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CAMERON

 

 

P asé la noche pendiente de cada movimiento que hacía el enano, todo resultaba demasiado surrealista y me sentía preso de la excitación y el miedo. Una parte de mí estaba eufórica y la otra temerosa, algo en mi interior me gritaba que había una faceta de Steven que aún desconocía; pero en cuanto miró en mi dirección y sonrió, esa sensación quedó olvidada. Me acerqué a él y sin importarme nadie, tomé su rostro entre mis manos y lo besé delante de todo el mundo. Escuché los chiflidos y bromas a nuestro alrededor, pero podían irse a la mierda, nadie sería tan estúpido como para lanzar algún comentario al respecto. Los clientes me conocían lo suficiente: sin importar cuán sonriente me viera, no era un tipo con el cual pudieran jugar.

Cuando nos separamos, sus ojos brillaban igual que siempre que se posaban sobre mí, eso me hizo sentir tonto por no haberme dado cuenta antes de sus sentimientos. Le sonreí y lo empujé de nuevo a sus tareas, mientras intentaba concentrarme en las mías.

—¿Se puede saber qué fue eso? —preguntó Lila, acercándose.

—¿Qué fue qué? —indagué, tomando una botella para llenar varias copas que tenía alineadas sobre la barra.

—Tú, besando al chico ese. ¿Acaso perdiste una apuesta donde la penitencia era besar a otro hombre? —La miré, frunciendo el ceño, molesto por su conclusión.

—¿Me ves cara de ser el tipo que besa a otro solo por una apuesta? —Antes de que pudiera responder, lo hice yo por ella—. No, no perdí ninguna apuesta, estoy enamorado de Steven, ¿tienes algún problema con eso?

Esperaba que me hiciera algún comentario ofensivo, pero solo se encogió de hombros.

—No puedo juzgar tus gustos, ya ves, yo sigo persiguiendo a un cura que lo único que hace es rezar por mi alma perdida —comentó con una mueca de fastidio—. Lo que me extraña es que no sabía que te gustaban los hombres, pensé que lo tuyo eran solo las mujeres, y no, no estoy cuestionando tus preferencias sexuales —aclaró, antes de que pudiera decirle algo—. Solo me sorprenden.

—Comprendo lo que quieres decir, y en realidad no es que me gusten los hombres, o yo no lo veo de esa forma, solo me gusta Steven.

Ella ladeó la cabeza, estudiando la pequeña figura que se movía de un lado a otro sirviendo tragos.

—Él es algo particular —dijo sin apartar los ojos del enano—, no sé por qué, pero a veces me resulta desconcertante —comentó volviendo a centrar su atención en mí. Me encogí de hombros sin saber qué más agregar, pues yo tenía esa misma sensación—. Me alegro por ti, aunque me entristece por mí misma, porque debo asumir que la diversión entre nosotros terminó, ¿verdad?

—Así es —respondí sin dudar.

—Eso pensé, acabo de perder a uno de mis mejores amantes, ni siquiera sé si lograré encontrar otro que me haga vibrar como tú.

No me sorprendió su afirmación, y no porque fuera arrogante, sino porque en nuestra raza no existe eso de la falsa modestia, las medias tintas o las verdades decoradas. Solemos decir las cosas como son, sin tapujos, y la franqueza es parte de nuestra naturaleza, aunque en ocasiones esta nos traiga más problemas que beneficios.

—Tal vez el cura tenga lo suyo debajo de la sotana —dije, riendo.

Ella acompañó mi risa y cuando giré, encontré a Steven mirándonos con los ojos brillando con algo parecido al dolor. Él sabía de mis aventuras con Lila y por su expresión no me fue difícil comprender que pensaba que yo estaba coqueteando con ella.

—Ya averiguaré qué hay con el cura, mientras tanto, tú diviértete y ve a ver qué le sucede a tu chico, que parece que alguien desplumó las alas de su ángel de la guarda.

Estirándose por encima de la barra, besó mi mejilla y se marchó. Cuando me acerqué al enano, se giró dándome la espalda y fingiendo atender a los clientes que acababan de llegar.

—¿Qué es lo que más aprecias de mis hermanos? —pregunté, deteniéndome a su lado.

—¿Perdón?

—Formularé mejor mi pregunta. ¿Qué hace especiales las relaciones que tienen mis hermanos con sus mujeres?

Por un momento pareció confundido como si no comprendiera de que estaba hablando.

—No lo sé, supongo que la devoción que sienten por sus chicas, ¿a qué viene tu extraña pregunta? —inquirió sin prestarme mucha atención.

—A que nosotros nos lo tomamos en serio cuando elegimos a alguien, no le mentimos, no le hacemos daño y sobre todo no lo engañamos. Esas son formas de actuar de los humanos, no de los demonials.

