Cam

Cam


23 CAMERON

Página 25 de 39

 

23


CAMERON

 

 

 

T enía que salir del bar, huir de ella o de los sentimientos que me provocaba. Era como si por primera vez la hubiese visto, cuando fui a buscarla a casa de Medhan estaba tan concentrado en mi ira, que apenas si reparé en ella, pero esta vez lo hice, la vi de verdad, a Skye, ya no más a Steven. Por primera vez la realidad me golpeó y lo hizo con fuerza, mi amigo no existía, pero la chica estaba allí y era tan hermosa que estuve a punto de sucumbir y besarla, o estrecharla en mis brazos, esta vez sabiendo a quién abrazaba realmente. Estaba luchando contra lo que sentía, una mezcla de sensaciones que no lograba controlar, a veces ganaba el enojo y otras el inmenso deseo de decirle que no importaba cuánto me hubiese engañado, que la perdonaba igual.

 No me di cuenta de a dónde me dirigía hasta que me vi frente al edificio de Aidan; sabía la dirección, pero nunca había estado allí. Me sorprendí al percatarme de que, de forma inconsciente, buscaba refugio en su hogar. Estacioné la motocicleta y me dirigí al interior. Un hombre vestido con uniforme se encontraba en la recepción.

—¿Puedo ayudarlo? —preguntó, poniéndose de pie.

Este no parecía tan estirado como aquel del restaurante, lo que no evitó que de nuevo me sintiera inadecuado: mi recién descubierto padre sí que sabía cómo escoger los lugares.

—Vengo a ver a Aidan McKenna—respondí, esperando que no se pusiera pesado y me pidiera que me fuera.

—Un momento, voy a llamar para avisar que está usted aquí, ¿puede decirme su nombre?

—Cameron.

Me quedé de pie en mi lugar mientras hablaba, escuché la conversación y supe que fue Abby quien le respondió y le dijo que me dejara pasar. El hombre me hizo un gesto hacia el ascensor y me encaminé allí, entonces me detuve, al caer en cuenta de que no sabía en qué piso vivían.

—¿Podrías decirme que piso es?

—El último.

Por supuesto, tenía que ser el último, era McKenna, después de todo. Mientras subía, me quedé admirando la vista que las paredes de cristal del ascensor ofrecían de la ciudad, tenía que reconocer que era bastante impresionante. Cuando por fin llegué a mi destino, encontré a Abby de pie en la puerta del apartamento esperándome. Su largo cabello del color de la noche flotaba suelto a su alrededor como un manto. Como siempre que la veía, no podía evitar sentirme algo impactado por la belleza de la chica, aunque apenas si le di un vistazo, pues todos sabíamos que ella odiaba que la miraran y sobre todo que alguien hiciera alusión a su aspecto físico.

—Hola —saludé asegurándome de no acercarme demasiado, ya que además de su esposo, su hermanito y algunas veces las chicas, no soportaba ser tocada por nadie más.

—Cam, qué gusto verte —saludó con una sonrisa—. Aidan se va a poner feliz de que hayas venido. Está en la ducha, así que espero que no me haya escuchado hablar con el portero y se sorprenda cuando vea que estás aquí.

—Te lo agradezco, espero no molestar al haber venido sin avisar.

—Claro que no, pasa.

Cuando entré, la opulencia me impactó y enseguida supe que jamás podría encajar en un lugar como ese. Todo a mi alrededor gritaba dinero y poder.

—Cam —gritó el pequeño Kevin, apareciendo de alguna parte y corriendo a abrazarme. Me alegró escuchar su voz, aunque esta sonara discordante por la falta de costumbre.

—Veo que ha progresado con las terapias —dije y su hermana asintió—. Lo estás haciendo bien, amigo. —Lo animé despeinando su cabello. Me agradaba bastante el chico.

—¿Te quedas a cenar con nosotros? —preguntó Abby, distrayéndome de la efusividad de su hermano.

—Yo no…

—Ni se te ocurra decir que no quieres molestar —me interrumpió como si pudiera leer mis pensamientos—. Si lo haces, usaré una sartén que tengo en tu cabeza —me amenazó y sonreí, se parecía mucho a las amenazas que usaba Alana.

—Siendo así, creo que voy a quedarme.

—Sabia decisión —dijo comenzando a alejarse, en el camino se detuvo y giró de nuevo en mi dirección—. Cam, no te he pedido disculpas por lo de Skye, lamento que ninguna te dijera la verdad, pero espero que sepas que no lo hicimos con la intención de jugar con tus sentimientos o burlarnos de ti…—Hizo una pausa y bajó la mirada al suelo antes de levantarla de nuevo y enfocarse en mí—. Cada vez que Skye mencionaba cómo tú ibas a odiarla cuando lo supieras, todas la animábamos diciéndole que no sería así, que tú mejor que nadie la podrías comprender, y ahora, viendo como está la situación, no puedo dejar de sentir que además de engañarte a ti, también la engañamos a ella.

