Cam

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CAMERON

 

 

 

M e quedé observándolo mientras acomodaba algunas botellas en los estantes, de pronto la bodega pareció estrecharse y mi corazón se aceleró. Abrí y cerré las manos, luego las apreté en puños. ¿Qué mierda me estaba pasando? ¿Acaso había enloquecido? Era un maldito hombre, pero yo en ese mismo instante me estaba sintiendo excitado y lo único en lo que pensaba era en devorar su boca. Sacudí la cabeza tratando de alejar esos pensamientos que en los últimos días se hacían más persistentes. Tal vez se había apoderado de mí alguna especie de locura que atacaba a los de nuestra raza y de la que no teníamos conocimiento.

—Creo que estas son las últimas —comentó poniéndose de pie y limpiándose las manos en su pantalón, luego se las llevó a su corto cabello para apartarlo de los ojos—. ¿Hace algo de calor aquí o es mi impresión? —preguntó, apilando las cajas vacías. Cuando se dio cuenta de que no le había respondido, se giró para mirarme—. Cam, ¿estás bien?

Tenía que dejar de hablarme, tenía que callarse ya. Me enfoqué en esos hermosos ojos de color marrón que siempre parecían expresarlo todo. A pesar de ser un hombre tenía unos rasgos finos y delicados. Maldición, nunca había observado lo suficiente a otro tipo para fijarme en sus rasgos, sin embargo, ahí estaba, empapándome de cada detalle, de sus largas pestañas y sus labios carnosos, me pregunté cómo se sentiría besarlos. Tomé una bocanada de aire, buscando controlarme, pero era más fuerte que yo. Sin detenerme a pensarlo lo empujé contra la pared y me encontré con su mirada de asombro.

—¿Cam? —Una sacudida de placer recorrió mi cuerpo cuando pronunció mi nombre casi en un susurro.

No dejé que hablara, simplemente bajé mi cabeza y me apoderé de su boca. Al principio pareció sorprenderse, pero luego sus manos se aferraron a mis hombros y correspondió a mi beso. En efecto, sus labios eran tan suaves y cálidos como se veían, y parecía que estuviesen cubiertos de miel. Me pegué más a su cuerpo, restregando mi erección en su vientre; ese gesto hizo que soltara un jadeo y aproveché para introducir mi lengua en su boca. Lo besé con desenfreno, totalmente poseído por algo más fuerte que yo, no podía detenerme. Sentí sus manos colarse por debajo de mi camiseta y acariciar mi pecho, al tiempo que una corriente eléctrica me atravesaba. Bajé mi mano para quitarle la camisa, pero cuando comencé a levantarla, me detuvo, y ese fue el golpe que necesité para despertar.

Me aparté, horrorizado de lo que acababa de pasar. Steven seguía a poyado en la pared con la respiración agitada y los labios hinchados, sus ojos brillaban con pasión, maldito infierno, él también me deseaba.

—¿Qué…?

No permití que terminara de hablar, levanté la mano para que se callara.

—No, esto fue un error, un maldito error —dije y salí de la bodega corriendo.

En mitad del pasillo me detuve sin saber qué hacer. Me incliné y apoyé las manos en mis rodillas mientras respiraba agitadamente. Infiernos. ¿Qué mierda acababa de hacer? Más confundido que nunca acudí en busca de la única persona que podría ayudarme.

 

Alexy no se encontraba en su oficina, así que fui a su habitación. Escuché las voces de las chicas provenientes de la habitación de Ángela, afortunadamente, estaban todas con el bebé. Cuando llegué hasta la puerta entré sin llamar. Se hallaba sentado en un sofá leyendo un libro de aspecto antiguo, de los pocos que había podido recuperar cuando los demonios incendiaron su casa. Nadie pensaría que un tipo rudo vestido con ropas de cuero y cubierto de tatuajes fuera aficionado a la lectura, pero definitivamente, él lo era. En cuanto me vio, un gesto de preocupación se dibujó en su rostro, me conocía mejor que nadie.

—¿Está todo bien? —preguntó dejando el libro a un lado y poniéndose de pie para acercarse a mí.

—Yo… no lo sé —confesé sin encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que estaba sintiendo.

—No comprendo. Ven, siéntate, debes calmarte, tu corazón late tan fuerte que parece que va a salirse de tu pecho.

Lo sabía, yo mismo lo estaba escuchando. Me quedé mirándolo sin saber cómo decirle lo que acababa de pasar, y decidí ir directo al grano. Con Alexy era más fácil de esa forma.

—Acabo de besar a un hombre. —Esperé algún tipo de reproche o algún gesto de desagrado, pero él simplemente me miró—. ¿Escuchaste lo que te dije? —pregunté, molesto por su reacción o más bien por la falta de esta.

—Te escuché perfectamente, pero no comprendo por qué eso te causa tanta agitación.

—Maldición, Alexy, acabo de besar a Steven como si estuviera poseído —grité, paseándome por la habitación—. Infiernos, incluso me puse duro, sigo estando duro.

Lo escuché reír y le lancé una mirada amenazadora.

—Lo siento, mucha información —se disculpó, regresando a su semblante serio—. ¿Steven no quería que lo besaras?

