Cam

Cam


8 SKYE

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SKYE

 

 

C ansada de dar vueltas en mi cama, me levanté y miré el reloj, eran las dos de la mañana. Me puse un suéter bastante ancho y salí de la habitación, el pasillo estaba en silencio, a esa hora todos debían estar dormidos o tal vez ocupados en otros asuntos.

Era obvio que no volvería a dormir, así que decidí ir al bar y buscar qué hacer para entretenerme, tal vez limpiar algo o lo que fuera que me ayudara a pasar el tiempo. Subí las escaleras que llevaban afuera del sótano donde vivíamos y caminé a lo largo del pasillo fijándome en las puertas a cada lado de este, las habitaciones que usaban regularmente los clientes, las que usaba Cam para llevar a sus conquistas. Sacudí la cabeza con pesar, no lo había visto desde que fue a buscarme y prácticamente lo eché.

Todo estaba a oscuras, así que encendí las luces y cuando lo hice, algo se movió dándome un gran susto, grité llevándome la mano al pecho. Cam estaba sentado en una silla con los pies puestos sobre la mesa bebiendo una cerveza.

—¡Maldición! ¿Qué haces ahí como un espectro? —demandé mirándolo furiosa.

—Acabas de gritar como una niña —dijo riendo. Lo ignoré y caminé hasta el interior de la barra, comencé a sacar vasos y tomé un paño para limpiarlos—. ¿Sigues enojado? —preguntó poniéndose de pie y caminando hasta ubicarse a mi lado.

Me quedé callada un momento y luego negué.

—Lo lamento, actué como un idiota —me disculpé.

Lo escuché suspirar y me quedé a la espera de que soltara alguna de sus bromas, en cambio dijo algo que me sorprendió.

—A veces me gustaría entenderte, o mejor aún, me gustaría entenderme a mí mismo —declaró en voz baja.

Giré la cabeza y lo encontré con sus ojos fijos en mí. En las profundidades de estos vi algo tan intenso que incluso me asustó. Me quedé atrapada en aquellos lagos del color de las esmeraldas y juro que llegué a pensar que en cualquier momento se inclinaría para besarme. Luego me reprendí por mi estupidez cuando lo vi cerrar los ojos y negar, para luego poner distancia entre nosotros.

—Voy a irme a dormir, tú deberías hacer lo mismo, enano, es muy temprano para dejar salir tu obsesión por el orden —comentó mientras se alejaba.

—Lo haré en un rato —contesté en voz baja, sabiendo que aun así me escucharía.

Limpié todos los vasos, incluso los que no necesitaban ser limpiados, la mañana me atrapó en medio de cristales y pensamientos sobre el hombre que invadía por completo mi corazón. Cuando ya me sentí lo suficientemente cansada como para saber que dormiría, solté el paño y me fui a mi habitación, el reloj junto a mi cama marcaba las seis de la mañana. Me metí bajo las sábanas y cerré los ojos, lo último en lo que pensé antes de que el sueño me alcanzara fue en Cam, mirándome como si buscara alguna respuesta en el interior de mi alma.

 

***

 

Limpié hasta el último rincón de la habitación y puse a un lado el montón de sábanas que lavaría. Tenía obsesión por la limpieza, las chicas solían decirme que sufría un trastorno obsesivo compulsivo, pero la verdad era que solo se trataba de control, intentaba recuperar el control de mi vida que perdí cuando murieron mis padres y tuve que ir a vivir con la familia de Ángela. El tío vigilaba cada aspecto de su casa, qué comíamos, cómo nos vestíamos o sentábamos, incluso con quién hablábamos. Entonces fue que comencé a obsesionarme con el orden: teniendo todo tan impecable como fuera posible, sentía que de cierto modo podía controlar algo en mi vida. El problema fue que con mi huida y la posterior muerte de mi tío ese aspecto no cambió, porque una vez más sentía que todo estaba fuera de mi alcance y que nada iba de la forma en que debería ir.

 

Mi teléfono sonó en la mesa de noche y me moví para responder, en la pantalla brillaba el nombre del abogado de mi familia.

—Hola, John —saludé de forma amistosa.

Conocía a John y a su esposa Lauren desde niña, ellos eran los mejores amigos de mis padres, casi como parte de mi familia. Su hijo Zane fue mi primer novio cuando estábamos en preparatoria.

—Skye, querida, qué gusto escucharte.