—Sigo sin comprender…

—No estaba coqueteando con Lila, no voy a hacer eso con ella ni con nadie —expliqué y esta vez conseguí toda su atención.

—¿Sabes que es lo triste aquí? —preguntó con pesar. Negué, acercándome para acariciar su rostro—. Que si alguna vez me engañaras no podría reclamarte.

—¿Por qué no?

—Porque…

No supe que más iba a decir, en ese momento alguien llamó su atención y se alejó para ocuparse de servir algunos tragos.

Yo seguí observándolo, en ocasiones se veía distraído, incluso derramó varios tragos y confundió algunos pedidos. Más de una vez tuve que intervenir cuando un cliente, molesto por recibir la bebida equivocada, arremetió contra él. Eso no era propio del enano, lo que me llevó a pensar que tal vez no estaba afrontando bien lo que sucedía y me hizo preguntarme si no había sido un error confesarle cómo me sentía. Cuando el último cliente salió o más bien lo eché a empujones, cerré la puerta, me giré y apoyando la espalda en ella, me quedé viendo cómo Steven acomodaba los vasos recién lavados.

—Déjalo, yo lo limpio después —dije, comenzando a caminar en su dirección.

Negó sin dejar su tarea.

—No hay problema, no estoy cansado —respondió sin mirarme, aunque la forma como se movía y las ojeras que marcaban sus ojos me decían otra cosa. A veces olvidaba que era humano y que trabajar todas las noches en el bar debía resultarle agotador.

—Son casi las cinco de la mañana, anoche fue una locura, no me vengas con ese cuento de que no estás cansado. Dame eso —ordené, arrebatándole el paño con el que limpiaba y el vaso que tenía en las manos—. Ahora vamos a descansar.

Lo empujé por los hombros y cuando vi que no se movía, lo levanté con un brazo rodeando su cintura.

—No seas idiota, bájame —gritó, pataleando. Reí, vislumbrando de nuevo a mi enano, tenía que reconocer que esa noche lo había extrañado. Caminé por el pasillo y bajé las escaleras que llevaban a la vivienda, pasé de largo por su habitación y me dirigí a la mía. Lo lancé en la cama y lo vi rebotar en el colchón al tiempo que me sacaba la camiseta. Cuando intentó bajarse, caí sobre él, cuidando de no aplastarlo.

—Solo duérmete —dije, rodeándolo con el brazo y poniendo una pierna sobre las suyas.

—Ni siquiera me he duchado y huelo a borrachos y humo —se quejó, intentando huir.

—Ahí estás de nuevo actuando como una chica —le recordé y eso hizo que se quedara quieto. Enterré mi rostro en su cuello y aspiré su olor. Era cierto que olía un poco a humo, pero aparte de eso seguía siendo como de costumbre—. Descansa —dije, girando su rostro con mi mano para depositar un beso en sus labios.

—Tú también —respondió sin apartar sus labios de los míos.

Me quedé quieto y a los pocos minutos escuché su respiración acompasada; estaba dormido. Nunca había compartido mi cama con nadie, las mujeres con las que me acostaba no se quedaban toda la noche y jamás las llevaba a mi habitación, siempre usaba las del bar, que estaban destinadas a los clientes.  No obstante, ese momento se sentía bien, correcto, como si la persona en mis brazos fuera la que siempre debió de estar allí. Con ese pensamiento, cerré los ojos y me dormí.

 

***

 

Sentado frente al televisor cambiaba canales sin nada mejor que hacer. A veces odiaba no poder salir durante el día, las horas pueden pasar demasiado lentas cuando tu vida solo transcurre con normalidad durante las noches. Miré en dirección a la cama donde el enano dormía tranquilo, era extraño cómo podía mantenerse en la misma posición toda la noche. Apenas si se movía un poco, sonreí y volví a enfocarme en la pantalla. Al final me detuve en un documental sobre islas paradisiacas. Me centré en las imágenes que pasaban y en los lugares que nunca tendría la oportunidad de conocer. Por un momento, me asaltó una duda. ¿Qué pasaría si alguna vez Steven quería ir a un sitio de esos que no se me permitían? Yo ni siquiera sabía cómo se sentía que el sol tocara mi piel. Antes de que Alexy me encontrara, estaba perdido en las calles de Edimburgo y allí, por lo que recordaba, no era muy soleado, luego nunca más salí durante el día. Suspiré, preguntándome si alguna vez los demás se preocupaban porque sus mujeres tuvieran que vivir solo de noche como ellos; en mi caso, comenzaba a inquietarme condenar a Steven a la oscuridad que era mi vida. Lo escuché removerse y giré para verlo sentarse de golpe.

