Brasil

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Luego encontramos una zona con algunos restaurantes, que pertenece al término de Camaçarí. Preguntamos en la Barraca do Prefeitinho, que tenía unas terrazas cubiertas con unas mesas de madera. Yo quería comerme uno de los vermelhos que había visto pescar. Nos atendió el dueño, un negro muy campechano que iba con pantalón largo y unas chanclas. Yo sólo llevaba el micro bañador que compré en Praia do Forte, con un estampado de palmeras y aspecto gay. Le preguntamos si se podía entrar así y nos respondió que sin problema, “estamos en Bahia”. Pedimos el bufete libre con la muqueca (que se guisa con aceite de palma e incluye el vermelho). Una vez dentro, aquello parecía más formal de lo esperado, con unos turistas discretos y elegantes, de aspecto europeo, que miraban mi barriga blanca y peluda. Comimos muy tranquilos y muy a gusto allí. Nos pusimos de todo en los platos, cogimos un par de botellines de cerveza y luego tomamos la muqueca. A mí me sabía a cloro, como si le hubiesen puesto agua de la piscina. Nos despedimos de Prefeitinho y volvimos caminando a nuestra cabaña.

Otra de las excursiones fue a un río que desemboca en la playa de Buraquinho. Es un río de agua dulce y caliente, que llega muy remansado a su tramo final. Como hay tanta arena y el río se ensancha en un meandro casi ya en el mar, tienes la sensación de estar en una playa de agua dulce. Aunque su caudal se ha reducido en los últimos años por la construcción de presas (entre ellas, supongo, la del hermano de la gerente del hotel), sigue yendo mucha gente a bañarse y tomar el sol, e incluso hay varios chiringuitos. Es un río de los que llaman “de agua negra”. Lo que ocurre, básicamente, es que las raíces de los árboles del Amazonas, con el extremo calor, dejan el agua hecha una especie de infusión. Había familias con niños y algún nadador aficionado. Yo estuve nadando río arriba, ya lejos de la gente, hasta que noté que unas hierbas me rozaban en las piernas y decidí dejarme flotar hasta volver al punto de origen.

Ese día noté que me estaba quemando ya por el sol y quise parar a comprar after sun. Paramos en una pequeña aldea en la que todos eran negros, y yo me preguntaba si los negros usan el bronceador. Lo cierto es que sí, y recordé que los operarios de las carreteras iban tapados hasta arriba.

El último día lo pasé a la sombra en la hamaca. Había ya perdido cinco kilos por los problemas digestivos y empezaba a ser hora de volver a casa. Tenía también las pantorrillas bulbosas y deformes por los cientos de picaduras. Estuve viendo en la televisión que la epidemia de Zika seguía avanzando y que en São Paulo era ya una alerta sanitaria. También vi otro programa de sucesos en el que salían todo tipo de tiroteos, navajazos, atropellos y otros actos espeluznantes. Había también algún programita con el típico economista que aseguraba que la crisis duraría unos dos años.

A la mañana siguiente, desayunamos, empaquetamos las cosas, pagamos en efectivo en la recepción y fuimos a pasar el día a Praia do Forte. Teníamos que coger el vuelo a las diez de la noche y pasar toda la noche en el avión. Comimos en una terraza unos trozos de merluza rebozada con patatas fritas. Se puso otra vez a llover y nos quedamos allí bajo el toldo. Vimos que en la tienda de al lado vendían unos helados de elaboración artesanal, con trozos de fruta dentro. Yo compré uno de mango y luego un sorbete de limón que tenía hasta la piel del limón dentro. La fruta brasileña me parece también muy superior a la europea.

Luego fuimos a la plazuela de la iglesia y estuvimos sentados en los bancos de madera. Vino una mujer negra muy desenvuelta, que nos puso primero unas pulseritas de tela diciendo que darían buena suerte y nos quiso cobrar luego por algo más, que no recuerdo. Me pareció una técnica un tanto agresiva de vender y le dije que no quería nada, a pesar de que insistió y acabó despidiéndose de malos modos. Yo me arranqué la pulserita y la tiré a la papelera.

