Carmina Burana

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<Filis y Flora>

Esta típica altercatio o disputa, tan popular en la Edad Media, sobre el amor del clérigo (en el sentido medieval del término[208]) frente al del caballero alcanza un alto grado de elaboración literaria (en la que no faltan todos los tópicos del género), lo que le ha dado una gran celebridad. Los nombres de los personajes, Filis[209] («la-s hoja-s») y Flora (la diosa latina de la floración), son estereotipos de jóvenes amadas y amantes procedentes del mundo clásico. Estrofas goliárdicas de insistente monorrima.

1

En la época del año florida en la que el cielo se serena

y se pinta de múltiples colores el regazo de la tierra,

cuando puso en fuga a las estrellas el nuncio de la Aurora[210],

abandonó el sueño los ojos de Filis y Flora.

2

Plugo a las doncellas irse de paseo,

ya que el corazón herido rechaza el sueño;

con parejo paso entonces se van al prado,

para que también el lugar hiciese el juego grato.

3

Así ambas doncellas y ambas reinas caminan,

Filis el pelo suelto, Flora en trenzas finas.

No tienen hechura de doncellas, sino divina

y sus rostros igualan a la luz matutina.

4

Ni por linaje ni aspecto ni atavío en nada viles,

tienen edad y espíritu juveniles,

pero son un poco dispares y un poco hostiles,

pues a una gusta un clérigo y a otra, un caballero.

5

No les diferencia a ellas el cuerpo ni el semblante,

todo lo tienen común por dentro y por fuera,

comparten los mismos hábitos y las mismas costumbres;

sólo las diferencia del amor el talante.

6

Susurraba ligeramente un aire oportuno,

el lugar con verde pradera era acogedor

y en la pradera corría un riachuelo

alegre y retozón con gárrulo murmullo.

7

Para aumentar la belleza y aminorar el bochorno,

había junto al río un pino de ancha copa,

de hermoso ramaje y copiosa fronda

que no dejaba penetrar el calor del entorno.

8

Se sentaron las doncellas. La hierba fue su sede.

Filis junto al riachuelo, Flora más lejos se sienta

y mientras ambas se sientan y en sus cosas piensan[211],

el amor lacera su corazón y a ambas hiere.

9

Su amor es profundo, escondido y oculto

y de su corazón arranca decididos suspiros.

La palidez desangra sus mejillas, su rostro se demuda,

pero en el pudor su ardor queda sepulto.

10

Filis en un suspiro a Flora sorprende

y a ésta en igual situación Flora advierte.

Así la una y la otra se contrapesan.

Al fin su mal descubren y su herida manifiestan.

11

Su diálogo tiene una larga duración

y trata, en verdad, todo él del amor.

El amor está en su alma, el amor está en su boca.

Al fin comienza así Filis sonriendo a Flora.

12

«Noble caballero», exclama, «mi desvelo, mi Paris[212]

¿dónde ahora militas y dónde moras?

¡Oh vida de la milicia, vida singular,

única digna del gozo de Dione[213] como hogar!»

13

Mientras la muchacha a su caballero recuerda,

Flora sonriendo la miró de soslayo

y entre sonrisas le replica como un enemigo:

«podrías decir que amas», le dice, «a un mendigo».

14

«¿Mas qué hace ahora Alcibíades[214], mi desvelo,

de toda la creación la más digna criatura,

a quien adornó con todas las gracias la natura?

¡Oh, feliz sólo el estado del clérigo!»

15

A Flora Filis le replica con verbo duro

y con palabras que sublevan habla Flora:

«¡Mira la jovencita», dice, «de corazón puro

cuyo pecho noble sirve a Epicuro!»[215]

16

¡Líbrate, líbrate, pobrecilla, de ese ardor impuro!

Sólo el clérigo, en mi opinión, es Epicuro;

ninguna elegancia a ese clérigo le concedo

con su cuerpo rechoncho de gordura y sebo.

17

Del campamento de Cupido tiene el corazón lejos

quien piensa en el sueño, la comida y la bebida.

¡Oh noble muchacha!, de todos es cosa sabida

que de esta aspiración dista mucho el caballero.

18

Con lo necesario sólo está el caballero contento,

ni al sueño, comida ni bebida vive atento;

el amor a él le impide que sea soñoliento,

el amor y la juventud son la comida y bebida del caballero.

19

«¿Quién podría unir con las mismas riendas a nuestros amados?

