borrador.

borrador.

alice hanna

Nuevamente, me sentía igual que las veces anteriores.

Estaba reclinada en el umbral de la puerta principal, con una sonrisa de labios sellados que podría interpretarse como una mueca de condescendencia, en realidad era la personificación de mi eterna frustración al ver el auto en el que mis padres se retiraban, seguidamente por el camión de mudanza que trajo consigo el nuevo inmobiliario, irse calle abajo hacia la zona norte de la ciudad, en donde estarían hasta altas horas de la madrugada.

El verdadero conflicto se produjo tras quedar la avenida inhóspita, y no tener mayor opción que cerrar la puerta, quedando dentro del que sería mi hogar, si es que podía llamarle así al quinto vecindario al que me mudaba. Ni siquiera pretendía llenarme de ilusiones este semestre y amistar con varias personas que a largo plazo perderían conexión conmigo.

Subí las escaleras a saltos de dos peldaños, una vez en mi habitación recién equipada, me apresuré en conseguir mi móvil que muy probablemente había desfallecido de batería. Premio doble; bromeé al mirar un tomacorriente cerca de mi cama. Conecté y encendí el aparatajo que llevaba conmigo tres años, con alguno que otro rasguño en la pantalla, pero no necesitaba uno más moderno. No era la clase de chica de «nuevo modelo».

En cuanto miré mi bandeja de mensajes, específicamente el recado de mi más ambiguo amigo, supe que mi día no acabaría en esta inmensa casa y sus paredes aprisionándome. Me enfundé en un par de largas medias negras y cubrí mis hombros con una cazadora beige, retoqué un tanto mi cabello y sin retrasarme más de lo necesario, en menos de treinta minutos ya me hallaba muy lejos de casa.

A medida que iba acercándome al punto de encuentro, me veía a una versión de mí misma andando con los pies descalzos por las perpetuas calles de Busan hasta llegar al primer retazo de arena que se me atravesara en el camino, me veía reír con la brisa ondulando mi cabello y mis amigos corriendo en mi compañía.

Miré a los costados antes de cruzar la carretera; los accidentes automovilísticos me ponían paranoica. Una vez no hubo moros en la costa, crucé la calle de doble sentido que, al otro extremo, daba con la playa a la que solía ir cuando tenía menos de diez años y mil rasguños en mis rodillas que terminarían por dejar cicatrices.

El mensaje de mi allegado amigo «espérame en el lugar de siempre» no era demasiado preciso, teniendo en cuenta que no actualmente no existía entre nosotros tal cosa como un lugar concurrido, recién acababa de mudarme a aquella casa que habíamos dejado atrás para vivir en Gwangju.

Así que tomé como punto de referencia uno de los sitios que de niños no podíamos dejar de ir ni por un día, aunque nevara y las mareas helaran, aunque fuera para sentarnos bajo la sombra de una palmera artificial y mirar como las gaviotas volaban en picada a pescar su comida.

Me senté debajo de la antes mencionada palmera, no por resguardarme del Sol que ya formaba parte de un violáceo ocaso, solo lo hacía para rememorar el panorama de mi infancia. La nostalgia tenía el letárgico aroma de la brisa marina y yo agradaba de respirarlo.

Le vi a metros de distancia, ¿cómo no distinguir ese chico de dulce porte y con un armario basado en camisetas blancas y jeans oscuros? De niños no solía variar de ropa y al parecer ni la pubertad había revertido aquello.

Sus ojos achocolatados enfocaron los míos y de pronto, una felicidad que no creía muy activa me abarcó por completa, él no reaccionó de manera distinta, la sonrisa que me contagió era tan cálida que realmente no recordaba cuando fue la última vez que me sentía así. Años, tal vez.

Vino corriendo hacia mí a la par que yo me colocaba en pie para recibirle de brazos abiertos. Él, con tan solo entrar en contacto físico, aprovechó a sujetarme de la cintura y alzarme en volandas como solían ser nuestros reencuentros.

Le abracé de regreso, le estreché los hombros y recargué mi barbilla en uno de ellos. Le oí reír melódicamente y me descoloqué al escuchar su voz más profunda que la última vez, lo que me hizo caer en cuenta que nuestro encuentro más próximo a la fecha fue hace dos años, cuando estábamos en fase de desarrollo.

