Cam

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SKYE

 

 

 

A lana y Ángela charlaban animadas mientras doblaban mi ropa y la acomodaban en el armario de Cam. Sabía que debería estar ayudándolas, pero no podía dejar de pensar en lo que estarían hablando los hombres en ese momento. Por fortuna, ellas no parecían darse cuenta de mi poca disposición. El lado de la cama se hundió y giré mi rostro para ver a Emily sentarse junto a mí.

—Estás preocupada —dijo. Como siempre, era la más sensitiva de todas—. ¿Es por eso del demonio? —preguntó y asentí. En realidad, eran varias cosas las que estaban preocupándome, pero no quería ahondar en los detalles—. Ellos no van a dejar que nada malo pase.

—Lo sé, Cam me protegerá —dije sabiendo con seguridad que él nunca dejaría que nada malo me alcanzara, pero en el fondo con temor de que lo que me perseguía fuera más fuerte; después de todo, Cam no lo había visto, aunque en dos ocasiones se apareció mientras estábamos juntos.

—Están haciendo un excelente trabajo —comentó el aludido apareciendo de pronto en la puerta—, y estoy muy agradecido con ustedes por eso, pero me gustaría pedirles que me dejen solo con mi mujer.

—Eso suena tan bonito —exclamó Ángela con entusiasmo.

Las tres se apresuraron a abrazarme, luego a Cam, y cuando al fin terminaron las felicitaciones, se fueron.

—¿Te sientes mejor? —pregunto él acercándose y poniéndose de cuclillas frente a mí.

—Sí, estoy mejor —respondí colocando la palma de mi mano en su mejilla, la cubrió con la suya y permanecimos así un momento—. ¿Cómo terminó todo? —pregunté no muy segura de querer que me dijera que habían llegado a la conclusión de que estaba imaginando cosas o, peor, inventándolas.

—Vamos a esperar a esta noche cuando vengan Nithael y Medhan, ellos podrán aclararnos un poco más lo que está pasando. Tengo que ser sincero contigo y decirte que nosotros no tenemos idea de a qué nos estamos enfrentando.

—¿Entonces no llegaron a la conclusión de que no es verdad lo que digo?

—Claro que no.

—Tendrías razón en no creerme —dije bajando la cabeza.

—Skye, no vamos a ir allí de nuevo, eso está en el pasado. No más disculpas. Solo conozco una verdad y es aquella que puedo vislumbrar en tus ojos.

Me lancé a sus brazos y me atrapó impidiendo que cayéramos los dos al piso.

—Te amo, Cam, te amo tanto.

—Y yo a ti, pequeño pedazo de cielo.

—Eso es tierno, sobre todo viniendo de ti —comenté sonriendo con mi rostro escondido en su cuello.

—Yo puedo ser tierno cuando quiero —explicó poniéndose de pie sin soltarme.

—¿Sabes por qué mi mamá me puso el nombre de Skye? —pregunté dispuesta a comenzar a compartir cosas de mi vida con él. Negó y se sentó en la cama; yo me acomodé a horcajadas en su regazo—. Porque dijo que cuando nací era el día con el cielo más despejado que había visto.

—Entonces tu madre hizo bien. —Mientras hablaba, acarició mi rostro con los dedos—. Ahora entiendo que no es cierto que no pueda ver la luz del día, porque si te veo a ti es como si de verdad viera el cielo.

Lo empujé para que quedara recostado en la cama y bajé la cabeza para besarlo. Mi lengua salió al encuentro de la suya cuando buscó entrar en mi boca. Sus manos, debajo de mi camiseta y sujetador, acunaron mis pechos. Gemí cuando atrapó mis pezones con sus dedos y tiró de ellos. Estaban un poco adoloridos debido a toda la atención que les prestó antes, cuando me hizo el amor, pero no me importó, la mezcla de dolor y placer envió una oleada de calor a mi centro. Me alejé irguiéndome sobre caderas y comencé a tirar de mi camiseta para quitármela, cuando lo conseguí, hice lo mismo con el sujetador. El brillo de deseo en sus ojos me encendió. Me quedé quieta viendo cómo sus manos buscaban mis pechos de nuevo para acariciarlos y me abandoné al placer que eso me provocaba. Dejé caer la cabeza hacia atrás cerrando los ojos y jadeé cuando sus dedos en uno de mis pezones fueron reemplazados por la humedad de su lengua.

