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CAMERON

 

 

C uando ella se fue, me enfrenté a Nithael, listo para atacarlo de nuevo, pero él me sorprendió al dirigirme una simple sonrisa que decía que había ganado algo, aunque yo no estaba seguro de qué. Luego se giró y salió del bar.

—¿Qué fue eso? —preguntó Lila apoyando una mano de largas uñas color carmesí en mi brazo. No entendía qué predilección tenían las mujeres demonials con la pintura de uñas roja, pero casi todas las que trabajaban en el bar la usaban.

—No fue nada —respondí de forma escueta apartándome de su toque.

—¿Qué te parece si vamos…? —Desde que mi relación con Steven se rompió, volverse a meter en mi cama parecía haberse convertido en su misión.

—Ya te dije que no estoy interesado, Lila —respondí, cortante, y me alejé en dirección al lugar que en realidad me interesaba.

Al llegar a la puerta de Skye, solo la empujé y entré sin llamar. Estaba sentada en el piso con la espalda apoyada en el sofá y un libro, que supuse era de historia, en la mano. Cerré y me recosté en la puerta con los brazos cruzados; sus ojos encontraron los míos y se quedaron fijos en ellos. Ninguno dijo nada, solo nos dedicamos a estudiarnos. Era tan malditamente hermosa que solo mirarla hacía que me excitara al instante. La había estado ignorando las últimas semanas, o eso fue lo que quise que ella pensara, pues en realidad me había dedicado a mirarla cuando no se daba cuenta. Así fue como descubrí muchas cosas de Skye y de las diferencias que tenía con Steven. Ella había hecho un jodido buen trabajo actuando como chico, debió pasar mucho tiempo aprendiendo las poses de los hombres, porque siendo una chica, no tenía nada masculino. Su cuerpo era menudo, pero no demasiado delgado, tenía las curvas adecuadas y en más de una ocasión me descubrí fijándome fascinando en sus pechos, que se marcaban con las ajustadas camisetas que usaba. Ya no escondía nada y eso me dio la oportunidad de empaparme de toda ella. 

—¿Qué? —demandó un rato después, cuando el silencio entre nosotros se hizo pesado.

Me encogí de hombros.

—Me estaba preguntando, ¿qué mentira usaste para embaucar a Nithael?

Eso, por supuesto, no era cierto, pero no pude evitar querer pincharla un poco para ver su reacción, que no tardó en manifestarse. Se puso de pie como un resorte lanzando el libro, lo que me dijo que de verdad la había enojado, pues los consideraba sus tesoros.

—Yo no estoy embaucando a nadie —se defendió, acercándose a mí.

Me mordí el interior de la mejilla para intentar no sonreír ante la furia que desprendían sus ojos. La observé desde mi posición, mucho más alta que la suya.

—Ah, ¿no? Supongo que lo mío no se puede contar como engaño entonces.

Vi el efecto inmediato que causaron mis palabras, porque su furia enseguida fue sustituida por vergüenza y sus mejillas se tornaron de un bonito color rosa.

—Yo…

Antes de que dijera algo más, continué hablando.

—¿Qué pasa entre tú y Nithael? —pregunté.

—Eres tonto, Cam. Él solo te estaba molestando y tú caíste en su juego.

Eso ya lo sabía, lo supe en el instante en que el sujeto se fue con su sonrisa estúpida, pero quería saber qué tanto había participado ella en aquel juego.

—¿Así que ahora te dedicas a tomarme el pelo junto con el imbécil? Además de mentirosa, eres una conspiradora genial, creo que estás perdiendo tu tiempo aquí, deberías buscar empleo en alguna comedia de televisión barata.

Sus ojos se volvieron a encender y, sin que lo esperara, su puño salió disparado y asestó un golpe en mi pecho, que era el sitio más alto al que conseguía llegar. Apenas si lo noté, pero ella sí debió sentirlo mucho, porque una mueca de dolor se pintó en su rostro y se aferró el puño con la otra mano. Iba a reírme, pero entonces sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Pequeña tonta —dije tomando su mano lastimada en las mías.

Un sollozo salió de sus labios y pensé que se había hecho mucho daño, pero cuando volvió a hablar, supe que el motivo de su llanto era otro.

—Lo siento, Cam, lo siento tanto, ya no soporto que me odies —confesó pegando su frente a mi pecho.