Ahora me superaba por mucho en estatura, sus brazos eran pronunciados por masa muscular y ya no parecía hacer mínimo esfuerzo para cargarme, como si mis cuarenta kilos fueran un costal de plumas. Vaya, ¿cómo los tiempos cambian tan de prisa?

― ¿Tú eres el niño que no podía entrar a la piscina sin sus flotadores? ―comenté entre animada y genuinamente sorprendida por el atractivo chico que tenía frente de mí.

― ¿Y tú la niña que se embarraba el rostro de barro? ―respondió, reaccionando con el mismo asombro que yo― Estás preciosa, By.

― No te quedas atrás, Jeon.

― ¿Ya no te muerdes las uñas? ―inquirió, jugueteando con los diminutos dedos de mi mano. Entrelazó nuestras manos.

― Uñas postizas, Kook ―reí ligeramente―. ¿Ya podrías bajarme?

― No pesas nada, ¿qué comes?

― ¿Comida? Bájame, Jeon.

― Bájate, Byeong.

Intenté hacerlo por mi cuenta pero su agarre resultaba estar increíblemente afianzado a mi cintura y lo más exasperante del asunto era que no mostraba signos de pelea. ¡Lo estaba haciendo sin mucho esfuerzo! Jungkook soltó una risa victoriosa mientras yo seguía forcejeando.

― ¡Jungkook! ―exclamé, asestando un golpe en su pecho― ¡Por favor!

― Ruega ―ordenó, terciando una sonrisa juguetona.

― Ni aunque mi vida dependiera de ello.

― ¿Desde cuándo eres tan orgullosa e impertinente, mmh? ―bufé prolongadamente, echando mi cuerpo hacia atrás para crear un desequilibrio. No funcionó― Cambio de trato, di que tanto me extrañaste.

Había ignorado lo caprichoso que podría volverse Jungkook en cuestión de instantes.

― Mucho, ahora suéltame.

El castaño me dejó delicadamente encima de la arena y empezamos a cumplir la rutina que cuando eramos más jóvenes, caminar descalzos al borde de las mareas y hablar de un poco de todo. En lugar de hablar de alguna caricatura o nuestras clases de esgrima y taekwondo, nos poníamos al corriente de aquello que mensajes de texto no eran capaces de relatar.

Jumgkook resultó salir de su burbuja introvertida para ser uno de los chicos más populares en la secundaria básica y podía notar ciertas características que lo corroboraban, era mucho más... ¿Presuntuoso? Aunque podía ver venir eso desde muy pequeños cuando hacía frecuentemente berrinches para obtener lo que quisiera. Ahora conocía un método menos dramático. Igualmente, seguía siendo el mismo agradable chico que me acompañó toda mi infancia.

Por mi parte, no había cambiado demasiado. Era la misma chica sentimental, que saltaba por doquier y gustaba de agotar su energía inútilmente, quizá un poco más madura en ciertos aspectos que él no, pero eso no le restaba mérito a nuestra amistad.

Lo que más me agradaba del ahora era que mi corazón no sufría ningún paro cardíaco al verle, era apuesto y con una gentileza de oro, más, no lo veía de otra forma, lo que me daba a entender que lo que alguna vez sentí por él, murió y estaba en una sola pieza.

Sonreí al notar nuestras manos enlazadas y mi pulso siguiendo su curso.

― ¿Por qué sonríes? ―indagó, sonriendo igual de leve que yo.

― Nada en específico, creo que extrañaba Busan ―mentí a medias, ¿para que decirle que lo había superado?

― Si, cualquiera extrañaría esto ―coincidió, mirando el cielo pintar un matiz más oscuro―. ¿Cuánto tiempo llevamos caminando?

― Una hora, quizá.

Jungkook encendió la pantalla de su celular de último modelo, visualizando la hora y por su expresión, supuse que era más tarde de lo que nos imaginábamos. Al echar mi mirada por encima de su hombro avisté que eran las siete y veinte, también, accidentalmente, vi como respondía con corazones a una tal IU.

