Borrador

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Para principios del 2018 entendí que la dinámica de Júpiter en Escorpio me estaba matando.

De esos asesinatos que no te matan pero sientes que mueres. En todo momento. 

El maldito Júpiter se tarda un año en pasar por cada signo. Expansión, crecimiento, aprendizaje, significa. Y Escorpio es el signo de los tabúes, de lo que la gente no quiere ver, lo oculto.

-Escorpio es el signo que pasa al lado de una piedra y se detiene para levantarla y ver qué hay debajo de ella.- le dije a mi amiga. Ella ya tenía a su bebé escorpio en brazos e intuía que la niña iba a ser muy curiosa. La niña ya era curiosa.

Así que el aprendizaje de lo que uno mismo no quiere ver, estaba a todo lo que daba en 2018. Y yo, Escorpio. Por qué no. La experiencia me llegaba a los cimientos.

Estaba dando mis primeros chapuzones en eso de la astrología. No me conformaba con las predicciones que mi hermana me daba, eran escuetas y no tenían lógica con lo que vivía en el momento. Preferí tomar al toro por los cuernos, como lo hice con el tarot e investigar y aprender por mí misma.

Más tarde comprendí que no hay predicciones, no existen. Que en realidad vivimos líneas de tiempo. 


Pero mientras hacía lo posible por jalar de la ropa imaginaria de la astrología hacia mí, para abrazarla, no importaba si le hablaba con amor, si le tenía paciencia, si dormía repitiendo “por favor, ven”, sólo entendía que ese Júpiter estaba cabrón y 2018 no había llegado ni a la mitad.

-¿Sientes que desde que inició el año, el aprendizaje está más pesado que el año pasado?

Le dije a un chico cineasta de treinta años, o no recuerdo cuántos. Tiré las cartas del tarot en la mesa que tenían el guero y él frente a la cocina. No sé si mis recuerdos hicieron lo que quisieron con el entorno pero creo que la mesa tenía colores psicodélicos. Y las paredes, pinturas de arriba a abajo. Con colores alegres y fuertes.

-Ajá.

Me dijo jalando humo de su pipa con marihuana. Me ofrecieron pero les dije que estaba tomando medicina y no era buena idea mezclarla. Lo aprendí cuando me dijeron que hablé en francés. No, más bien, grité enojada en francés y no me callaba. Bueno fuera que el francés me fluyera mientras estoy en mis cinco sentidos. Aunque a esas alturas no estaba segura de estar en mis cinco sentidos, tantos meses con medicina. Empecé mi tratamiento psiquiátrico en febrero del 2016, mi sistema nervioso estaba bastante dormido.

-No sé mucho, eh. Sé cosas muy básicas y me apoyo de internet.

Me sentí como en una película. El departamento lleno de plantas dentro y fuera del balcón. Películas en DVD por todos lados, apiladas hasta en la cocina. La ventana siempre abierta y yo en medio de cineastas. Y de figuritas de Cantinflas. Frente a mí, una fotografía de los chicos que estudiaban cine y desaparecieron en Guadalajara el 19 de marzo del 2018. El día en que inicié una relación y que cuando me enteré de la noticia de los estudiantes supe que no iba a durar mucho.

Salomón Aceves Gastélum, 25 años.

Jesús Daniel Díaz, 20 años.

Marco Ávalos, 20 años.

-¿Qué saben de ellos? ¿Los conocían?

-Eran amigos de unos amigos, los desaparecieron.-Contestó el roomie del guero. 


La parte de la explicación sobre el paradero de los chicos la reprimí de mi cabeza. Me daba rabia pensar en los chicos, en que estaban muertos. En que eran estudiantes y yo trabajé, guié y ayudé a muchachos de esa edad. A que yo tenía compañeros con las mismas ilusiones, características. Que podía ser yo la que estuviera en ese lugar. Que no volvieron y que intuía que no volverían. Además, ahondar en esa información, cargarla, conocerla, da miedo. El periodismo es divino cuando se hace bien. Una situación utópica en el país.

-¿Por qué Cantinflas está en todos lados?

-Son míos. Siempre me ha gustado Cantinflas.

Explicó que el guero estaba empeñado en romper uno de ellos. Una estatuilla pegada mil veces con Colaloca y aun de pie ante las adversidades. Pensé que de tan alto que era, no se daba cuenta de lo que se llevaba por entre las piernas o los brazos. 


La lectura del tarot transcurrió animada y me sorprendí a mí misma mientras interpretaba las imágenes del tarot rider. Les repetía muchas veces que es como analizar una película. Ves las imágenes, los colores, las figuras, las expresiones de las personas y es así.

El roomie terminó contándome sobre su situación amorosa. Sobre la situación del trabajo. También tenía que conocerlo a él. Era reservado pero me confiaba detalles personales y ni siquiera recuerdo su nombre, sólo que fumaba marihuana y le gustaban las plantas. Creo que tenía una planta de marihuana en el balcón. 


El guero fumaba de la pipa del roomie y comenzó a decir tonterías de las que yo no les entendía la gracia. Trataba de leerlo, se veía animado. Con mucha energía. Ya se había parado de su silla para revisar en el calendario en qué signo zodiacal estaba la luna. Soltaba de vez en cuando comentarios sobre la interpretación de las cartas que estaban en la mesa y le comentaba a su roomie lo que yo le había dicho sobre una lectura anterior y al parecer hacía gala de mis habilidades con el tarot y su interpretación.

No había sexo. Una noche anterior, mientras me cocinaba unas quesadillas, se detuvo con el queso en las manos y me volteó a ver, me dijo que le gustaba tener una amiga como yo, que no buscara sexo. 


¡What! ¡Como si el sexo lo fuera todo! Mis ojos se pusieron en blanco, metafóricamente hablando y en mi realidad, que él podía ver también, yo le sonreí y le dije, “a mí también”.

Las quesadillas estuvieron muy buenas.

Teníamos una semana de conocernos.

No pudimos separarnos en todo el fin de semana. Nos la pasamos en su cuarto. Platicábamos, él me ponía películas y yo me dormía viéndolas. Despertaba cuando los créditos comenzaban a salir. Yo le ponía música de Natalia Lafourcade y cantaba. Él me tocaba la guitarra y me cantaba en inglés. Tan bonitas manos enormes de dedos largos y no salió trovador, salió de esos que cantan corridos, como diría mi abuela cada vez que escuchaba una canción en una lengua indescifrable. O comúnmente, inglés.

Yo recordaba a Samuel cuando le veía los dedos pasar por las cuerdas y cómo hacía música con sólo ponerle los acordes enfrente. Y la acomodaba a mi tono de voz para que la pudiera cantar a gusto.

Hombre, ¿por qué no saliste trovador? 


Le sonreía.

A esas alturas, días después de conocerlo, yo ya sabía que podía extender una mano para jalarlo hacia mí y él iba a dejar lo que estuviera haciendo para ir conmigo. Y yo, abrazarlo, poniendo una pierna sobre la suya y mi cabeza en su pecho. Y él, rodearme con un brazo, del que sobraba espacio por lo largo que era y besarme la cabeza.

Nos conocimos por una página de citas. Mi hermana me dijo “deberías abrir una cuenta, te va a servir para no estar pensando tanto en el asunto y además, te sube el autoestima”. Me guiñó un ojo.

Yo estaba aplastada en el sillón de la sala, sin depilarme las piernas, en pijama todavía y ya era mediodía, y con Allan en la cabeza, que me pensaba y sabía que lo hacía porque también yo lo pensaba. El chico de la relación que comenzó y acabó el 19 de marzo. El día que también me iba a casar. Con otro hombre.


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