Cam

Cam


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SKYE

 

 

 

M e paseé de un lado a otro, me senté en el sofá y me levanté de nuevo para volver a sentarme en el piso con la espalda apoyada en la pared. Tiré de mi cabello intentando que el dolor causado en mi cuero cabelludo se llevara algo de la angustia que estaba sintiendo. No entendía qué estaba haciendo, había ido al bar para pedirle ayuda a Ángela, mis planes eran quedarme solo unos pocos días, pero ya llevaba un año y no había tenido el valor de irme. Quería estar cerca de mi prima, del bebé, o al menos eso era lo que me decía a mí misma cada día, pero mi corazón conocía la verdad, estaba profundamente enamorada de Cameron, sabía que si me iba nunca lo vería otra vez, por eso le seguí mintiendo, haciéndole creer que era Steven, aun cuando el peligro de mi tío George ya no existiera. Quería quedarme a su lado, aunque solo fuera como su amigo, estaba tan necesitada de él que aceptaba cualquier cosa que me ofreciera. Desde mucho tiempo atrás podía haberle dicho la verdad, sin embargo, temía tanto a su odio, que no me atrevía a hacerlo. Me convertí en un monstruo mentiroso que engañaba y hacía que los demás mintieran por mí: Ángela, Alana e incluso Emily y Abby, ellas mentían a sus esposos cada día cuando me llamaban Steven.

Me abracé las rodillas, apoyando la frente en mis brazos y lloré. Me preocupé tanto por protegerme que me olvidé de los demás, era un ser egoísta y mezquino, tal vez me parecía más al pastor White de lo que quería admitir, seguramente tanto tiempo viviendo en su casa había hecho alguna clase de mella en mí.

—¿Steven? —Hundí mi cara en el círculo de mis brazos, queriendo que esa voz fuera producto de mi imaginación y sollocé con más fuerza—. Todo está bien, ven aquí —dijo Cam, levantándome del piso para abrazarme—. No me importa que seas un chico —susurró mientras acariciaba mi espalda.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, con la cara enterrada en su pecho, mojando su camiseta con mis lágrimas.

—Eso, Steven, que no me importa que seas hombre, te amo igual.

Su declaración, en lugar de tranquilizarme, me llenó de pánico. Él no podía amarme, no a una mentira.

—Cam, no. —Lo empujé para que me dejara ir y sus brazos me liberaron, caminé hacia atrás negando—. No, tú no puedes amarme.

—Sí, sí te amo, sé que estás enojado por lo que pasó hace rato, perdóname por irme y dejarte así, estaba asustado y no comprendía lo que pasaba. —Sus palabras seguían destrozándome, era yo la mentirosa y él me pedía perdón—. Solo dame la oportunidad de demostrarte que puedo amarte.

—No lo entiendes, tú no me conoces, no sabes quién soy —exclamé en un intento desesperado por que comprendiera.

—Sé lo que eres y eso es lo que importa, eres un buen chico, amas a tu prima y al bebé de forma incondicional, me has soportado todo este tiempo, aunque muchas veces fui un cabrón contigo. —Seguí negando—. Solo estás asustado, y yo también lo estoy ¿Alguna vez estuviste con otro hombre? —preguntó.

—¿Qué? —Su pregunta me había desconcertado—. No, claro que no.

—¿Con alguna chica? —preguntó de nuevo.

—Cameron, ¿qué clase de preguntas son esas? No, tampoco estuve con ninguna chica, me gustan los hombres. —Cuando terminé de hablar, supe que había cometido un error, habría sido más fácil seguir mintiendo y decirle que me gustaban las mujeres, así tal vez se olvidaría de su idea loca de estar enamorado de una farsa como yo. 

—Yo tampoco estuve con ningún hombre, de hecho, no me gustaban antes de ti —comentó con una sonrisa—. De las chicas no hablemos, creo que eso tú lo sabes.

Por supuesto que lo sabía, lo había visto con más mujeres de las que podía recordar.

—Creo que no me estás entendiendo, tú no me amas realmente, no a Steve, al menos.

—Ya deja de decir eso, ¿quieres? Por supuesto que te amo, Alexy me ayudó a comprender que no importa quién seas, porque mi corazón te eligió y estoy seguro que este nunca se equivoca.