—Lo mismo digo, ¿cómo están las cosas? —Me recosté en el sofá dejando que mis pies colgaran sobre el apoyabrazos.

—Todo bien, cariño, estamos esperando a Zane que vendrá de visita en unos días.

Zane era un buen tipo, nos llevábamos bien, pero nuestra relación no prosperó debido a que él decidió irse a estudiar a Europa y yo permanecí en Estados Unidos.

—Eso es bueno, Lauren debe estar feliz.

—Lo está, no te imaginas, la tengo que escuchar a diario contando los días.

Sonreí ante la imagen, su esposa era una mujer agradable, ella y mamá estaban muy unidas.

—Dale saludos de mi parte.

—Lo haré, ambos estamos esperando que vengas de visita pronto, hace mucho que no te vemos. Tal vez podrías venir cuando esté aquí Zane.

No, no había posibilidad alguna que estuviera en el mismo lugar que mi exnovio, eso sería muy raro, aunque no tuve el valor de decirlo.

—Veré qué puedo hacer —fue mi vaga respuesta.

—Skye —comenzó cambiando su tono de voz y supe que su llamada no era una mera cortesía, llevaba un tiempo ayudándome a recuperar la herencia de mis padres. Aún no se sabía qué había sido de ella tras caer en manos de mi tío—. Lamento decirte que no todas las noticias son buenas. —Hice una mueca, ya imaginaba lo que iba a decir—. Estuve investigando y logré rastrear tu dinero, o, mejor dicho, el destino que tuvo. Tu tío lo estuvo gastando, invirtiéndolo en una supuesta fundación que ayudaba a mujeres y niñas con problemas. El asunto es que dicha fundación no existe, el lugar es en realidad una casa de prostitución.

—¿Cómo?

—Así como escuchas, tu tío estaba mezclado con una red de narcotráfico liderada por un sujeto llamado Clint Fontana, intenté contactar con él, pero lo único que pude averiguar fue que lleva meses desaparecido y que nadie sabe qué pasó con él.

Cerré los ojos, suspirando, y me pasé la mano por el rostro tratando de controlar mi furia. Yo sabía lo que había pasado con el tal Clint, Abby nos contó cómo lo mató, aunque esa era una información que nunca divulgaría. Lo que no imaginaba era que el padre de Ángela estuviera involucrado con él.

—¿Entonces…? —comencé, pero no terminé la pregunta.

—Tu tío, el honorable pastor George White, despilfarró todo el dinero que tanto esfuerzo le costó a tu padre conseguir durante años de trabajo, no queda nada. Excepto la casa de Chicago, que, debido a que se debe mucho dinero en impuestos, está a punto de ser rematada por el banco.

—Entiendo —dije, pero la verdad era que no entendía nada, solo deseaba que el hijo de puta del pastor White se estuviera revolcando con su socio Clint Fontana en el infierno.

La casa era lo que más amaba mi madre, ella y papá la habían comprado cuando yo era niña, la recordaba decorándola y poniendo sus objetos antiguos favoritos en los estantes. Nos pasábamos horas arreglando las flores del jardín, donde papá puso un columpio para mí en el que jugaba todas las tardes, el mismo donde estuve sentada durante horas llorando sus muertes.

—Skye, tú sabes que Lauren y yo te queremos como a una hija, déjanos ayudarte, dime dónde estás e iré por ti.

Comencé a negar con la cabeza y entonces caí en cuenta de que no podía verme por el teléfono.

—Estoy bien, John, de verdad, ya te he dicho varias veces que vivo con mi prima Ángela y su esposo, y que tengo un trabajo decente donde me pagan bien.

Lo que nunca le diría al mejor amigo de mi padre era que vivía en un bar de moteros, cuyos dueños no eran humanos, y que mi trabajo estaba detrás de una barra sirviendo tragos. Y menos aún le mencionaría que me disfrazaba de chico.

—Si necesitas algo, cualquier cosa, por favor, no dudes en llamarme.

—Muchas gracias por preocuparte.

—No me agradezcas, se lo debo a tu padre y me siento responsable por no haber estado pendiente de tu tío y evitar que gastara todo tu dinero y te dejara en la calle.

—No te preocupes por eso, estaré bien.

Me despedí, colgué y permanecí en la misma posición mirando al techo. No tenía nada, ni siquiera una vida propia. La puerta se abrió y giré esperando ver a Cam, pero en su lugar fue la sonrisa de Emily la que me encontré. Me moví para sentarme y ella fue a acomodarse a mi lado.