¿Permitiría la ley y la naturaleza emparejarlos?

El mío sabe retozar, el tuyo banquetear;

para el mío lo suyo es dar, para el tuyo aceptar».

20

A Flora se le va la sangre de su rostro verecundo

mas, al sonreír de nuevo, se la ve más bella

y, al fin, descubre con dicción elocuente

lo que deliberaba en su pecho en recursos excelente.

21

«Con toda libertad», dice, «Filis, has hablado,

eres de muy viva dicción y aguda,

pero en realidad la verdad no has alcanzado

para que hagas prevalecer sobre el lirio la cicuta».

22

Dijiste del clérigo que se regala a sí mismo

y lo consideras esclavo del sueño, del beber y del comer.

Así suele el envidioso la honradez entender;

permíteme, pues, un momento, que te voy a responder.

23

Tantos y tan grandes bienes, lo confieso, tiene mi querido

que nunca piensa en bien ajeno.

Despensas de miel, de aceite, de Ceres, de Lieo[216],

el oro, las piedras preciosas, las copas están a su servicio.

24

En tan agradable abundancia de la vida clerical,

que no puede ser descrita con la voz,

revolotea y bate sus dos alas Amor,

Amor inagotable, Amor inmortal.

25

Acusa los dardos de Venus y los golpes de Amor,

mas no por ello el clérigo está delgado y afligido,

ya que en modo alguno la alegría le abandonó.

Le corresponden los sentimientos de su dama no fingidos.

26

Macilento y pálido está tu preferido,

pobre es y apenas protegido con un manto raído;

no son fuertes sus miembros ni robusto su pecho,

pues cuando la causa falla, falla también el efecto[217].

27

Vergonzosa es la pobreza que amenaza al amante.

¿Qué podría dar el caballero al suplicante?

Mas da a menudo y con abundancia el clérigo.

¡Tantas son sus riquezas, tantos sus ingresos!»

28

A Flora Filis objeta: «eres muy entendida

en la profesión de ambos y en ambas vidas;

con mucha verosimilitud y pulcritud has mentido,

mas no acabará así esta porfía.

29

Cuando el mundo se regocija con la llegada de la luz gozosa,

entonces es cuando se manifiesta del clérigo toda la deshonra,

en la tonsura de su cabeza y en su negra ropa

llevando el testimonio de su sensualidad penosa.

30

Nadie hay tan fatuo o ciego

que no reconozca el esplendor del caballero.

El tuyo es en el ocio como el bruto ganado,

al mío lo cubre el yelmo, al mío va a caballo.

31

El mío dispersa con su amor el campo enemigo

y si inicia solo el combate en infante convertido,

mientras sostiene a Bucéfalo su Ganimedes[218],

él me invoca en medio de las muertes.

32

Cuando regresa de poner en fuga al enemigo, acabado el combate,

echando hacia atrás el yelmo, no se cansa de mirarme.

Por estos y otros motivos en deducción correcta

es la vida del caballero para mí la predilecta».

33

Advirtió en Filis Flora el pecho anhelante del enfado

y entonces le responde con multiplicado dardo:

«En vano», le dice, «hablas poniendo el grito en el cielo

y te esfuerzas en hacer pasar por el ojo de la aguja un camello[219].

34

Dejas la miel por la hiel, lo verdadero por lo falso

cuando apruebas al caballero, reprobando al clérigo.

¿Es que hace el amor al caballero esforzado y fiero?

¡No! Mas bien la pobreza y la carencia de lo necesario.

35

¡Hermosa Filis, ojalá que amases con cerebro

y no protestases más contra la verdad objetiva!

A tu caballero la sed y el hambre le dominan,

senderos que llevan a la muerte y al infierno.

36

Es constante la calamidad en el caballero,

su suerte es dura y en aprieto,

siempre en la balanza e indecisa

de poder afrontar las necesidades de la vida.

37

No dirías calumnias, si conocieses el uso,

sobre el hábito negro del clérigo y su pelo tonsurado:

tiene esto el clérigo para honor sumo

como ser superior a todos señalado.

38

Para el clérigo, es patente, todo es en buena hora,

y lleva la señal de su poder en la corona[220].

Tiene poder sobre los caballeros y es pródigo en regalos:

quien manda es mayor que el mandado.

39

Juras que el clérigo vive siempre en la pereza:

desprecia, lo confieso, las obras viles y duras,

mas cuando su espíritu elevado se pone a la tarea,

ilumina los caminos del cielo y de la natura[221].

