Capital
6. Mensajes
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6. Mensajes
Se
acerca la hora de cenar. Nos hemos tomado la libertad de venir a casa de Javier
sin que él haya llegado todavía. Le esperaremos tranquilamente mientras
observamos detenidamente su casa.
Nos
encontramos en el salón, donde por la mañana, ha estado tomando un café con
Verónica. Todo reposa en un perfecto ambiente de tranquilidad, no hay nada que
pueda estropearlo. Pero acordémonos de la habitación, en el capítulo tercero. Cada
vez que mirábamos la cama se teñía lentamente de rojo. Además, sonaban extraños
sonidos como si se arrastrase algo pesado por el suelo. ¿A qué se debería?
¿Será consciente Javier de estos fenómenos? Lo dudo.
Entramos en la habitación. Es
completamente cuadrada y tiene una ventana justo enfrente de la puerta, en el
centro de la pared. A mi izquierda queda un pequeño armario y a la derecha un
escritorio con un ordenador portátil. La cama se encuentra debajo de la
ventana. Efectivamente, si miramos durante un cierto tiempo la cama, ésta tiñe
sus colores de tonos rojizos. Algo desagradable tuvo que pasar en este lugar.
Ahora que me fijo, no se oyen ruidos extraños, aquellos ruidos que se
asemejaban bastante a arrastrar algo pesado por el suelo.
Se oye el girar de la cerradura en la
puerta de casa. Es Javier que vuelve de mirar las tiendas del centro de Madrid.
Como siempre, no ha comprado nada, debido a su desastrosa economía. Tendrá que
conformarse con usar una y otra vez las mismas cosas que tiene en su casa,
hasta que llegue el gran día esperado: el cobro del sueldo ―que aunque no
sea mucho, algo es―. Al contrario que ayer, Javier no tiene ganas de
cenar. Tal vez por lo intenso del día, tal vez por los nervios de volver a ver
a Verónica, tal vez porque ha comido mucho en el buffet libre. Javier deja su
abrigo en el sofá y se dirige a su habitación. Una vez en ella, cierra la
puerta y se tumba en la cama. Javier tiene ganas de relajarse y cierra los ojos.
A
los pocos minutos, una voz le dice:
―Despierta Javier. Ya es sábado.
Javier abre sus ojos y para su sorpresa
―y, sinceramente, mía también― se encuentra Verónica sentada en la
cama junto a él. Él se incorpora inmediatamente y mira Verónica con una
expresión de miedo, sorpresa. Ella le intenta tranquilizar, dice que no pasa
nada, que sólo ha tenido un mal sueño, que ahora están juntos y que nada les
volverá a separar. Javier se encuentra extrañado, pero parece que empieza a
recordar algo en particular. Sonríe a Verónica y le da un beso en los labios,
dándole seguidamente un fuerte abrazo. Los dos se levantan y caminan a la
puerta del dormitorio. Algo ha cambiado. A ambos lados de la puerta hay unas
ventanas de forma rectangular. Están cerradas.
Esto es muy raro para mí, y supongo que
también para ti, querido lector. Pero sin embargo, no lo es para la pareja. De
repente se oyen unos golpes en el techo. Javier y Verónica se detienen para
intentar escucharlos mejor. Los golpes poco a poco se transforman en un sonido
para nosotros ya familiar. Alguien está arrastrando algo realmente pesado. Una
voz grita:
―¡No la dejes entrar! ¡No la dejes
entrar, por favor!
Algo raro pasa arriba. Era la voz de una
chica joven. Javier y Verónica se miran preocupados, decidiendo que sería bueno
salir al descansillo del portal para ver si pasa algo grave. Cuando Javier
intenta abrir la puerta comprueba que está cerrada por fuera. Verónica le
pregunta que qué pasa, él la contesta lo que nosotros ya sabemos. Está atascada
y ni siquiera puede girar el pomo de la puerta. La única salida posible es por
las ventanas, pero la cosa se complica cuando se encuentran, al abrirlas, que
fuera de la habitación está todo lleno de arena y piedras. Javier y Verónica se
hallan sorprendidos, y no saben qué hacer. Lo único razonable es eliminar la
tierra de las ventanas para así poder salir. Javier limpia la izquierda,
Verónica la derecha.
Javier termina antes. Le dice a Verónica
que no se preocupe, que ahora abre la puerta desde afuera. Una vez fuera, para
su sorpresa, observa cómo ni el pasillo ni las ventanas están bloqueados por
arena o piedras. Hacía un par de minutos su dormitorio parecía estar enterrado
bajo tierra, y ahora ya vuelve a estar en su sitio. Rápidamente va en busca de
Verónica. La puerta se ha abierto con tremenda facilidad, y cuando ella está
dispuesta a salir, un hombre aparece repentinamente a su lado y cierra desde
fuera de forma bastante brusca. Se trata del hombre barbudo, aquél que se
detuvo en mitad del paso de cebra, aquél del segundo capítulo.
