Butterfly

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Mayo » Capítulo 46

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Ya era hora de iniciar la cuenta atrás. Faltaban cuatro días para las primarias de California y la convención republicana se celebraría una semana después. Había llegado el momento de que Beverly Highland pusiera en marcha la última fase de su plan. Era el momento para el cual había estado trabajando durante treinta y cinco años.

La destrucción de Danny Mackay.

Llevaba varias noches sin dormir y ahora estaba paseando por la alfombra de su impresionante biblioteca, consultando frecuentemente el reloj y prestando atención por si sonara el timbre de la puerta. Los trabajos preliminares los había iniciado dos semanas antes, a su regreso de San Francisco. Había dado instrucciones a Maggie y Carmen y había enviado a Jonas Buchanan a Texas. En los días sucesivos, estos la habían informado de sus progresos y ahora, en aquella última y soleada mañana del mes de mayo, acudirían a la silenciosa casa para celebrar su última reunión secreta.

Beverly estaba en tensión. Tenía el cuerpo electrizado por la pasión, la emoción y el temor. Tenía que dar resultado. La venganza que había jurado contra Danny treinta y cinco años antes tenía que ser un éxito.

Los fantasmas la acompañaban en sus paseos sobre la alfombra persa: el torturado espíritu de su madre, impulsada a cometer un asesinato, que al final había encontrado un refugio en el hogar de la reverenda Mary Drake; el dulce y tierno espectro del niño no nacido y no formado del que Rachel se había desprendido, obligada por Danny; y, finalmente, un fantasma llamado Christine Singleton, la hermana gemela cuyo rastro se perdía misteriosamente en la Arabia Saudí y que Jonas Buchanan no había logrado encontrar hasta la fecha. También estaban presentes el espectro del marido de Maggie y los desventurados espíritus de las personas a quienes Danny había destrozado. Por todos ellos y por el bien de los demás, Beverly iba a poner en marcha la maquinaria final.

Sonó el timbre y la doncella abrió la puerta de la biblioteca para que entrara Carmen. Por un instante, ambas mujeres se miraron la una a la otra a través de la enorme estancia. Dos mujeres de pie entre paredes cubiertas de libros encuadernados en cuero mientras el sol penetraba a través de los cristales romboidales de las ventanas, iluminando los complejos dibujos en rojo, dorado y negro de la alfombra.

Carmen contuvo la respiración un instante y después dijo:

—Ya está hecho.

Beverly apartó el rostro, entrelazando fuertemente las manos. O sea que…, ya había empezado.

No podía volverse atrás.

—Fui al hotel Century Plaza —añadió Carmen—. Danny se alojará allí pasado mañana. Ha reservado dos suites y seis habitaciones. Su mujer le acompañará.

Beverly irguió la espalda mientras contemplaba los gigantescos helechos que enmarcaban una ventana. Más allá, las caléndulas amarillas y las rosas rojas convertían su jardín en un paraíso. En un jarrón chino sobre el ornamentado escritorio de caoba había unos lirios atigrados. Eran tan frágiles que sus flores solo duraban un día.

Beverly no había vuelto a ver a Danny desde la noche del banquete en San Francisco. En realidad, no le había vuelto a ver tras aquel breve instante en que compartió con él el estrado y el interés de los asistentes. Contempló el medallón religioso de oro que él le ofreció, le dio las gracias en un susurro y regresó a su mesa. Evito hábilmente su compañía a partir de aquel momento y se retiró a toda prisa al terminar el banquete. Pero, desde aquella noche, su nombre se relacionaba al suyo. Tal como ella tenía previsto que ocurriera.

—¿Cuándo recibirá el paquete de Los Ángeles Times? —preguntó con voz pausada.

—Dentro de tres días. Eso lo pondrá todo en marcha.

—¿Te has encargado de todo lo necesario en Butterfly?

—Todo está preparado, Bev.

—¿Y Fred Banks?

—Jonas se ha ido a México. Ayudará a Banks a hacer su declaración a la prensa.

—¿Y Ann?

—Maggie ha ido a buscarla. Estarán al llegar. ¿Cuándo vendrá Bob?

—Ha telefoneado desde Dallas esta mañana. Llegará al aeropuerto de un momento a otro.

