Brooklyn

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27. Lo que no te mata, te hace más fuerte

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Lo que no te mata, te hace más fuerte

Miércoles, 19 de noviembre de 1998Fairfield, Connecticut

Por desgracia, mis sospechas fueron fundadas: alguien me había visto salir de la habitación de Ryan aquella mañana y ese alguien no tardó en irse de la lengua. Nunca supe a ciencia cierta quién fue, a pesar de sospechar de Rose Guido. Era la única de esa casa que me la tenía jurada y que hubiese pagado por verme de patitas en la calle... de la forma que fuese, aunque tuviera que echar mano de sucias artimañas.

 

* * *

 

Fui citada al despacho de Douglas Cohen, mi padre. Algo me decía que, tras acudir a ese lugar, en mi vida habría un antes y un después.

Y así fue.

Entré y cerré la puerta tras de mí.

Douglas Cohen miraba a través del gran ventanal, con su imponente porte, la espalda bien erguida y las manos metidas en los bolsillos.

—Buenas tardes —dije con cierta voz trémula, a sabiendas de que nuestro encuentro iba a ser de todo menos cordial.

No obtuve respuesta, al menos de momento, hasta que se dignó girarse, ladear la cabeza y clavarme una pétrea mirada, propia de un ser desquiciado y fuera de lo normal.

Dio unos pasos al frente, atreviéndose a acortar la distancia que nos separaba sin ningún recato.

—Sé perfectamente quién eres y qué es lo que pretendes —soltó con vil dureza en las palabras—. Eres la hija de esa depravada yonqui, aquella que creí muerta y enterrada hace más de una década.

—Creyó mal, pues mi madre sigue viva —me atreví a replicar entre dientes—. Y, sí, yo soy hija de Savannah... y de usted.

—¡Calla, insensata! —bramó, exacerbado, al borde de la ira—. ¡Te prohíbo que mancilles de esa forma mi apellido y el de mi familia!

Las mejillas se le encendieron como dos llamaradas de fuego.

—¡Tú no eres mi hija!

Su mirada de odio, unida a su gesto de asco, me abofetearon desde la lejanía, obligándome a apartar la mía durante unos segundos.

¿Cómo se atrevía a hablarme en ese tono y con esa falta de respeto?

Si una vez sentí el deseo de que me conociera, que supiera de mí y que se enorgulleciera de que fuera su hija, murió en ese instante.

—¿Pretendes reírte en mi cara? —Apretó los labios en una fina línea, casi haciéndolos desaparecer—. Por si no lo sabes, en esta vida no te va a servir de nada abrirte de piernas para cazar a mi hijo, el heredero de una gran fortuna... Tú sólo eres una más, pues, para follar, tiene a patadas.

¿Cómo se atrevía a tratarme de esa manera tan mezquina?

Contuve el aire y las ganas de gritar a los cuatro vientos que no era ninguna prostituta, que mi amor por él era sincero y que no tenía por qué demostrárselo a nadie... ni siquiera a él.

Pero, en última instancia, me di cuenta de que lo único que pretendía era que desconfiara de Ryan, para que desapareciera de su vida.

—¡Ni soy una puta ni quiero su dinero!

Se rio con vil sarcasmo.

—¡Mientes tan mal como tu patética madre! Ambas sois exactamente iguales, unas zorras cortadas por el mismo patrón. ¡Putas sanguijuelas, asco me dais!

—¡Cállese, maldita sea!

No lo soportaba más. Me tapé los oídos para no tener que oír más mentiras, me estaba destrozando.

—No consentiré que sigas en esta casa, ni en la vida de mi hijo. Haré todo cuanto esté en mi mano para que sea así. Y, si para lograrlo me veo obligado a actuar fuera de la ley, lo haré.

Tragué saliva, pues me esperaba cualquier cosa viniendo de ese demonio.

—Te diré lo que vamos a hacer... —Hizo una pausa intencionada y se desabrochó el botón de la americana—. Vas a desaparecer hoy mismo de la vida de Ryan y jamás volverás a verlo.

Abrí mucho los ojos, atónita; no pensaba actuar así.

—¿En serio cree que haré tal cosa?

Se acercó peligrosamente a mi cara y escupió sin ningún tipo de escrúpulos que, de no acatar su voluntad, peligraría la integridad física de Savannah Steinfield.

—¿Qué insinúa?

Mi respiración se aceleró hasta límites insospechados.

—Piensa..., utiliza la cabeza. —Me dio tres toques en la frente con el dedo—. Si llevas una vida de mierda, mueres como una mierda. Incluso, si no te portas bien, yo podría ayudar a adelantar ese trágico final.

Me estremecí súbitamente bajo la ropa, aún sin comprender hasta dónde podían llegar los límites del ser humano.

—Ryan o Savannah. Difícil elección, ¿verdad? Tú decides cuánto vale la vida de una yonqui.

Sonrió tan abiertamente que me causó grima.

¡Ese hombre estaba completamente perturbado!

—No puede obligarme a eso... ¡No puede obligarme a decidir por uno de los dos!

—¡Oh, sí! Sí que puedo. Soy un hombre adinerado e influyente, y conseguiría que pareciera un accidente sin tener que mancharme las manos de sangre. Vamos, decide rápido o decidiré yo por ti... y créeme si te digo que no te va a gustar el resultado.

Y, como si se hubiese activado la cuenta atrás de una bomba a punto de estallar, allí me hallaba, debatiéndome entre el amor de mi vida o el amor que nunca tuve de una madre.

Menuda encrucijada: dejarme llevar por el corazón o por la razón.

Si me decantaba por Ryan, él y yo estaríamos juntos, pero Savannah... a tres metros bajo tierra. Y si decidía abandonarlo, mi madre podría seguir sobreviviendo, poco más.

Sonrió de nuevo al saber que me había puesto entre la espada y la pared, al ser consciente de que había anulado cualquier grieta de luz a mi decisión.

Apreté la mandíbula con fuerza, me tenía acorralada.

Ryan o mi madre.

Me estaba empezando a marear...

Pude ver mi mundo desfigurarse ante mis ojos y mi realidad se tornó una carga demasiado pesada que soportar.

Me avergoncé profundamente de ser su hija y de que su sangre corriera por mis venas.

¡Ojalá no lo hubiera conocido nunca!

Contuve las ganas que tenía de llorar, de rabia, de impotencia, y de no parar de abofetearlo hasta que entrara en razón. No podía obligarme a elegir. ¡No tenía ningún derecho!

Me batí en duelo conmigo misma, uno que de antemano sabía que iba a perder, aunque para otros saliera victoriosa.

Tomé una decisión, la más dolorosa de toda mi vida. Dios sabe que no tuve elección, porque me pesaba más el cargo de conciencia que mi propia desdicha. Sacrifiqué un amor por otro y, al hacerlo, me rompí tanto por dentro que algo de mí murió aquel día.

Con el corazón hecho trizas y mi alma aniquilada, salí de aquella habitación, de aquella casa y de la vida de Ryan Cohen para siempre.

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