Brooklyn

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36. Una brizna de esperanza

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Una brizna de esperanza

Miércoles, 12 de septiembre de 2001Hospital Mount Sinai, Nueva York

—¡Dios, pero qué preciosidad, madre mía! Es que te como... Te como a besos... angelito mío.

Curly no cesaba de proclamar a los cuatro vientos lo bonita que era mi niña mientras la sujetaba en brazos con sumo cuidado y le cantaba mil canciones de cuna.

Había dado a luz en unas condiciones adversas, dado el grado de estrés que había experimentado al presenciar cómo se derrumbaban ambas torres ante mis ojos y saber que el cuerpo de Ryan había quedado sepultado entre los escombros.

Debido al fuerte impacto emocional, rompí aguas, así que el personal sanitario se vio obligado a practicarme una cesárea de urgencia.

Afortunadamente todo quedó en un susto, salvo porque yo me había roto por dentro por la pérdida de Ryan. Tanto fue así que renegué de ella, sin esforzarme lo más mínimo en los cuidados que requería, como amamantarla, cambiarla y quererla.

La dejé de lado y a conciencia, sin siquiera tener remordimientos.

No la quería conmigo, porque ella no hacía más que recordarme al gran amor de mi vida, quien ya no se encontraba entre nosotros.

—Deberías coger a la niña de vez en cuando, Brook, o acabará por no reconocer siquiera tu voz. —Mi amiga me sermoneó sin pudor—. Sabes de sobra que te necesita. Tu hija te necesita...

—Y yo necesito a Ryan... —murmuré por lo bajini, poniéndome a la defensiva. Ella estaba viva, él no había corrido la misma suerte.

—Brook. Ryan no va a volver —me soltó sin miramientos, golpeándome con palabras de realidad—. Deberías empezar a aceptarlo; tómatelo como un consejo.

Me di la vuelta en la cama, dándole la espalda deliberadamente para zanjar el tema. No me interesaba, no quería oír más memeces.

Gemí. Aquellos malditos puntos de la cirugía abdominal me estaban jodiendo viva.

Pasaron las horas y la brizna de esperanza que sentía por que encontraran a Ryan con vida se fue disipando. Aquella tarde, por algún motivo, la pequeña no dejaba de llorar, quizá fuese debido a los cólicos. Ni siquiera me importaba saberlo.

—¡Cállate de una jodida vez! —le chillé desde la cama, con toda la rabia contenida que habitaba en mi interior, y no dudé en taparme los oídos con las manos para evitar oír sus lloros—. ¡Calla, maldita sea! ¡Deja de llorar!

Al estar sola en la habitación, me vi obligada a bajar de la cama y guarecerme en el cuarto de baño. Quizá allí dejase de oírla berrear.

Pasé por su lado sin siquiera mirarla y me encerré en ese cubículo de frías baldosas. Apoyé la espalda en la pared y, después, me deslicé hasta quedar sentada en el suelo.

Volví a taparme los oídos mientras zarandeaba la cabeza al ritmo de un vals, El Danubio azul... Ésa fue la primera pieza que bailé con Ryan, en aquella carpa, en esa casa.

Canturreé alguna que otra estrofa para impedir que sus berridos me martillearan más el celebro. Me arrebujé aún más, encogiéndome en un ovillo, convirtiendo mi cuerpo en algo pequeño, minúsculo, insignificante.

Sólo quería fundirme y desaparecer... Hubiese preferido que me arrancaran la piel a tiras antes que seguir sufriendo de aquella manera. No soportaba vivir sin él.

Al poco, cesé de cantar y retiré las manos de mis oídos. Por fin se había callado. Me incorporé y humedecí mi rostro, mi cuello y las muñecas antes de salir. Al hacerlo, quise esquivar la cuna, para evitar verla, pero instintivamente le eché un vistazo... y me di cuenta enseguida de que algo no marchaba bien, pues su cabecita y parte del pijama estaban cubiertos de su propio vómito. El color amoratado de su piel y su respiración no dejaban lugar a dudas, se estaba asfixiando por momentos.

Aterrorizada, en un arrebato la cogí en brazos y salí despavorida de la habitación, gritando por los pasillos, clamando auxilio.

—¡Ayuda, por favor! ¡Mi hija no puede respirar!

Pronto una enfermera me cerró el paso, me la arrebató de las manos y se la llevó, por lo que dejé la vida de mi pequeña en sus manos.

—¡Brook! ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la niña?

Curly había regresado y me sujetaba por los brazos. No dudó en zarandearme con brusquedad, pues no lograba volver en mí.

—¡Brook! ¡Mírame, joder! Pero ¿qué coño le has hecho?

El sentimiento de culpa que me persiguió a partir de ese momento fue aterrador, destruyendo por completo cualquier resquicio de esperanza. Me había equivocado repudiándola de esa forma, y haberla abandonado a su suerte tenía un alto precio.

Mi corazón había llegado a un punto en el que ya no soportaba tanto dolor. Dos pérdidas en pocas horas, eso no hay ser humano que sea capaz de digerirlo sin perder la razón.

Me rompí por dentro en mil pedazos hasta convertirme en míseros retazos de mí misma.

Regresé a la habitación y permanecí allí, clausurada.

Había perdido toda la fe.

 

* * *

 

—Brook... despierta.

Abrí los ojos lentamente, ni siquiera recordaba haberme quedado dormida.

—Mira.

Curly sostenía a mi bebé entre sus brazos.

¡Seguía viva!

Me cubrí la boca, presa de la emoción. Recuerdo que me dolía tanto el pecho que creía que iba a explotarme el corazón, a pesar de que eso era imposible.

Alargué los brazos, reclamándola con premura.

—Dámela, por favor...

Me la cedió, confiada, aunque mis brazos temblaran.

—Hola, pequeña...

Una lágrima rodó por mi mejilla. Era la primera vez que la sostenía entre mis brazos. Percibí un olor dulzón muy agradable y, sin previo aviso, se cogió de mi dedo, dándome a entender de que era una luchadora nata y que quería aferrarse a la vida con todas sus fuerzas.

Se me estremeció el alma.

—Qué bonita eres...

—Es un ángel, Brook. Un ángel que ha nacido para amarte.

Una punzada en mi vientre me alertó de que sus acertadas palabras habían causado el efecto que deseaba, pues, a partir de ese momento, no pude separarme jamás de su lado.

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