Aparté mi atención de su chat, respetando lo que le quedaba de intimidad e ignorando el hecho de que probablemente estaría interesado románticamente en una chica. El tiempo me diría precisamente quién y si merecía el cortejo adorable que Jungkook estaría dispuesto a entregarle.

― By ―me llamó, sin despegar sus ojos de su conversación―, ¿estás lista para conocer a mis amigos?

― Igualmente supongo que no tengo otra opción ―me alcé de hombros desinteresadamente―, ¿Hyerin estará?

― No, está en la casa de sus abuelos como cada fin de semana, llegará esta noche para ir mañana al instituto.

― Yah, había olvidado eso.

Había olvidado muchas costumbres y manías de mis amigos en este prolongado tiempo a distancia. Y me sentía incómoda al respecto, viendo al castaño entretenido en su vida encontrada dentro de una pantalla, una vida que obviamente me excluía. Tenía el prominente augurio de que mañana el instituto sería difícil de sobrellevar sin él.

Jungkook guardó su móvil en el bolsillo de su ajustado y oscuro pantalón, me tendió su estilizada mano para sujetarla y con agrado le obedecí. Nos encaminamos lejos de la orilla de la playa y de todo rastro de arena, a medida que nos íbamos acercando a un bulevar en el que destacaba un verdoso césped y una arboleda bastante llamativa, de la que hubiera adorado guardar en fotografías, nos íbamos calzando. Él con sus timberlands, yo con mis largos calcetines que subían más allá de mis rodillas y no pude calcular muy bien el tiempo para calzarme en mis lustrosas zapatillas. En menos de nada, ya estábamos tanteando el bulevar y a la lejanía podía distinguir un cúmulo de personas, alrededor de una tarima medianamente alta, contaba entre siete a ocho cabezas y a la par aumentaba mi nerviosismo por conocer nuevos rostros. Ya estaba quebrando la norma de cero amigos este semestre.

Jungkook pareció no percatarse de mi crisis nerviosa, pese que solo necesitaría mirar mis manos enrollando y desenrollando el dobladillo de mi cazadora. Tiró de mi brazo hacia donde se reunían sus amistades ¿y para qué hacer réSan le proplica? No es como si tuviera algo mejor que avergonzarme frente al séquito del castaño.

Sostuve con firmeza mis zapatillas, que pendían de mi agarre, y temía se cayeran. Al aproximarnos, ocho pares de ojos rasgados se fijaron en mi amigo y posteriormente en la ridícula chica de medias largas que no tenía puestos los zapatos, de cabello rebelde ―no de esas melenas magníficas o de las ligeras ondas en perfectos cabellos lacios, era ese cabello que no todos los cosméticos le sentaban bien y que al mas mínimo daño se quemaba o veía maltratado― y de aspecto infantil. Vi a un chico enmarcar una de sus cejas al verme descalza.

Las rarezas a veces son muy bien recibidas; me alenté. Encajaría.

― Hyungs y Sunha ―Jungkook saludó con una breve reverencia, la cual secundé―, ¿cómo están? ¿y Park-ssi?

― Me llamo hace rato, perdió el autobús, no quiso esperar otro y viene caminando. No creo que llegue... No con vida ―explicó un chico sutilmente encantador, acentuándosele un par de hoyuelos al terminar su oración con una sonrisa.

― ¿Y por qué no pide un taxi? ¿de qué sirve ser hijo de un ministro?

― Para él no sirve de nada ―contradijo el mismo chico. Jungkook chasqueó la lengua.

― Bueno... Se las presentaré a ustedes ―y ahora ninguno de ellos se empeña en ser educado y voltean a analizarme de pies a cabeza. El ligero apretón en mi mano de Jeon no me serena en lo absoluto―. By, ellos son...

― No me estereotipes en tus presentaciones, es aburrido ―se queja un chico de expresiones maduras y un curioso lunar en la punta de su nariz―. Mi nombre es Kim Taehyung, pero ohm... Puedes llamarme Tae.

Olvidaré todos sus nombres tras la presentación y tendré que descubrirlo en el contexto, pero gracias.

Un chico pálido y con ese semblante distorsionado de extranjero, dio un paso adelante para presentarse a sí mismo.