—Yo no la odio —respondí a la defensiva.

—Pero tampoco estás dispuesto a perdonarla, o al menos preguntarle los motivos que tuvo para fingir ser alguien más.

—¿Y cuáles son esos motivos? —pregunté y la vi apretar los labios en una línea.

—No lo sé, Cam, en realidad ninguna de nosotras conoce las razones, ni siquiera Ángela, supongo que eso es algo que tendrás que averiguar tú, claro, si es que te interesa la respuesta.

Apenas terminó de hablar, se fue, supuse que en dirección a la cocina. Kevin me tomó de la mano, sacándome de mi estupefacción por las palabras de su hermana y me arrastró hasta la sala de televisión donde estaba preparado un video-juego. Comenzó a enseñarme todo lo que tenía, muy animado, y me fue contagiando un poco de su entusiasmo.

—¿Craig? —escuché la voz de Aidan y alejé mi atención de lo que trataba de explicarme el pequeño—. Qué gusto verte —dijo acercándose.

Me puse de pie y me tomó por sorpresa cuando me rodeó en un abrazo.

—Disculpa que viniera sin llamar —me excusé, alejándome.

—No digas eso, tú eres bienvenido cuando quieras, esta es tu casa. —Moví la cabeza sin decir nada que me pudiera comprometer, ya que no sentía aquel lugar de ninguna forma como mi hogar—. ¿Te parece si vamos al estudio y conversamos un rato? —propuso.

—Por supuesto, muéstrame el camino.

Me condujo por un pasillo y abrió la puerta de su estudio haciéndose a un lado para invitarme a pasar.

—Es una buena vista la que tienes ahí —observé, fijándome en los grandes ventanales iguales a los de la sala.

Escuché la puerta cerrarse y me quedé de pie viéndolo pasar por mi lado, al tiempo que me hacía un gesto con la mano para que me sentara en el gran sofá.

—Bueno, ya que no puedo ver la luz del sol, tengo que desquitarme de alguna forma y tener la mejor vista de la noche. Aparte de que me ayuda a no sentirme encerrado, odio esa sensación.

No dijo nada más, pero tampoco era necesario, pasar trescientos años en una sucia mazmorra seguro convertía en claustrofóbico hasta al más fuerte.

—Lo entiendo —fue todo lo que dije, antes de desviar de nuevo mi atención a la iluminada ciudad.

—Si quisieras podrías tener esta vista —comentó sentándose a mi lado.

—¡¿Cómo?! —pregunté extrañado por su comentario.

—Que podrías venir a vivir aquí si quieres, no me refiero a este apartamento, no estoy seguro de que te sientas cómodo conviviendo con nosotros, pero dos pisos más abajo hay uno que estoy seguro te gustaría, tiene casi el mismo diseño de este, puede ser tuyo si lo quieres.

—Hey, detente, amigo, por favor. Deja de ondear tu chequera frente a mis ojos, ¿está bien?

Frunció el ceño.

—Lo lamento, Craig, no es mi intención ofenderte, solo que pienso que, si eres mi hijo, ¿por qué no podrías disfrutar de mi fortuna?

—Porque estoy bien como y donde vivo, no necesito tu dinero. De todos modos, ¿cómo fue que lograste conseguir tanto? —pregunté, pensando que, si me interesaba por algo suyo, tal vez olvidara la idea de ser el papi dadivoso.

—¿Te gustaría beber algo? —preguntó, dirigiéndose al bar.

Negué y lo vi llenar medio vaso de whisky. Caminó de vuelta, se sentó a mi lado y encendió un cigarro. Tomó un trago y luego dio una larga calada.

—Servir a Razvan me representó algún beneficio, yo era quien me encargaba de sus negocios ilícitos. Era bueno en eso y logré hacerlo ganar mucho dinero con la venta de armas. Así que me delegó todas las funciones, al principio comencé sacando pequeñas cantidades de sus ganancias e invirtiéndolas, así fue como comencé. Me interesé por los bienes raíces e hice algunas inversiones que me proporcionaron muy buenos frutos. Y de pronto, sin darme cuenta, tenía tanto dinero que ni siquiera sabía cómo gastarlo. Tener tiempo sin límites ayuda.