—Cam, te necesito dentro de mí —rogué apurándome a sostener su cabeza para que no abandonara su tarea.

—¿No estás adolorida? —preguntó poniendo su mano en medio de mis piernas. Sin importar que tuviese los jeans puestos el calor me atravesó.

—Solo un poco, pero te necesito ahora. —Esta vez no rogué, más bien ordené que me tomara.

—Así que mi chica es una mandona en la cama, creo que eso es algo que acabamos de descubrir juntos —bromeó arrancándome una sonrisa.

Sin previo aviso y con una velocidad que me dejó mareada, me giró, apoyando mi espalda sobre la cama y se puso encima. Su boca descendió sobre la mía, devorándola, al tiempo que su mano trabajaba en el botón de mis pantalones. Cuando consiguió desabrocharlo, la introdujo dentro de la tela que ocultaba mi sexo. Sus dedos separaron mis pliegues antes de enterrarse profundo en mi interior. Mis caderas se levantaron con violencia ante la inesperada intromisión. Me atormentó hasta casi llevarme al orgasmo y entonces alejó su mano. Comencé a protestar por la interrupción, cuando una vez más me sorprendió arrancándome el resto de la ropa. En apenas un segundo se desvistió y volvió a caer sobre mí, y separando mis piernas, me penetró. Ya no fue tan delicado como la primera vez y eso hizo que aumentara mi pasión. Se movió entrando y saliendo, embistiéndome, haciéndome jadear por la fricción que su miembro causaba cada vez que tocaba un punto sensible. Nuestras bocas se fusionaron como si, más que un beso, compartiéramos el aire. Un grito conjunto llenó la habitación cuando ambos llegamos al clímax y de nuevo supe lo que era estar en el paraíso, o al menos en un lugar muy parecido a él.

—Cuando vine no lo hice pensando en hacerte el amor —comentó pegando sus labios a mi frente.

—Ah, ¿no?

—No, en realidad vine a entregarte mi alma.

Su revelación me tomó desprevenida.

—¿Cómo?

—Ya sabes, compartir…

—Ya conozco los tecnicismos —expliqué interrumpiéndolo—. Recuerda que tres de mis hermanas o, mejor dicho, cuatro, si contamos a Abby, están unidas a sus esposos.

—¿Entonces?

—Mi pregunta debió ser: ¿de verdad quieres unirte a mí?

—Claro que lo deseo, pero solo si tú lo deseas también.

Lo miré a los ojos, aquellos estanques de color esmeralda que me tenían atrapada y sentí como el calor de la emoción se instalaba en mi pecho.

—Por supuesto que lo quiero, no hay nada que quiera más en el mundo que estar contigo.

—Te recordaré eso en quinientos años, cuando te haga enfadar y quieras patear mi culo.

—Incluso dentro de quinientos años, y enfadada, te seguiré amando —comenté sin dudar.

Sus caderas se movieron, recodándome que seguía dentro de mí. Comenzó despacio y luego aumentó sus arremetidas; no supe cómo lo consiguió, pero logró encenderme de nuevo. Y así, adentrándose tanto en mi cuerpo como en mi corazón, pronunció las palabras.

—Skye, eres mi mejor versión del cielo. Te amo, mi corazón te eligió incluso cuando no sabía quién eras, aún entonces te amé y te amaré mientras continúe respirando y seguro también cuando el aire y la vida me abandonen. Todo yo te pertenezco, cada parte de mi ser, incluso mi alma, la cual te entrego para que se una a la tuya y sean una sola por la eternidad.

Sentí la humedad cuando lágrimas —lágrimas de júbilo— rodaron por mis mejillas. Las palabras pronunciadas con reverencia habían calado hasta el fondo de mi ser y me hicieron sentir grande.

