Carmen

Carmen


Epílogo. Con voz propia

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Epílogo
CON VOZ PROPIA

«He llegado hasta aquí. El final de una larga vida. Decían mis amigas que lo mejor que nos puede pasar a las mujeres es ser viuda. Yo no digo tanto, pero desde luego, ahora que ya no tengo ninguna obligación ni ninguna responsabilidad, sí que me siento más libre. Puedo hacer lo que quiera cuando quiera y a la hora que desee. No tengo por qué dar explicaciones de mis actos. No tengo que rendir cuentas a nadie, ni tan siquiera a mis hijos. Procuro llevar una vida normal para que mis actos tampoco les comprometan ni perjudiquen. Soy libre. Más libre de lo que he sido nunca.

»Durante gran parte de mi vida he tenido que hacer aquello que era lo correcto, lo que marcaba el protocolo de mi posición. Primero hija de Franco, después mujer de Cristóbal Martínez-Bordiú y, por último, Carmen a secas. Soy una mujer de mi tiempo. Nací en el hogar en el que se desarrollaron los acontecimientos que iban cambiando y transformando la historia de mi país. Viví entre algodones sin saber qué se hacía y qué no se hacía. En la guerra era una niña y no me enteraba de nada. Solo sé que tuve que cambiar de nombre. Elegí llamarme Teresa, y me escapé con mi madre a vivir a Francia. Después regresé al lado de mi padre en plena Guerra Civil y para mí fue un shock. Me encontré con un desconocido. Nada tenía que ver con el padre que dejé en Canarias. Un padre que me cantaba zarzuela y conducía su coche. Parecía otro hombre. Irreconocible. Le tuve que mirar durante un largo rato porque había cambiado por completo. Se había convertido en una persona diferente. Mandaba mucho y apenas podía hablar con él. Ya siempre le vi rodeado de gente. Ayudantes, militares, invitados… Nunca le pude ver a solas. Las comidas y las cenas eran nuestro punto de reunión, pero allí estaba prohibido hablar de aquello que fuera delicado. Yo me enteraba de lo que sucedía por mi madre o por mi entorno, nunca por su boca. Mis momentos junto a él fueron aquellos que la caza nos permitió compartir pero, repito, siempre con alguien a nuestro alrededor. Lógicamente, estuve más unida a mi madre, aunque la persona que más ha influido en mi vida ha sido él. Siempre fue machista, como los hombres de su época y mandón. Las mujeres contábamos poco. Me acostumbré a ver, a oír y a callar. Desde jovencita leía muchos periódicos, era la única forma de enterarme de algo de lo que pasaba a mi alrededor.

»Sentí mucho el desencuentro que hubo en la familia con mi tía Zita y mi tío Ramón. Sobre todo, porque sus hijos fueron mis amigos y mis compañeros de juegos durante la guerra y en la postguerra. Hubo muchos juegos de piratas y muchos escondites jugando con Bocho, el león que nos trajeron tras caer Bilbao en manos nacionales. Yo quería ir al frente y el día que mi padre me llevó a Términus cogí paperas. Iba para un día y me tuve que quedar una cuarentena para no contagiar a mis primos.

»Nunca me sentí una niña solitaria. Siempre he tenido cerca a mis institutrices y a mis amigas. Descubrí que los niños no eran como las niñas en la Academia de Zaragoza cuando vi a uno bajarse el pantalón. He tenido que ir descubriendo las cosas por mí misma porque nadie me contaba nada de la vida. De hecho, supe la verdad sobre los Reyes Magos al cabo de los años. Ya era mayorcita cuando me dije a mí misma que no podía ser. Siempre viví en una burbuja que nadie se atrevía a romper. Mi madre prohibió que me dijeran la verdad sobre aquella fantasía y fui la más tardía en descubrirla. La verdad la he ido descubriendo siempre sola.

»Cuando tenía afecto a alguien, desaparecía de mi vida. Primero la institutriz francesa a la que tanto quería, mademoiselle Labord, la dejamos en Tenerife cuando mi padre salió para Marruecos en el Dragon Rapide. Decían que podía ser una espía. Después, Blanca Barreno, la teresiana, se fue de mi vida también de golpe porque se enamoró del mecánico de mi madre después de muchos años a mi lado. Fue duro no volver a saber de ella. Me volvieron a cortar los hilos de mis afectos. Eso me ha hecho dura. Nadie me verá llorar nunca. Desconozco si eso es bueno o malo.