—Yo no te odio —La rodeé con mis brazos. Y era cierto, en mí no había un solo gramo de odio. Los días observándola me habían enseñado que, si bien saber que me había mentido fue un golpe duro, mis sentimientos hacia ella eran fuertes. Me separé un poco y usando mis dedos levanté su barbilla para mirarla directo a los ojos. Al verlos llenos de lágrimas y las gotas saladas bañando sus mejillas, supe que había perdido la batalla: en el momento en que le entregué mi corazón, sin importar si fue a Steven o a Skye, lo hice para siempre—. No te odio —repetí, antes de bajar la cabeza para apoderarme de sus labios.

Allí estaba la calidez que había sentido antes, la que me embriagaba al punto de dejarme sin aliento. Mis manos bajaron acariciando su costado y su espalda, para terminar posándose en sus nalgas, que apreté pegándola más a mí. Ella se puso de puntillas y rodeándome el cuello con sus brazos, me devolvió un beso desesperado con el que, sin decir una palabra, me seguía pidiendo perdón. Inclinándome un poco más, aferré sus piernas para levantarla y hacer que abrazara mi cintura con ellas. Cuando lo hizo, su calor me envolvió. Sin separar nuestros labios, caminé hasta la cama, donde apoyé su espalda y afinqué mis rodillas para que mi peso no la aplastara.

—Perdóname, Cam —susurró en medio del juego de lenguas, mezclando la humedad de nuestro beso con la de sus lágrimas—. Te amo, por favor, perdóname.

—Shhh, no lo sigas diciendo —pedí.

—¿Qué no te diga que te amo? —preguntó sonando herida.

—No, eso puedes hacerlo todo el tiempo, me refería a que no sigas pidiendo perdón.

Antes de que pudiera decir algo más, la besé de nuevo, dejando claro que los rencores habían quedado relegados. Me desplacé por su mejilla, di un ligero mordisco al lóbulo de su oreja y luego le pasé la lengua. Giró su cabeza a un lado para darme un mejor acceso, oportunidad que aproveché para lamer su cuello, haciendo un camino hacia el valle entre sus pechos. Necesitaba descubrirla, así que no perdí tiempo y levanté su camiseta para sacarla por su cabeza, ella se irguió un poco ayudándome en el proceso. Después desaté su sujetador para por fin encontrar lo que se me había negado por tanto tiempo. Estudié sus pechos, fascinado, como si fuera la primera vez que veía unos. No eran demasiado grandes ni tampoco muy pequeños. Coronados por unos pezones de color rosa, me invitaban a probarlos. Bajé la cabeza y tomando uno de los pequeños botones entre los dientes, le di un ligero tirón antes de acariciarlo con la lengua. Escuché su suspiro de satisfacción.

—Son muy bonitos —dije, succionándolo—. ¿Cómo es que conseguiste esconderlos? —pregunté con verdadera curiosidad.

—Yo… —comenzó y se detuvo como si necesitara aclarar sus ideas—. Usaba vendas.

—¿Vendas? —indagué, levantando la cabeza. Ella tragó antes de asentir—. Eso debió de ser incómodo.

—Lo era, y en ocasiones un poco doloroso.

Quería saber sus motivos y, de hecho, era mi misión conocerlos, pero no en ese momento; ya buscaría la ocasión para conseguir toda la información que me iba a permitir entenderla. En ese instante lo único que deseaba era explorar cada rincón de su cuerpo y estaba más que preparado para hacerlo, por lo que regresé a la tarea de juguetear con sus pezones. Succioné primero uno y luego el otro, viendo cómo se alzaban, deseosos de mis atenciones.

—Cam —susurró, aferrando con fuerza mi cabello y causando que un cosquilleo de placer recorriera mi espalda.

Enterré mi rostro entre sus pechos disfrutando de la suavidad de su piel. Me alejé de sus manos y bajé por su vientre demorándome un poco en el hueco de su ombligo.

—¿Vas a dejarme hacer lo que quiero esta vez? —pregunté levantando la mirada para encontrarla con los ojos cerrados.

—Siempre, Cam, siempre puedes hacerme lo que quieras —respondió sin abrir los ojos.

—Mis palabras favoritas en el mundo —dije con una sonrisa.

