Butterfly

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Junio » Capítulo 50

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Apoyada en el marco de la puerta corredera de cristal, Linda Markus contempló cómo los últimos rayos de una puesta de sol del Pacífico pintaban unas franjas de color melocotón anaranjado a través del cielo occidental. El océano olía a calor y a sal. Era el mes de junio y Malibú se estaba despertando a la vida estival: en la playa que se veía desde su casa, la gente practicaba el surf y asaba bistecs en los típicos braseros japoneses, llamados hibachis, los niños ennegrecían raíces de malvavisco en las hogueras y los adolescentes se lanzaban aros y pelotas y se entregaban a furtivos y apresurados juegos sexuales entre las dunas. A su espalda, un comentarista estaba diciendo a través de la radio: «Han aparecido otras dos personas que afirman haber conocido a Danny Mackay en sus primeros años de predicador en Texas, una de las cuales regentaba una casa de tolerancia en San Antonio. Una tal señora Hazel Courtland ha firmado una declaración escrita según la cual Danny Mackay y Bonner Purvis le proporcionaron chicas para su casa en otros tiempos. La segunda persona es un pastor protestante retirado de Austin, Texas, el cual solía acoger en su iglesia las concentraciones fundamentalistas de Mackay. El reverendo White afirma que por aquel entonces, entre los años 1955 y 1956, Danny Mackay trabajaba para un hombre llamado Billy Bob Magdalene, quien un día desapareció misteriosamente sin que jamás se haya descubierto su paradero. El señor Mackay ha sido interrogado esta mañana por la policía a propósito de dicha desaparición».

Linda escuchaba solo a medias. Cuando cuatro días antes se había divulgado la noticia sobre la conexión entre las estancias del piso superior de Fanelli y la Pastoral de la Buena Nueva, comprendió la razón de la nota en la que se le comunicaba el cierre de Butterfly y la devolución del importe de su cuota de socia.

¿Adónde se habrá ido?, se preguntó. ¿Dónde estará el compañero enmascarado que me liberó?

—¿Quién eres? —le preguntó aquella memorable noche en que él la sacó de su prisión—. ¿Cómo te llamas? ¿Por qué trabajas aquí?

Pero él se limitó a sonreír y a rozarle los labios con la yema de un dedo. En seguida se dio cuenta de que no deseaba conocer su nombre ni saber quién era fuera de las paredes de Butterfly. Lo recordaría siempre como el amante ideal que había roto sus cadenas.

—La repugnancia que tú creías ver en los hombres estaba solo en tu imaginación —le dijo él—. Pensabas que tus cicatrices les causaban desagrado. Pero ellos se apartaban no por tu defecto físico sino por la repentina frialdad que les demostrabas. Estabas a la defensiva, pero, aún así, dudo mucho de que se alejaran; probablemente tú misma los rechazabas, tal como hacías conmigo.

Tenía razón. Linda se fue de Butterfly dominada por una mezcla de reverente asombro y recién adquirido valor. Ignoraba que su cuerpo fuera capaz de semejante reacción. Y ahora, como una niña que hubiera aprendido a andar, estaba deseando intentarlo ella sola.

Una cálida brisa subía desde el océano. Linda se rodeó el torso con los brazos. Sentía el impulso de manifestar a gritos su alegría, hubiera deseado echar a correr por la playa, contándole a todo el mundo lo feliz que era.

La víspera… ¡la víspera!

Abandonó la terraza y se dirigió a la cocina donde las sobras de la cena de la víspera aún estaban sobre el mostrador. Él había traído la pizza y todo lo demás, y ambos lo habían comido en la cena y en el desayuno de aquella mañana. Ahora se acercaba la noche y tendrían que volver a comer. Linda miró a su alrededor. ¿Qué podía preparar? ¿Qué le gustaría a él?

Oyó el rumor de la ducha.

Estaba despierto.

De pronto, se le pasaron las ganas de guisar, de comer o de hacer cualquier otra cosa. Solo ansiaba hacer el amor.

Se vio reflejada en la reluciente ventanilla del horno: una mujer de treinta y ocho años, ojos encendidos y mejillas arreboladas, vestida tan solo con una bata.

Butterfly… ¿Fue real? ¿Sus encuentros con Casanova, el Zorro y un oficial confederado tuvieron realmente lugar? ¿Se había encontrado realmente a sí misma en aquellas estancias de ensueño? Si por lo menos supiera a quién darle las gracias.

Pero no sabía quién era el responsable de Butterfly, como no fuera quizás Danny Mackay, tal como decían los periódicos. Pero Linda dudaba de que este hubiera tenido algo que ver con todo aquello. No había podido averiguar el nombre de su compañero ni la identidad de los que se ocultaban detrás del negocio de Butterfly. Solo Alexis, su amiga la pediatra, había conseguido arrancar un poco de información. Su compañero se había enamorado de ella, le había revelado quién era y manifestado los sentimientos que experimentaba, y ahora ambos vivían juntos en una casita en Benedict Canyon. Se llamaba Charlie y solo le había podido decir a Alexis que la directora le había entrevistado, lo había contratado y le había dicho lo que tendría que hacer. Aparte eso, Butterfly era para él y sus compañeros de trabajo tan misterioso como para las socias.

El verdadero secreto de Butterfly, sospechaba Linda, probablemente no se revelaría jamás.

Oyó unas pisadas en el salón. Después, él entró en la cocina, se le acercó por detrás y le rodeó el talle con sus brazos.

—Buenos días, amiga mía —le dijo—. ¿O acaso es de noche? Estoy desorientado.

Linda se volvió y miró a José. Tenía el cabello todavía húmedo de la ducha. Le rodeó el cuello con sus brazos y lo besó.

—Mira lo que pasa cuando invito a una mujer a tomar un trago —dijo él—. Me enamoro.

—¿De veras?

José miró a Linda con la cara muy seria.

—Lo digo con toda sinceridad, amiga mía. Cuando te miro y recuerdo cómo eras anoche, pienso que ya no tengo necesidad de ir a ninguna fiesta.

Linda apoyó la cabeza en su hombro y experimentó una profunda sensación de paz.

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