—Cielos, ¿qué hora es? —preguntó, restregándose los ojos.

—Es la una de la tarde.

—Mierda, ¿por qué me dejaste dormir tanto? Teníamos que limpiar el bar —exclamó levantándose y corriendo al baño.

—Yo ya limpié, no te preocupes por eso.

—¿Lo hiciste? —inquirió asomando la cabeza por la puerta con la cara mojada y el cabello desordenado, antes de volver a perderse en el interior.

—Claro que sí, apenas me llevó una hora. Sirve que soy rápido.

Escuché el agua correr y luego cuando cerró el grifo.

—Sí, bueno, no tienes que humillarme con tus superpoderes —dijo al salir.

—Ven acá y te enseño mis verdaderos superpoderes —propuse, pícaro. Se quedó de pie, dudando y mirando a todos lados menos a mí—. ¿Puedo saber qué te pasa?

—Yo… es que debo ir a darme una ducha. —Mientras hablaba, comenzó a moverse hacia la puerta.

—Tal vez deberías comer primero —sugerí, haciendo un gesto a la bandeja que descansaba sobre la mesa de centro.

—¿Tú cocinaste? —preguntó, mirándola de forma sospechosa.

Me reí de su aparente temor, si había alguien que cocinaba peor que yo, ese sin duda era el enano.

—No, lo hicieron Alana y Emily, yo solo ayudé un poco y luego te traje tu almuerzo.

—Ah, bueno, eso es otra cosa —comentó cambiando su semblante y sentándose a mi lado.

Lo observé mientras comía y por primera vez me di cuenta de algo: Steven no atacaba su comida como lo haría un chico, de hecho, cortaba cada trozo con delicadeza y se lo llevaba a la boca con demasiada parsimonia. Los hombres, si tenemos hambre, nos dedicamos a engullirlo todo, pero él no.

—¿Qué? —preguntó luego de tragar un bocado, al darse cuenta de mi escrutinio.

—Estaba pensando que juntarte con las chicas te está afectando, comes como ellas. —Su rostro se ensombreció y dejó los cubiertos—. Te estoy molestando, no dejes de comer y yo dejaré de ser un idiota, ¿está bien?

Asintió, pero no parecía muy convencido, así que renuncié a mirarlo y regresé a la televisión.

—¿Por qué demonios estás viendo documentales sobre playas? —Ahí estaba, él podía comer como una chica, pero definitivamente no hablaba o actuaba como una.

—¿Por qué no? —pregunté de vuelta.

Un audible suspiro salió de su boca y los cubiertos apenas hicieron ruido cuando los depositó en el plato.

—¿Tú quieres ir allí? —interrogó, poniendo su mano en mi brazo.

—Mi grado de idiotez no alcanza tales límites, ¿para qué querría ir a un lugar que no podré ver?

—Tienes razón, lo lamento, mi pregunta fue tonta.

Cuando comenzó a retirar la mano de mi brazo, se la atrapé con mis dedos, y entonces hice otro descubrimiento. Era delicada y suave, con los dedos delgados y finos ¿Por qué no me había fijado en eso antes?

—Si pudiera verlo, seguro me gustaría ir —confesé mirándolo a los ojos—. De hecho, si pudiera verlo todo, me encantaría recorrer el mundo. Ya sé que suena tonto viniendo de mí, pero, aunque no sea humano, también sueño con algunas cosas estúpidas.

El gesto de pesar en su rostro no me pasó desapercibido, ni tampoco la forma en que sus ojos brillaron con lágrimas contenidas.

—Tal vez podemos hacerlo alguna vez, irnos a recorrer el mundo, no tiene que ser la playa, podemos ir a lugares donde haya algo que podamos hacer durante la noche, y si se nos ocurre irnos a Bora Bora o algún lugar del Caribe, podemos asegurarnos de ver muchos documentales antes, hasta que aprendas los sitios de memoria y luego cuando estemos allí te diré en cuál de ellos estamos, y podrás imaginarlo. Al menos tenemos la ventaja el que sol solo te deja ciego, no te derrite ni te hace polvo como a los vampiros de las películas —terminó con una sonrisa.

Me acerqué, posé mis labios en los suyos y solté su mano para poder aferrar su cabeza e impedirle apartarse; aunque eso no era necesario, pues sus brazos rodearon mi cuello mientras me devolvía el beso con desesperación. Introduje mi lengua en su boca y bebí su sabor. La suya salió a mi encuentro y ambas se enredaron en una danza cargada de urgencia y pasión. Jamás nadie me había correspondido a un beso con tanto ímpetu, como si en ese gesto se encontrara su salvación.

