Butterfly

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Marzo » Capítulo 32

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Al final, habían llegado. Las primarias de New Hampshire.

Aquel era el día en que se determinarían el escenario y los actores de la inminente elección presidencial. Y Danny Mackay era uno de los aspirantes.

Llovía. Beverly contempló la fría y gris tormenta que estaba asolando el sur de California. Notaba el frío a través de las puertas vidrieras de su salón, aspiraba el olor de la tierra mojada, oía el aguacero cayendo a su alrededor. Se sentía sola y aislada, como si se encontrara perdida en una isla en medio del océano. Mantenía los ojos clavados en la calzada particular, esperando el Rolls-Royce Silver Cloud en el que había enviado a recoger a Maggie y Carmen. Los primeros resultados de las primarias se conocerían en seguida; Beverly quería que sus dos amigas estuvieran allí con ella.

Se estremeció y se rodeó el tronco con los brazos. Se le aceleró el pulso. ¿Se alzaría Danny con el triunfo…?

Al final, vio aparecer el Silver Cloud a través de la lluvia como si fuera un fantasma. Beverly observó cómo el chofer descendía y abría la portezuela posterior. El mayordomo bajó los peldaños con un paraguas y acompañó a ambas mujeres al interior de la casa. Apartándose de la ventana, Beverly cruzó el enorme salón en medio del crujido de seda de su caftán azul medianoche diseñado por Galanos.

Sus amigas entraron temblando y sacudiéndose el frío. Carmen se acercó a la chimenea, más alta que ella, y se calentó el cuerpo delante de sus crepitantes llamas. Maggie se dirigió al buffet donde estaba dispuesta la comida junto con un humeante samovar de plata de café recién hecho.

—¿Alguna noticia? —preguntó, tomando un pastelillo danés de limón y sentándose en el sofá antiguo tapizado en tonos rosas y verde azulados.

—No, todavía no —contestó Beverly, consultando el reloj de pared colgado sobre la chimenea.

Encendió un Sony que descansaba sobre un aparador de caoba y se sentó en el sofá al lado de Maggie.

Las tres amigas contemplaron la pantalla del televisor.

Sus rostros estaban en tensión. Las manos de Maggie apretaban con fuerza la taza de café. Carmen, vestida con unos holgados pantalones de lana y una blusa de seda, permanecía de pie delante de la chimenea sin apenas respirar. Beverly notaba que el corazón le latía cada vez más rápido…

Al final, dieron la noticia.

—Así, pues, con solo un quince por ciento de los votos escrutados —dijo el presentador—, va en cabeza con mucha ventaja el candidato sorpresa Danny Mackay, con un cuarenta y dos por ciento de los votos…

La lluvia arreció, azotando las ventanas. Las palmeras rozaban con sus hojas los muros de la casa. Unas chispas estallaron en la chimenea y volaron hacia arriba. Una especie de suave gemido pareció llenar toda la casa.

—Parece ser que el fundador de la Pastoral de la Buena Nueva —estaba diciendo un comentarista— se va a alzar con la victoria gracias a la arrolladora fuerza de su personalidad. Tal como tú sabes, Jeff, Danny Mackay jamás ha ocupado un cargo público. En realidad, todavía no es un candidato presidencial oficialmente declarado. Pero las encuestas demuestran que cuenta con un fuerte respaldo popular…

En la distancia retumbó un trueno. Maggie empezó a contar mentalmente los segundos. El núcleo de la tormenta se encontraba a unos quince kilómetros de distancia y se acercaba rápidamente.

El reloj colgado sobre la chimenea de mármol seguía señalando la hora con su suave tictac. Maggie se volvió a llenar la taza varias veces; Carmen tomó la taza de chocolate caliente que le sirvió la doncella y se sentó en un sillón de orejas. Beverly no se movió ni un solo instante. Mantenía los ojos clavados en la pantalla del televisor.

Sorprendentemente, Danny Mackay seguía ganando terreno.

