Born

Born


Capítulo 13. 1989-2002. Menem lo hizo

Página 18 de 26

CAPÍTULO 13
1989-2002
Menem lo hizo

Desde el momento en que Carlos Menem asumió la presidencia, el 8 de julio de 1989, una serie de hechos, en apariencia enlazados por azar, reactivó la búsqueda del tesoro de la Operación Mellizas.

Jorge Born vivía en San Pablo, Brasil. Presidía Bunge y Born desde el año 1987, cuando murió Mario Hirsch. Ocupaba el cargo para cual el padre lo había educado y manejaba la fortuna incalculable de una corporación que se había proyectado a los cinco continentes. Se encontraba en la cúspide de su carrera, recuperado y pujante, a pesar del agujero negro que había dejado en su vida su secuestro y el de su hermano Juan a manos de los Montoneros.

No obstante su plenitud, el poder y la figura de Menem lo atraían de modo inexplicable, irresistible. Al punto de que Born planeaba regresar a la Argentina para resolver las cuentas pendientes de su pasado.

 

Juan Bautista el Tata Yofre, un ex periodista del diario Ámbito Financiero que había trabajado para la usina de información de Bunge y Born, se hallaba al frente de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE). Había funcionado de puente entre el grupo y el gobierno de Menem.

Rodolfo Galimberti, el encargado militar de la Columna Norte que había participado de su secuestro, estaba prófugo de la Justicia. Ofreció sus servicios a la SIDE: a cambio de un indulto y de algo de dinero estaba dispuesto a colaborar con Born para que pudiera recuperar parte de los 60 millones de dólares que su padre había pagado en 1975.

Mario Firmenich, Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja —la cúpula de los Montoneros— amagaban con repatriar los fondos que habían quedado en custodia del gobierno cubano. Sería un aporte patriótico al gobierno de Menem. También esperaban que aquel dinero facilitara una solución a sus problemas judiciales.

La posibilidad de que su gobierno lograra unir a Born con sus antiguos verdugos guerrilleros excitaba a Menem. ¡Qué gran foto de la reconciliación nacional! El abrazo de la víctima con su victimario le serviría para ecualizar el impacto de los indultos que les había prometido tanto a los militares genocidas como a los ex jefes guerrilleros. Y sería su obra.

Sin dudarlo, ordenó al titular de la SIDE que moviera la primera ficha.

Yofre llamó a Jorge Born. Sin preámbulos, introdujo el tema:

A Carlos le gustaría que usted se reuniera con Galimberti.

—¡¿Con Galimberti?!

Se hizo un silencio que en nada incomodó a Yofre. Esperó unos segundos. Escuchó la pregunta que esperaba:

—¿Para qué?

Le quiere pedir perdón.

Otro silencio.

—¿Para eso nada más?

Bueno… —eligió sus palabras con cuidado, para decir mucho con poco—. También está dispuesto a ayudar, ¿no?

Ayudar…

Sí… ayudar con el tema de la causa.

El tema… —Born también cuidaba las palabras: apenas repetía aquellas que podían darle un pie a su interlocutor. Que al fin soltó:

Por ahí se puede recuperar algo de la guita.

Hubo un último silencio. Born sonreía.

Entonces, que venga Galimberti.

El empresario suavizó el tono durante el resto de la conversación. El titular de la SIDE no se sorprendió. En realidad casi había contado con la buena voluntad de Born: conocía de primera mano su obsesión por recuperar el dinero del secuestro.

 

Yofre se había vinculado con el grupo por medio de José María Menéndez, el Gallego. Hasta su jubilación había figurado como gerente de Grafa. Pero sus tareas verdaderas habían sido otras: en palabras de Born, se había ocupado “de las cosas raras” de Bunge y Born.

Era el hombre que lo había recogido en la estación de Acassuso el día que los Montoneros lo liberaron. Era el hombre que había organizado el operativo de su huida a Montevideo. Eso revelaba sin equívocos la confianza que le tenía Born padre, y hablaba a las claras de sus capacidades para resolver cierta clase de problemas.