― Choi San, no hay mucho qué decir ―sonrió menudamente. Lucía reservado.

― Soy Jung Hoseok, pero prefiero J-hope ―saltó a decir un entusiasta joven, tomó al chico de bonitos hoyuelos por los hombros―. Él no habla mucho, es Kim Namjoon. Rm para el mundo.

― Encantado ―Namjoon pronunció, sonriendo afable.

Faltaban dos por dar sus nombres, pero por sus facciones fruncidas que citaban un pésimo genio, aposté a que conocer a nuevas personas no eran su fuerte; el mío tampoco, pero no era mal educada... Torpe quizá, nunca grosera.

― Ella es Min Sanha ―expuso Jeon, a lo que la atezada y apática chica sacudió su palma poco amistosa. Mi antítesis― y él no es de nuestro grupo pero también pensó que Hyerin vendría, es el novio de tu amada unnie, Seonghwa.

El chico entornó sus irises, lo que no me extrañaba teniendo de antemano las historias que Hye relataba acerca de su pareja. Era dulce en confianza, no antes.

― Mi nombre es Byeong Lie, es un gusto conocerles. Por favor, cuiden de mí.

Una inclinación de noventa grados bastó para hacer brotar un unísono «aww» que me ruborizó a más no poder. Los que se mostraron más agradables fueron el dúo Kim y Hoseok. Hablamos acerca de mi estadía en la capital, luego la charla se centró en mi infancia y cómo jugábamos cuando eramos pequeños, cuando él practicaba taekwondo y yo esgrima, pero siempre huíamos al ver cangrejos salir desde el fondo del océano. El golden maknae no era tan invencible; reía uno de los Kim, el más alto.

― ¡Yah! ¡Tenía seis! ―se defendió, aparentemente tomándoselo más a pecho o eso decía el mohín en sus labios― ¿Por qué les cuentas estas cosas, By? Creí que me querías...

― A mi modo, Jungkook-ah ―le sonreí ladina, inmediatamente su mal genio dejó de cundir.

― Como quisiera odiarte ―rió por lo bajo.

― Sabes que no puedes, soy un encanto.

Hizo amago de responderme, tal vez con una afirmación o un reproche por mi ego, pero su móvil timbró y al ver el remitente descolgó al instante, por obligación, clamaba su expresión, como cuando tu madre llama en el clímax de una fiesta. Tomó distancia de nosotros, aunque le oí decir: ― IU, te dije que no puedo ir contigo...

― ¿Puedo preguntar algo un poco imprudente?

― No, ella no es su novia, aunque lo trata como si lo fuesen ―Kim menor respondió mecánicamente, enfocando sus perspicaces ojos en el castaño―, como sea, ¿a ti te gusta?

― ¿Qué clase de pregunta poco discreta es esa?

― Yo no cuestioné tu pregunta, no lo hagas con la mía ―doblegó y no supe cómo hallarle el otro lado de la moneda, así que decliné a él.

― De pequeños pero ahora no, supongo que era uno de esos amores de la infancia que no terminan por ser eternos.

― Hm ―murmuró reflexivo, agachó su mirada a mis pies, más precisamente a la tela sucia de pasto y arena―. Lindas medias ―apuntó.

― Lindo lunar ―señalé el borde de su nariz y por la sonrisa que esbozó tuve la certeza de que le había simpatizado.

― ¿Cuándo llegará Park? Ya está anocheciendo y necesitamos practicar para la academia ―intervino de prisa el chino, San sino me confundía. Su voz sonaba angustiada.

― La luz se está yendo y creo que no podremos tomar fotografías para nuestro proyecto... ―Yugyeom se sumó a las quejas en contra del chico impuntual y por lo que escuché... Impaciente.

― Y mis piernas empiezan a dormirse, ya no quiero hacer esto ―Hoseok dimitió a seguir lo planificado―. Empieza a preocuparme que demore tanto, lleva media hora en camino.

― Quizá no quiso venir ―Kim hoyuelos acotó.

― Avisaría de no venir... Ahora también me preocupé ―Kim lunar miró inquieto a sus costados en busca del aludido Park― ¡Hey, Kook! ¡Cuelga y llama a Minnie!