»Me enamoré de un joven guardiamarina. Me encantaban los guardiamarinas. Los uniformes lógicamente me han atraído mucho siempre. Cuando se supo que nos veíamos en casa de la tía Pila, no me dejaron seguir junto a él. Mi madre tenía otros planes. Quizá no quería para mí su vida, junto a un militar. Yo siempre he obedecido. He hecho lo que me dijeron que hiciera; aunque en alguna ocasión intentara rebelarme. Ha sido así hasta hoy, que hago lo que siento y lo que me dicta el corazón. No me importa lo que digan o dejen de decir. Ya no me afecta.

»Me casé con Cristóbal y gané algo de libertad de movimiento pero eran otros tiempos y había que hacer lo que te decía el marido. Muchas veces no lo compartía pero prefería ceder a que tuviéramos una discusión. Era ordeno y mando. Mi madre decía a sus amistades que “había tenido muy mala suerte”. No pienso juzgarle. Es el padre de mis hijos. Por cierto, tengo la sensación de haber estado embarazada durante toda mi juventud. Eran otros tiempos, y si no querías ir al infierno, tenías que tener los hijos que Dios te mandara. Y eso hice. ¿Qué hubiera ocurrido si hoy fuera joven? ¿Me habría separado de él? Mi respuesta es no. Hubiera seguido a su lado. Que nadie olvide que por algo me casé con él.

»Ahora mis hijos me dicen que no estuve a su lado lo suficiente. Seguramente no fui la madre que ellos esperaban. Reconozco que no he sido cariñosa, no tengo ni idea de cómo serlo. No me enseñaron. Descargué toda la responsabilidad en Nani, que ha sido la madre y el padre de mis hijos. Las mujeres de esa época acudíamos a todos los actos sociales a los que nos invitaban y realizábamos muchos viajes. Las cosas han cambiado mucho en poco tiempo. Todos mis hijos nacieron en El Pardo. Los fines de semana hasta que fueron mayores los pasaban con mis padres. Cristóbal y yo nos íbamos al pantano de Entrepeñas. Lo hemos pasado bien. La India fue el destino que más me ha fascinado de todos los que he conocido. Nada es comparable a ese país. Ahora no dejo de viajar pero estoy muy cansada. He venido agotada del último en el que he ido por el Danubio de Budapest al Mar Negro.

»La caza, montar a caballo y viajar han sido mis grandes hobbies. Chocaba que una mujer disparara como yo lo hacía. Probablemente porque he estado rodeada de militares. Tenía buena puntería y he cazado mucho con mi padre. Fraga me dio una perdigonada en el final de la espalda que, afortunadamente, no tuvo consecuencias. Hay que tener mucho cuidado con un arma en la mano. He visto muchos accidentes a lo largo de mi vida.

»Siempre he defendido mi apellido. Me da igual lo que piensen unos u otros. A mi padre que le juzgue la historia, no yo. Cuando me dicen que fue un dictador, no lo niego pero tampoco me gusta porque me lo suelen decir como un insulto. Sin embargo, a mí no me suena tan mal, para mí tiene una connotación diferente porque la dictadura de Primo de Rivera fue próspera para España. Yo no voy a juzgar a mi padre, insisto. Sí voy a decir que él, a su manera, hizo lo que creía que era mejor para España y los españoles. No cedió a las presiones internacionales porque era militar y si una persona tenía las manos manchadas de sangre, no lo dudaba. En eso primaba su formación africanista: “Ojo por ojo, diente por diente”. Su obsesión era combatir el comunismo. Por eso, el día que se legalizó el Partido Comunista lo pasamos mal en casa. Fue doloroso. Ahora, le diré que en democracia nos fue mejor con el Partido Socialista que con la UCD. Al morir mi padre tuvimos la sensación de una persecución total hacia nuestra familia. Sobre todo, con el primer gobierno de Adolfo Suárez.

