Carnaval

Carnaval


CAPITULO XLI

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Jenny era ahora de marfil; el hijo le había robado todo el coral de las mejillas. Fuera, las copas de los árboles proyectaban negros encajes sobre el fondo plateado del cielo y sacudían con ramas de ébano el círculo de la luna. Claras como campanas sonaban las rompientes en la playa de Trewinnard, y en la alta habitación una mariposa blanca revoloteaba, sin parar, alrededor de la luz de la vela. Un ratoncillo chilló en la pared.

—Hay que ver —dijo Jenny a May, que estaba sentada en la penumbra a los pies de la cama—, creí que no me gustaría criar a un hijo, y ahora pues... sí que me gusta. Y mucho.

Un chorlito gritó en la noche otoñal y fue contestado por otro, lejos, en el valle.

—Ojalá que mamá hubiese visto a mi niño!-suspiró Jenny—. La semana que viene es mi cumpleaños. ¡ Hubiera estado gracioso que los dos hubiésemos nacido en el mismo día!

La vela chisporroteó al caer la mariposa muerta y después, brilló con más fulgor.

—Es hora de que este pillo se duerma —dijo May con autoridad.

—Tócale las manos; parecen de terciopelo —observó Jenny.

—Las tiene muy suaves —asintió May.

—¡ Cómo hablarán las chicas cuando se enteren de que tengo un hijo!

—Es verdad.

—Seguramente pensarán si se parece a mí. Vientos lejanos susurraban sobre las laderas de las colinas y los mirlos empezaron a trinar en coro.

—Con un hijo, la noche es hermosa —exclamó Jenny, y muy pronto se quedó dormida.

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