Cuando se retiró de Grafa —a falta de una descripción mejor—, el Gallego puso a funcionar la consultora Menéndez, Lynch y Nivel en un piso de la calle Olleros 2125, en el barrio de Belgrano. El Grupo Olleros —como se lo conoció— se suponía independiente de las actividades de Bunge y Born, pero el propio Born le atribuía una utilidad: “A Mario [Hirsch] le gustaba estar informado”. A poco de andar atrajo como un imán a espías, políticos, sindicalistas y militares que conspiraron contra el gobierno de Raúl Alfonsín. Y a unos cuantos informantes, el periodista Mariano Grondona y Yofre entre ellos.

El titular de la SIDE de Menem le vendía a Menéndez un newsletter, un servicio que resumía en un boletín informaciones confidenciales que no aparecían en las notas que el periodista publicaba en Ámbito Financiero, pero importaban más, y por eso tenían un valor en el mercado paralelo.

El primer encargo de Menéndez —recordó Yofre poco antes de cortar la comunicación con Born— había sido un informe sobre los movimientos de la plata de los Montoneros en Cuba.

En el contexto de las alianzas que había generado el gobierno de Menem, la propuesta de Yofre al empresario, lejos de sonar descabellada, encajó a la perfección. Era la pieza que completaba el rompecabezas.

Bunge y Born manejaba, literalmente, la economía del país. La revolución productiva y el salariazo que Menem había prometido no se tradujeron en medidas populistas, como temieron los empresarios y los banqueros que se habían llevado una muy mala impresión durante la campaña del caudillo riojano de patillas desmedidas y vida no menos desmesurada. Entre ellos las autoridades de Bunge y Born, a las que Yofre lo había presentado durante sus meses como vocero del candidato. Sin embargo, luego de ganar las elecciones, Menem cerró una alianza sin precedente entre el Partido Justicialista (PJ) y el grupo económico más poderoso y concentrado de la Argentina. Le entregó la conducción del Ministerio de Economía.

El vínculo se había forjado en poco tiempo y en pleno estallido inflacionario. Cuando Alfonsín debió abandonar el poder, seis meses antes de que finalizara su mandato, el entorno de Menem desesperó: no tenía un plan económico para enfrentar la crisis.

Pero Bunge y Born, sí.

 

El 19 de mayo de 1989 cerca de la medianoche, Yofre despertó a Néstor Rapanelli, gerente de Bunge y Born argentina. Sabía que vivía en la Avenida del Libertador y Salguero, así que lo citó de urgencia en un bar cercano: el Rond Point de Palermo Chico. Le anunció, con dramatismo, que se anticipaba la jura presidencial:

—¿Usted se acuerda que me habló de un plan económico del grupo para el país?

Claro.

Nos cae el gobierno encima y no tenemos ni un papel —le confesó.

A Rapanelli le pareció una gran oportunidad.

Al día siguiente, Yofre se presentó en el cuartel central menemista, en Callao 240, y le pidió al secretario Ramón Hernández que despertara al presidente electo, que dormía una siesta como siempre: ninguna angustia lograba arruinársela.

Todavía somnoliento escuchó la propuesta. Le pareció muy peronista: trabajadores y empresarios juntos por la patria. Impulsaría su revolución productiva de la mano de Bunge y Born.

Que vengan ya —ordenó Menem.

Ya, no se puede. Esto no es un cuartel de bomberos —ironizó Yofre.

—¿A dónde vamos a estar más tarde, Ramón?

En La Rioja.

A las pocas horas, Rapanelli viajó a la provincia del presidente con unas carpetas y un programa que Jorge Born había intentado imponerle a Alfonsín, sin éxito, poco antes.

La hiperinflación, el desabastecimiento, el déficit y la falta de reservas del Banco Central creaban un cuadro agudo. La multinacional argentina proponía una serie de medidas ortodoxas de ajuste (devaluación, baja de las tasas de interés, suba de tarifas, recorte de subsidios y eliminación de impuestos y de los derechos a las exportaciones) que habían sido la demanda constante de las compañías exportadoras.

