Candy

Candy


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Le dije más tarde a la policía que no recordaba nada después de que Candy salió de la cabaña. Mi mente quedó en blanco desde el momento en que ella abrió la puerta y corrió hacia el claro, hasta el momento en que apareció la policía local. No recordaba absolutamente nada. No estoy seguro de si me creyeron; y en realidad no importa. Les conté el resto. Respondí a sus preguntas: qué, cuándo, dónde, cómo, por qué… una y otra vez. No fue difícil. Me preguntaron qué había sucedido, les conté lo que sucedió. Me preguntaron de nuevo; volví a contarles…

¿Por qué no?

No tenía caso mentir. Si no obtenían la verdad de mí, la obtendrían de alguien más. Gina les diría. Mike les diría. El forense les diría.

De modo que respondí a sus preguntas. Cooperé con ellos. Les di lo que buscaban: detalles, nombres, direcciones, descripciones… mi celular, mis zapatos, mis huellas digitales, mi ADN…

Les di una declaración.

¿Por qué no?

Nada tenía sentido.

Aun cuando mintiera acerca de cuánto recordaba…

Cosa que no hice.

No por completo.

Aún tengo dudas de lo que me sucedió cuando Candy clavó el cuchillo en la garganta de Iggy. Sé que lo hizo… el recuerdo está ahí. Puedo verme parado frente a la ventana abierta… la luna suspendida sobre los árboles… puedo sentir el silencio de la violencia succionando el aire de mis pulmones… puedo ver el destello silencioso de la hoja… rasgando la oscuridad…

Pero entonces pasa algo dentro de mi cabeza. Algo se cierra, una parte desconocida de mí, y mis sentidos ya no me pertenecen.

El tiempo se detiene.

Iggy no mueve un músculo. No cae, no se estremece, no emite un solo sonido. Sólo está ahí parado, en un silencio mortecino, con el cuchillo clavado profundamente en la garganta… y sus ojos vacíos fijos en mí… y la pistola aún en la mano… y algo dentro de mí piensa lejanamente en gigantes negros de piedra y espíritus inmortales y bestias de pesadilla que se niegan a morir…

Pero entonces sucede: Iggy se quiebra.

Una grieta aparece en su rostro de máscara mortuoria… una leve mirada de sorpresa, el niño en sus ojos, un momentáneo temblor de miedo… y al fin es humano. Listo para morir. Sus ojos se tornan vidriosos, su complexión de gigante tiembla. Iggy cae de rodillas en la bruma.

El tiempo vuelve a andar.

No tengo emociones. Sólo le pido a Dios que sea lo bastante humano para morir.

No tengo ninguna conexión con lo que veo: a Candy indi nada, arrebatando la pistola de la mano muerta de Iggy. Un movimiento en el auto: el conductor detrás de la puerta abierta. Candy se endereza y apunta la pistola hacia él. El rostro helado del conductor, el arma a medio alzar en la mano de Candy… Un flamazo, el seco crack, el apagado tsss…

Sé que Candy le disparó, pero eso no significa nada. Solo lo veo caer, sangrando por el pecho… Luego miro a Candy bajar la pistola y dirigir su atención a los otros dos hombres… los que están en la parte trasera del auto… los que tienen a Gina.

Uno de ellos aún apunta con su arma a la cabeza de Gina.

A Candy no le importa.

—Todo ha terminado —les dice, su voz como en un sueño—. No queda nada.

Los dos hombres se miran.

Candy comienza a caminar hacia ellos sosteniendo el arma a su costado.

—La policía viene en camino —dice—. Si se marchan ahora, podrían lograrlo apenas. Si matan a la chica, están muertos. Si tratan de llevársela, están muertos —se detuvo frente a ellos—. ¿Qué harán?

Pasan los segundos, silenciosos y oscuros… de pronto Gina está sola y sentada en el suelo, y los dos hombres retroceden hacia el coche. Candy los observa todo el tiempo. Yo también los miro. Ayudan al conductor herido a entrar en la parte trasera del auto… cierran las puertas… suben al auto y lo encienden y salen en reversa por el claro. Ahora vuelvo a mirar a Candy mientras ella los mira alejarse… camino arriba… a través del bosque… el brillo de las luces traseras enrojeciendo la bruma… y Candy no deja de mirar hasta que la oscuridad se cierra sobre el camino y ya no hay nada qué ver.