—Mi Cam, mi hermoso chico, mi mejor amigo y la persona que más me conoce, aunque piense que no sabe nada de mí. Tú fuiste el centro de mi mundo desde el primer instante en que mis ojos se posaron en ti. Ahí, cuando tú ni siquiera lo imaginabas, mi corazón me abandonó para irse contigo, tu voz se convirtió en la luz que me guiaba en el silencio. Mi alma te perteneció desde entonces, aunque yo no lo supiera, pero ahora te la entrego para que se una a la tuya y sean una sola por la eternidad.

Mientras hablaba el brillo de sus ojos fue como un faro que me mostraba esa playa segura a la que debía llegar. Una vez pronuncié la última palabra, nos fundimos en un abrazador beso, mientras nuestros cuerpos encajaban en un baile perfecto que nos llevó a la cima del éxtasis. 

 

***

 

—Todavía faltan unas dos horas para que lleguen Medhan y Nithael —anunció Cam esa tarde mientras ataba mis zapatillas. Nos habíamos bañado juntos y ahora me ayudaba a vestirme—. ¿Quieres que esperemos afuera con los demás o nos quedamos aquí hasta que sea la hora? —preguntó apoyando sus brazos en mis rodillas.

—Prefiero quedarme aquí contigo —confesé ganándome una brillante sonrisa.

—También lo prefiero —respondió besando mis labios—. ¿Siempre tuviste el cabello de esta forma? —indagó tomando los cortos mechones.

Eso me dio una idea.

—En realidad no, lo corté el mismo día que llegué aquí, ¿te gustaría ver cómo era antes?

—Claro, eso sería genial —respondió entusiasmado.

Me alejé corriendo hacia la caja que había traído desde mi habitación, donde escondía todos los que consideraba mis tesoros y busqué el álbum de fotografías. En pleno siglo veintiuno, cuando las personas usaban sus teléfonos celulares para almacenar sus fotos, era extraño ver que alguien tuviese un álbum. Por fortuna, mi madre era de la vieja escuela y amaba mantener en papel sus recuerdos, así que comenzó a guardar imágenes mías desde que nací y lo hizo cada año hasta que tuve la edad suficiente para ayudarla en la tarea.

—Ven acá —dije sentándome en la cama y palmeando el lugar a mi lado para invitarlo a sentarse conmigo.

En lugar de hacer eso, gateó detrás de mí y acomodó sus piernas a cada lado de las mías, acercándose hasta que mi espalda quedó pegada a su pecho. Esa posición me gustaba mucho más, así que me refugié en su calor y me dispuse a compartir mis recuerdos. Abrí la primera página donde estaban mis fotografías de bebé y lo escuché hacer comentarios sobre lo adorable que era. Cuando llegamos a mi adolescencia, afirmó que era hermosa y después, al ver las fotos de mi edad adulta, dijo que le gustaba con el cabello largo tanto como con el corto, y que no le importaría si algún día decidía dejarlo crecer. Mis mejillas se calentaban cada vez que me hacía un elogio. Así fuimos pasando páginas, riendo en algunas, sintiéndome triste en otras, cuando las imágenes de mis padres aparecían.

—Vaya, esto fue interesante —comentó al final—. Nunca había visto uno de estos.

—¿No habías visto un álbum de fotografías? —pregunté incrédula.

—Nosotros no tomamos fotos, lo más cercano que he visto por aquí a eso son los dibujos de Marcus. Además, recuerda que cuando los demás nacieron ni siquiera se habían inventado las cámaras fotográficas —terminó haciéndome un guiño.

—Cierto, no había pensado en eso.

Cerré el álbum y lo dejé sobre la mesa de noche. Girándome en sus brazos apoyé mi mejilla en su pecho; un suspiro feliz escapó de mis labios cuando lo sentí besar mi cabello.

—¿Alguna vez me contarás qué te llevó a convertirte en Steven? —Me tensé ante su pregunta y mi cuerpo tembló—. No tienes que decírmelo si no quieres —se apresuró a agregar ante mi reacción.

Esos eran los motivos por los que me había resultado imposible no enamorarme de Cam. Él tenía la capacidad de aceptarte incluso sabiendo que no estabas dando todo de ti.

