Carnaval

Carnaval


CAPITULO XXXIV

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¿ Y cómo llegó a sus manos en un principio? La carta era de febrero, escrita después de haberse Jenny marchado de casa. La debió de dejar caer durante una de sus visitas, y su madre sospecharía que aquellas pocas palabras escritas jovialmente podían esconder algo. Procuró Jenny recordar si pudo hacer sospechar a su madre la existencia de algún asunto amoroso de cierta índole al quedarse unos días en casa de alguna amiga. Pero no, como no vivía en casa, sospecharía su madre que pasaba los finales de semana con Maurice. Todos sus escrúpulos, todo su cuidado para no hacer desgraciada a su madre habían sido inútiles. Había destrozado su amor sin conseguir lo que deseaba, ya que su madre creyó, al parecer, al la fragilidad de su hija. ¡Cómo habría sufrido, obsesionada por la supuesta e imaginaria desgracia, sollozando en silencio, sufriendo calladamente, desilusionada, desde que Jenny se marchó de casa. Arrojó la carta al fuego, y se quedó abrumada, comprendiendo que ella, ella misma, había hecho perder poco a poco la razón a su madre. Esos médicos con sus cuentos de abcesos no sabían lo que estaban diciendo. Su madre se volvió loca de desesperación por la supuesta conducta de ¿su hija.

Fue a la cocina. La criada despachaba torpemente su obligación. Volvió a la salita y cerró de golpe el baúl copio si quisiera encerrar el mudo reproche que le parecía emanar de las cosas que fueron de su madre. Se estaba haciendo tarde. Tenía que arreglarse para ir al teatro, ¡ Qué fracaso el de su vida! Sonó el timbre de la puerta y Jenny fue a abrirla contenta de buscar distracción a sus pensamientos. Era Trewhella, que entró chorreando agua en el recibimiento.

—¡ Qué sorpresa!

—¿Ha tomado usted el té?

—Sí; hace más de una hora. Mal tiempo tenemos.

Mientras hablaba había entrado tras ella en la salita. Allí de pie, en la penumbra, le pareció gigantesco e inconmovible como una roca.

—¿Ha resuelto usted sus asuntos? —le preguntó para romper el silencio que sobrevino.

—Sí; lo del peaje, resuelto está, para bien o para mal, según como se lo mire. Ahora ya no tengo nada que hacer sino esperar tu contestación.

Pasó el farolero por la calle. Se oyó el ruido que hizo al encender el farol de enfrente. Luego sus pisadas fueron alejándose. Quedó el cuarto iluminado por una luz fantasmal, que al pasar amarilla y pálida a través de las cortinas de encaje trazaba sobre mesa y paredes un curioso dibujo afiligranado de sombras.

—Voy a encender el gas —dijo Jenny.

—Deja; pero escucha lo que te digo. Estoy ardiendo de amor por ti. Mi corazón parece de plomo, de tanto esperar. ¿Por qué no te casas conmigo, preciosa? Esto que me pasa es locura de amor. Sin duda alguna. Óyeme, rapaza, escucha, Jenny, ¿qué me contestas?

—Está bien. Me casaré contigo —dijo fríamente—. Ahora déjame que encienda el gas.

Encendió una cerilla y. a su luz vacilante vio a Zack acercarse a ella.

—¡No! —casi gritó—. No me beses. Todavía no. Nos pueden ver por la ventana.

—Déjales que miren lo que quieran. ¿Qué nos importan?

—No seas tonto. Déjame de besos. Además, tengo que irme escapada. Voy a llegar tarde al teatro.

—¡Vaya el teatro al diablo! Ya no tienes que volver por allí.

—Tengo que avisar con quince días de anticipación que me voy.

Zachary Trewhella era demasiado zorro para insistir y arriesgar que Jenny se volviese atrás, y con gran sapiencia, no lo hizo.

—Te acompañaré un trecho.

—No, no. Tengo prisa. Esta noche, no.

Más tarde, en medio de la niebla ambarina que llena los tranvías las noches de lluvia, Jenny se dirigía al Metro, viendo con la imaginación a su hermana pequeña en medio de un jardín lleno de flores.

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