Pasa un instante más… Candy ha terminado. Con un suspiro silencioso, se hunde en el suelo y se sienta como muerta junto a Gina. Se miran durante un segundo. Luego, ambas cierran los ojos e inclinan la cabeza ante la luna.

Eso es lo que tengo dentro de mí, y ahí es donde se quedará. Supongo que pude haber tratado de explicárselo todo a la policía, y tal vez debí hacerlo, pero no sabía cómo.

¿Cómo explicas que lo que está en tu mente no es tuyo?

¿O por qué no hiciste nada?

Cómo explicas que, aunque hayas hecho, los únicos recuerdos que tienes son los recuerdos de segunda mano de alguien más… de un chico en cámara lenta con lágrimas en los ojos, ayudando a dos niñas a entrar en una cabaña. ¿Cómo explicas que sientes en las manos de ese chico el frío de la piel de ambas niñas, que sientes los ojos de él cerrarse ante el cuerpo que yace en el suelo, mirando montañas de piedra entre la niebla? Cómo explicas que puedes sentir que pasa su tiempo… las pequeñas cosas que él percibe… bebidas calientes, cobijas, movimiento, torsos… Mike de pie sonriendo a Gina a través de la sangre… Mike y Candy… Mike y el chico… el fantasma de Candy… Mike fuera… Mike al teléfono…

Sirenas y luces y neumáticos que chirrían…

La policía en mitad de la noche, llevándose a todos…

¿Cómo explicas eso?

Los meses siguientes pasaron muchas cosas de las cuales no quiero hablar. No fue nada… sólo cosas. Cosas de papá, cosas mías, más cosas de la policía… Incluso hubo por un rato cosas de mamá, pero eso no duró mucho. Los días simplemente pasaron, como suelen hacerlo —días, semanas, meses interminables— y gradualmente las cosas comenzaron a aplacarse.

Gina mejoró poco a poco. Los doctores la mantuvieron un par de días en el hospital, pero las drogas con que Iggy la había sedado no causaron daños duraderos. Una vez que fueron des alojadas de su organismo y tuvo tiempo para descansar, Gina quedó físicamente como nueva. Emocionalmente, sin embargo… bueno, eso era otra cosa.

Hablamos mucho.

Nos abrazamos mucho.

Nos sentamos uno junto al otro y lloramos.

Y cuando yo no estaba ahí, ella siempre tenía a Mike. De todos nosotros, creo que él fue el menos afectado. Tal vez me equivoque; tal vez sólo escondía mejor que nosotros sus sentimientos, pero a mí me parecía que —fuera de las puntadas en la cabeza— apenas le quedaban cicatrices. Sólo se sacudió el polvo de encima y siguió con sus cosas.

Me hubiera gustado decir lo mismo de mí.

Hice lo que pude, o quizá no… pero hice lo que pude para aceptar las cosas tal como eran. Sin embargo, era imposible. Sin Candy nada parecía tener sentido. Sólo quería verla, eso era todo… O al menos averiguar qué pasaba con ella. Pero nadie me decía nada. La policía sólo me decía que había sido arrestada, se le habían presentado cargos y había salido bajo fianza. Y que yo no tenía permitido verla dado que probablemente sería llamado a su juicio en calidad de testigo.

Papá fue aún menos directo. Aún cuando hubiera sabido dónde estaba Candy —lo que no creo que fuera el caso— nunca me lo habría dicho. La odiaba. La aborrecía. Ni siquiera mencionaba su nombre. Por lo que a él tocaba, todo lo que ocurrió fue por ella. Todo era su culpa: me había seducido, había puesto en riesgo la vida de Gina, había estropeado a su familia… se rehusaba a escuchar cuando yo trataba de mostrarle otra versión. No podía culparlo.

Claro que papá estaba equivocado… y era intolerante y ciego y estúpido… pero no podía culparlo. No por mucho tiempo, en cualquier caso. No después de todo lo que le hice pasar. Era mi papá…

Y eso bastaba.

