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CAMERON


 

 

 

A penas tuve tiempo de girar mi cuerpo cuando sin previo aviso un piso de piedras apareció frente a mis ojos, y terminé estrellándome de forma estrepitosa contra la superficie rocosa. Gemí cuando mi brazo se dobló dolorosamente. Nithael no tuvo mejor suerte que yo, pues escuché su cuerpo caer con un ruido sordo y a él lanzar una maldición.

—¿Estás bien? —pregunté incorporándome para sentarme.

—El maldito piso apareció de pronto —se quejó y lo vi ponerse de pie girando el cuello. De su frente manaba un tenue hilo de sangre—. ¿Ahora por dónde? —indagó mirando a nuestro alrededor.

A simple vista parecía que estábamos en algún pozo sin salida. A pesar de que en la tierra nuestra vista era aguda y podíamos ver sin problemas en la oscuridad, aquí se nos estaba dificultando la tarea.

—Tiene que haber una ruta por la cual podamos salir —dije tanteando las paredes. El lugar era amplio, por lo que me llevó un tiempo encontrar lo que parecía ser la entrada a un túnel—. Por aquí —me apresuré a decir.

Caminamos a tientas, plegando nuestras alas para que no terminaran enredándose en las rocas que formaban las paredes del reducido espacio.

—Jodido Mágoras, tenía que vivir en el peor hueco —declaró Nithael andando detrás de mí.

—¿Ya te estás arrepintiendo de haber venido? —pregunté.

—En realidad no, esto parecen las vacaciones que necesitaba, y, en caso de que no te hayas dado cuenta, arrepentirse no es una opción. Tal como yo veo las cosas, acabamos de entrar en el purgatorio, de lo que no estoy seguro es de que haya una forma de salir.

Yo tampoco estaba seguro, pero eso no iba a detenerme; de todos modos, no planeaba salir de allí sin antes haber acabado con Mágoras. El túnel se hacía cada vez más angosto, al punto que tuvimos que pasar de lado e inclinar nuestras cabezas para no rozar las paredes y el techo. El calor comenzaba a ser abrazador y el aire, tan pesado que se hacía difícil respirar. Llegamos a un punto donde parecía imposible cruzar, por lo que debimos regresar a nuestra forma humana, y aun así las rocas arañaron mi espalda y mis hombros cuando me arrastré en medio de ellas para llegar al otro lado. Parecía que no íbamos a salir nunca, cuando por fin la grieta se amplió, y nos encontramos de pie en una delgada cornisa. Unos desgarradores gritos aturdieron nuestros oídos.

—Jodido infierno, ¿qué diablos es eso? —demandé.

—Las almas que se quedaron varadas en el purgatorio y ruegan por piedad —respondió Nithael tapándose las orejas con las manos, como si de alguna forma aquellos lastimeros llantos pudiesen ser acallados.

—Tenemos que seguir —dije pegando mi espalda a las paredes de las rocas e inclinando la cabeza hacia adelante para intentar ver qué tan alta era la caída. Pero una vez más se hizo imposible adivinar dónde estaba el fondo.

—Maldición, es bueno que no podamos sufrir de claustrofobia, este maldito lugar es espeluznante —comentó mi acompañante en la misma posición, con la espalda apoyada en la pared.

—No creo que sea buena idea volar de nuevo si no estamos seguros de lo que hay abajo, propongo que sigamos la ruta de la cornisa y veamos hasta dónde llegamos antes de arriesgarnos con nuestras alas.

—Te sigo —respondió y comenzamos a bajar por el angosto camino.

Los gritos se hacían cada vez más fuertes. Pequeñas rocas se desprendían del borde y caían al vacío. Llevábamos un buen rato descendiendo en silencio cuando el camino se cortó de forma abrupta. Me detuve escaneando el lugar para ver si continuaba más abajo y fue entonces que noté la cornisa que estaba justo frente a nosotros.

—Allá —exclamé señalando el lugar para que Nithael pudiera verlo.

—Lo tengo.

Volvimos a tomar la forma demonials y emprendimos el vuelo. Desde el aire era fácil notar que dicho saliente estaba conectado a lo que parecía la entrada de una cueva. En cuanto nuestros pies tocaron el suelo, una sorpresiva explosión nos lanzó hacia atrás. Mi cuerpo rodó por el piso y apenas tuve tiempo de registrar la caída de Nithael por el precipicio, grité intentando arrastrarme hacia el lugar, cuando lo vi aparecer de nuevo volando. Aterrizó en el saliente con las piernas separadas y listo para el ataque. Me puse de pie imitando su posición.