Vimos que el padre de santo estaba bendiciendo a los turistas con sus hierbas. Yo había oído ya la creencia del Candomblé según la cual cada uno tenemos un orixá que es nuestro padre y nos guía en la vida. Hay hijos de Exu, Oxóssi, Logunedé, Xangô, Aurà, y así hasta algo más de 600. Tenía una gran curiosidad por saber cuál era mi orixá y preguntamos al padre de santo, que se había puesto el manojo de hierbas en un cuenco en la cabeza y lo llevaba en equilibrio. Se puso a hablar muy doctoralmente, me miró y dijo: “no lo podría asegurar, percibo una energia muito forte”. Y nos dijo que para saberlo había que tirar los búzios. Nos pidió por ello cien reales, que luego bajó hasta 80.

Como ya había gastado todo el efectivo que tenía, porque ya me volvía para España, tuve que ir a un cajero del Bradesco para sacar el dinero. Volví y el padre de santo me atendió en una caseta que tenía allí en la plazuela, un tenderete con el techo de mimbre. Se puso a barajar los búzios en las manos, que son unos caracolillos de mar, entre oraciones y cánticos, y los soltó en un taburete cubierto por una tela blanca. Me dijo que soy hijo de Ogum, el orixá guerrero, que soy inteligente y técnico, con un carácter muy fuerte. Me dijo también que Ogum rige la estrada, es decir que tengo fijación por las carreteras. Ogum andaba en permanente movimiento, como los almogávares. También me dijo que a mí las cosas me cuestan mucho porque el espíritu de un muerto interfiere con mis metas. Dijo que fue una persona que me quiso mucho y que, involuntariamente, intenta estar cerca de mí y entorpece mis flujos de conciencia. Dijo que los muertos a veces se van para arriba directamente y otras veces quedan vagando por este mundo, en ocasiones no siendo conscientes siquiera de que están muertos, quedan atascados hasta que consiguen reincorporarse al Nirvana. Me recomendó ponerle ofrendas a Ogum, sobre todo cosas comestibles, en alguna carretera solitaria.

Esto me dejó a mí pensando acerca del muerto, que sólo podría ser mi abuelo José María. Nadie más que me haya querido mucho y me haya tratado durante años está muerto a fecha de hoy. Mi abuelo tenía fama de buena persona, y hasta de inocentón. Era un jornalero analfabeto andaluz. Pero lo cierto es que estuvo en la Guerra Civil, reclutado a la fuerza en el bando de los vencedores, y sirvió en el batallón de artillería en Málaga, lugar en el que se cometieron grandes matanzas (por ejemplo, la famosa Desbandá). Aunque el padre de santo permaneció en todo momento sonriente y simpático, no me gustó mucho lo que me dijo, especialmente la dificultad para conseguir mis objetivos, que es un problema que arrastro desde hace casi dos décadas. Mi abuelo murió en el año 2000, justo después de conseguir yo mi licenciatura. De ese año en adelante, no me ha ocurrido ninguna desgracia reseñable, pero todo lo que he emprendido ha ido fracasando: mis inicios como periodista y luego como escritor, mis empresas informáticas, mis intentos de aprobar la oposición a Secundaria y hasta las sucesivas relaciones sentimentales, incluido un matrimonio. Mi vida quedó bloqueada, congelada en aquel año. Una única cosa positiva, y que se ha podido mantener, ha ocurrido, que es mi ingreso como funcionario interino en la enseñanza secundaria. De ese trabajo vivo y tengo una existencia confortable, aunque han sido muy repetidos mis intentos, siempre infructuosos, de progresar. También es posible que a otras personas les haya ido mucho peor, teniendo en cuenta la crisis por la que ha pasado España en ese periodo.

Estuve luego buscando en Google a Ogum y vi que se le identifica, en el sincretismo cristiano, con San Jorge y que su efeméride es también el 23 de abril. Se dice que fue el primer orixá que bajó a la tierra y quien descubrió la técnica de la fundición del hierro, con la que se fabricaba sus propias armas. También, ya investigando un poco más, vi que fue un hombre que sufrió grandes reveses e incluso su hermano le quitó a su mujer.

Antes de marcharnos, reordenando las maletas con el maletero del coche abierto, se nos acercó un borracho descamisado, un hombre negro ya viejo. Estuvo diciendo estupideces, riendo, haciendo burlas. No lo entendí muy bien. Yo quise evitar discusiones, que podrían acabar en retenciones en el cuartelillo, a hora y media de subirnos al avión.