De modo que al final me volví a Mike para que me ayudara. No quería ir a espaldas de papá, pero para entonces no había visto a Candy en casi cuatro meses… y sabía que no podría soportarlo más. Vivía en el vacío. Vivía y moría dentro de mi cabeza. Pensaba en ella, la imaginaba, intentaba recordar cómo era…

Aquel era mi único mundo.

Y no era suficiente.

Necesitaba verla… Tenía que verla.

No estoy seguro de cómo lo logró Mike —tampoco estoy seguro de que haya querido hacerlo—, pero un par de semanas después estaba sentado ante una mesa de jardín, a la sombra de una alto muro de ladrillos, esperando ansiosamente a que apareciera Candy. Era un domingo, la primera semana de julio, como a las dos de la tarde. El cielo brillaba con la bruma azul eléctrico de un perfecto día de verano. Trinaban los pájaros. Un enjambre de moscas pequeñas revoloteaba en el aire, pulsando bajo la luz del sol y, al fondo del jardín, a través de una ventana en un edificio de ladrillo café, podía escuchar el reconfortante sonido de gente trabajando en las cocinas: ruidos de ollas y sartenes, teteras silbantes, voces bajas…

La ventana tenía barrotes.

Miré el jardín. Era un pequeño recuadro de césped rodeado por una vieja pared de ladrillo. No había mucho qué mirar. Algunas otras sillas y mesas, algunos arbustos en flor, un par de árboles.

Nadie más.

Sólo yo.

Volví a mirar el edificio. Era exactamente igual a los demás edificios del complejo: una estructura de un solo piso con un techo de teja gris y una puerta azul oscuro. Había en total seis edificios. Había visto el complejo entero al llegar: seis barracas de ladrillo, un par de hectáreas de campos rodeados de reja de alambre, una entrada para autos, un patio, un estacionamiento al frente…

Justo afuera de la entrada, un discreto letrero de madera con pequeñas letras doradas decía: UNIDAD DE ADOLESCENTES RESIDENTES MELVILLE-DEAN.

—No estoy seguro de qué clase de lugar sea —me había dicho Mike—. Gina probablemente lo sepa, pero no quiero involucrarla en esto. Según yo, Candy ha estado ahí desde que salió bajo fianza.

Eso era todo lo que yo sabía. No sabía qué era una unidad de residencia para adolescentes. No sabía por qué Candy estaba ahí. No sabía qué sucedía detrás de aquellas paredes… detrás de esos barrotes metálicos…

Los miraba ahora, recordando otro tiempo… inclinado entre los arbustos, observando la casa blanca… las ventanas con barrotes negros. Recordé cómo me había sentido extrañamente atraído hacia los barrotes… cómo no podía dejar de mirarlos… estudiándolos… concentrado en su regularidad… las líneas negras, el ancho de las aberturas, la blancura de las cortinas al fondo… y cómo, después de un rato, aquellas líneas habían formado una cuadrícula perfectamente enfocada, negro sobre blanco, negro sobre blanco, negro sobre blanco… y entonces había tenido algunos pensamientos en verdad extraños… imaginando mi caos interior destilarse en elementos claramente definidos, cada uno incrustado en su propio rectángulo claramente trazado… uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… seis rectángulos perfectos… y cómo dentro de los rectángulos había símbolos… elementos… formas sin nombre de cosas que yo no comprendía: sombras, tonos, abstracciones, formas, colores parpadeantes sobre un fondo blanco puro…

Nada de eso tenía significado para mí.

Ni entonces ni ahora.

Sólo estaba ahí.

Pero ahora la puerta azul se abría —y ahora era ahora—, y una mujer conducía a Candy fuera del edificio…

Y el resto era nada.

La mujer que conducía a Candy cargaba un portafolio negro y delgado. Tenía el cabello castaño claro y corto, un rostro anguloso, y creo que llevaba puesto alguna especie de traje sastre con pantalón, pero en realidad no recuerdo bien. Apenas la miré.

Sólo tenía ojos para Candy.