—Sí quiero decírtelo. —Mi voz salió en un susurro y tragué intentando aclararla—. Cuando Ángela se fue y me quedé sola en casa de sus padres, tenía la intención de huir lo más pronto que pudiera, pero no tenía dinero ni un lugar a donde ir, porque mi tío me había quitado la herencia de mis padres. Así que solo estaba esperando el momento adecuado para hacerlo. Una tarde llevó a un anciano de su iglesia, un hombre de unos setenta años y me informó que iba a casarme con él. Cuando me negué, me golpeó, y esa misma noche entró en mi habitación desnudo para intentar violarme. —Sus brazos se pusieron tensos a mí alrededor y escondí más mi rostro en su pecho, sabiendo que estaba en mi lugar seguro y que nada ni nadie iba a sacarme de ahí—. Grité por ayuda y fue cuando apareció mi tía; tontamente, pensé que para ayudarme, pero cuando su esposo le ordenó que se fuera, ella solo lo hizo, y me dejó allí a merced de un lunático que profesaba un falso amor al prójimo. Como pude escapé y me escondí en el baño hasta que, dándose por vencido, salió de mi habitación. Aproveché la oportunidad y hui, pero era solo una chica sola en la calle, sin dinero y sin nadie que pudiera ayudarme. Entonces decidí que como chico correría menos peligro: sería más difícil que mi tío me encontrara, y evitaría que otros hombres intentaran hacerme lo mismo. Llegué al bar buscando a Ángela, pero también porque, desde la primera vez que estuve frente a este lugar sentí una extraña fascinación por él. ¿Recuerdas aquella noche de la protesta en la puerta? —pregunté y sentí su cabeza moverse afirmando—. Ángela y yo estábamos ahí, y pensé que este lugar debía ser emocionante, se lo comenté cuando llegamos a casa y me molesté con ella cuando vino en una ocasión a advertir a Alana sobre los planes de su padre y no me permitió acompañarla. La curiosidad que despertaba en mí el bar era grande. Imaginé que sería un sitio genial, cosa que confirmé cuando mi prima me invitó a entrar el día que vine a buscarla pidiéndole ayuda. Al principio solo esperaba quedarme unos días hasta juntar algo de dinero, pero…

—Pero ¿qué? —preguntó cuando me detuve.

—Pero entonces te vi y ya no quise irme nunca.

—Me alegra que te quedaras.

Levanté la cabeza para encontrarme con sus labios que se acercaban. Nos besamos hasta que nos dimos cuenta de que, si no nos deteníamos, terminaríamos otra vez desnudos, cosa que no me hubiera importado mucho. Sin embargo, Cam me recordó que Medhan y Nithael estaban a punto de llegar.

 

Fuimos los últimos en entrar, los otros estaban todos acomodados en la sala de televisión. Era noche de abrir el bar, pero supuse que Alexy había dejado eso en manos de Corine.

—Hola —saludé cuando todos nos miraron.

—Dríade —contestó Nithael desde su lugar. Cam me atrajo a su lado en una clara demostración de posesividad. El otro correspondió con una enorme sonrisa—. Los felicito —dijo sin inmutarse por el arranque de Cam.

—Alexy nos explicó que necesitan nuestra ayuda —manifestó Medhan con voz serena.

—Así es —respondió Cam por mí—. Pensamos que un demonio primario está detrás de mi mujer.

—¿Un demonio primario dices? —interrogó Medhan, mirando a su hermano, y luego de vuelta a nosotros—. ¿Estás segura de que es un demonio primario, Skye?

—No sé lo que eso significa —expliqué—. Solo sé que esta cosa se aparece y me habla todo el tiempo.

—¿Lo ha visto o escuchado alguien más? —sondeó Nithael.

—Yo puedo sentirlo, pero no lo he visto —comentó Cam.

—Entonces no creo que se trate de un demonio primario —declaró Nithael—. Si bien estos tienen la capacidad de hacerse invisibles con los humanos, nosotros todavía podríamos verlos, nuestra parte demoniaca nos hace inmunes a algunos de sus trucos.

—¿Qué es lo que te dice, Skye? —Medhan parecía de verdad interesado, al menos no mostró signos de desconfianza, como habían hecho Alexy y Tarek esa mañana.

—Solo algunas palabras, cosas como que mi hora está cerca o que mi tiempo se acaba.

