Carmina Burana

Carmina Burana


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<Culminación del deseo amoroso>

Poema típico del amor goliárdico en el que, entre resonancias bíblicas y líricas tanto paganas como cristianas, se narra por medio de un diálogo amoroso la consecución del amor entre el poeta y su amada al modo de la pastorela. Estrofa goliárdica de cuatro versos monorrimos.

1

Aunque hablase la lengua de los ángeles y de los humanos[147],

no podría expresar mi triunfo, nada vano,

gracias a la cual con justicia supero a todo cristiano

con manifiesta envidia de los rivales profanos[148].

2

Canta, pues, lengua mía las causas y el resultado[149].

Mas el nombre de la amada, mantenlo guardado,

para que no sea entre el pueblo divulgado

lo que para la gente debe quedar secreto y velado[150].

3

Me encontraba entre matorrales floridos y amenos,

dándole vueltas en mi pecho; «¿Qué acciones emprendo?

Vacilo porque mi semilla en la arena vierto[151].

Amando a la flor del mundo, ya me desespero.

4

Si desespero, ninguno con razón se admire,

pues una vieja a la rosa le prohíbe

que ame a alguien o que bajo el amor milite.

¡Ojalá que Plutón[152], suplico, llevársela se digne!»

5

En mi alma a estas cosas dándole vueltas,

deseando que un rayo se llevase a la vieja,

he aquí que mirando hacia atrás tras el verdegal,

escucha lo que vi, pasmado de sorpresa.

6

Vi la flor florida, vi la flor entre la flores bella,

vi a la rosa de mayo, que todas más esbelta,

vi a la rutilante estrella, que todas más excelsa,

para la que había vivido y mi amor era ofrenda.

7

Cuando vi lo que siempre había sido mi sueño,

me llené de inefable contento,

levantándome veloz me acerqué a ella

y con estas palabras la saludé, rodilla en tierra:

8

«Ave, la más bella, piedra preciosa,

ave, honra de las doncellas, doncella gloriosa,

ave, luz de la luz, ave, del mundo rosa,

Blancaflor y Helena, Venus gloriosa[153]».

9

Así me respondió diciendo aquella estrella matutina:

«Quien rige las cosas terrestres y las divinas,

criando violetas entre la hierba y rosas entre las espinas,

te dé salud, gloria y el elixir de la vida[154]».

10

Yo le dije: «Oh dulcísima, mi corazón confiesa,

que tú lo salves es lo que desea,

pues de alguien aprendí, como es cosa manifiesta,

que aquel que hiere es el que mejor remedia[155]».

11

«¿Dices que mis dardos así te han herido?

Lo niego, mas con todo la querella admito,

a la herida y las causas de la herida presto oídos,

para, luego, saciarte con un remedio lenitivo».

12

«¿Para qué descubrir mis heridas manifiestas?

Han pasado ya cinco años y el sexto ya se acerca

desde que te vi bailando un día en las fiestas;

para todos como el espejo y la ventana eras[156].

13

Al verte así, comencé a maravillarme

exclamando: «¡He aquí una mujer digna de venerarse!

Ésta supera a todas las doncellas y carece de rivales,

ésta tiene radiante faz y una expresión radiante».

14

Tu mirada era transparente y amena,

diáfana como el aire, limpia y serena.

Por ello: «Dios mío, Dios mío», me dije con frecuencia,

«¿es ella la diosa Venus o acaso es Helena?».

15

Una cabellera rubia maravillosamente te colgaba,

como la nieve tu garganta resaltaba,

tu pecho esbelto a todos cautivaba,

porque más que todos los perfumes fragancia exhalaba.

16

En tu alegre rostro las estrellas brillaban,

la blancura del marfil tus dientes emulaban,

una belleza indecible tus miembros respiraban.

¿Cómo no iba a ocurrir que a todos cautivaras?

17

Entonces me cautivó tu radiante hermosura,

transformó mi mente, mi alma y mi corazón.

Para hablarte mi espíritu al punto cobró ánimo,

mas a realizar esta esperanza nunca se decidió.

18

Así pues mi corazón con razón se siente herido.

Mira, la vida es cruel como una madrastra conmigo.

¿Quién alguna, quién por algo se ve tan afligido

como el que espera algo y en ello se ve desatendido?

19

Ese dardo encerrado en mi pecho llevé[157] siempre.

Por ello miles y miles de veces suspiré,

exclamando: «¿En qué contra ti pequé, Creador del mundo?

La carga de todos los amantes sobre mí llevé.

20

La bebida, la comida y dormir rechazo,

y con medicinas no puedo de mis males salir.

Cristo, no me dejes morir de esta manera[158],

mas dígnate a este desgraciado convenientemente asistir».

21

Soporté estas desgracias y también otras muchas

sin ningún solaz que aliviase mis desventuras,

ni siquiera porque muy a menudo en las noches oscuras

estaba contigo en fantasiosas figuras.

22

Viendo así, rosa mía, cómo estoy lastimado,

cuántos y cuán grandes pesares por ti he soportado,

muestra voluntad de que sea curado

y resulte así sano, salvo y recobrado.

23

En ti me gloriaré, si así, en efecto, hicieres,

como al floreciente cedro del Líbano te exaltaré[159].

Mas si, lo que no temo, mi buena fe defraudas,

sufriré un auténtico naufragio y en peligro de muerte estaré.

24

Aquella rosa fulgente me contestó: «Mucho soportaste,

pero sábete que nada desconocido me revelaste,

pues lo que por ti he sufrido ni en sueños te imaginaste;

es más lo que yo sufrí que lo que tú me contaste.

25

Mas omito su narración por entero,

porque quiero darte tal satisfacción

que te dará salvación y alegría

y te traerá, más dulce que la miel, la curación.

26

¿Dime, pues, joven qué es lo que piensas?

¿Acaso buscas dinero para que rico seas

o piedras preciosas con las que adornarte deseas?

Pues, si es posible, te daré todo lo que quieras».

27

«No es lo que deseo joyas ni dinero,

sino algo que presta a todos alimento,

que hace lo imposible fácil evento

y que da a los tristes gozo completo».

28

«Lo que quieres, en verdad, no puedo adivinar

y, sin embargo, en tus ruegos deseo participar.

Así pues, todo lo que tengo diligente puedes registrar

y tomar, si algo que te apetece, llegas a atinar».

29

¿Para qué decir más? Eché los brazos a su cuello,

mil besos le di, otros mil cobré

y afirmé, repitiéndolo mil veces:

«En verdad, en verdad esto es lo que tanto deseé».

30

¿Quién desconoce las cosas que después siguieron?

El dolor y los suspiros lejos se fueron,

los gozos del paraíso nos invadieron

y todas las delicias al punto nos vinieron.

31

Entonces el gozo de los abrazos fue centuplicado,

entonces cumplimos lo por mí y ella deseado,

entonces el triunfo de los amantes fue por mí alcanzado,

entonces fue mi nombre al fin aclamado[160].

32

Todo amante que de mí se acuerde

y no desespere, aunque amargado viviere[161],

pues algún día vendrá en el que se le muestre

la gloria que después de las penas viene.

33

De las cosas amargas brotan, en verdad, las gratas,

no sin esfuerzo lo más grande se gana,

el que desea la dulce miel a menudo recibe una picada;

espere, pues, el mejor premio el que sufre penas más amargas.

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