Al principio, me tomó un tiempo verla. Por un momento o dos, todo lo que pude notar era lo simple que se veía: jeans azules simples, sudadera negra simple, sin maquillaje, sin joyas… sin lápiz labial, sin rímel, sin pulseras, sin cuero. Sin vida, sin chispa, sin sonrisa. Ya no era Candy. Era alguien más, alguien que solía ser Candy…

Pero entonces la miré más de cerca, buscando las cosas que realmente importan y, en lugar de no ver lo que esperaba, vi lo que de hecho estaba ahí. Y ésa era Candy. Era Candy por donde la viera: su cara, sus labios, sus mejillas, sus ojos, la forma de su cuerpo… su pálida piel blanca… el brillo de su cabello castaño…

Nada había cambiado.

Aún se veía espectacular.

Mientras la mujer la conducía a través del jardín, reconocí en mi interior toda esa agitación familiar: el latir de mi corazón, el correr de mi sangre, la descarga de adrenalina cosquilleando sobre mi piel…

Nada había cambiado.

Las miré acercarse. Podía escuchar sus pisadas sobre el pasto cocinado por el sol. Candy caminaba con la cabeza gacha y los ojos fijos en el suelo. La mujer permanecía cerca de ella, guiándola con la mano prudentemente puesta sobre su espalda.

El aire era denso…

Estaban a pocos pasos de la mesa…

Yo no podía respirar…

Se detuvieron frente a mí.

Alcé la vista y miré a Candy. Ella no me miró.

—¿Kevin Williams? —dijo la mujer.

No respondí.

—¿Es usted Kevin Williams? —preguntó de nuevo la mujer.

—¡Eh… sí! —murmuré, mirando todavía a Candy.

—¿Está usted bien? —me preguntó la mujer.

—Lo siento —le dije volviéndome hacia ella—. Sí… sí, Kevin Williams… estoy bien.

La mujer extendió la mano.

—Louise Hammett —dijo ella—. Soy la oficial mayor de la residencia —me puse de pie y estreché su mano; la mujer dijo—: El doctor Davies ya ha hablado con usted, me parece.

—Sí, lo vi al entrar.

—Bien —miró a Candy, no obtuvo respuesta y me miró de vuelta—. Bien, lo dejo entonces. Si necesita algo, estaré por allá —indicó una mesa al otro lado del jardín—. ¿De acuerdo?

—Sí —le dije—. Gracias.

Tocó a Candy en el hombro y se alejó rápidamente atravesando el jardín. La observé sentarse frente a la mesa. La observé mientras abría su portafolio, sacaba algunos papeles, cruzaba las piernas y comenzaba a leer. Seguí observando… sin saber por qué…

No era a ella a quien quería ver.

Quería ver a Candy…

Pero no parecía lograrlo. No conseguía mover la cabeza. Que ría mirarla, pero estaba demasiado asustado de lo que podía ver.

—¿Kevin Williams? —la oí decir.

Cuando me volví hacia ella, había alzado la vista del suelo y me miraba fijamente a los ojos.

—Fue idea de Mike —le dije—. No me dejaban verte…

—Lo sé.

—No sabía dónde estabas.

—Lo sé.

Nos miramos. No daba yo con las palabras para hablar.

—¿Quieres sentarte? —preguntó Candy.

—Sí… de acuerdo.

Nos sentamos uno frente al otro. Candy tenía un paquete de cigarrillos en la mano. Sacó uno, se lo llevó a la boca, colocó el paquete sobre la mesa e hizo clic con su encendedor. Observé el humo subir en espiral desde su boca para luego disolverse sobre el jardín.

—Bueno —dijo—, pues, ¿cómo estás?

—No tan mal, supongo… ¿y tú?

—He estado peor —miró por un momento la punta del cigarrillo; luego sus ojos se volvieron hacia mí—. Ha pasado mucho tiempo…

—Sí…

—Cuatro meses.

—Lo sé.

Bajó de nuevo la mirada. La vi juguetear nerviosamente con su cigarrillo… y no supe qué hacer. Era muy extraño. Había pasado tanto tiempo pensando en ese momento, en todas las cosas que quería decir, pero ahora que estaba aquí… nada de eso parecía importar. Eran sólo palabras. Ruido. Nada. Deseé poder estar dentro de la cabeza de Candy: sólo estar ahí… sintiendo lo que ella sentía… sabiendo lo que pensaba… permanecer juntos sin palabras…

—¿Cómo está Gina? —preguntó Candy en un susurro.