—Yo no soy…

No terminé la frase, sus brazos me atraparon de nuevo y su boca se pegó a la mía, quería resistirme, ser fuerte, apartarlo y decirle la verdad, pero era egoísta y sus besos se sentían demasiado correctos. Comenzó a empujarme y retrocedí hasta que mis rodillas tocaron la cama y caí sentada, Cam estuvo a punto de caer sobre mí y rio, quedando con las manos apoyadas a ambos lados de mi cuerpo. Suspiré levantando las palmas para apoyarlas en su pecho.

—Esto es un poco loco, ¿no crees? —preguntó, inclinándose para morder mi labio con fuerza, luego pasó la lengua por él.

Cuando vi que bajaba para acomodar su cuerpo sobre el mío lo empujé, haciendo que cayera de espaldas; temía que pudiera sentir las protuberancias de mis pechos, a pesar de que estaban fuertemente vendados. Se dejó empujar sin problema, y quedó recostado. Por un momento me invadió una sensación surrealista al tenerlo en mi cama, era una imagen que había dibujado en mi mente muchas veces y aun así me parecía tan imposible.

Esta vez fui yo la que busqué sus labios, saboreándolos, pasé mi lengua por ellos y me sentí poderosa cuando gimió agarrando mi cabeza para impedirme moverme y devorar mi boca. Su lengua entró con violencia, así era todo con Cam, con él no había nada a medias, nada era simple o calmo, pero era eso lo que más amaba, que siempre estaba seguro de lo que quería y no dudaba a la hora de tomarlo. Nos besamos durante tanto tiempo que mis labios se sentían hinchados. Nuestras lenguas se enredaron en un excitante baile, mientras mis manos, colándose por debajo de su camiseta, exploraban su torso. Su pecho era duro y firme, con los músculos marcados. Si alguien me lo preguntara, diría que no había hombre más perfecto que el que se encontraba debajo de mí. Mis dedos acariciaron la cinturilla de sus jeans y un loco deseo de ir más allá se apoderó de mí. Por primera vez me sentí valiente y lo suficiente osada como para tomar lo que quería, así que aflojando el botón introduje mi mano en el interior de sus jeans y bóxers. Cam gimió, y levantó sus caderas cuando mis dedos rodearon su pene erecto; sabía que tenía un tamaño considerable, pues al pensar que yo era un chico nunca tuvo pudor al desnudarse delante de mí, sin embargo, en ese momento se sentía incluso más grande de lo que recordaba. Se lo liberé de las ropas y sin dejar de besarlo, lo acaricié de arriba abajo. Su piel se sentía suave y con el pulgar esparcí una gota de líquido que escapó de la punta.

—Enano —gimió—. Mierda, eso se siente bien.

Una idea loca pasó por mi cabeza, una que de haberme detenido a pensarlo mejor jamás habría llevado a cabo, al menos no antes de confesarle quien era; pero en ese momento todo lo que me importaba era él, el hombre que se había adueñado de mi corazón y mi voluntad desde el primer momento en que lo vi. Me separé de sus labios besando su mentón y bajando por su cuello, tomé su camiseta y la subí dejando su pecho al descubierto. Besé y lamí todo el camino hasta el sitio que mi mano no había abandonado.

—Enano, ¿qué…? —La pregunta murió en sus labios ante el primer roce de mi lengua en la punta de su miembro.

Nunca antes había experimentado algo así, sentirme totalmente hechizada por darle placer a alguien. Me sentí fuerte y capaz de todo cuando lo introduje por completo en mi boca y sus gemidos llenaron la habitación. Si esa fuera mi única oportunidad de compartir algo tan íntimo con Cam, sería el mejor momento de mi vida y habría valido la pena. Succioné con fuerza llevándolo casi hasta mi garganta, una de sus manos se aferró a mi corto cabello y movió sus caderas entrando y saliendo, haciéndole el amor a mi boca. Acaricié sus testículos y esto pareció encenderlo aún más, pues sus movimientos aumentaron.

—Mierda, voy a venirme en tu boca si no te alejas —gruñó.

Sin embargo, no me alejé, quería todo lo que pudiera darme. Una lágrima resbaló por mi mejilla, sabiendo que cuando se diera cuenta de la verdad iba a odiarme incluso por esto.

Un grito escapó de sus labios y su cuerpo se tensó cuando el chorro de tibio líquido llenó mi garganta, lo absorbí entre dichosa y triste, porque aquel momento que debía haber sido mágico tenía un tinte agridulce que no podía borrar. Me aparté sin dejarle ver mi rostro lloroso, me acomodé a su lado rodeándolo con mi brazo y enterrando mi cara en su pecho.