Desabroché sus jeans y los bajé por sus piernas junto a su ropa interior. Cuando me encontré con la barrera de sus zapatillas Converse y me apresuré a quitárselas, sonreí al recordar que Steven también las usaba; a pesar de ocultarse, ella siguió conservando algo de sí misma. Me alcé quedando de rodillas para poder apreciar su gloriosa desnudez. Recorrí con la vista su piel blanca y sin ninguna marca, entonces mis ojos se detuvieron en el lugar en medio de sus piernas que me invitaba a probarlo. Me incliné y separé sus muslos con mis hombros para conseguir llegar a donde deseaba. Primero lo chupé como si fuera un dulce y luego usé mi lengua. Su cuerpo se sacudió en reacción a lo que le estaba haciendo. Todo lo que escuchaba eran sus jadeos junto al latido de su corazón. Sin dejar de lamer, separé sus pliegues para permitir el acceso a uno de mis dedos, que se deslizó dentro de ella con facilidad producto de su humedad y comenzó a entrar y salir con rapidez, mientras yo mordisqueaba y succionaba su hinchado clítoris. La sentí estrecharse alrededor de mi dedo y supe que estaba cerca de alcanzar el orgasmo, así que aumenté mis movimientos para ayudarla, y la satisfacción me invadió cuando la escuché gritar mi nombre. Di unos pocos lametazos más antes de ponerme de pie para desvestirme. Sin demora se sentó en la cama y, con sus ojos fijos en los míos, llevó las manos al borde de mis jeans para comenzar a desabrocharlos mientras yo me quitaba la camiseta. Liberó mi pene erecto e inclinando su rostro en mi dirección, lamió la punta y luego se la introdujo en la boca. Un gruñido de placer escapó de mis labios, sin embargo, eso no era lo que tenía en mente. Así que me alejé de la tentación.

—Me encanta que hagas eso, pero ahora mismo me estoy muriendo por estar dentro de ti —dije, empujándola de vuelta a la cama para terminar de desvestirme.

Me estudió en silencio con los ojos que, aún rojos por las lágrimas derramadas, ahora brillaban de placer. Me acomodé sobre ella apoyando las palmas de mis manos a ambos lados de su cuerpo.

—Separa tus piernas para mí —pedí pasando la lengua por sus labios. Como en un acto reflejo, las separó enseguida. Me puse en medio de ellas y fue como recibir una descarga eléctrica cuando la punta de mi hinchado miembro rozó su centro—. ¿Es cierto que nunca has estado con otro hombre? —pregunté queriendo asegurarme de no ser muy rudo si era su primera vez.

—Eres el primero —respondió.

—Haré que sea bueno para ti —prometí.

Empecé a penetrarla y se sentía tan estrecha que tuve que hacer un gran esfuerzo para no terminar antes de tiempo. Intenté ser cuidadoso, pero sus caderas se movían yendo a mi encuentro y haciéndome la tarea difícil. Nunca había estado con una virgen, en mi raza no se le daba mucha importancia a eso de la castidad. El sexo era solo un medio de disfrute, no algo que se guardara para alguien especial. Las mujeres demonials podían ser rudas y agresivas en la cama, por lo que comencé a preocuparme de que Skye fuera demasiado frágil y pudiera lastimarla. Luego pensé que mis hermanos tenían esposas humanas y ellas jamás parecían lastimadas, así que tendría que funcionar para nosotros también.

Cuando llegué a la barrera que me impedía seguir, hice una pausa y tomé aire.

—Lo siento por esto —me disculpé antes de embestir con fuerza para romperla. Escuché su grito amortiguado cuando su rostro se escondió en mi hombro y sus dientes apretaron con fuerza mi carne—. Solo será un momento y el dolor pasará, lo prometo —dije acariciando su cabeza.

—Más te vale que así sea, si no, nunca más te dejaré hacerme esto —declaró y tuve que sonreír.

—¿Estás bromeando? —interrogué fingiéndome ofendido—. Ahora que sé lo que se siente estar dentro de ti, te aseguro que te haré el amor de todas las formas posibles, tendrás suerte si no te mantengo desnuda y atada a la cama todo el tiempo.

Mis palabras parecieron calmarla, porque sentí que su cuerpo empezaba a relajarse.

—¿Me lo juras? —preguntó apartando su rostro para mirarme a los ojos.

—Te lo juro —respondí y la besé.

Sin separarme de sus labios comencé a entrar y salir, abrazando el placer más infinito que alguna vez había sentido. Sus piernas me rodearon, y apoyando sus talones en mi trasero, me instó a moverme más rápido. Lo hice y así logré que ambos alcanzáramos juntos el éxtasis.

 

***

 

Acostado de lado con el codo apoyado en la cama, la observé dormir. Su corto cabello se encontraba desordenado luego del sexo y me pregunté si alguna vez lo habría tenido largo. Quería saber más sobre ella, me daba cuenta de que, a pesar de todo lo que sentíamos y compartíamos, apenas la conocía; pero estaba seguro de que ese era el comienzo del fin de los secretos y le daría solo un poco de tiempo más antes de comenzar a hacer preguntas.