—Demonials en mis dominios —habló una voz siniestra que parecía provenir de todas partes.

—Muéstrate —ordené y lo vimos aparecer caminando desde el fondo de la cueva. Era una criatura más alta que nosotros, con el cabello de color rojo fuego y los ojos amarillos. En donde debería estar su nariz solo tenía dos agujeros y unos puntiagudos dientes quedaban expuestos. Dos pares de cuernos sobresalían de su frente y mejillas—. Vaya que eres feo —comenté dándole un repaso.

—Hay que tener valor o ser muy estúpido para venir aquí —declaró.

—O estar muy desesperado por salvar a la mujer que amas —agregué.

—El alma de la humana me pertenece, ella debió estar aquí y jamás una se me ha escapado.

—Te equivocas, Mágoras, el alma de mi mujer es mía, ella me la entregó de forma voluntaria, por lo que ahora yo soy su dueño.

—Cuando tú mueras será liberada, entonces iré por ella.

—Parece que el tipo aquí está muy convencido de que puede matarte —comentó Nithael a mi espalda. Mágoras, que por primera vez se fijaba en él, levantó uno de sus brazos y mi compañero salió volando hacia el oscuro abismo—. Maldición, deja de lanzarme al puto acantilado, te olvidas de que tengo alas y puedo volar —espetó cuando subió de nuevo, limpiando la sangre que brotaba de su nariz.

—Creo que se acabó la charla, vine aquí con un propósito y que me condenen si me voy sin cumplirlo —advertí antes de atacarlo.

No alcancé siquiera a tocarlo antes de que me enviara volando contra la pared de roca. Gemí ante el sonido que hicieron algunos de mis huesos al romperse. Por al rabillo del ojo vi a Nithael intentar una maniobra, que luego comprendí era solo un método de distracción para que Mágoras se enfocara en él y así darme una oportunidad, la cual aproveché sin demora. Salté sobre su espalda, clavando mis garras en la base de su cuello. Rugió encorvando su cuerpo hacia atrás, lo que mi compañero aprovechó para herirlo en el pecho, haciendo un tajo de hombro a hombro. De pronto desapareció y apareció a mi espalda, apenas alcancé a reaccionar, cuando me lanzó disparado hacia un costado, mi hombro golpeó un borde afilado que causó un gran corte.

 

Luchar con demonios era relativamente sencillo, pues poseían el mismo poder que nosotros, pero Mágoras era otra cosa. Nunca antes habíamos tenido que enfrentarnos a un espíritu de la muerte. Me puse de pie de un salto y volví al ataque, todo lo que tenía a mi favor era la fuerza de voluntad y la certeza de que mi cielo dependía de mí para vivir. Mágoras arremetió contra Nithael, y este cayó de rodillas cuando uno de sus golpes lo alcanzó en el vientre. Abrí mis alas y me elevé buscando tener una ventaja sobre nuestro rival; pronto comprendí que no tenía ninguna cuando él, sonriendo, se elevó y quedó agazapado en el techo de la cuerva. Desde allí saltó sobre mí, me aferró y juntos comenzamos a caer, justo antes de que aterrizáramos logré hacer un giro para que fuera su espalda la que recibiera el impacto. Un bramido salió de sus labios mezclándose con los sollozos de las almas que, desde alguna parte, seguían implorando. Clavé mis garras en su hombro, tan profundo que atravesaron su carne hasta tocar las rocas. Mágoras no tenía garras, pero sus uñas eran como navajas afiladas que cortaron la piel de mi pecho desde el hombro hasta casi mi ombligo. Gruñí, girando mi cuerpo para alejarme de sus uñas y entonces Nithael apareció a mi lado y hundió sus garras en el pecho de la bestia, que despareció de nuestra vista para reaparecer detrás de él, y tomándolo por sorpresa, lo envolvió con sus brazos haciendo presión.

Nithael gritó de dolor cuando los huesos de sus costillas rugieron, rompiéndose. Maldije y saltando por encima de ellos, corté la mano de Mágoras, que inmediatamente volvió a crecer. Mi compañero se apartó rodeándose el torso con el brazo, en su rostro una mueca de dolor.

