro con Rosenthal y el Stardust. No obstante, al cabo de unos meses, prácticamente todo el material embargado se devolvió a sus propietarios; el registro acogido con tanta publicidad había sido un fracaso. Spilotro seguía libre para continuar con su trabajo.

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