Levanté la cabeza para ver qué hora era y fue cuando lo sentí. Los vellos de mi cuello se erizaron y la sensación de ser observado alcanzó cada poro de mi cuerpo. Me levanté de la cama, listo para atacar a quien se hubiese atrevido a entrar en la habitación de Skye, pero no vi a nadie. De pronto, ella despertó con un grito de horror. Me acerqué para envolverla en mis brazos y me senté, llevándola a mi regazo.

—Tranquila, estoy aquí, nadie te hará daño —le aseguré, besando su sien y atrayendo más cerca de mí su cuerpo tembloso.

Apenas tuve tiempo de reaccionar, cuando la puerta se abrió de golpe y Alexy irrumpió en la habitación. Lo primero que hice fue alcanzar la sábana para cubrir su cuerpo desnudo antes que él pudiera verla, por fortuna apartó la mirada enseguida al darse cuenta de la situación.

—¡Mierda! —exclamó.

Detrás de él irrumpió Tarek, y pronto toda la familia había invadido el pequeño espacio. Acomodé mejor a Skye para que cubriera mi propia desnudez.

—¿Es mucho pedir que llamen antes de entrar? —protesté molesto.

Vi a Alexy enarcar una ceja en nuestra dirección de forma interrogante.

—¿Hay alguna razón por la que debí adivinar que estabas aquí? —preguntó.

—Fuera todos —ladré, sintiendo que Skye continuaba temblando como si no se hubiese percatado de lo que sucedía a su alrededor.

—¿Ella está bien? —preguntó Ángela con preocupación.

—El demo… el demonio —susurró Skye—. Él vino por mí.

Era lo mismo que había dicho la noche que fui a buscarla a casa de Medhan

—¿De qué demonio habla? —interrogó Tarek dando un paso más dentro de la habitación.

—Pequeña, mírame —pedí levantando su rostro para que me prestara atención—. Todo está bien, estoy aquí.

—Él viene, Cam —sollozó aferrándose a mi brazo—. Siempre viene, nunca me deja en paz.

—¿Cameron? —comenzó Alexy y le lancé una mirada de advertencia.

—Necesito que salgan todos de aquí para que ella pueda calmarse. Cuando estemos vestidos iremos a hablar con ustedes —ordené y por fin vi a mis hermanos asentir en acuerdo.

Los tres salieron llevando a sus mujeres con ellos.

 

La abracé, meciéndola, hasta que sus temblores desaparecieron y entonces la ayudé a vestirse, para luego ponerme mi ropa.

—¿Quieres contarme lo que pasó? —pregunté abrazándola y haciendo que apoyara su cabeza en mi pecho.

—Sí, pero creo que debería hacerlo con los demás.

—Está bien, vamos con ellos.

Sin apartarme de ella puse un brazo sobre sus hombros y la guie hacia donde estaban los otros. La sala de televisión estaba en silencio. Las chicas, todavía con sus pijamas, se encontraban sentadas con caras de preocupación. Cuando Skye y yo entramos, todas las miradas se dirigieron a nosotros. Ángela fue la primera en reaccionar y correr a abrazar a su prima. Me negué a dejarla ir, así que hizo lo que pudo con mi brazo entre las dos.

—¿Estás bien, cariño?

—Lo estoy —respondió con una sonrisa tímida.

—¿Qué es eso del demonio que dijiste? —volvió a preguntar Tarek con la crudeza que lo caracterizaba. Él no daba vueltas, solo iba al tema y punto.

Skye tomó aire y puso su brazo alrededor de mi cintura, como si necesitara algo en que apoyarse.

—Hace varias semanas que lo veo, comenzó una noche cuando Cam y yo limpiábamos el bar. Desde entonces aparece regularmente.

—¿Ves a un demonio que nosotros no vemos? —indagó Alexy pareciendo escéptico.

—Así es —respondió ella sin dudar.

Las chicas lucían preocupadas; los hombres, incrédulos. Sabía lo que estaban pensando, era imposible que un demonio entrara al bar de forma incorpórea, pues para poder salir del infierno debían tomar forma humana y esos cuerpos materiales no podían hacerse invisibles.

—¿Chicas? —llamé la atención de las mujeres—. ¿Por qué no le ayudan a Skye a mudarse a mi habitación?

—¿Mudarme a tu habitación? —preguntó la aludida, confundida por mi cambio de tema.

—¿Prefieres que vaya yo a la tuya? —indagué con aparente despreocupación.

—Ni siquiera me preguntaste si quería mudarme contigo —dijo frunciendo el ceño.