—¿Por qué no me dijiste eso? —preguntó Cam.

—No lo sé, pensé que si le decía a alguien me tacharían de loca, después de todo nadie parecía verlo o escucharlo además de mí.

—¿Qué aspecto tiene ese ser? —Medhan volvió a la ronda de preguntas y sentí que todos me miraban a la espera de mis respuestas. La imagen de la aterradora criatura vino a mi mente, haciéndome estremecer como cada vez que tenía la desagradable idea de aparecerse—. Eso no es un demonio —aseguró Medhan antes de que lograra responder su pregunta.

—¿Qué viste en su mente? —preguntó su hermano.

—Mágoras —apuntó.

Nithael frunció el ceño en un gesto preocupado que me asustó. Me pegué más a Cam buscando refugio, temía que mi caso no tuviese solución.

—¿Qué diablos es Mágoras? —demandó mi chico—. Nunca he escuchado nada de eso.

—No se trata de qué sino de quién —respondió Medhan—. Mágoras es un recolector de almas. Como todos sabemos, a pesar de que los humanos suelen representar a la muerte como un ente, en realidad esta es solo un estado en el cual el cuerpo es separado del alma, sin embargo, si existen los guardianes de muerte. A través de los tiempos se les ha conocido de muchas formas y con muchos nombres: es Mors en la mitología romana, representado por una entidad vestida de negro y llevando en las manos una guadaña; en Grecia, Tánatos, personificado por una figura alada, y en Escocia, Cù Sìth, que tiene la forma de un perro. Ellos son los encargados de conducir estas almas a sus diferentes destinos, ya sea el cielo o el infierno. Las almas que no son reclamadas, debido a que abandonaron su cuerpo cuando aún no les correspondía hacerlo, terminan quedándose estancadas en el sitio que todos conocen como el limbo o purgatorio, y es allí donde precisamente entra en juego Mágoras, ese es su lugar.

—¿Estás diciendo que un espíritu de la muerte vino por mí? —chillé sintiendo un fuerte estremecimiento recorrer mi cuerpo.

—Así es —respondió Medhan y odié que se le ocurriera usar la sinceridad en ese momento.

—Lo extraño es… —comenzó Nithael—, que Mágoras no sale de su hogar a menos que busque un alma que cree que le pertenece.

—¿Por qué demonios la cosa esa se saldría para buscar el alma de mi mujer pensando que le pertenece? ¿Ahora no solo tenemos que preocuparnos de los demonios que se alimentan de almas?

Medhan me miró y en el interior de sus ojos pude ver todo el misticismo acumulado durante milenios de vida.

—¿Por qué querría mi alma? —pregunté con voz entrecortada.

—Mágoras es una especie de coleccionista, él no se alimenta de las almas, las colecciona. Cada alma que llega al purgatorio y se queda varada allí es una más para engrosar su colección, de alguna forma él las conoce y sabe cuál debe quedarse allí y cual continuar su camino. Tiene la capacidad de manipular el hilo de la vida desde el nacimiento, por lo que sabe cómo va a terminar cada una de ellas e incluso las que lo harán antes de tiempo y es a esas a las que se dedica a esperar.

—Nada de lo que dices tiene sentido —tronó la voz de Cam—. Si lo que hace es coleccionar almas, ¿por qué persigue a Skye?

—La única explicación que encuentro es que su vida debió terminar en algún momento y Mágoras esperaba la llegada de su alma al purgatorio, pero un suceso externo cambió los hechos. Dime, Skye, ¿estuviste alguna vez en peligro de muerte?

Comencé a negar, pero en ese momento recordé algo.

—No estoy segura, pero siempre pensé que el día que murieron mis padres yo debí morir con ellos.

—¿Cómo fue eso?

—Aquel día estábamos los tres en el auto, íbamos a celebrar su aniversario, pero antes de salir recibí una llamada de una compañera de la universidad que necesitaba unos apuntes, así que me bajé y les dije que los alcanzaría en el restaurante porque tenía que esperar a la chica. Ellos murieron a unas calles de la casa cuando fueron embestidos por un camión de carga. —Un ligero asentimiento fue todo lo que obtuve por su parte—. Si ese Mágoras controla el hilo de la vida, ¿por qué no cortó el mío y se tomó el trabajo de venir hasta aquí?