Jungkook viró sus ojos e hizo un ademán de «dame un minuto», asimismo tras un par de segundos, hiló rápidamente unas palabras que suponía, tendrían que ser estructuradas excusas para colgar a la chica de la línea contraria. Al colgar, llamó al desaparecido y a pasos oscilantes se acercó al pequeño grupo que formábamos los otros jóvenes, en altavoz, oímos el repique de tres tonos avisar que no contestaba la llamada. Veía acrecentar el nerviosismo de Kim lunar durante esos instantes.

― No responde ―Sunha indicó lo obvio, rompiendo su pacto de silencio―, ¿en dónde estaba antes de venir acá?

― En su casa, creo. Le oí bostezar, supuse que se quedó dormido ―Kim hoyuelos sentenció, uniendo cabos respecto la posición no muy clara del chico.

― Recorreremos el camino en grupos ―Sunha ordenó a un estilo militarizado―, hay dos caminos para venir caminando, nos dividiremos hasta ver dónde encontrarlo, quizá se distrajo con algo y por eso no llegó.

― ¿Desde cuándo analizas tan minuciosamente sus movimientos? Y mira que hablas con su mejor amigo ―Kim menor le juzgó con una estrecha mirada, a la cual Sunha no se inmutó.

― Paso más tiempo con él de lo que te supones, Taehyung, eso es todo ―argumentó enteramente grotesca, por otro lado, Kim lunar era Taehyung, apodado Tae.

― Oye, ¿recuerdas que sigo siendo mayor que tú?

― ¿Recuerdas que tu mejor amigo sigue perdido allí? Discutir contigo es una pérdida tanto de intelecto como tiempo ―sus herméticos ojos detrás de sus lentes, se afilaron de sobremanera al confrontar a Taehyung―. Tenemos que buscarlo.

― No tengo nada que ver con esto, buena suerte en su casería. Adiós ―Seonghwa vio la primera oportunidad de irse y desistió, por evidentes razones nadie se intrigó por ello.

Yugyeom echa mesuradamente su mirada hacia atrás intencionado a imitar la ida de Seonghwa y por obra de caridad Sunha le concede el permiso, el adorable chico se despide hasta de los menores con una reverencia perfecta. Huye del asunto de una manera mucho más cortés que de la Seonghwa, San le procede con una trémula sonrisa dirigida concretamente a Kim hoyuelos, quien le devuelve la sonrisa recatadamente antes de que el primero decida emprender su marcha. Aquí hay gato encerrado... En un armario.

A raíz de aquella dispersión nos dividimos en dos direcciones por los que, probablemente, alguien pudiera haber andado a paso rápido. Mi grupo lo encabezaba Taehyung, con Jungkook de mano derecha y a mí como un niño en un lugar nuevo apretando firmemente el afiance de su madre para no extraviarse, y mi madre metafórica vendría siendo Jeon Jungkook. Aunque Taehyung me hacía sentir inexplicablemente cómoda siendo la tercera rueda en el carril, no es que me incluyera a cada palabra que decía pero no me exceptuaba y subliminalmente aceptaba mis comentarios con una sonrisa gentil.

De prisa, ellos se detuvieron justamente frente a un pequeño local de dulces y toda la comida que pudiera ser empaquetada en una bolsa. Esa clase de lugares vanos que yo concurría después de salir de clases y romper mi estricta dieta de nada dañino. Al parecer, no era la única que pensaba así, eso me daba a entender la breve justificación que narraba Jungkook.

― Aquí solíamos venir después de la academia a gastarnos nuestras mesadas en comida chatarra, tal vez haya pasado por aquí a comprar algo.

― Preguntemos ―se dispuso a entrar en la hogareña tienda, más, me lanzó una fugaz ojeada para inquirir:― ¿vienes?

― Iré a buscar una banca para sentarme y ponerme los zapatos. El asfalto raspa mis pies.

― Hay una banca de madera por esa calle, ve derecho y la verás ―Taehyung dio aquello como última recomendación con el fin de indagar el paradero del chico.

