Cama

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CAMA » 16

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Entró por la puerta mientras mamá aplaudía como una foca, con una sonrisa tan gigantesca que sus dientes intentaban escapar de ella. Papá, que no era la clase de hombre que deja que sus emociones lo traicionen, se puso en pie en señal de que se trataba de una ocasión especial. Mal cerró la puerta a sus espaldas y la sonrisa circunnavegó los rasgos de su cara al ver la reacción de mamá. El componente químico de mi cerebro que se encargaba de transportar los celos acababa de volcar el pequeño cargamento de su tanque, que irrigó todo el espacio entre mi esqueleto y mi piel.

—Mamá, papá, esta es Lou.

Y ahora estaba corroyéndome los huesos.

Me quedé sentado observando durante aquella melé de saludos de cortesía. No era porque fuese una chica. No era porque fuese bonita, que lo era: era porque estaba con Mal. No es que su relación fuese algo íntimo y particular, no eran más que adolescentes, y el hecho de que él y yo compartiésemos cuarto echaba por los suelos cualquier posibilidad de romance pubescente antes de que pudiese ser formulado siquiera. Era porque ella se sentía atraída por él como la mayoría de la gente; era la manera en que se exhibía para ganarse la aprobación de mamá, como si se tratase de la noche de estreno de su propio espectáculo. Se trataba de la sola idea de aquella atracción. Yo era capaz de entender lo que veía en él. Ella no tenía ni idea de lo tiránico que podía llegar a ser. Yo lo sabía, pero sus virtudes brillaban con más fuerza que sus defectos. Aunque yo, por lo menos, no me desnudaba en los supermercados.

Disfruté infinitamente del momento incómodo que vino a continuación. Mamá aleteó y graznó como un pájaro salvaje atrapado en el conducto de una chimenea.

—¿Té?

—¿Estás cómoda ahí?

—¿Hace demasiado frío? ¿Demasiado calor?

Papá basculaba de un pie al otro, buscando temas de conversación. Mamá acosaba a Lou con galletas y preguntas. Contemplé las mandíbulas de Mal crispándose hacia adelante y hacia atrás, como un bote sobre icebergs.

—¿Así que vas al mismo colegio que Malcolm?

Me encantaba cuando le llamaba Malcolm. El frunció los labios y se le achinaron los ojos.

—Sí.

—Muy bien —dijo mamá.

Lou se sacudió distraídamente sobre la moqueta las migas de la pequeña hamaca que la falda formaba entre sus muslos. Al advertir su error, levantó la mirada para comprobar si alguien había sido testigo de su crimen. Nadie excepto yo la había visto, pero establecer contacto visual con ella me pareció una presión que todavía no era capaz de soportar, así que desvié los ojos hacia la moqueta y la agujereé con un láser imaginario.

—Hola —me dijo.

—Hola —contesté, pero tan pronto como emití aquel sonido se me agotaron las fuerzas. Sonaba estúpido. Peor aún, no encontraba nada con lo que continuar; barajé la idea de mencionar las clases de trompeta que iba a comenzar, pero me pareció ridículo. Me quedé sonriendo sin enseñar los dientes durante tanto rato que ambos nos sentimos incómodos. Se hizo el silencio y todo lo que podía oír era el sonido de mi respiración, así que me disculpé y fui a refugiarme en el baño todo el tiempo que me fue posible. Cuando regresé todos estaban comiendo salchichas con puré de patatas sobre el regazo, menos Lou, a la que le habían puesto la mesita plegable, una mesa judía de antes de la guerra, con unas patas resistentes y macizas, como no podía ser de otro modo. Al fin y al cabo, ella era la invitada. Era la mesita que solía usar Mal.

Los enrarecidos lapsos de silencio que perforaban el sonido ocasional de nuestra cubertería barata arañando contra la vajilla de los domingos me daban dolor de cabeza. Entonces Mal fue al lavabo.

—¿Tú y Malcolm sois novios? —preguntó mi madre en voz alta.

Aún más silencio. Rebusqué en mi cabeza a la caza de un posible torniquete para aquella conversación, pero no hubo manera. Estábamos desangrándonos hasta morir. Miré a papá y solo alcancé a ver un pie que desaparecía por la escalera en dirección al ático. Su cena ya no era más que una marca de nacimiento en el plato sobre el suelo, junto a su sillón.

—Sí. —Lou sonrió. Mamá no se detuvo aquí.

—¿Cómo se comporta Malcolm en el colegio?

Esta vez fue todavía más doloroso. Yo recé por que sonase la cisterna. El clic-clac al descorrer el cerrojo.

Lou no parecía nerviosa. Sonrió de nuevo y se apartó un mechón de pelo del ojo derecho, y cuando respondió, lo hizo con lo que podría ser la letra de una canción pop sacada de una revista de adolescentes.

—Es agradable... mejor que el resto de los chicos.

Y por fin Mal salió del cuarto de baño subiéndose la cremallera de los téjanos, que muy pronto heredaría, mientras entraba de nuevo en el salón. Nos pusimos a ver juntos una serie familiar con risas enlatadas y mamá estuvo ofreciendo té cada quince minutos hasta que el padre de Lou vino a buscarla. Le ofreció té a él, pero había dejado el coche en marcha porque quería volver a casa a cenar. También tenía salchichas con puré de patatas, así que comentaron lo curioso de tal coincidencia. Lou se ató el nudo de los zapatos y todos nos pusimos tristes porque se tuviese que marchar. Especialmente yo: desde aquel día, cada vez que la veía irse me sentía igual.

Estaba seguro de que aquella relación no tenía futuro.

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