Luego ya nos desplazamos al aeropuerto, devolvimos el Chevrolet Celta y facturamos nuestros equipajes. Tuvimos tiempo para comprar un collar azul de Ogum, que a veces utilizo, y para cenar tranquilamente en uno de los restaurantes. Luego, ya en el control de pasaportes, pasamos una larga cola en el detector de metales, donde tuve que quitarme hasta los zapatos. Nos subimos al avión casi a las doce de la noche y nada más despegar apagaron las luces y todo el mundo intentó dormir.

V

I

I

Sobre el Atlántico en plena noche, no pude conciliar el sueño.

¿Cuándo se jodió Brasil? Algunos dicen, medio en broma, que en 1888, cuando la princesa Isabel abolió la esclavitud. Lo cierto es que el modelo que se pretendió, que es la integración de las culturas africanas, amerindias y sureuropea en un melting pot que diese una democracia capitalista de tipo anglosajón dista mucho de haberse llevado a cabo. Brasil es un estado laxo, que no puede, y a veces parece que no quiere, hacer cumplir sus leyes. Entre kilombos, zonas inaccesibles en la selva y barrios marginales de favelas (donde la policía no puede entrar), no es exagerado cifrar en un 25% el número de ciudadanos que escapa al control del Estado. Algunos simplemente viven en su cultura paralela, otros han hecho del delito su modus vivendi, ya sea mediante asesinatos, tráfico de drogas, subastas de niñas o simples atracos. La implantación del sufragio universal en ese contexto sólo ha dado más corrupción y más crímenes.

La democracia pienso que no debería implantarse en países que no tengan una homogeneidad cultural, un Estado de derecho completo y efectivo (por ahí se empieza), una alfabetización completa de los ciudadanos y un mínimo de ética por parte de los dirigentes. En Brasil, ninguna de estas condiciones se ha dado, allí cada uno tira por su lado, arrambla con lo que puede, engaña, estafa, se acuesta con la mujer del otro y pone la sonrisita. Hay unos núcleos blancos en São Paulo y Curitiba que parecen funcionar al margen de todo lo demás, en el norte está el África negra y más en el sur unos gauchos de origen alemán. Los negros nunca se van a integrar, primero porque no están interesados, y luego porque no tienen la capacidad real para ello. Además, sufren discriminación racial y se refugian en sus zonas. En São Paulo se dice que matan a muchos negros sólo por ser negros.

Hace pocos años, gente como Lula da Silva llegó al poder prometiendo ser la segunda potencia mundial y generando una clase media multicolor de ciudadanos occidentalizados y en plena prosperidad. No era más que un demagogo corrupto y ladrón, que se dedicó al crédito y la expansión monetaria. Preparó los grandes fastos deportivos, se hizo las fotos con la camisa blanca y luego se marchó dejando una balanza comercial cada vez más mermada (que tocó fondo en 2014 con diez mil millones de déficit). Que un país tercermundista como Brasil, que ha vivido y vive de sus recursos naturales y de las exportaciones, llegue a tener la balanza comercial en negativo tiene un gran mérito.

El capitalismo no se adapta y no funciona bien en países que no están ya desarrollados previamente, al menos mediante un mercantilismo aceptable. En realidad, el capitalismo sólo ha funcionado bien en los países anglosajones y en el norte de Europa. El resto de países van a remolque y de problema en problema, con deudas, monedas devaluadas, rescates y crisis que nunca acaban. Es un sarcasmo decir que vas a ser la segunda economía más avanzada implantando un sistema capitalista sobre kilombos y favelas. No respetan la vida ajena y van a cumplir los contratos. Antes matan que se ponen a trabajar. Y Lula, no es que quería poner el capitalismo, sino que quería ir directamente a la socialdemocracia de raíz keynesiana: dar dinero a los pobres para que consuman con ese dinero.

A Brasil lo salvarán sus recursos naturales, que es el músculo que siempre soluciona los problemas en Latinoamérica. Por más que se equivoquen, el petróleo, el gas, el carbón, la madera, la carne y las frutas seguirán saliendo cada día por los puertos hacia el norte.

La perdición de Brasil puede ser la bonhomía, el mirar para otro lado. Es una paradoja que allí donde las personas son más amables se produzca la delincuencia más desbocada. Si yo tuviese que arreglar Brasil, lo primero, antes que dar dinero a nadie, sería forzar el cumplimiento de la ley. Esto tendría que hacerse entrando con el ejército hasta el último rincón, selva incluida, y pasando por el garrote a toda la turba de maleantes. Si hay cada año más de 50.000 homicidios intencionados, esa misma cifra pero de ejecuciones de criminales acabaría produciendo menos muertes en total, y sobre todo menos muertes de los inocentes. Pero en Brasil echan tierra y miran para otro lado.