—Porque no es tan simple, la muerte es un hecho que debe darse de forma natural, que sea el alma quien decida que es el momento de abandonar el cuerpo. Si Mágoras corta de forma deliberada ese hilo que une a cuerpo y alma será castigado.

—No entiendo —dije comenzando a perder la compostura.

Los demás estaban tan silenciosos que incluso llegué a pensar que habían abandonado la sala, pero un rápido vistazo me dijo que todos continuaban en su sitio, luciendo diferentes expresiones que iban desde el desconcierto y la preocupación en los rostros de los hombres hasta el temor en los de las chicas. Cam estaba callado, pero seguía sosteniéndome y era lo único que me impedía derrumbarme. Medhan se paseó un rato por la habitación, pensativo, antes de volver a hablar.

—Si Mágoras mata a un humano será duramente castigado por el ser supremo. Entonces él se dedicará a atormentarte hasta hacerte perder la cordura y que seas tú misma quien acabe con tu vida. De esa forma, él tendrá el alma que desea y no será la mano que acabó contigo.

Una fuerte opresión se instaló en mi pecho. Llevaba varias semanas en las que apenas dormía, la presencia siniestra me seguía a todos lados y lo escuchaba constantemente, lo que me hizo pensar que Medhan tenía razón: cualquiera que tuviese que vivir con eso seguro terminaría perdiendo la razón y deseando morir.

—Lo que no me queda claro es, ¿por qué esperó hasta ahora para venir a buscarme? Mis padres murieron hace casi tres años.

Medhan negó pasándose la mano por la barbilla.

—No estoy seguro de qué responder a eso, con Mágoras es difícil saber. Puede ser que esperara a que se cumpliera tu destino y murieras de alguna forma durante ese tiempo, y al ver que eso no pasaba, decidió tomar el asunto en sus manos. Como dijo Nithael antes, es raro que se aventure a salir de su morada e incluso así no lo hace de forma física.

—La maldita cosa esa no seguirá molestando a mi mujer —declaró Cam—.

No se lo permitiré.

—Creo que ahora tienen otro problema más grande —intervino Nithael, que había estado un tiempo en silencio—. Si ustedes están unidos, comparten su alma, lo que quiere decir que Mágoras no podrá tomarla, y eso nos deja en el siguiente dilema: él irá por ti, Cam, a diferencia de tu chica humana, no hay ninguna ley que le prohíba acabar contigo, por lo que me atrevo a asegurar que intentará matarte a ti para luego regresar a ella. Vendrá a buscarte.

—Mi hermano tiene razón, Cameron —agregó Medhan—. La noche que fuiste a buscar a Skye, ella afirmó haberlo visto, pero cuando intenté entrar en su mente, todo estaba en blanco, en aquel entonces creí que solo estaba confundida y que por eso no tenía claras las ideas, pero ahora entiendo que Mágoras se ocultó a propósito y si en este momento nos permite verlo es porque quiere que sepamos que vendrá por ti.

—No si yo lo busco primero —lo escuché decir con firmeza.

—Maldición, esto no está pasando —ladró Alexy.

Retorcí mis manos con desesperación; por mi culpa, Cam estaba en peligro y su padre tenía derecho a estar enojado conmigo.

—Lo siento mucho, yo no…

—Detente. —La orden fue enfática. Cam se puso frente a mí, dándole la espalda al resto. Sus ojos me perforaron y contuve las ganas de llorar—. No vas a disculparte por eso, no es tu culpa lo que está sucediendo.

—Pero él no iría detrás de ti si no fuera porque me quiere a mí.

—Tal vez él te quiera, pero yo te quiero más y que me condenen si dejo que la maldita muerte te separe de mí. —En su mirada pude ver la promesa y la certeza de que él no me dejaría ir—. Te amo —susurró besando las lágrimas que bajaron por mis mejillas—. ¿Alguna idea de cómo detenerlo? —preguntó irguiéndose y mirando a los hermanos.

Limpié mis mejillas con el brazo intentando recobrar la compostura y esperé por la respuesta.

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