—Está bien… a veces todavía se pone un poco nerviosa, pero creo que estará bien. Se casará con Mike el año que viene.

—¿De verdad? Eso es maravilloso.

—Mi papá no lo ve así.

—¿Por qué no?

—No lo sé… está un poco… no sé. Se pone un tanto extraño con algunas cosas, a veces…

—¿Está aquí? ¿Vino contigo?

—No, estaba ocupado… vine en tren. ¿Y tus padres? ¿Los has visto?

—Sí, me visitan cada quince días.

—¿Y cómo van las cosas?

—No lo sé… —apagó su cigarrillo para encender otro enseguida—. Quieren que vuelva a vivir con ellos… tal vez quieran que vaya a la universidad o algo así…

—¿Puedes hacer eso?

—¿Qué? ¿Ir a la universidad?

—No… quiero decir, ¿puedes salir de aquí?

—No por el momento. Aún estoy siendo evaluada. Es una de las condiciones de la libertad bajo fianza.

—¿Evaluada?

—Sí… —me miró—. Evaluación psiquiátrica… en realidad, no significa nada. Son sólo cosas que debo hacer, ¿sabes? Probablemente me ayude en el juicio… terapia, rehabilitación, esa clase de cosas —hizo una breve pausa observando la mesa con ojos vacíos y fue entonces cuanto noté sus uñas. Estaban todas mordisqueadas, mordidas hasta la cutícula, rojas y feas, en carne viva. No solían estar así—. Como sea, se supone que ayudará —dijo de repente.

—¿Qué?

—¿Qué?

—¿Qué se supone que ayudará?

—Te lo acabo de decir —me dijo impaciente—. La evaluación, la terapia… toda esa mierda por la que tengo que atravesar a diario —lanzó una mirada furtiva a través del jardín; luego se inclinó sobre la mesa y bajó la voz—. Me absolverán de todas formas: defensa propia. Y aunque no lo hicieran, lo más que me darían es homicidio imprudencial. Probablemente salga en un par de meses —me miró fijamente—. ¿Le contaste a los policías acerca de Mason?

—¿Quién?

—Mason… el chofer… el tipo al que le disparé…

—Dije que no había visto nada.

—Bien… —frunció el ceño—. ¿En qué estaba?

—¿Eh…?

—Sí… No necesito estar aquí… no me hace bien. ¿Te dijeron qué pasó?

—Eh… no —dije.

—No fue mi culpa. No me sentía bien… tomé algo… no pude evitarlo… El tipo al fondo del pasillo trajo algo después del fin de semana…

Ahora, en realidad, ya no sabía qué estaba pasando. Los ojos de Candy corrían de un lado a otro y me lanzaban miradas realmente extrañas. Parecía enojada. Perturbada. Molesta por algo. Y yo no tenía idea de qué estaba hablando: ¿Qué algo? ¿Qué tipo? ¿Qué pasillo?

—Fue la canción —dijo—. La tocaron en la radio.

—¿Qué canción?

—Mi canción… tu canción… —su cara se había quedado quieta—. Debiste haberme dicho.

Ahora sí sabía de qué hablaba: mi canción, su canción… Candy. El primer sencillo de Los Katies. Jason me lo había contado un par de meses atrás. Habían grabado el demo sin mí. A la disquera le había gustado tanto que habían contratado al grupo —con un bajista nuevo y todo—, y sacaron rápidamente la canción como un sencillo. No era un éxito sin precedentes ni nada por el estilo, pero estuvo rebotando un rato al final de las listas de popularidad, y un par de estaciones de radio la impulsaron y Los Katies salieron en la prensa musical nacional…

Supongo que debí de haberme molestado mucho: se robaron mi canción, mi letra, mi música… ¿cómo se atrevían? Pero me daba igual. Intenté enojarme cuando Jason me lo dijo la primera vez, pero mi corazón no estaba en ello. No le veía caso. No podía probar que era mi canción, ¿cierto? Y aunque hubiera podido… bueno, ¿y qué? Era sólo una canción…

—Lo siento —le dije a Candy—. No sabía nada de ello. Te hubiera contado de haber podido…

—No es justo —dijo.

