Butterfly

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Marzo » Capítulo 24

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Jamie no podía resistir la tentación. Era tan emocionante nadar desnudo en la piscina de Beverly Highland.

Lo había hecho siete veces desde aquella audaz primera vez en enero, y hoy no sería una excepción a pesar del desapacible tiempo de marzo. Pero sufrió una decepción justo cuando estaba a punto de bajarse la cremallera de los vaqueros. Se encontraba allí descalzo, desnudo de cintura para arriba y con la mano en la cremallera, pensando emocionado en su zambullida en honor de su mirona cliente cuando, de pronto, alguien apareció en el camino que conducía a la piscina.

Era un joven con calzón de baño y una toalla alrededor del cuello.

—¡Oiga! —gritó—. ¿Puedo darme un chapuzón antes de que le eche los desinfectantes químicos?

Desconcertado porque jamás había encontrado a nadie en los terrenos de la propiedad de Beverly Highland, Jamie se apartó rápidamente y dijo:

—Faltaría más. Adelante.

—Gracias —dijo el joven, que aparentaba unos veintitantos años, arrojando a un lado la toalla y lanzándose. Efectuó unas cuantas brazadas y emergió por el otro lado de Jamie, saliendo de la piscina—. ¡Qué bien me ha sentado! Necesitaba eliminar las telarañas de anoche.

Jamie observó cómo el desconocido se secaba con la toalla y le extrañó que se hubiera zambullido con tanta naturalidad en la piscina de la señorita Highland. ¿Quién demonios sería?

—Oiga —dijo el joven, secándose el cabello con la toalla—, su cara me es conocida. ¿Le he visto en alguna parte?

Jamie tomó la escoba de la piscina y la introdujo en el agua.

—No sé. Es posible.

—¡Oiga! ¿No habrá sido en el Peppy’s?

—¡El Peppy’s! ¿La discoteca gay de la calle Robertson? —Jamie soltó una carcajada—. Allí no me puede haber visto. No creo que a mi novia le gustara.

—¿Y qué me dice del campus de la universidad de California en Los Ángeles? ¿Estudia allí, tal vez?

—No. Yo estudié en la del Estado de California en Northridge. Me diplomé en arte dramático.

—Ah, es un actor. ¿En qué ha trabajado? Puede que le haya visto ahí.

—Bueno, he interpretado algunos papeles. Trabajé hace un par de meses en Todos mis hijos.

—¡No me diga!

Jamie le observó mientras efectuaba unos ejercicios de estiramiento. Estaba claro que el joven no tenía ninguna prisa y se encontraba allí como en su casa.

—Bueno, pues —dijo Jamie muy despacio—, ¿es usted amigo de la señora Highland o algo por el estilo?

—Más o menos.

—¿Resulta agradable trabajar para ella?

—No tengo ni idea —el joven se tocó los dedos de los pies y se enderezó—. No trabajo para ella. ¿Por qué?

—Simple curiosidad. Lo decía porque, a lo mejor, tiene contactos con el sector. No me vendría mal que me echara una mano, usted ya me entiende.

El desconocido recogió la toalla, se la colocó alrededor del cuello y se detuvo para echar un buen vistazo a Jamie.

—Sí —dijo, ya le entiendo.

Los ojos de ambos se cruzaron por un instante.

—¡Bueno, tengo que irme! —dijo bruscamente el joven—. Gracias por haberme dejado nadar un poco. Espero no haberle desbaratado el horario.

Dicho lo cual, desapareció por el camino.

Jamie le vio alejarse. El Peppy’s había dicho. Un bar gay. ¿Acaso se le había insinuado?

Jamie se estremeció. Eso era lo malo de aquella ciudad. Especialmente en la industria cinematográfica.

Tras llegar a la conclusión de que sería demasiado arriesgado quitarse los pantalones, sobre todo estando aquel tipo al acecho, Jamie apartó a un lado sus sensuales inclinaciones, se dejó los pantalones puestos y reanudó las tareas de limpieza de la piscina de Beverly Highland.

Las pisadas de Joe resonaron sobre el suelo de mármol mientras se acercaba al solárium. Cuando apareció en la puerta sucintamente vestido con unos Port Authority y Stubbies, el cabello secado con un secador de mano y una radiante sonrisa en los labios, dijo:

—Buenos días, señoras.

Y se abrió paso entre la jungla de helechos y enredaderas.

Beverly y Maggie Kern estaban disfrutando de un ligero almuerzo a base de tostadas, huevos escalfados y té mientras repasaban los asuntos del día. Se acercaban las primarias de New Hampshire y Beverly había introducido un montón de dinero en los bolsillos políticos adecuados para asegurar la victoria de Danny.

Maggie estudió a Joe mientras este tomaba asiento y se servía un alto vaso de zumo de naranja.

—¿Y bien? —dijo—. ¿Qué has averiguado?

El joven se reclinó en su asiento, totalmente seguro de su apostura y su personalidad, y esbozó una radiante sonrisa.

—No es marica y no está casado, aunque tiene novia. Bastante instruido…, diplomado en arte dramático. Se expresa bien, no habla como un memo. Parece sano. Tiene una buena dentadura, probablemente con algunas fundas. Y está hambriento. Muy hambriento.

Maggie miró a Beverly y esta asintió levemente con la cabeza.

—Bueno —dijo Joe inclinándose hacia delante—. ¿Y ahora les importaría decirme para qué querían saberlo?

—Verás —contestó Maggie, abriendo muy despacio una bolsita de edulcorante artificial y vertiéndola en su té—. Tenemos que andarnos con cuidado con la gente que cruza esta verja.

—¿Y por qué no dejan que el servicio de seguridad haga las necesarias indagaciones, tal como suelen hacer habitualmente?

—Hay ciertas cosas que ni siquiera un investigador privado puede averiguar, Joe. Gracias por conseguirnos la información.

—De nada —contestó el joven encogiéndose de hombros y levantándose—. Aunque seguramente habrá pensado que me le estaba insinuando.

—¡Pero Joe!

El muchacho se rio.

—Perdona, mamá —dijo, inclinándose para besar a Maggie en la frente—. Tía Bev, siempre que necesites algún servicio, estoy a tu disposición. Hasta luego.

Maggie se rio, sacudiendo la cabeza.

—¡Cómo son los chicos de hoy en día!

—Sí —dijo Beverly con voz distante, pensando en Jamie, el muchacho de la piscina—. Los chicos…

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