Conocía La Rioja. Aunque Menem no era el favorito de la empresa, había recibido un aporte económico del grupo a la campaña: 2 millones de dólares en billetes que Rapanelli entregó personalmente y por los cuales no pidió recibo. Siempre sospechó que los recaudadores se habían quedado con una tajada de importancia. Cuando regresó a la provincia para presentar los lineamientos del plan económico, también habló de dinero: dijo que la compañía podía aportar, junto con otras compañías cerealeras, un refuerzo de hasta 5.000 millones de dólares para las reservas.

Años más tarde Yofre interpretó que los integrantes del entorno de Menem se habían comportado como ilusos: “El grupo prometió algo que fue un engaño: no era dinero fresco de inversiones o una solución para las reservas, era un anticipo por liquidación de exportaciones”. Bunge y Born había ofrecido un adelanto de las divisas que obtendrían de sus ventas al exterior: suerte de préstamo de corto plazo y sin riesgo para las empresas.

La capacidad de atención de Menem se saturaba con los detalles. Escuchó a Rapanelli durante cuarenta minutos. La revolución productiva, el salariazo y Bunge y Born, todo junto: le encantó. No hacía falta más.

La conversación continuó en Buenos Aires, con una presentación a cargo de Jorge Born en la sede de la Fundación. A esa altura, el presidente electo solo quería conocer el nombre de quien sería su ministro de Economía, para terminar con los zumbidos de moscardón de Domingo Cavallo, quien quedaría como su primer canciller. Born propuso a Miguel Roig, un hombre del grupo, ya jubilado.

A tres días de la asunción presidencial, Roig anunció su plan económico: aumento del dólar, tregua de precios para detener la inflación, crédito blando para la revolución productiva, aumento de sueldos para el salariazo, privatización de los servicios a cargo del Estado, autonomía del Banco Central, facilidad para la inversión extranjera, negociación de la deuda externa, entre otros. También redactó la Ley de Emergencia Económica que se presentaría al Congreso.

Mientras hacía todo eso contrarreloj, dormía pocas horas y fumaba setenta cigarrillos por día.

Asumió el Ministerio de Economía tras la jura presidencial, el 9 de julio de 1989. Falleció cinco días más tarde. La primera versión indicaba que había sufrido un infarto mientras manejaba su automóvil. Inverosímil. Roig había participado de una de las celebraciones más enraizadas de la diplomacia, la recepción en la majestuosa Embajada de Francia del 14 de Julio por el aniversario de la toma de la Bastilla. Su chofer —el ministro no manejaba su auto— lo esperó en la puerta del palacio y de ahí lo llevó a una oficina que tenía sobre la avenida Córdoba, cerca de la peatonal Florida. Un periodista llamó al titular de la SIDE y le preguntó si era cierto que Roig se había suicidado en ese departamento. La versión oficial se redujo al infarto como causa de muerte.

Lo velaron en la Casa Rosada, a pocas salas de distancia de donde se celebraba la reunión de gabinete a la que Menem había convocado.

Javier González Fraga, el titular del Banco Central, no disimulaba su desprecio intelectual por las propuestas que el grupo había acercado al Gobierno: “Si un alumno de primer año de la facultad me presenta el plan BB, yo lo bocho”. Al economista lo divertía más aún la definición de su amigo Guido Di Tella (luego canciller de Menem): “El Plan Playa Brava: la típica boludez que dicen los empresarios mientras se toman un whisky en Punta del Este, un conjunto de medidas que solo los beneficiarán a ellos”.

González Fraga acusó a Born de presionar por medidas que le darían ganancias extraordinarias a sus empresas exportadoras. El titular del Central había sido asesor de compañías exportadoras de cereales: conocía bien la dinámica del negocio. Mientras retenían la cosecha de trigo y maíz —alertó— presionaban por una devaluación del peso y usaban un mecanismo de prefinanciación de exportaciones para especular. “Una timba: el 95 por ciento de sus ganancias provienen así de la especulación financiera, y tan solo el 5 por ciento de la venta de cereales”, sintetizó. Aún no había llegado el tiempo de la soja.

A pesar de las advertencias del titular del Banco Central, el presidente no estaba dispuesto a romper tan pronto la alianza con Bunge y Born. Mandó a llamar de urgencia a Jorge Born.