—Hola —saludó haciendo un gesto con la mano.

—Hola —dije de vuelta y nos quedamos allí sin decir nada un rato—. ¿Dónde están las demás? —pregunté y se encogió de hombros.

—Ángela está con el bebé y Alana hablaba por teléfono con Abby.

—Eso nos deja a nosotras dos solas —comenté sonriendo, pero dejé de hacerlo cuando de pronto me soltó una noticia inesperada.

—Acabo de ver en las noticias que mi abuela murió.

—¿Estás bien? —la interrogué, sabiendo que Emily no se llevaba bien con su abuela.

Frunció los labios girando un poco la cabeza, su mata de rizos rojos se derramó por sus hombros.

—No sé qué pensar, mi abuela no era buena conmigo.

—Pero eso no quiere decir que no te sientas mal, después de todo era tu única familia.

Negó moviendo la cabeza de forma enfática. Sus rizos se balancearon a ambos lados.

—Marcus es mi familia, ustedes son mi familia. Ella era una extraña.

—Supongo que tienes razón, nuestros familiares de sangre no necesariamente son buenos para nosotros.

—Lo dices por ti misma, ¿verdad? Algo te está preocupando, lo veo en tus ojos.

Emily era bastante intuitiva, tal vez por su discapacidad, pero de alguna forma siempre lograba conocer nuestros sentimientos sin que tuviéramos que pronunciar palabra. Pensé un momento en si debía contarle lo de mi herencia perdida. De todos modos, necesitaba hablar de eso con alguien. ¿Por qué no con ella?

—Hace un rato llamó mi abogado, él me estaba ayudando a recuperar la herencia de mis padres que me había quitado el tío George.

—¿Y?

—Y no solo descubrí que no hay herencia que recuperar, sino que también me enteré de que el padre de Ángela estaba metido en negocios de prostitución y drogas y que trabajaba con el tipo que tuvo encerrada a Abby.

Sus ojos se abrieron con asombro.

—¿Vas a decírselo a Ángela? —Moví la cabeza en negación—. Tú siempre la proteges, por eso no le dices las cosas que piensas que la harán sentir mal.

Fruncí el ceño, pensando que eso no era algo que hubiera notado, tal vez era cierto que no le contaba a mi prima lo que pensaba que la lastimaría.

—Ella ya tuvo una vida bastante mala, no es necesario que yo le agregue más a su dolor. A veces pienso en lo diferentes que fueron nuestros padres a pesar de ser hermanos. Mi papá era un hombre cariñoso conmigo y con mamá. Ella sonreía cada vez que lo veía llegar a casa, como si de pronto en un día nublado saliera el sol. —Me detuve un momento, recordando esos momentos, cerré los ojos y dejé de usar las manos, sabía que Emily leería mis labios—. Mamá era amorosa, ese tipo de madre que te lee un cuento antes de dormir y te escucha cuando le hablas del beso que te dio ese chico que te gusta. Éramos felices, vivíamos en Chicago y recuerdo que de vez en cuando veníamos de visita a casa de Ángela.  La última vez que los visitamos, mi prima tenía diez años y yo ocho, papá y el tío discutieron muy fuerte y desde entonces nunca regresamos. No volví a saber de la chica con la que compartía juegos, incluso dejé de pensar en ella luego de unos meses de preguntar y no tener respuesta. Mi vida continuó como siempre, tranquila y sin contratiempos, fui a la escuela y luego entré a la universidad. Hasta que mis padres murieron y tuve que ir a quedarme en la casa que llevaba más de diez años sin visitar. Fue entonces que conocí su estilo de vida, vi la forma en que Ángela era tratada, su padre la golpeaba constantemente y su madre parecía un zombi que no hacía nada por ayudarla. Me sentí culpable por mi vida perfecta y me pregunté cómo era que papá se había desentendido de su sobrina y nunca había hecho nada por sacarla de ese infierno.

Terminé y abrí los ojos para enfrentarla, Emily tenía una sonrisa compasiva en su rostro.

—A lo mejor tus padres no sabían nada —explicó.

Quise creer que era cierto, que mi padre nunca supo lo que pasaba. Era mejor eso a pensar que se mantuvo indiferente ante el dolor de alguien que llevaba su sangre.

 

 

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