Jungkook se aproximó a dejar un casto beso en mi frente, límite que nuestra amistad no cruzó nunca, sería más certero decir que eramos esa clase de amigos agresivos que exteriorizaban sus emociones al otro por el anómalo canal de golpes. Y bueno, sería una entera farsa decir que de niños pubertos eramos especialmente recatados porque nada que ver. Sin embargo, que hiciera esto sin coqueteos descarados u hormonas congestionadas de por medio... Era raro. Se lo atribuiría al tiempo perdido.

― Si ves a un chico de cabello naranja, es él. Y no te pierdas.

Al verle cruzar el marco de la puerta me invadió una extraña inseguridad que iba derivado a él y su comportamiento, no obstante, después de mirar el mismo céntrico punto durante pautados segundos, decanté por hacer la vista gorda y refugiar mis pies de lo áspero que tendía a ser la acera.

Seguí al caletre las especificaciones de Kim lunar ―el apodo quedaría perenne― y zizagueé esmerándome en no pisar nada que pudiera arruinar contundentemente mis medias favoritas, las cuales eran resistentes al mar, cielo y tierra. También me entretenía en saltar las líneas de la acera, ya que secretamente era una persona de muchas supersticiones e ideas poco ortodoxas. Culpabilizaba a mi segundo hermano mayor y a mi tía creyente de las señales del más allá y una pila de movimientos absurdos que romperían la tela de lo que era racional, que terminé por creer a los catorce y llevarlos como rutina a mis casi dieciséis años.

Como si estuviera jugando al avión, contaba mis pasos y saltaba en uno o en mis dos pies, dependiendo del amago que tuviera que hacer. No me fue mucha labor mirar la banca de la que Kim refería, especialmente porque en ella estaba sentado un chico, que tenía una mano dentro de una bolsa de frituras y sus almendrados ojos escrutándome con ternura desde la distancia. Lo que provocó una risa no tan sensata en mí, por los nervios tal vez. Los únicos que me miraban así eran viejos verdes de la capital.

Contrario a lo esperado, no me sentí fuera de la molicie. No me arrinconaba el alma y la sujetaba para desvestirle, nada de eso, únicamente me miraba como quién admira a un pequeño niño de rellenos mofletes echando a correr por ahí. Una dulzura benigna, inofensiva. Aún eso no restaba mi repentino ataque de nervios.

Al llegar en donde él se situaba y por correspondencia: mi destino, hubo un choque decisivo entre nuestras miradas, dos diferentes tonalidades de café estudiándose recíprocamente y una sensación bizarra embriagándome al pasar segundos semejantes a horas. Desde ese día, ese sabor agridulce con una dosis de adrenalina no se va.

Tragué en seco, esforzándome en buscar una pregunta a lo más hondo de mi anudada garganta.

― ¿Puedo sentarme? ―el chico de la gorra asintió, desviando su retraída mirada al fondo de su bolsa de patatas y alto colesterol.

Tomé asiento tras repasarlo mil veces en mi subconsciente, subí una de mis piernas a la banca que inesperadamente pareció reducirse al gesto, procuro que mi falda oscura no exhiba de más y empiezo a colocarme las zapatillas en cortos pero premeditados ademanes. Cuando abrocho la segunda zapatilla, le escuché hablar ahogadamente.

― ¿Qué tipo de persona va descalza por ahí?

― Supondré que se refiere a mí y digamos que no fue intencionado, pero no tengo problemas por ello... Excepto por la parte en que me ensucio y raspo la plantas de los pies.

― Oh, comprendo eso. Mis pies se lastiman continuamente, soy algo torpe ―reconoció, terciando una sonrisa en sus mullidos labios que se pintaban de migajas de chatarra.

― No me ha visto caer en la majestuosa capital frente a hombres y mujeres de clase alta.

― Apuesto que ha de ser una anécdota emblemática ―consideró. No pude evitar sonreír al oírle mofarse de mis palabras con un tono excéntrico, galante―. ¿Y qué te hizo venir a Busan? ¿Haces una gira de caídas por toda Corea?

― Si, pero principalmente vengo porque mis padres me arrastran de ciudad en ciudad. Adultez, dinero y arriverederci a mi cuarto hogar dentro de estos cuatro años ―buscaba tejer una broma con mi falta de solidez en un lugar para no quejarme de lo superficial que llegaba a ser mi estirpe.

― Wow, ¿y no te quejas?