—En realidad, ya vivimos juntos desde hace más de un año, lo único que cambiará es que dormiremos en la misma cama, así que no pensé que fuera necesario preguntar. Pero te lo propondré más tarde, de rodillas si quieres, lo prometo.

—Quieres que nos vayamos, ¿verdad? —preguntó, adivinando mis intenciones.

Tomando su rostro en mis manos, me incliné para besarla.

—Te doy mi palabra de que te contaré todo cuando termine de hablar con ellos —dije sin separar mis labios de los suyos.

—Ellos no me creen —afirmó más que preguntar.

Era cierto, no la creían, pero no pensaba decirle eso.

—Solo voy a hablar un rato y luego te busco.

—¿Tú tampoco me crees? —preguntó y el dolor brilló en sus ojos.

—Por supuesto que te creo y haré lo que sea para descubrir qué es lo que te está atormentando. Ahora, por favor, ve con las chicas y lleva tus cosas a mi habitación.

—Está bien —concordó y me dio un último beso antes de irse acompañada por las demás.

—Sabes que lo que dice es imposible, Cam —declaró Alexy en cuanto nos quedamos solos.

—Ella no está mintiendo —expuse determinado.

—No te ofendas, pero la chica no es conocida precisamente por su sinceridad —intervino Tarek—. ¿Qué te hace pensar que no está inventando eso del demonio que la visita solo para ganar tu atención?

Fijé mi mirada furiosa en él para dejarle claro que no iba a permitir que hablara mal Skye

—Ella no está mintiendo —repetí de nuevo las palabras con más énfasis—. Si bien estoy de acuerdo con ustedes en que no es una sanguijuela, estoy seguro que hay algo detrás de mi mujer. —Volví mi atención a Alexy, porque estaba seguro que me apoyaría sin importar nada más—. Yo no puedo verlo, pero lo siento, lo sentí hoy y también la primera vez que ella afirmó haberlo visto. No sé lo que es, pero está ahí.

—¡Diablos! —exclamó Alexy pasándose la mano por su largo cabello—. Si es verdad lo que dices, entonces no solo tu chica está en peligro, sino también nuestras mujeres.

—Eso es una locura —volvió a atacar Tarek—. No hay forma de que un demonio venga a nuestra casa y nosotros no lo notemos.

—Un demonio común, no, pero ¿qué hay de un demonio primario? —inquirió desde su posición Marcus, el hermano silencioso que solo hacía las preguntas correctas en el momento adecuado.

—¿Un demonio primario? —pregunté perplejo.

Entre los demonios se podían distinguir tres clases: los menores, a los que nos enfrentábamos casi a diario, que habían sido creados como simples sirvientes; los ángeles caídos, que, aunque técnicamente no eran demonios, entraban en el grupo, ya que, al ser expulsados del cielo, por regla general terminaban refugiándose en el infierno; y, finalmente, los primarios, concebidos desde la esencia misma del mal. Y si bien los primeros constituían nuestro principal objetivo, era a los últimos a quienes más se debía temer.  

—Nosotros nunca nos hemos cruzado con uno de ellos —comenté—. No son solo subcriaturas que buscan almas de las cuales alimentarse, son seres poderosos capaces de causar los peores desastres solo por satisfacción. ¿Por qué uno de ellos iría tras de mi mujer? —Nada de aquello tenía sentido.

—Nosotros no nos hemos cruzado con ninguno —agregó Marcus—, pero Medhan y Nithael sí, tienen uno como padre. Ahora, por qué va tras de la chica, eso no lo sé, y es lo que tenemos que investigar.

—Cierto —exclamó Alexy—. Necesitamos que ellos vengan y nos ayuden a descubrir qué está pasando. —Dejé salir un gruñido y recibí un gesto reprobatorio por parte de mi padre—. Cameron, vas a tener que hacer a un lado tus diferencias con Nithael si quieres ayudar a tu mujer.

—Lo sé —dije dándome por vencido.

—Entonces pongámonos en marcha, hay que llamarlos y pedirles que vengan esta noche, ahora ya está amaneciendo, así que no podrán hacerlo.

—Está bien, por favor, tú llámalos, yo voy a ver cómo se encuentra Skye.

—No hay problema, por cierto —comentó cuando ya me dirigía a la puerta—. Te felicito por tu unión.

Eso me hizo caer en cuenta de algo.

—¡Mierda! —Me lanzó una mirada interrogante y me apresuré a aclararle la situación—. Skye y yo no estamos unidos, pero ya mismo voy a solucionar el problema.

Cuando terminé de hablar, salí apresurado a buscarla.

 

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