Cama

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Mamá había despertado a Mal a media mañana, pero aún no había salido a desayunar. Comentó que debía de tener resaca, cosa que no me sucedía a mí, ya que —a mis veintitrés años— gozaba aún de ese efímero período de gracia que nos concede la vida durante el cual la mañana que sigue a la noche anterior no es muy diferente de la mañana que precede a la noche siguiente. Sin embargo, ya había presenciado las resacas de Ted el Rojo. Una lenta agonía. Los débiles huesos fatigados, los nervios de punta, un siniestro tormento. Me puse en su lugar. Por eso no protesté cuando Lou volvió a llamar y mamá le espetó secamente que Mal seguía durmiendo y le colgó el teléfono. En mi estado de ebriedad sostenida, no le dediqué ni un segundo de reflexión.

Esperamos hasta las primeras horas de la tarde. El regalo de Mal, flamantemente envuelto en crujiente papel dorado y adornado con un lazo rojo más grande que la crin de un caballo, estaba colocado en medio del suelo del salón. Apenas podía contener las ganas de desenvolverlo yo mismo al verlo allí bañado por la luz del sol, aunque me reprimí, no sé ni cómo. Y de repente el regalo de Mal, y el hecho de que continuase envuelto, se convirtió en el menor de nuestros problemas.

—Dice que no piensa levantarse —dijo papá.

—¿Hasta cuándo?

—Nunca.

—¿Nunca?

—Nunca.

—¿Nunca?

Mamá se dirigió hacia el cuarto de Mal dando vueltas en su cabeza a lo que acabábamos de decir, y estuvo allí durante veinte minutos. A instancias de papá, la seguí. Llevaba el regalo de Mal bajo el brazo, pero mi curiosidad por saber qué contenía había desaparecido. Mamá estaba arrodillada junto a la cama entrelazando sus manos con las de él igual que la noche anterior. Malcolm volvió la mirada hacia mí. Aún estaba desnudo, y el edredón aparecía hecho una masa trenzada a sus pies. Era como si, súbitamente, hubiese decidido echarlo todo por la borda con un veloz movimiento de palanca.

—Levanta —le dije—. Tienes que levantarte.

—¿Por qué? —respondió reticente, sereno. Suspicaz.

—Lou vuelve hoy.

—Ahora ya no puedo hacer nada a ese respecto —repuso él.

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