40

El mío se viste de púrpura, el tuyo de armadura,

el tuyo anda en la guerra, el mío en su litera

donde las antiguas gestas de los príncipes repasa,

escribe, investiga y piensa sólo en su amada.

41

El poder de Dione y del dios del amor

el primero que lo conoció y mostró fue un clérigo.

Gracias al clérigo es el caballero Citereo[222].

Por éstas y otras razones resulta tu discurso reo».

42

Dejó Flora de hablar y disputar a un tiempo

y reclama sobre ello de Cupido la sentencia.

Filis primero protesta, mas luego acepta

y, de acuerdo sobre el juez, regresan por la pradera.

43

Toda la disputa depende ahora de Cupido;

lo reconocen como juez veraz y perito,

puesto que conoce la vida de uno y otro estilo.

Ya se preparan para ir a oírlo.

44

Parejas en belleza van las dos doncellas y parejas en pudor,

parejas en deseos y parejas en color:

Filis con ropa blanca, Flora bicolor,

un mulo llevaba a Filis, a Flora un bridón.

45

El mulo de Filis, en verdad, fue el único

que crió, alimentó y domó Neptuno.

Después del furioso jabalí y de la muerte de Adonis

para solaz, como regalo, a Citerea se lo envió Neptuno.

46

A la hermosa madre de Filis y proba reina de Iberia

por último se lo regaló Venus agradecida

por la entrega a su obra divina[223].

Por ello ahora Filis lo tiene para su dicha.

47

Armonizaba muy bien con el porte de la doncella:

era hermoso, bien constituido y de planta buena,

como tenía que ser a quien Nereo con fineza

a Dione mandara desde región tan extrema[224].

48

Quienes quieran saber de los arreos y del freno,

que de plata maciza los dientes del mulo mascaban,

sepan que todos estos aparejos

como regalo de Neptuno a su altura estaban.

49

No careció de hermosura Filis en aquella hora,

sino que se mostró radiante de riqueza y belleza,

ni tampoco se quedó atrás en ambas cosas Flora,

ya que un caballo ricamente enjaezado monta.

50

Su caballo, dominado por las bridas de Pegaso[225],

era muy hermoso y de fuerza dotado,

bellamente de variados colores moteaba,

pues en él el negro con el color del cisne se mezclaba.

51

De buena constitución y en la flor de la edad

tenía una mirada un tanto altiva, pero no fiera.

era de cuello erguido, las crines flotaban ligeras,

las orejas cortas, el pecho prominente, la cabeza pequeña[226].

52

Presentaba en su curvo lomo para asiento de la doncella

una ensilladura que no había sentido hasta entonces peso,

de cavas pezuñas, pata recta y codillos gruesos,

en todo esta caballería era un prototipo de la naturaleza.

53

Sobre el caballo colocada la montura no desentonaba,

pues al marfil que la formaba un borde de oro lo encerraba,

y a los cuatro extremos que de ella sobresalían

una piedra preciosa, como una estrella, a cada uno embellecía.

54

Muchos sucesos pretéritos e ignotos

se encerraban en ella esculpidos en relieves maravillosos;

las nupcias de Mercurio en presencia de los dioses,

la alianza, el matrimonio y toda la dote[227].

55

No queda un solo lugar libre ni llano;

su riqueza supera la capacidad humana.

Todo era obra de Vulcano, quien, cuando la repasa,

apenas da crédito a la labor de sus manos.

56

El Forjador[228], dejando a un lado de Aquiles el escudo,

dedicó su esfuerzo a los jaeces del caballo con sumo gusto,

herraduras para las pezuñas y freno para la quijada,

añadiendo las riendas con los cabellos de su esposa formadas.

57

Para la silla una púrpura cosida con lino fino,

dejando sus restantes ocupaciones, tejió Minerva[229],

que con acantos y narcisos bordara ella

y había rematado sus bordes con una cenefa.

58

Cabalgan veloces a la par las dos doncellas

con semblante recatado y mejillas tiernas:

así brotan los lirios, así las rosas nuevas,

así recorren juntas el cielo dos estrellas.

59

Dirigen sus pasos al paraíso del Amor.

Un amistoso enfado se dibuja en su faz.

Filis provoca la risa de Flora y Flora de Filis.

Lleva Filis en su mano un halcón, Flora un gavilán.