—Maldita cosa, ¿acaso no te mueres nunca? —dije con furia yendo hacia él.

Nithael me imitó y ambos atacamos al mismo tiempo enterrando nuestras garras en cualquier lugar que pudiéramos alcanzar, sin embargo, nuestro trabajo parecía inútil, pues sus heridas sanaban de inmediato, cosa que no estaba sucediendo con nosotros: la herida en mi vientre sangraba profusamente y por el gesto de mi acompañante, era evidente que tenía un dolor insoportable; sin embargo, tuve que darle crédito, pues ni siquiera se quejó y siguió atacando sin piedad. En un giro, Mágoras fue en su dirección, él no tuvo tiempo de apartarse y como si fuese en cámara lenta vi que las uñas de su mano derecha cortaban una de sus alas, partiéndola en dos, al tiempo que la otra abría un canal en su vientre.

—Nithael, esto no está funcionando —grité interponiéndome entre él y Mágoras, y esquivando las navajas que fueron directo a mi rostro.

—¿En serio? —escupió con ironía.

Seguí repeliendo el ataque de la mejor forma que pude, mientras Mágoras me llevaba al borde del precipicio.

—Fuego —escuché decir a Nithael.

—¿Cómo? —pregunté inseguro de lo que quería decir.

—Intentemos con fuego. —Cuando dijo esto, los ojos de Mágoras destellaron y con un rugido volvió a atacarnos. Al entender por fin a qué se refería, extendí mis brazos y lo vi hacer lo mismo. Me elevé por encima de la bestia, mientras que Nithael permaneció en el piso. Sentí cómo la corriente recorría mis brazos y el calor emanaba de mis palmas. —Ahora —gritó y ambos caímos sobre Mágoras, su cuerpo se convulsionó y explotó en llamas. Sin perder tiempo, usé mis garras para cortar su cabeza, al tiempo que veía a mi compañero desgarrar su corazón. Nos alejamos jadeantes viendo cómo se consumía hasta quedar reducido a cenizas.

“Mi Skye es libre”, pensé.

—¿Cómo supiste lo del fuego? —pregunté mientras me acercaba a ayudarlo, pues parecía no poder sostenerse en pie.

—No lo sabía, solo se me ocurrió, el fuego es poderoso, capaz de destruirlo todo, así que valía la pena intentarlo.

—Tenemos que salir de aquí.

—No puedo volar, mi ala está destrozada.

Eché un vistazo y, en efecto, no tenía muy buena pinta.

—No hay problema, te tengo —dije sosteniéndolo y elevándome para alcanzar la cornisa por la cual habíamos llegado.

Un nuevo problema se presentó frente a nosotros cuando tuvimos que internarnos por el estrecho pasillo, pues yo pude regresar a mi forma humana, pero él no. Me quedé atrás, asegurándome de que sus alas pasaran por el reducido espacio. Ignorando el dolor lacerante que me quemaba el pecho, lo insté a continuar avanzando. Esta vez el camino fue más tortuoso y nos llevó más tiempo alcanzar el oscuro pozo en el cual aterrizamos la primera vez que nos lanzamos al oscuro vacío. Una vez allí tuve que sortear otro obstáculo, habíamos llegado allí volando, por lo que la única forma de salir era usando nuestras alas.

—Voy a levantarte y subirte, ¿está bien? —pregunté y lo vi asentir.

Tomé aire y poniendo mis brazos debajo de sus axilas, volé. Apreté los dientes con fuerza cuando una nueva ráfaga de dolor me atravesó. Volaba a tientas sin estar convencido de hacia dónde nos dirigíamos, hasta que logré llegar a un sitio seguro.

—No me parece que este sea el mismo lugar desde donde nos lanzamos —comenté mirando a mi alrededor sin encontrar nada familiar.

—No importa, de todos modos, hay que buscar una salida.

Lo observé mientras se ponía de pie apoyándose en las palmas de las manos, su cuerpo inestable se tambaleó obligándolo a buscar apoyo en la pared de roca.

—Ve adelante, yo te sigo —lo insté. De esa forma, me aseguraba de que no cayera rodando. 

Sus pasos eran lentos y me adapté a su ritmo. Mientras caminábamos, no pude evitar regocijarme de lo que acababa de suceder. Lo habíamos conseguido: gracias a Nithael y a su ayuda, mi amada Skye era libre.

 

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