—Te amo, Cam… te amo —repitió sin alejarse, pero sus palabras sonaban más a un ruego que a una confesión.

Sus brazos abandonaron mi cuello y bajaron por mis bíceps y torso hasta llegar al borde de mis caderas donde se colaron debajo de mi camiseta. La levantó para sacarla y me moví, ayudándolo en su tarea. Cada roce de sus dedos dejaba una ardiente estela en mi piel. Me empujó, dejándome recostado, sus labios rozaron mi mentón y bajaron por mi cuello, hasta mi pecho, donde su lengua jugueteó con mi pezón. Siseé cuando lo mordisqueó, enviando una oleada de placer que se concentró en mi ingle. Su lengua siguió trazando un camino descendente, se detuvo un momento en mi ombligo, introduciéndose en la cavidad. Sabía a dónde se dirigía y una imagen de lo que me hizo la noche anterior se dibujó en mi mente. Cuando intentó desabrochar mis jeans, me apresuré a ayudarlo. Los bajó junto a mi ropa interior, liberando mi pene erecto, que bailó jubiloso frente a sus ojos sabiendo lo que recibiría a continuación. Y fue plenamente recompensado, cuando la cálida lengua de Steven lamió una fina gota que brotó de su punta y luego lo chupó. Apreté los dientes tratando de no hundirme con fuerza en la profundad de su boca, que era lo que estaba deseando hacer, pero queriendo que la decisión de tomarme fuera solo suya. Una mezcla de excitación e impaciencia se apoderó de mí cuando su lengua siguió trazando círculos en la punta, torturándome, sin llevarme a donde más deseaba.

—Enano, por favor —supliqué en un jadeo.

Su mirada se alzó encontrándose con la mía y, sin apartarla, por fin me transportó a la gloria. Su calidez me envolvió por completo, lamió y succionó, mientras con una de sus manos acunaba mis testículos. Juro por mi vida que, a pesar de haber compartido ese acto con muchas mujeres, jamás había sentido que mi alma escapara de mi cuerpo mientras lo hacía. No estaba seguro de si era porque se trataba de la persona a quien le había entregado mi corazón y esto lo hacía de alguna forma especial, pero estaba convencido de que no quería que terminara jamás. Mi mano aferró su corto cabello y haciendo un esfuerzo sobrehumano por no embestir en su interior como quería, dejé que fuera él quien llevara el ritmo. Estaba cerca y pensé en alejarme antes de derramarme en su garganta, pero cuando me moví para intentarlo, me aferró por las caderas y succionó con más fuerza. Eso fue todo, un grito de placer salió de mi boca al tiempo que el chorro de líquido caliente salía disparado. Pareció que el orgasmo no terminaba nunca y de haber sido humano, podría haber muerto de un infarto.

—Mierda, si no supiera que es imposible, pensaría que estoy muerto.

—¿Estas admitiendo que lo hice muy bien? —preguntó con una sonrisa, apoyando su barbilla en mi estómago.

—Claro que lo admito, eso fue… ni siquiera puedo decir cómo fue —respondí acariciando su cabello—. Pero creo que ahora es mi turno —dije empujándolo para que se moviera.

Tomé su rostro y lo besé, su boca todavía tenía mi sabor. Aferré el borde de su camiseta y comencé a sacarla, entonces negó y me empujó para apartarme.

—Cam, no —gritó poniéndose de pie.

—¿Qué pasa? ¿Por qué tú puedes darme placer y yo a ti no?

—Yo no… no puedo.

—¿Qué no puedes? ¿Acaso eso es todo lo que haremos siempre? —pregunté, sintiendo mi irritación crecer. Me puse de pie acomodando mi miembro dentro de mis jeans para luego abrocharlos. Si quería tener una conversación seria, era mejor no tener a mi amigo a la vista—. No me malinterpretes, amo cómo se siente tu boca en mí, pero quiero más y pensé que tú también lo querías.

Su cabeza se movió a ambos lados y sus ojos se empañaron.

—No hay nada que desee más en el mundo que hacer el amor contigo.

—Entonces explícame qué es lo que pasa.

—Es mejor que me vaya —dijo, dirigiéndose a la puerta.

Me moví, lo alcancé y lo detuve aferrando su brazo.

—¿Enano?

—Ojalá fuera alguien más y pudiera darte todo lo que quieres.

—Yo no quiero que seas alguien más, te quiero a ti.

—Y yo te amo más de lo que puedo explicar, por favor no olvides eso si alguna vez tienes un motivo para odiarme —suplicó con los ojos empañados de lágrimas.

Se fue, dejándome frustrado y más confundido que nunca. Si fuera posible diría que hasta tuve dolor de cabeza.

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