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Tommas contaba los días, pero aun así se sentía algo perdido. Quizá era viernes o quizá era jueves. Ya no importaba realmente. Inevitablemente se había convertido en el bebé de la casa. Se haba despertado hacia un par de horas, su pañal estaba lleno y era difícil moverse con él, su cama había sido remplazada por una cuna gigantesca, y tanto su ropa como todo en su habitación tenia ahora colores vivos y motivos infantiles. Ya había recobrado el control de sus extremidades, la fuerza de sus músculos, pero eso no importaba. Por mas fuerte que intentara, los pañales tenían una cinta de seguridad que solo era removida por las huellas dactilares de su madre o quien estuviera registrado para cambiarlo (incluyendo a Sara). Las puertas estaban cerradas, y aunque supiera el código de acceso, le preocupaba que su madre fuese mas drástica. Se había vuelto completamente loca y no sabia que tan mal podría ponerse todo.


Akia entró a la habitación, como siempre a las ocho de la mañana. Vio a Tommy de rodillas y tomando con sus manos las barandas de su cuna.

—Parece que alguien está ansioso por empezar el día.

El chico no dijo nada, Akia puso su chupete en su boca y cargándolo lo llevó a la mesa de cambios. Sara, la niña de tres años, no tardó en llegar mientras cambiaban a Tommy.

—Oye Mami, ¿por qué la popo de Tommy es como puré?

—Ohh, eso es por que los bebés no comen sólidos cariño. Así son mas fáciles de cambiar.

Eso era en parte cierto, desde que la locura había comenzado, Tommas no había consumido nada solido. Ya ni siquiera podía notar cuando tenia ganas de defecar, solo tardaba unos quince minutos después de comer para llenar su pañal por completo.

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