En España en las primeras dos décadas del siglo XX había también una plaga de bandoleros y asaltadores de caminos. La gente no se atrevía a salir de su pueblo. Cuando entró Miguel Primo de Rivera en 1923 hizo una limpieza y desinfección. Una de las veces, cargó un ferry en dirección a Mahón, con la excusa de meterlos en la cárcel, y a mitad de camino abrió las compuertas y fueron todos a dar de comer a los peces. Esto es lo que Trump ha dicho recientemente en la campaña electoral: “tenemos un país o no tenemos un país”. En Brasil no tenemos un país.

Una vez pacificado el territorio y con latifundios e industrias en plena producción, se puede hacer un aumento de impuestos para financiar una educación obligatoria en condiciones. La alfabetización y sobre todo la aculturación de esos millones de personas los iría introduciendo en la rueda del trabajo y el consumo. Aunque parezca mentira, aunque sea el caso contrario de España, el problema de Brasil no es el paro (técnicamente no lo tiene) sino el convencer a la gente para que trabaje.

Y cuando ya estuviesen trabajando y en producción, luego se podría ir hablando de sanidad universal, jubilaciones y otros lujos que sólo se pueden permitir quienes producen el dinero suficiente. El aumento de la prosperidad simplemente por el gasto público es una falacia. Paul Krugman ha hecho mucho daño.

El modelo brasileño de integración de la población negra ha sido básicamente reservarles un territorio para ellos y no hacerles mucho caso. Yo esto no sé si es mejor o peor que el modelo estadounidense de aculturación que he descrito arriba. Es posible que los negros norteamericanos, a pesar de estar más alfabetizados y tener más dinero de media en los bolsillos, sean menos felices. En principio, se les ha dicho que tienen menos dinero por el racismo y la discriminación, cosa que puede ser cierta pero sólo en parte. Pienso que hay racismo, pero también unas limitaciones genéticas que no les van a permitir rendir nunca al mismo nivel que los blancos. Hay muchos tipos de inteligencia, pero en la inteligencia técnica y racional el blanco se desenvuelve mejor. Esto, unido a un entorno competitivo, da el resultado que ya conocemos. El negro norteamericano cada vez está más amargado y vive a la defensiva, como una feminista. El negro brasileño es más feliz.

Cabría también preguntarse si tenía razón Hitler cuando escribió en el Mein Kampf contra el mestizaje. Hitler pensaba que, al aparecer un individuo con mezcla de dos razas, éste tomaba las características peores de cada una. Sinceramente, no creo que esto sea así de modo general, pero sí creo que en algunos individuos se junta lo mejor de cada raza y en otros lo peor. También pienso que el mestizo, por su inevitable desarraigo cultural, tiene más posibilidades de ser problemático. Era muy clara la mala leche de algunos mulatos, cosa que en el negro puro nunca llegué a percibir. Parecía que se sintiesen blancos al estar con negros y negros al estar con blancos, lo cual no debe de ser nada agradable.

Comentario aparte merecen las mujeres. Su promiscuidad e infidelidad eran evidentes. Las negras descienden de esclavas que eran violadas a voluntad. Las blancas entienden el matrimonio como medio de mejora social, dándose demasiados casos de relaciones desiguales en cuanto a edad y posición económica. Esto estaba en España ya mal visto a principios del XIX, cuando Leandro Fernández de Moratín trató la cuestión en El sí de las niñas. La brasileña es una mujer que te “regala” una sonrisa. Y la regala porque la puede producir a voluntad, con motivo o sin él. La infidelidad es en Brasil una lacra de la que se queja todo el mundo, aunque nadie reconoce practicarla. Hay a veces fiestas de viejos ricos, que bajan en avión desde EEUU o Alemania, a las que acuden las muchachas jóvenes del pueblo a modo de ganado vacuno. Esto los padres no sólo lo consienten sino que lo incentivan.