—Lo sé.

—Es acerca de mí…

—Sí, lo sé, pero…

—Dijiste que trataba de mí… eso es lo que tú dijiste. Es mi canción… es sólo para mí… No puedes cantársela a nadie más…

—Yo no… no tiene nada que ver conmigo. Yo no estoy cantando nada…

—La escuché en la radio… —rompió a llorar—. La escuché…

Me incliné sobre la mesa y le tomé la mano. Se sentía fría y tiesa y poco familiar.

—Está bien —le dije—. No tienes que llorar…

—No —sollozó—, no está bien. No es… yo no… no puedo hacerlo…

—¿No puedes hacer qué? —le pregunté en un susurro.

—Nada… nada… no puedo hacer nada.

Sus lágrimas caían sobre el dorso de mi mano, tan frías como la lluvia de verano… y yo estaba ahí.

Estaba ahí. Donde siempre había querido estar. Pero ahora estaba en otra parte. No era igual.

Nada puede ser igual.

Nada lo es.

La mujer se había apresurado desde el otro extremo del jardín y estaba ahora reclinada junto a Candy, consolándola, musitando todas las palabras precisas.

—Está bien, vamos… todo está bien… —se volvió hacia mí, no sin amabilidad, y me dijo—: Creo que es mejor que se vaya. Candy necesita descansar.

Asentí y me puse de pie, equilibrándome contra el respaldo de la silla. Me temblaban las piernas. Sentía la garganta cerrada.

El sol resplandecía aún.

Miré a Candy. Estaba temblorosa y pálida, los ojos hinchados de lágrimas.

—Lo siento, Joe —susurró—. En verdad lo siento…

—Está bien —le dije—. Todo está bien.

Nos miramos un momento más. Luego Candy bajó la mirada y me alejé.

Han pasado casi seis meses desde aquel día gris de febrero cuando conocí a Candy, y aún me cuesta creerlo. Cuando estoy aquí sentado frente a mi ventana, sólo contemplando el pasado, o cuando me recuesto en el suelo imaginando todos mis cielos, a veces me descubro flotando de vuelta al principio, a esos pocos últimos momentos de mi existencia pre-Candy, cuando yo era todavía un chico… sólo un chico en un tren, un chico con un bulto en la muñeca, un niño con un gorro negro con estrellas.

Entonces era inocente.

No sabía nada.

Y, en cierta forma, no mucho ha cambiado: sigo sin saber nada.

No sé qué ha pasado con Candy.

No sé si ha perdido la razón.

No sé cuándo la volveré a ver.

La única diferencia ahora, si de algo sirve, es que sé que esas cosas no importan. Sé que no necesito saber nada y que no debo sentirme asustado de no saber: sólo tengo que estar aquí.

En el amor y en la fe.

Sólo tengo que creer.

No es fácil: vivir en el vacío, viviendo y muriendo dentro de tu cabeza… queriendo tanto lo que quieres que darías todo lo demás por conseguirlo… pero el tiempo sigue pasando, los días se suceden… y mientras haya un mañana, seguirá habiendo una oportunidad.

Me enteré recientemente de que Candy había sido transferida de la Unidad de Adolescentes Residentes, pero nadie me dice adónde se ha ido. Logré encontrar a sus padres, y he estado observando su casa por un tiempo, pero no parece que ella esté ahí. Su mamá y su papá probablemente sepan dónde está, pero no estoy seguro de poder preguntarles, y Mike no parece muy dispuesto a ayudarme más… lo que supongo que es bastante lógico. De modo que parece que tendré que esperar hasta el juicio antes de volver a verla. No sé cuándo será eso y, en cualquier caso, no sé si nos permitirán hablarnos. Pero al menos podré verla.

Y entonces, después, cuando todo haya terminado… y si todo sale bien… o aun cuando no salga bien…

Pues… ¿quién sabe?

Supongo que sólo nos quedará esperar y ver.

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