—Treinta y seis por ciento de los votos escrutados —dijo el presentador— y Danny Mackay cuenta con el cincuenta y cinco por ciento de los votos. Si resulta ganador en estas primeras primarias presidenciales…

Beverly y sus amigas permanecieron sentadas en silencio toda la tarde, escuchando los comentarios de los expertos:

—… Se dirige decididamente a la Convención Republicana de junio. Danny Mackay se está metiendo a los delegados en el bolsillo, lo cual es extraordinario, tratándose de un hombre que jamás ha ocupado un cargo público…

—La gente está dando a conocer claramente su opción, Danny Mackay, el dinámico evangelista de la televisión, es célebre por su vigilia a la entrada del Parkland Hospital de Dallas allá en 1963 y más recientemente por haber conseguido personalmente la liberación del misionero Fred Banks, preso en una cárcel del Oriente Medio en…

Las doncellas retiraron el buffet del almuerzo y dispusieron una temprana cena a base de fiambres, ensalada y fruta del tiempo. Maggie se preparó un bocadillo de queso y jamón con un acompañamiento de ensalada de macarrones, mientras Carmen tomaba un poco de queso de Gouda con galletitas acompañado de col y coliflor crudos. Beverly no probó bocado.

El día estaba oscureciendo. Las silenciosas doncellas recorrían la casa, encendiendo las luces. Carmen se puso un jersey sobre la blusa de seda y Maggie se envolvió en un chal afgano hecho a mano. Beverly no parecía sentir frío. Parecía ajena a todo menos a lo que estaba ocurriendo en la pantalla.

Él estaba ganando. Estaba ganando…

Cualquiera que no hubiera conocido íntimamente a Beverly, hubiera pensado que, en aquellos momentos, lo estaba celebrando…, a fin de cuentas, estaba aportando fondos para la campaña de Danny. Sin embargo, solo un reducido círculo de amistades conocía la verdadera razón por la cual Beverly apoyaba a Danny Mackay.

El año anterior, cuando este anunció que iba a presentarse candidato a la presidencia, Beverly comprendió que había llegado el momento de su venganza. Había leído El Príncipe y sabía qué terrible filosofía guiaba a Danny. «El hombre que busca el bien en todo lo que hace, acabará en la ruina», había escrito Maquiavelo. «Por consiguiente, el príncipe que quiera sobrevivir deberá aprender a no ser bueno».

Cuando Beverly leyó esta y otras palabras: «Un príncipe tiene que estar siempre dispuesto a seguir el camino del mal», comprendió cuál era el origen de la extraña luz que había visto brillar en los ojos de Danny Mackay muchos años antes cuando ella descubrió accidentalmente sus libros escolares y Danny le comentó su ambición de convertirse algún día en un hombre importante. A lo largo de los años, ella siguió atentamente su ascenso al poder, le observó y le sometió a una estrecha vigilancia. Sabía que algún día alguien tendría que detener su avance y que tendría que ser ella quien lo hiciera. Era una de las cosas por las cuales había vivido durante todos aquellos años. Y ahora había forjado finalmente un plan para destruirle. Cuando tres meses antes les reveló a Maggie y a Carmen su propósito de organizar una fiesta de recogida de fondos para la campaña de Danny, sus amigas la miraron perplejas. Pero después, cuando Beverly les explicó su plan, es decir, que, para poder derribar a Danny Mackay, era imprescindible que primero le apoyara, comprendieron la astucia de sus razonamientos.

Las tres mujeres contemplaron en la pantalla del televisor el apuesto rostro que tan bien conocían. Danny sonreía victoriosamente ante las cámaras y se advertía algo estremecedor en el brillo de sus ojos. «Todos los profetas armados han conseguido el triunfo», enseñaba Maquiavelo. Y Beverly sabía que Danny se atenía a aquella doctrina. En público, hablaba de la necesidad de la paz con los rusos; en privado, le constaba que era partidario de asestar el primer golpe.

Mientras observaba a los reporteros pugnando por acercarse a él y contemplaba la muchedumbre de fanáticos partidarios que lo rodeaban, Beverly comprendió lo que tenía que hacer.

Era necesario detener el avance de Danny Mackay.

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