—¿Ha tenido éxito?

«Dios bendito», pensó Beverly.

—Sí —contestó—. Ha tenido éxito —de pronto, Beverly se volvió—. ¿Te acuerdas, Carmen? ¿Recuerdas mi primera noche en casa de Hazel y cómo cuidaste de mí?

—Y la noche en que tú cuidaste de mí cuando intenté suicidarme. Y cómo me enseñaste a soñar. Estas cosas nunca se olvidan, amiga —dijo Carmen, acercándose a ella—. Tú y yo hemos recorrido un largo camino.

—Sí.

—Y el final ya está cerca.

Beverly cerró los ojos. El final…

Volvió a sonar el timbre y entró Maggie en la biblioteca en compañía de una desconcertada Ann.

—Beverly —dijo Ann—, pero ¿qué ocurre? Maggie me ha dicho que vas a cerrar Butterfly. ¿Por qué?

Beverly miró a Carmen y Maggie. Después se acercó a Ann y le dijo:

—Ven a dar un paseo conmigo por el jardín. Tengo algo que contarte.

Bob Manning se despidió apresuradamente del piloto del jet privado de Beverly y se dirigió al Rolls que lo estaba esperando.

—Llévame inmediatamente a casa de la señorita Highland, por favor —le dijo al chofer, apretando contra su pecho la cartera de documentos.

El corazón le latía violentamente. Estaba asustado, emocionado y hecho un manojo de nervios. Tenía la sensación de llevar una bomba de relojería en la cartera. «Date prisa», instó mentalmente al conductor. «Date prisa…».

Se encontraban en una glorieta de preciosas buganvillas irónicamente llamadas Rocío de Texas. Sus plateados pétalos con reflejos lavanda oscilaban sobre las cabezas de las dos mujeres cuando Ann exclamó con el rostro levemente pálido:

—Dios mío, Beverly.

—Siento habértelo tenido que decir de esta manera. No había ninguna otra.

—Mira —dijo Ann mientras daban media vuelta para regresar a la casa—, yo sospechaba algo desde hacía mucho tiempo. Tenía la impresión de que tú, Maggie y Carmen compartíais un secreto. ¡Me lo hubieras podido decir, Beverly! ¡Sabes que puedes fiarte de mí! Nos conocemos desde hace treinta años.

—No era una cuestión de confianza, Ann. Era, no sé…, una cosa muy personal. Pero ahora tienes derecho a saberlo debido a lo que va a ocurrir en los próximos días. Tienes que estar preparada.

Ann contempló las baldosas que ella y Beverly estaban pisando. Era todo tan impresionante…, la extraña y sórdida historia de una muchacha extraviada en Texas, su transformación en Hollywood, la cirugía plástica, el cambio de nombre y los años durante los cuales había tramado la venganza contra el hombre que le había hecho aquel daño. Ann comprendió que tardaría un poco en asimilarlo y en adaptarse al pasado de Beverly y a lo que Beverly estaba a punto de hacer. Pero guardaría el secreto. Beverly era la única amiga de verdad que había tenido durante todos aquellos años, una mujer que había convertido un baile de Navidad en el acontecimiento más destacado de la vida de una muchacha desgraciada y que la había hecho partícipe de su espectacular ascenso a la fama y la fortuna. Por Beverly, Ann Hastings estaría dispuesta a hacer cualquier cosa.

—Hablaré con Roy —dijo mientras se acercaban a la casa—. Lo comprenderá. Guardará tu secreto. Roy te debe tanto como yo, Bev. Nadie sabrá jamás la verdad sobre Butterfly.

En la biblioteca, encontraron a un Bob Manning muy excitado, mostrándoles el contenido de una cartera a Maggie y Carmen. Cuando se volvió y vio entrar a Beverly, Bob le dijo:

—No te vas a creer lo que traigo…

Interrumpió sus palabras al ver entrar también a Ann.

—No te preocupes, Bob —dijo Beverly—. Ya se lo he dicho todo a Ann. Puedes hablar libremente delante de ella.

—Lo tienes todo aquí —añadió Bob, entregándole a Beverly la cartera—. Y más.

—Vamos a empezar —dijo Beverly.

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