»Han buscado mucho nuestro dinero, por aquí y por allá, pero nunca lo han encontrado porque no teníamos una gran fortuna. Dinero, sí, pero no una cosa tan espectacular como la gente creía. Al ser hija única, lógicamente, he sido la única heredera. Me he gastado mucho en conservar el pazo de Meirás. Ahora se abre al público y le diré que me da miedo porque no tengo una seguridad especial que controle a la gente que quiere entrar. Hasta hace poco he seguido yendo allí con mi familia los veranos. Me siento vulnerable. Cualquier día me encuentro con alguien en mi habitación, como le pasó a la reina Isabel II.

»De los pocos momentos que viví junto a mi padre a solas fue precisamente en su final. Sabía que se moría y me hizo partícipe de su despedida a los españoles. Fui la guardiana de su secreto. Durante esos días me acompañó su última voluntad, dentro de un sobre blanco, allá adonde iba. No hubo lágrimas, tampoco besos. Nos apretamos la mano. Sobraban las palabras. Su final fue duro.

»Tengo que decir que no hubo un gran cambio en mi vida cuando murió porque yo no formé parte de la vida oficial. La que lo notó mucho más fue mi madre, yo muy poco. Una de las discusiones más importantes que tuve con Cristóbal fue cuando le pedí que dejara morir a mi padre. Otra, cuando me enteré de que había hecho unas fotos en el hospital con mi padre lleno de cables. Que su agonía fuera pública, no se lo perdoné nunca. Malo es que hiciera las fotos pero aún peor que no protegiera aquellos carretes.

»También confieso que no me regodeo en lo que me hace sufrir. Seguramente por eso he llegado hasta esta edad. Descarto de mi mente el recuerdo que me hace daño. Solo me quedo con los buenos ratos que he vivido. Lo malo ya lo he borrado. No quiero echar la vista atrás ni volver a poner un pie en el palacio de El Pardo. Allí pasé gran parte de mi vida y allí nacieron mis hijos pero ni he vuelto ni deseo regresar nunca.

»Tengo muchos papeles por ordenar y cintas grabadas con la voz de mi padre en lo que fue un intento de hacer sus memorias. El doctor Vicente Pozuelo le recomendó que lo hiciera un año antes de morir. Solo le dio tiempo a recordar su infancia y juventud. Lo cierto es que nunca tuvo intención de hacerlas porque decía que “son justificación de los actos que has hecho y siempre dejas mal a mucha gente”.

»Los nuevos tiempos imponen otra dinámica. Sobre todo, mirar hacia el futuro. Comprendo perfectamente que no sepan quién fue Franco. Incluso, comprendo a los que le critican aunque no lo comparta. Me siento incapaz de juzgarle; bueno ni a él ni a nadie. El pasado hay que dejarlo descansar. Me dolió mucho la forma en la que quitaron su estatua de la plaza de San Juan de la Cruz, en Madrid. Se hizo con nocturnidad y el mismo día del cumpleaños de Carrillo. Me molestó mucho. No me chocó tanto el cambio de calles y avenidas.

»No sé cuánto voy a vivir más. Tampoco me importa. Hasta donde llegue, he llegado. Paso mi tiempo visitando a mis amigas. Algunas ya están enfermas, otras con principio de Alzheimer… Me gusta acompañarlas. Nos unen nuestros recuerdos, nuestro pasado. Jugamos mucho a las cartas, creo que eso nos viene bien. La verdad es que procuro parar poco en casa. Las comidas y las cenas las hago siempre con alguien de la familia. Son obligadas. Siempre tengo a algún nieto viviendo conmigo. Primero estuvo Luis Alfonso, el hijo de Carmen y Alfonso. Ahora está Daniel, el hijo de José Cristóbal y Jose Toledo. Siempre recibo visitas y amistades. No doy entrevistas. No me gustan.

»Aquí estoy. Dispuesta a recibir aquello que venga. Sin lágrimas. No tengo miedo a nada. Ni tan siquiera a la muerte. La he visto de cerca muchas veces y la conozco perfectamente. No le tengo miedo. No me pillará quieta. Reivindico mi nombre porque no quiero ser juzgada por la vida de los demás. Ni la de mis padres, ni la de mi marido, ni la de mis hijos. Soy Carmen. Nada más. Carmen. Una mujer que ha sido testigo de casi un siglo de historia».

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