—¡Vaya! —exclamé, impresionado—. Yo también hago algunas inversiones, pero no soy ni de lejos tan bueno como tú, aunque tengo suficiente dinero ahorrado para poder vivir tranquilo durante algunos años y he ayudado a los demás a tener el suyo.

Me estudió un momento con un gesto indescifrable.

—Creo que lo has hecho muy bien, estoy orgulloso de ti.

Incómodo, me puse de pie y me acerqué al ventanal, cavilando que tal vez había sido mala idea ir allí. Y ni siquiera sabía que me había llevado hasta ese lugar.

—¿Por qué te molesta tanto que te haga cumplidos? —preguntó.

Me giré para enfrentarlo.

—La verdad, no lo sé, tal vez porque siento que solo buscas ganar mi aceptación.

—Y es justo eso lo que busco, Craig, que me aceptes.

—¿Por qué demonios sigues llamándome así? —repliqué, un poco molesto. Cada vez que usaba ese nombre me sentía como si se estuviera refiriendo a alguien más, a un completo desconocido.

—Porque ese es tu nombre, el que yo te di cuando naciste, el que tenía tu abuelo. —Dejé salir un suspiro frustrado, por alguna razón no lograba conectar con la idea de ser ese niño a quien él se refería—. ¿De verdad no merezco que al menos intentes verme como a un padre?

Me quedé viéndolo, pensando en la mejor manera de responder a su pregunta.

—No es que me cueste verte como a mi padre, lo que en realidad me cuesta es aceptar que tú me veas como otra persona. Toda mi vida he sido Cameron, el que trabaja en un bar, el que atiende borrachos y drogadictos cada noche para ganarse la vida, el que no soportaría usar un traje elegante y menos una maldita corbata sin sentirse asfixiado, pero tú insistes en que sea alguien más. No sé quién es ese Craig, no quiero vivir en uno de tus apartamentos lujosos, no quiero ir a restaurantes donde los meseros me vean y me traten como a un criminal. Todo eso me hace sentir incómodo.

Cuando terminé de hablar permaneció en silencio meditando mis palabras, como si en su cabeza estuvieran girando los engranajes que, por fin, conseguían conectar todas las piezas sueltas.

—Lo siento mucho, nunca he pretendido convertirte en otra persona, solo he querido acercarme a ti. No me daba cuenta de que lo estaba haciendo de la forma incorrecta. Cr… Cam, no te ofrecí vivir aquí porque quiera cambiarte, lo hice porque pensé que era algo que te gustaría. Entiendo que tu vida es diferente y estoy dispuesto a tratar de encajar en ella si con eso logro que me dejes entrar.

Abrí la boca para responderle, cuando me interrumpió el llamado a la puerta, esta se abrió y Abby asomó la cabeza.

—Perdón por molestar, pero la cena está servida y no quería que se enfriara.

—Está bien, mo chridhe —le dijo Aidan con una ligera sonrisa—. ¿Vamos, Cameron?

Asentí y comencé a seguirlo, pero antes de salir lo detuve, tenía que decir algo más.

—¿Sabes? Eres un gran sujeto, admiro toda esa fuerza que tienes y la voluntad que le pones a todo. Solo necesito un poco de tiempo para lograr encajar todo y comprender que mi vida no es solo aquello que he tenido siempre y que conozco, que hay una parte que apenas me está siendo revelada y con la cual tengo que reconciliarme.

—Lo entiendo, sé que debe de ser difícil y tal vez en mi afán por llegar a ti he pasado eso por alto, pero te prometo que te daré todo el tiempo que te haga falta y que siempre estaré aquí cuando me necesites.

Le agradecí por sus palabras, eran las que, sin saberlo, necesitaba escuchar. Antes de que nos fuéramos se acercó a mí y poniendo su mano en mi cuello, acercó su frente a la mía.

—Solo quiero que sepas lo feliz que me siento de por fin haberte encontrado.

 

Algunas horas después vagaba por la ciudad sin rumbo fijo. Haber ido a ver a Aidan fue de cierta forma liberador, pasar un rato con su familia se sintió bien, aunque yo mismo parecía ajeno a la escena. Él no me preguntó el motivo de mi visita y yo tampoco lo mencioné, como si en un acuerdo tácito hubiéramos decidido fingir que era una visita informal, como la de cualquier amigo.

Sin darme cuenta, terminé en el mirador Battery Spencer, donde alguna vez estuve con Steven. Por momentos me dolía y me costaba aceptar que en realidad esa persona no existía. Era como si de pronto, además de perder a quien creía amar, también hubiese perdido a otro amigo, al menos con Raven sabía que estaba muerto y que no lo volvería a ver, pero Steven se había esfumado ante mis ojos.