—Te amo, Cam —confesé, sabiendo que esa era la única verdad universal en mi vida.

—Yo también te amo, enano.

Sus palabras, en lugar de alegrarme, hicieron que mi corazón se destrozara. Yo quería que me amara a mí, a Skye, no a la farsa que había inventado en un momento de miedo.

Permanecimos en silencio, como si al movernos se rompiera el falso hechizo en el cual nos encontrábamos, él no se molestó en acomodar su ropa y yo aproveché para regar caricias en su pecho con mis dedos.

—Para ser virgen, eres bueno con la boca —comentó de pronto—. ¿Dónde aprendiste a hacer eso?

—No lo sé, ¿acaso es algo que se aprende? —pregunté, deteniendo el movimiento de mis dedos.

—Supongo, no se lo he preguntado a ninguna chica antes, pero tú eres hombre y nunca has estado con nadie. —Cerré mis dedos formando un puño, lo llevé a mi boca y lo mordí con fuerza, rogando que el dolor se llevara toda la angustia que me estaba consumiendo—. ¿Quieres que haga lo mismo por ti?

—¿Cómo dices? —pregunté, sin saber de qué estaba hablando.

—Lo que me hiciste, ¿quieres que te lo haga a ti?

Me levanté, aterrorizada de siquiera imaginarlo. Alejándome de la cama, puse distancia entre nosotros mientras un nudo obstruía mi garganta.

—No —dije negando con vehemencia—. Cielos, no, de ninguna manera.

—¿Te vas a poner tímido conmigo? —preguntó sentándose—. Acabas de tener a mi amigo en tu boca y ahora luces como si te hubiera pedido que corras desnudo por las calles de San Francisco.

—No, no es eso, es solo que se nos hace tarde y tenernos que abrir el bar. —Di gracias por encontrar una excusa que me salvara de dar alguna explicación por mi comportamiento.

—Tienes razón —dijo mirando el reloj de mi mesa de noche con pesar—. Aunque lo odie, tenemos obligaciones que cumplir.

Lo observé mientras se ponía de pie y acomodaba su ropa, cuando terminó, caminó en mi dirección y rodeó mis hombros con su brazo. En cuanto salimos y la puerta se cerró, me empujó contra la pared y se apoderó de mi boca, comenzaba a hacerme adicta al sabor de sus labios y mis rodillas se sentían como gelatina, en poco tiempo ya no podrían sostenerme.

—¡Santa mierda! —Nuestros rostros giraron al mismo tiempo ante la exclamación, para encontrar a Tarek mirándonos con los ojos muy abiertos.

—¿Qué? —replicó Cam sin hacer el intento de separarse de mí.

El vikingo abrió la boca como si fuera a decir algo, volvió a cerrarla, y la volvió a abrir.

—Estás besando a Steven —dijo, impactado.

—¿Y? ¿Acaso no puedo besar a mi chico? —Esta vez mis rodillas fallaron y estuve a punto de derrumbarme cuando Cam me sostuvo—. Tranquilo, enano —susurró en mi oído.

—¿Ustedes? ¿Ustedes…? —preguntó Tarek, señalándonos a ambos como si formular la pregunta completa le estuviera costando.

—Nosotros —respondió Cam con una sonrisa.

Sentía que no podía respirar, estaba admitiendo sus sentimientos por mí, era típico de él ser abierto en todo. No acostumbraba a esconder lo que sentía o pensaba, era tan transparente como el agua; yo, en cambio estaba envuelta en una oscura bruma.

—Pues, felicitaciones, supongo —dijo al fin, pareciendo salir de su estupor.

Bajé la cabeza tratando de recuperar el aire, pero Cam me obligó a levantarla de nuevo cuando puso su mano en mi barbilla.

—Oye, no estarás avergonzado, ¿o sí?

Lo estaba, pero no por las razones que él pensaba, sino por mí misma, por la falsedad de mis actos. Negué y me moví separándome un poco de su calor.

—Es mejor que vayamos a abrir, se hace tarde.

—Es cierto, vamos.

Una vez más rodeó mis hombros con su brazo y me guio al bar. Todo el camino sentí el peso de su brazo y de su confianza en mí, una confianza que no merecía, que me quemaba con la culpa y la vergüenza.

 

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