Cama

Cama


CAMA » 58

Página 62 de 89

58

Sorprendentemente, Mal estaba despierto el día que los albañiles vinieron a derribar el tabique que separaba nuestro dormitorio del de papá y mamá. Se quedó observando desde su cama con las sábanas pegadas al cuerpo, como una gigantesca foca amodorrada que acabase de emerger del mar. El polvo de yeso que levantaba el martillo eléctrico contra los ladrillos le hizo estornudar tan fuerte que la ropa de cama acabó en el suelo, mientras el albañil se esforzaba en fingir que no se había percatado.

Mamá recelaba cuando Lou le enseñó la carta y rechazó la idea de tener nada que ver con la pequeña y extravagante vida de Norma Bee; no era capaz de ver su propia imagen reflejada en el espejo. Además, pensar en aquellas cosas la distraía de su verdadero cometido cotidiano: Mal. Papá, en cambio, tomó el proyecto bajo su ala. Tenía amigos que se dedicaban al transporte de mercancías a larga distancia, él mismo había enviado alguna vez enormes estructuras de metal a la otra punta del mundo. Se arrogó la misión de ayudar a Norma Bee a facilitar el envío de su regalo.

Papá pagó a Ted el Rojo para que le llevase hasta el puerto, donde nuestra enorme cápsula debía llegar en un buque comercial. Cuando llegaron a casa ya había una grúa dispuesta para colocar la caravana en su sitio empleando su sistema de palancas, ruedas y poleas. Se reunió una multitud de curiosos. Contemplé junto a Lou el balanceo de la caravana por el aire como si se tratase de una glamurosa bola plateada de demolición, absorbiendo la intensa luz del sol a medida que giraba y se enderezaba, proyectándola hacia los ojos de los mirones. Cada vez con más cuidado, la fueron bajando hasta depositarla sobre el suelo. Un grupo de hombres con chaquetas reflectantes estaba allí para dirigir las maniobras. Un equipo de filmación se mantuvo tras el cordón de plástico amarillo a lo escena del crimen, y grabaron todo el asunto.

Finalmente, cuando aquello quedó adecuadamente finiquitado, la muchedumbre fue dispersándose y yo me acerqué a papá, que, con los brazos en jarras, contemplaba su parcela como un emperador tras la conquista de un nuevo territorio. En sus ojos percibí un destello de científico loco.

—¿Has visto eso? —me preguntó, echando el peso del cuerpo de un pie al otro como un lagarto de arena—. Ha sido asombroso. ¿Has visto esa grúa? ¿Cómo levantaba el peso entero de la caravana como si no le costase nada? ¡Y tampoco es que fuese una grúa muy grande! Eso no se puede hacer con ascensores, porque son mecanismos fijos, pero para una grúa, agarrar algo y desplazarlo con la sola ayuda de cuerdas y poleas... En esencia, no es más que eso. Bueno, que una grúa sea capaz de hacer eso con tanta facilidad es una pro...

—Proeza de la ingeniería moderna —dije, y fingí un bostezo para divertir a Lou. El no se dio ni cuenta.

—Exacto, es una proeza de la ingeniería moderna. ¡Cómo me gustaría construir algo parecido! Fabuloso. ¿Te lo imaginas?

—No, papá —contesté, contento de sentir la calidez de su imaginación reanimada. Hacía mucho tiempo desde la última vez que su cuerpo había experimentado un entusiasmo químico tan febril como aquel. Casi podía verlo refulgir. Sentí que las marcas de TauTona comenzaban a desintegrarse en su cara.

—En serio —dijo, porque no se daba cuenta de que me lo estaba tomando en serio, aunque fingiese no hacerlo—, todo se reduce a peso y espacio, pero...

Se alejó sin dejar de hablar; sus palabras formaban una estela tras él.

Aquella noche, cuando papá y mamá estuvieron listos para dormir por primera vez en la caravana, Mal y yo contemplamos sus siluetas bullendo tras las cortinas como en un espectáculo infantil de marionetas victorianas.

Ir a la siguiente página

Report Page