Dejé la motocicleta en el estacionamiento y comencé a subir la colina. Eran las dos de la madrugada, por lo que no esperaba encontrar a nadie allí, pero me equivoqué: una pareja de turistas, tal vez inconscientes de la hora y del peligro, se besaban y tocaban de forma apasionada mientras un demonio los acechaba en las sombras. Si los humanos tuviesen un poco más de instinto de supervivencia, yo no tendría que jugar al puto héroe. Consideré la idea de irme y dejarlos a su suerte, total, no eran mi problema y al demonio seguramente lo encontraría de nuevo, ya que eran reacios a abandonar los lugares donde encontraban alimento seguro. No obstante, a diferencia de mis hermanos, yo sentía más empatía por los humanos, y no me molestaba tanto rescatarlos de su estupidez. Me quité la camiseta y la dejé caer al piso antes de hacerles notar mi presencia.

—Si en algo aprecian su vida, les aconsejaría que se larguen de aquí.

En cuanto me escucharon se pusieron alertas, aunque aún ajenos al demonio que se encontraba unos metros a su espalda.

—Mira, amigo, nosotros no queremos problemas —me dijo el tipo, un chico rubio con aspecto de pertenecer a una fraternidad de nerds de alguna universidad de la Ivy League.

Hice un chasquido con la lengua ante su tono de voz en apariencia formal.

—Te aseguro que yo soy el menor de tus problemas aquí. —Apenas terminé de hablar, el demonio rugió dispuesto a lanzarse sobre ellos—. Estúpidos humanos —mascullé, sabiendo que, si no se largaban de una vez, no podría hacer nada para evitar que me vieran cambiar de forma y atacar a la sanguijuela. Por fortuna parecieron recobrar la cordura y en el último momento salieron corriendo.

Arremetí contra él antes de darle tiempo a que lo hiciera conmigo. Rodamos por la tierra levantando una nube de polvo. Gruñó cerca de mi garganta y tuve que levantar la cabeza para impedir que me la desgarrara. Me puse de pie, arrastrándolo conmigo, y le di una patada en las bolas para apartarlo, y luego, con un gancho, logré encajar mi garra debajo de su mentón, retraje mi brazo y se lo desprendí, llevándome parte del hueso maxilar. Lancé el trozo de carne al piso con una mueca de asco y volví a atacar. La fuerza del impacto nos lanzó por encima de la inútil cerca de protección y cuando me di cuenta, caíamos por el acantilado. El demonio clavó sus garras en mis hombros impidiéndome soltarlo. Maldije cuando me di cuenta de que no tenía tiempo de volar y que iba a impactar con las aguas de la bahía. Plegué mis alas para evitar el daño que la caída causaría y tomé aire cuando la inmersión fue inminente. Las frías aguas me envolvieron y sentí como si pequeños cuchillos cortaran mi piel. La caída hizo que me soltara y esto me dio la oportunidad de herirlo en el pecho. Mis alas mojadas eran más pesadas y mis movimientos más lentos, pero por fortuna mi contrincante también parecía tener problemas para moverse.

En lugar de atacar de nuevo, la sanguijuela intentó alejarse. Era una pena para él que, aunque no era el héroe de la humanidad, sí me gustaba matar demonios, así que no iba a dejarlo ir. Nadé hasta alcanzarlo, lo tomé por uno de sus pies y lo arrastré de nuevo al fondo, rodeé su cuello con mi brazo y sus garras se movieron intentando alcanzarme, sin embargo, antes de que lo consiguiera, desgarré su vientre permitiendo que sus intestinos se derramaran. No entendía cómo era que eso no los mataba, tenía que haber una regla que dijera que cortar por partes a un puto demonio debería ser suficiente, pero no, tenías que cortar su jodida cabeza si querías librarte de él y eso fue lo que hice: decapité al bastardo y dejé al mundo con una sanguijuela menos.

Nadé hasta alcanzar la superficie y tomé una bocanada de aire. Desplegué mis alas y volé de vuelta al acantilado. Podía haber ido directo a donde había dejado mi motocicleta, pero siendo el más imbécil de todos los imbéciles del mundo, no podía solo olvidarme de la camiseta, pues había sido un regalo de… ella, cuando fingía ser alguien más. En ese momento, un relámpago cruzó el cielo y este se abrió dejando que cayeran grandes goterones de agua.

—¿En serio? —pregunté, fulminando al firmamento como si fuera el culpable de mi odio infinito por los inviernos lluviosos de San Francisco.

Cambié a mi forma humana, tomé la camiseta del suelo y regresé a buscar mi motocicleta, sintiendo como las fuertes gotas golpeaban mi piel.

 

 

 

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page