60

Hallan el bosque tras breve intervalo de tiempo.

En la entrada del bosque las aguas de un río murmuran.

Con mirra y especias el aire allí se perfuma

y resuenan tímpanos y cítaras a ciento.

61

Todo lo que la mente humana puede captar

allí de repente y por entero lo perciben las doncellas:

melodías en armonía allí se encuentran,

resuena la cuarta, la quinta resuena[230].

62

Resuenan también y se pulsan con admirable armonía

el tímpano, el psalterio, la lira y la sinfonía[231],

resuenan allí los címbalos con su voz muy pía

y la flauta produce su canto por múltiple vía.

63

Resuenan a plena voz todas las lenguas de las aves:

se oye la voz del mirlo dulce y amena,

de la alondra, de la chova y de la filomena[232],

que no cesa el lamento de sus pasadas penas.

64

Los instrumentos musicales, las canoras voces,

la contemplación de las variadas especies de flores,

el encanto del olor que llega al exterior

presagian el tálamo del tierno Amor.

65

Se acercan las doncellas, no sin cierto temor,

y a medida que se aproximan crece en ellas el amor.

Entonan todas las aves su propia canción

y sus corazones se encienden con tan vario clamor.

66

El hombre que allí viviera en inmortal se convertiría.

Todos los árboles de su fruto allí se regocijan,

los caminos trascienden a canela, amomo y mirra;

a juzgar por la mansión al Amor uno se imagina.

67

Ven coros de jóvenes y damiselas,

de cada uno los cuerpos, cuerpos como estrellas.

Quedan prendidos al instante los corazones de ellas

ante tan gran maravilla de cosas tan nuevas.

68

Detienen a la par sus cabalgaduras y desmontan prestas,

casi olvidadas de su propósito por el son de la cantilena;

mas se escucha de nuevo el canto de filomena[233]

y al punto se enciende otra vez la sangre en sus venas.

69

Próximo al centro del bosque hay un lugar oculto,

en donde cobra máximo vigor del dios el culto:

faunos, ninfas, sátiros, toda su nutrida comitiva[234],

tañen tímpanos y cantan ante la presencia del dios en armonía.

70

Llevan en sus manos uvas y coronas de flores;

Baco dirige a la ninfas y de los faunos los coros.

Mantienen la armonía de los pasos y la música todos,

salvo Sileno que trastabilla y no sigue al coro.

71

El anciano, a lomos de su asno, se balancea adormilado

y en franca risa desata el pecho del dios Baco.

Grita Sileno «¡vino!», pero queda su grito inacabado,

el curso de la voz por el vino y la vejez cortado.

72

En medio de esta situación se ve al hijo de Citerea[235]:

su rostro es como una estrella, sobresalen las alas de la cabeza,

el arco sujeto en la izquierda y en el costado las flechas:

claramente se observa su poder y su excelencia.

73

Se apoya el niño en un cetro de flores adornado,

exhala olor a néctar su peinada cabellera.

Las tres Gracias[236] le asisten cogidas de la mano,

sosteniendo el cáliz del amor, rodilla en tierra.

74

Se aproximan las dos doncellas y adoran confiadas

aquella deidad de venerable juventud provista,

gloriándose de su tan grande potencia divina.

Al advertir su presencia el dios a saludarles se anticipa.

75

Les pregunta el motivo de su viaje. Se manifiesta la causa

y ambas son alabadas por emprender tan gran proceso.

A ambas les responde: «sólo una pequeña pausa

y el debate, cerrado, se someterá a consejo».

76

Era un dios y las doncellas sabían que lo era:

no fue necesario reiterar cada una de las pruebas.

Dejan, pues, sus caballos y descansan fatigadas.

El Amor pide a los suyos una sentencia clara.

77

El Amor tiene jueces, al Amor tiene leyes:

son los jueces del Amor el Uso y la Naturaleza.

A ellos la decisión de la corte les compete,

puesto que el pasado y el futuro penetran.

78

Se retiran, pues, a aplicar justicia

y notificar a la corte su riguroso fallo:

de acuerdo con la costumbre y de acuerdo con la sabiduría

para el amor declaran al clérigo más cualificado.

79

Confirmó la curia el dictamen como seguro

e hizo también que sentara jurisprudencia para el futuro.

Poco precavidas son, en consecuencia, del daño que les acecha

las mujeres que eligen al caballero y superior lo consideran[237].

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