―¡Acaso estás loco! ¿Cómo se te
ocurre dejarla entrar? No puedes hacerlo ―el hombre barbudo está bastante
enfadado. Toma aire mientras Javier se encuentra paralizado por el
miedo―. ¡No! ¡No! ¡Noooo!
Ante tal grito Javier decide escapar.
Lleno de miedo llega hasta el salón. Allí hay algo terriblemente sorprendente.
Una de las paredes ya no es lo que era, se ha convertido en la fachada de un
edificio. Algo raro pasa en la casa de Javier, y él no lo puede entender. La
fachada del edificio tiene todo lujo de detalles, incluso tiene una señora con
grandes pulseras doradas que tiende su ropa. Javier la presta atención, pero aun
así siente que debe huir de aquello que está atacando su hogar. Se dirige a la
puerta de casa, sale y baja las escaleras para terminar en la calle. Allí nada
ha cambiado, la gente sigue paseando, se dirigen a trabajar, a comprar… pero él
siente miedo, no sabría explicar a nadie lo que ha visto dentro de su casa.
Sabe lo que tiene que hacer para salvar a
Verónica, pero no me deja conocer esa parte de él. Corre dirección a la parada
de metro más cercana. Una vez allí podrá ir en busca de ayuda. Tan solo quedan
un par de calles para que al doblar la esquina se encuentre con la boca de
metro. En su carrera se cruza con diferentes personas, niños, adultos, chicos,
chicas… incluso se cruza con una señora que lleva unos zapatos de tacón
dorados, bastantes llamativos la verdad. Javier se detiene y se gira para
observar a la mujer. Le resulta bastante familiar, pero como ahora la señora
está de espaldas le es imposible mirar la cara. Sólo falta girar la esquina de
la manzana y todo se solucionará ―o empezará a hacerlo―. Deja de mirar
a la señora para reanudar su marcha, y cuando consigue llegar a la esquina,
gira, tropieza y ¡desaparece!
¿Dónde ha ido este chico? Le estaba
observando perfectamente ahora y justo cuando tropieza, justo antes de chocar
con el suelo, ha desaparecido. Intento pensar dónde ha ido pero no consigo
acertar. Mi propia intuición me dice que he de volver a un lugar conocido, y
ahora mismo, el mejor lugar para ir es a su propia habitación, donde Verónica
seguirá encerrada a menos que haya salido por una de las ventanas.
Nos dirigimos a casa de Javier y en la
calle todo es tranquilidad e ignorancia. Ya nos encontramos en su casa y en la
habitación recibimos una grata sorpresa. No hay ni tierra. No está Verónica,
pero sí tenemos a Javier tirado en el suelo. Con cierta dificultad consigue
ponerse en pie, y entonces se da cuenta que tiene la nariz sangrando. ¿Será por
el golpe que se ha dado antes en la calle? No comprende nada. Tanto la puerta
como las ventanas están cerradas. Se oye un grito desde el exterior:
―¡Por favor Javier! ¡Déjame entrar!
―es la voz de Verónica.
Nada más oír esto Javier se dirige a
abrirle la puerta, pero justo antes de poner su mano sobre el pomo oye una voz
que viene del piso de arriba.
―No lo hagas por favor, no lo hagas…
―es la voz de una chica joven.
Javier siente que debe hacer caso a la
misteriosa voz, mientras Verónica grita en el exterior. Él se marea y se dirige
a la cama. Su cabeza da mil vueltas en esta orquesta de gritos que por un lado
piden auxilio y otros que dan extraños consejos. Decide tumbarse para que todo
acabe. Se tumba hacia abajo, su nariz mancha de sangre la cama. Los gritos poco
a poco van desapareciendo. La mente de Javier ya no da vueltas. Decide
levantarse y mirar a su alrededor. Vuelve a ser la habitación de antes, sin
ventanas a los lados de la puerta, sin gritos lejanos. Lo que no ha cambiado es
el rastro de sangre que su nariz ha dejado sobre la cama. A pesar de que todo
ha vuelto aparentemente a la normalidad está intranquilo, siente que alguien le
observa. Vuelve a tumbarse y cierra los ojos.
Mientras, abandonando a Javier, vemos que
en el salón ocurre algo verdaderamente particular. El hombre barbudo y la chica
sonriente del metro juegan alegremente a los dados con una señora mayor que usa
guantes dorados.
Se miran y sonríen.
A continuación miran hacia la habitación
de Javier.
Vuelven a mirarse entre sí y sonríen otra
vez.
Siguen jugando a los dados.
Y Javier sigue dormido.
Es entonces cuando el estómago de Javier
le despierta. Tiene hambre, no ha cenado nada. Sale de su habitación y se
dirige a la cocina. Una vez allí toma un poco de fiambre y se va al salón a
comerlo, allí donde hasta hace unos minutos estaban jugando a los dados.