― Trato de bromear para no quejarme, lee el contexto.

― ¿Eso lo aprendiste en tu gira nacional?

― ¿Sarcasmo? Nah, algunos nacemos con él ―el joven negó cautamente con su cabeza, par de veces.

― Leer contextos, entre líneas. Es algo que pocos pueden hacer ―resaltó, metiendo un puñal de frituras a su boca. Mastica bien, cerdo.

― Cuando uno es nuevo en un lugar muchas veces ve como todo el mundo se conoce y... tiene que amoldarse a ello, saber de lo que hablan por su tono y sacar de ello conclusiones... supongo que me funciona para convivir en este mundo, al menos, por un rato ―a la par que expliqué a tramos mi situación, la voz me salía débil, tanto deprimida.

― Alguna vez deberías intentar encadenarte a un árbol, en las películas funciona.

Su comentario, a pesar de estar muy desencajado, terminó por sacarme una ligera carcajada que se extiende paradójicamente con su vivaz risa que se mezcla con la mía. Un sonido acústico bastante reconfortante a decir verdad.

― No quiero imaginar que películas usted ve.

― Dramas adolescentes y policíacas, aunque soy más de series que de películas.

― En ese sentido, concuerdo ―coincidí, planteándome agregar que, en realidad, no veía a menudo ni el uno ni el otro. Leía, husmeaba en redes sociales, todo el día pegada de una conexión a internet, pero sería dar información clasificada a un extraño.

― Está anocheciendo y sigues aquí... Tus padres te llevan a donde quieran y te dejan andar sin supervisión alguna.

― ¿Ya ve? Par de minutos conmigo y aprende a leer entre líneas, soy una profesora sublime ―le sonreí en alarde a lo que mi estimado desconocido rió en respuesta.

― Y yo un alumno con honores ―se inclinó unos centímetros hacia atrás, al reclinarse su gorro se cae y, con un presuroso gesto, logré impedir que cayera―. Buenos reflejos.

― La torpeza debe compensarme con algo, ¿no?

Le tendí el gorro de marca, en el instante en que divisé la viva tonalidad naranja de su cabellera los engranajes de mi cabeza llegaron a un acuerdo, a una enorme casualidad, o manifestación del destino. A su vez, pude perfilar de forma óptima sus facciones, que eran tan dulces y atractivas, como las del ángel más puro e inocente que se conoce, si bien no tenía pinta de ser ingenuo en ningún sentido. Pómulos rellenos igual que sus labios. Ojos similares a un par de medias lunas y ese brillo que relucía en ellos... Dios mío.

― ¿Debo coquetearte y decir algo como «¿te gusta lo que ves?» en plan estereotipo americano? ―chistó, simulando que él no había devuelto esa mirada analítica y que yo no me percataba del tenue rubor teñiendo sus mejillas.

― Sería más asiático «luces adorable, te veo en la salida», ¿no?

― Si, los asiáticos solemos ser mucho más reservados que unos besos en la banca...

¿Qué estás pensando? Estuve a punto de vociferar, más, estaba amortiguada por el bochorno y no podía articular ni un monosílabo. La respiración se me cortó y, pese que ninguno de los dos dominaba el espacio personal del otro, nos sentía repentinamente cerca, atraídos el uno al otro con un aura acalorada y pudorosa. La tensión era irreversiblemente perpetua y solo imaginaba una manera muy tajante de cortarla de cuajo.

― Creo que usted es el bailarín que mi amigo está buscando.

Park parpadea reiteradas veces, asumiendo el drástico cambio de tema. Ambos soltamos un suspiro minucioso que se unificó y fue motivo de otra risa, no tan incómoda como creí. Revolvió su teñido cabello con su mano enfundada de pesados anillos, todos de plata. Uno de los míos.

― ¿Cómo se llama tu amigo? ―cuestionó, aún envuelto en ese porte tímido y tenuemente coqueto al que empezaba a seguirle la corriente.

― Jungkook, Jeon Jungkook.

Contra todo pronóstico, mencionar al castaño si fue lo que cortó el flujo de su presteza y galantería, sin haber más espacio que para una peculiar sombra en sus irises.

― ¿Eres su amiga?