Pensé un momento en su pregunta, rememorando el momento, aún sentía el cosquilleo en la piel que me provocó su roce.

—Sí, sí lo quería, él me correspondió, incluso puso sus manos sobre mí, me… acarició. —No sabía por qué le estaba dando tantos detalles, necesitaba sacarlo todo antes de que me atragantara.

—Entonces, ¿dónde está el problema? Él te gusta y tú le gustas.

—¿Te olvidas de que es un chico? —pregunté comenzando a exasperarme.

—Lo veo a diario por aquí, eso no es algo que pudiera olvidar tan fácilmente. Cam, creo que es sencillo, te gustan los hombres, ¿qué hay de malo en eso?

—Mierda, no, ¿de dónde sacas que me gustan los hombres? —demandé sintiéndome horrorizado con la idea.

—Bueno, acabas de decir que te gusta Steven —expresó con voz tranquila, aquella que usaba siempre cuando quería dejar algo claro.

—Sí, Steven, pero no los demás hombres.

—Hum.

—¿Hum? ¿Qué mierda se supone que significa eso? —inquirí, deteniéndome para mirarlo.

Se encogió de hombros.

—Solo eso, una expresión —dijo calmado. Esa calma suya podía resultar algunas veces tan exasperante, como otras, tranquilizante.

—Jodido infierno, esto es tan confuso.

—¿Por qué no tratas de calmarte? —propuso poniendo su mano en mi hombro de forma paternal—. Tal vez ahora estés confundido porque pasas demasiado tiempo con el chico, si tú quieres puedo pedirle que se vaya, si eso te hace sentir mejor.

La respuesta vino enseguida.

—No, Steven no se va, él se queda conmigo.

Una sonrisa conocedora se dibujó en su rostro.

—Creo que acabamos de resolver el misterio.

—Eres un cabrón, me tendiste una trampa, nunca lo ibas a echar.

—Digamos que lo habría hecho si tú me lo pedías, pero te conozco lo suficiente como para saber que no lo ibas a hacer.

Dejé salir un ruidoso suspiro y luego confesé la verdad que me había negado incluso a mí mismo.

—Creo que sí, me gusta, al principio pensé que estaba confundido, pero llevo meses sintiéndome así.

—Entonces ya no hay motivos para atormentarte, si tus sentimientos están tan claros.

—Eso lo dices porque no es a ti al que te está pasando, imagina si en lugar de Alana te hubieses enamorado de alguno de los tipos que viene al bar.

Negó con un gesto de espanto, como si le hubiese planteado la idea de caer al lado oscuro y convertirse en un demonio.

—Imposible, no puedo imaginarme amando a nadie que no sea mi ángel y menos a uno de esos borrachos. —Tuve que reír ante su cara, para él era casi un sacrilegio pensar en no amar a su esposa. Permanecimos en silencio un momento, entonces me abrazó—. Todo estará bien, Cam, no importa a quién tu corazón elija, él siempre será más sabio que tú y escogerá a la persona correcta, el corazón nunca se equivoca.

Sus palabras me hicieron sentir aliviado, había tomado la decisión correcta al ir a buscarlo.

—Gracias —dije, apoyando la palma en su hombro—. Eres el mejor padre que mi corazón pudo escoger.

—Y tú el mejor hijo que pudo escoger el mío.

Me envolvió en un abrazo y fue como si un enorme peso se levantara de mis hombros. Por primera vez en meses no me sentía ese ser extraño a quien sus sentimientos parecían jugarle una mala pasada, manteniéndolo en vilo.

—Tarek se burlará de mí cuando se entere —declaré imaginando la reacción de mi hermano vikingo.

—Claro que no —dijo, apartando mi cabeza para mirarme a los ojos—. Y si se burla, te prometo que yo mismo patearé su culo.

Asentí, riendo, sabía que lo haría.

—¿Reunión familiar? —Escuchamos la pregunta y nos giramos para ver a Alana de pie en la puerta—. Esto me gusta.

Corrió hasta quedar en medio de los dos, abrazando a cada uno con sus pequeños brazos. Era tan pequeñita que casi se perdía entre nosotros.

Salí de la habitación de Alana y Alexy sintiéndome más tranquilo y de alguna forma liberado. Sabía que me costaría un poco aceptar por completo la situación en la que me encontraba, pero estaba seguro como el infierno de que iba a intentarlo, porque en definitiva podía ser muchas cosas, pero un puto cobarde no era una de ellas. Con esa convicción fui en busca del enano, no obstante, al llegar a su puerta me detuve. Era cierto que yo lo estaba aceptando, la pregunta era: ¿lo aceptaría él? Si bien me había correspondido cuando lo besé, eso no significaba que estuviera dispuesto a tener una relación con otro hombre, ¿qué ocurría si se sentía tanto o más confundido que yo?

Me paseé delante de su puerta un buen rato, tratando de ordenar mis ideas y buscando la mejor forma de plantearle lo que estaba sintiendo.

—Maldición, es solo Steven, él me conoce —me dije a mí mismo cuando, pasado un tiempo, no lograba convencerme de entrar. Al final decidí que era mejor acabar con ello y descubrir de una vez y por todas qué era lo que iba a ocurrir, así que entré sin llamar.

 

 

 

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