Carnaval

Carnaval


CAPITULO XIII

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—Ahora ya está hecho y no tiene remedio.

Maurice suspiró. Después volvió a estrechar a la muchacha entre sus brazos y permanecieron así hasta que Jenny exclamó de pronto:

—¡ Vaya! ¡ Si ya estamos en Hagworth! Suéltame y buenas noches. Ahora tengo que irme.

Al final de la calle, bajo el alto plátano silvestre, en el mismo lugar donde Jenny había danzado de niña, permanecieron los dos jóvenes silenciosos y enlazados dentro del anticuado vehículo, mientras el cochero fumaba filosóficamente y la lluvia cantaba cayendo en los charcos. Los ruidos del tráfico sonaban remotos y la humedad nocturnal parecía alejarlos del resto del mundo. Para sublimar su amor no necesitaban de la inmensidad azul del Pacífico; bastábales la desolada noche londinense, llena para ellos de presagios de felicidad.

—¡Cuántos momentos deliciosos como éste pasaremos juntos! —murmuró al fin Maurice.

—¿Verdad que sí? —contestó la muchacha.

El caballo piafó impaciente por aquella larga parada y el cochero sacudió la ceniza de su pipa contra el techo del coche.

—¡ Déjame! Debo irme —dijo Jenny.

¡ De veras? —preguntó él.

—Sí.

—Pues otro beso, entonces.

A Maurice cada beso de Jenny le parecía el primero.

—¡Esto es maravilloso! —exclamó.»

—¿Qué es lo maravilloso? —repitió Jenny.

—Todo. Londres y la vida. Tú y yo.

Saltó al camino y cogió a la muchacha entre sus brazos, otra vez, para bajarla del coche.

—Buenas noches, Jenny.

—Buenas noches.

—¿Hasta mañana?

—Sí.

—Buenas noches —repitió él. Y añadió dulcemente:

—¡Bendita seas!

—¡Bendito seas tú! —murmuró la muchacha.

Y luego, sorprendida de haber dicho aquello, corrió bajo la lluvia, rápida y fugaz como la sombra de una nube, mientras el caballo trotaba hacia el lado sur de la ciudad, conduciendo a un enamorado soñador.

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