― Si, es lo que le acabo de decir ―estaba muy desajustado de sí, al parecer.

― Ah... ―balbuceó― Es una mala suerte, ya me habías agradado.

― ¿Por qué es una mala...?

― ¡By! ¡Lamentamos tardar tanto es que Tae quiso comprar dulces y discutió con un niño en medio de la tienda! ―vociferó a las cuatro voces, sin pensar en si habría algún alma por los alrededores a parte de mí.

― ¡Por otro lado, el dueño me dio dulces gratis para que no volviera más!

Park a mi lado no contuvo la risilla nasal que le ocasionó ―según mis teorías y entendimiento de contexto― su mejor amigo, para colmo, el dúo de revoltosos se dio de cuenta de una cuarta presencia en el lugar. Y precisamente cuando veo a Taehyung enfocar al adorable pelinaranjo que recargaba su codo por encima del hombro, me cuestioné en que parte se había desmenuzado la atmósfera y el escenario de una película americana muy estandarizada.

Los cuatro nos reunimos en la banca, con los dos últimos en llegar de pie. Taehyung inventó un sinfín de preguntas a su amigo de su ya llegaré que únicamente funcionó de eufemismo para callarle la boca a Namjoon ―Kim hoyuelos― y hacerle perder tiempo a todos. Después de tacharlo como irresponsable, perezoso y un millón de adjetivos que prácticamente apuntan lo mismo, terminó por abrazarlo e invitarlo a su casa aquella noche.

― Tú también deberías volver a casa ―Jungkook, quien se mostró inflexiblemente álgido desde que me vio con Park, finalmente dijo mísera sílaba―. ¿Estarán tus padres?

― Si ―mentí. No me cuadraba en ningún ángulo Jungkook enrabietado, ahora no tenía paciencia para su recelo.

― Te acompaño igualmente ―no fue una propuesta, era un hecho―. Adiós, hyungs.

― Ohm... ¿Adiós? ―Kim lunar estaba tan fuera de sus cabales como yo― Fue un gusto conocerte, Byeong. Nos vemos mañana en el instituto.

― Igualmente Kim lu... Taehyung. Hasta mañana, Tae-ssi.

Iba a marcharme intacta con Jeon de guardaespaldas y con un pulso cardíaco totalmente establecido en lo promedio, no obstante, miré los almendrados ojos del pelinaranjo danzar en cada recoveco de mí y... Hubo un estallido en mi circuito nervioso, también cables cruzados y corta fuegos en catástrofe. Mordió su labio inferior, eludiendo sonreír delante de los prejuiciosos espectadores y agitó su diminuta palma a los lados a modo de despedida, le respondí con la misma seña.

― Espero ver una película americana con usted algún día, como asiáticos ―dije por decir y a él le tomó por desprevenido, pero no le impidió contestar.

― Claro.

Claro.

Taehyung y Jungkook compartieron una mirada tintada de incógnitas y signos de interrogación por doquier, sin embargo, el pelinaranjo quebró ese vínculo al halar a Kim por el brazo, intercambiamos unos incómodos «hasta mañana» y cada uno se dirige a sentido contrario, sin cruzar o dar más de qué hablar. Lejos de lo que asumí, mi amigo no realizó interrogatorio ni puso reflectores en mi rostro para hacerme hablar, ni siquiera moduló plática o lo intentaba. Mi radar de maknae puntualizó que estaba molesto, siendo sincera, no me detendría a pensar en el por qué, mi cabeza estaba detenida en otro instante, en el que Park y yo hablábamos amenamente hasta aguantar el aliento por temor a que un soplido pudiera activar algo...

Llámenme ilusa, ¡pero eso era química! La mera clasificación de esos estúpidos amores que surgían de la nada y ahí estaba el mío, a la vuelta de la esquina, probablemente ideando la forma de verme mañana. Sonriendo como yo.

Y mientras creía fielmente en que este año sería diferente a los demás, fui ciega a la mirada poco afable de mi amigo y a la extraña manera que tenía de sujetarme a la par que en sus pensamientos timbraba:

Ding, dong. Los juegos del hambre comienzan.



segundo cap:

https://telegra.ph/capitulo-no-2-05-17

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