Sería interesante comentar también la pervivencia del matriarcado negro. Durante décadas he estado escuchando aquí a las maestras y profesoras contar las glorias del matriarcado y la gran felicidad que aportaría. El matriarcado no parece entender el concepto de progreso, es un tipo de sociedad que vive estancada y siguiendo la misma tradición eternamente. Los kilombos son el Neolítico. En todo caso, sí que reconozco que el matriarcado es una sociedad feliz, con sexo libre y unas jerarquías muy suaves. El problema viene cuando los patriarcados deciden ponerle fin. Ahí se revela como una sociedad débil e indefensa. El matriarcado es lo que llevó a los negros, no sólo a ser esclavizados sino a aceptar su esclavitud y su inferioridad durante siglos. Es muy llamativo el hecho de que sólo los negros hayan sido esclavizados masivamente durante tantos siglos. Esa docilidad de los varones es la marca del matriarcado. Hay que tener en cuenta las características de aquellos primeros latifundios brasileños, con una población blanca muy minoritaria y una población negra esclava que se defendió realmente poco. Si aquella gente esclavizada, en lugar de negros hubiesen sido magrebíes, por poner un ejemplo, hubiese corrido mucho más la sangre.

Otra cosa que me hizo reflexionar fue el llamado “sincretismo”. Yo me pregunto: ¿en qué sentido Ogum y San Jorge son la misma persona? Es posible que esa figura mítica, la del dios guerrero, sea anterior a cualquier civilización, incluso anterior al Neolítico. Hace tiempo que leí que hace 70.000 años el ser humano estuvo al borde de la extinción y sólo quedaban dos mil individuos. Estas dos mil personas eran negras y es fácil suponer que ya tenían sus creencias religiosas, sus dioses y sus viejas historias, que transmitirían oralmente. La historia de Ogum y su invención de las armas de metal aparece también en Chi You, figura mítica china, por poner un ejemplo.

El tema de los “países emergentes”, de los que tanto se hablaba hace unos años, merece ahora para mí una reconsideración. No pienso que Brasil llegue, en este siglo, al nivel de vida del primer mundo. Es posible que la globalización vaya calando lentamente, que internet ayude a difundir el conocimiento y que haya una masa proletaria algo más numerosa, pero será a cambio de una nueva esclavitud al estilo de China. Es posible incluso que la robotización, por un lado, y la negativa de los países ricos a permitir las deslocalizaciones haga que Brasil, más que emerger, se sumerja otra vez. El único patrimonio que tiene el ser humano es el conocimiento. El dinero de un país es la suma del conocimiento de sus ciudadanos dividida por las bocas que alimentar. No creo que la interpretación marxista, basada en la suma de “fuerzas de trabajo”, pueda ser válida actualmente. En ese contexto, Brasil se encuentra en un lugar muy subalterno.

 

Aterrizamos en Madrid ya bien entrado el día. Cuando fui a ponerme los zapatos, tenía los pies hinchados como dos botas de vino. Estuvimos caminando y caminando por el aeropuerto, con las legañas y los ojos rojos. En el control de pasaportes, me volví a tener que quitar los zapatos. El operario luego me indicó que mis zapatos llevan unas planchas de hierro en las suelas. Estuvimos esperando otra vez el pequeño avioncito. Nos montamos y esta vez el viaje a Alicante fue más plácido. Bajamos del avioncito en medio de la pista y nos subieron a un autobús. Yo tenía una señora pequeña y arrugadita delante de mí. Tenía una voz que me resultaba familiar, era Concha Velasco. Algunas mujeres la saludaban y ella respondía con mucha simpatía. El autobús daba vueltas y vueltas, y la pobre Concha, agarrada a la barra por los bandazos, decía “es que ya no sé si he venido en avión o en autobús”.

Luego estuvimos una hora esperando las maletas en la cinta vacía, hasta que nos informaron de que estaban en otra sala de la aduana. Creo que les habían hecho un escaneo más a fondo.

 

En los días siguientes nos llegó la noticia de otro asesinato en Feira de Santana, en este caso un periodista que había publicado cosas que habían incomodado a alguien. Pregunté si era un empleado del periodista que yo había conocido, pero parece que era del periódico de la competencia. Lo habían degollado con un cuchillo de cocina mientras estaba tomando algo en el bar que había junto a la oficina de la UEFS, donde habíamos solicitado el certificado académico. Había sido, según testigos, un negro de mediana estatura, de edad indefinida, sin camiseta, con unas bermudas y unas chanclas. Estas cosas estaban pasando más de una vez al día de media en una ciudad tan pequeña como aquella. Ahora de este periodista creo que ya no se acuerda nadie.

Unas semanas más tarde nos llegó también la noticia de la muerte de la madre de nuestra amiga, la que regentaba la posada.

Yo estuve durante algunos días pensando en algún producto brasileño para importar a España. Estuve pensando en la carne, que se puede comprar en cortes grandes en el sur, cerca de Uruguay. Había que pedir un certificado de importador y comprar la mercancía a empresas que estuviesen previamente registradas para exportar a Europa (con medidas higiénicas mucho mayores). Estuve buscando en Google y encontré un par de esas empresas, aunque luego no hice nada.

También estuve considerando los zumos. Pregunté a un experto español y me dijo que el 80% del zumo que consume Europa viene de Brasil, concentrado en grandes cubas y luego tratado en fábricas de aquí. A mí ese sistema no me gusta mucho, porque en la concentración se elimina todo el oxígeno y luego el sabor nunca es el mismo. Contacté con una empresa de Río de Janeiro llamada Do Bem, que exportaba los zumos naturales exprimidos, envasados al vacío sin ningún tratamiento. Tenían una imagen muy cuidada y unos productos innovadores, con mezclas originales. Me dijeron que El Corte Inglés ya les había hecho algunos pedidos y que había algunos importadores interesados. Les pregunté si tenían pensado ceder la exclusividad y dijeron que no. Compré tres tetra brik suyos en El Corte Inglés y no me gustaron. Uno era agua de coco, que yo detesto. El otro era una limonada dulzona y floja. El otro era una mezcla de mandarina, remolacha y zanahoria, y me gustó un poco más. Estuve echando cuentas y vi que los zumos importados de esa manera salían demasiado caros. Tal vez podrían ser interesantes para locales de moda que quieren ofrecer algo diferente en su carta.

Estuve también mirando el açaí, la fruta milagrosa que da ocho veces más energía que el ginko biloba o el ginseng. Había, allá cerca de Manaos, unas empresas que la recolectaban en la selva y la envasaban triturada en unos cubos de diez litros. Estuve viendo qué competencia podría yo tener en España al importar la fruta y vi que había un par de empresas dedicadas íntegramente a ello, con tiendas on line ya en marcha. Se me ocurrió pedir sus informes en el registro mercantil y vi que venían perdiendo dinero desde hacía años. Uno, a pesar de las glorias que contaba en su web, llevaba unos 75.000€ perdidos y llevaba ya años con el tema. Decidí que yo no quería seguir aquel camino.

A mí los negocios siempre se me han ido en búsquedas en Google.

Luego estuve pensando en exportar vino allí. Se hablaba del Rioja y el Ribera de Duero, sobre todo en el área metropolitana de São Paulo. Las cifras no me acababan de convencer tampoco. Contacté con una bodega alicantina, bastante grande, que se llama Bocopa. Mostraron muy buena predisposición y me enseñaron un catálogo de vinos a muy buen precio. Son vinos de Alicante, que no tienen las características del Rioja. Algunos usan la uva Monastrell, que estaba ya casi abandonada. Compré un par de botellas de la marca y se las di a probar a un experto conocido mío. Dijo que se parecía mucho al vino de Chile, que allí sale a mucho mejor precio. En el vino, Brasil impone unos aranceles bastante gravosos a Europa. Lo dejé también estar.

El próximo negocio que yo haga en Brasil será construir una barraquinha en una playa perdida, obtener una nueva identidad falsa o contratar un sicario.

Meses más tarde conocí a un brasileño aquí en España, que vivía con su mujer, también brasileña y mucho más joven que él, en una urbanización de Santa Pola. Hacía más de una década que vivía en España. Había trabajado como comercial de una empresa de Alicante y había sido despedido con la crisis. Quería crear una empresa de exportación bajo la demanda de sus contactos brasileños. Pensaba en tiendas o supermercados de allí que estuviesen interesados en productos españoles y esta empresa se los enviase realizando todos los trámites y contratando una parte de un contenedor mediante lo que se llama “grupaje”. Yo no estaba en desacuerdo con el negocio, pero en Google había varios que se referían a esa actividad como algo en extinción, porque todo se está haciendo ya por internet.

Luego ya me olvidé de Brasil.

OTROS LIBROS DEL AUTOR:

2016 en Denia (2017).

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