El empresario, desacostumbrado a que otra persona dispusiera de su tiempo, y para peor de modo imperativo, salió de su campo en Rufino, provincia de Santa Fe, tal como estaba vestido: con un saco de tweed y unas botas de montar. El fastidio le duraba cuando entró a la Casa Rosada con el aspecto de un patrón de estancia trasplantado a la ciudad.

La reunión fue tensa.

Menem ya no quería a un empleado de Bunge y Born en su gabinete: lo quería a él. Born se resistió.

Con mi apellido, todo lo que haga va a afectar la imagen de la compañía. No puedo arrastrar a todos los accionistas con mis decisiones individuales.

Pero precisamente el apellido…

Carlos, tengo un nombre que nos va a gustar a todos.

Born le había hecho una finta veloz.

Rapanelli —dijo.

Néstor… —murmuró Menem, casi con asentimiento. Lo conocía. Podía ser una buena solución.

Necesito unas horas para conversarlo con él —pidió Born.

Claro —dijo el Presidente, y lo olvidó en el instante. Antes de que el empresario saliera de la Casa Rosada, ya había dado la orden de que anunciaran el nombre del sucesor de Roig.

Cuando presentó a Rapanelli a su gabinete, Menem se detuvo en González Fraga:

Néstor, te presento al mejor presidente de Banco Central que puedas tener.

No solo Born hizo su aporte al gobierno de Menem; también sus captores arriesgaron lo suyo.

Tras la asunción de Alfonsín, el 10 de diciembre de 1983, la guerrilla peronista había vuelto a abandonar las armas, en parte por la democracia recuperada y en parte por el impacto trágico del terrorismo de Estado. La cúpula de los Montoneros fundó el Peronismo Revolucionario (PR) y se inclinó por el caudillo riojano en la interna del PJ contra Antonio Cafiero. El respaldo se tradujo en una contribución monetaria.

Firmenich, Perdía y Vaca Narvaja, los únicos dirigentes con acceso al depósito bajo control del gobierno cubano, aportaron algo del rescate de los Born a la campaña del riojano. Se dijo que 3 millones de dólares —algo más que los 2 del grupo—, y en diálogo para este libro Perdía concedió:

Algo así… aunque no tanto como 3 millones.

La apuesta se basaba en las referencias permanentes del riojano a la necesidad de dejar atrás el pasado doloroso de violencia cruzada para dar lugar a la reconciliación nacional. Música para los oídos de los ex jefes guerrilleros, que confiaban en que Menem sería tan expeditivo y generoso como lo había sido Héctor Cámpora en 1973. Habían reflotado una vieja bandera: “Ni un solo día de un compañero preso con un gobierno peronista”. Ni un solo día.

Culpaban a Alfonsín de todos sus males. Después de tres alzamientos, los militares habían obtenido la sanción de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, que acotaron su responsabilidad por la represión ilegal a los jefes que la habían ordenado. Los ex montoneros ponderaban a los militares que se habían sublevado —los carapintadas— y que habían logrado restringir el alcance de los juicios. De alguna manera los envidiaban: ellos seguían con las causas en su contra abiertas.

Los ex montoneros habían protestado cuando Alfonsín inició los juicios a militares y a guerrilleros a la vez: les parecía un reflejo práctico de la teoría de los dos demonios. Pero a Menem le hicieron saber que estaban dispuestos a aceptar un perdón que los pusiera en una misma bolsa con los represores y con los carapintadas.

También aplaudieron que Bunge y Born, el grupo al que en sus tiempos de guerrilleros habían condenado como el enemigo número uno de Juan Domingo Perón, se sumara al gobierno peronista.

Justificaron el giro del presidente Menem: “Algunos pueden decir que los argentinos nos volvimos locos, que Menem intenta mezclar agua con aceite”, dijo Vaca Narvaja, aún prófugo, a la revista Somos.45 “Creo que Menem acierta cuando dice que hay que terminar con los ideologismos. Entiende perfectamente que no hay muchas salidas para la Argentina, que esta no es una crisis más y que estamos al borde de la disgregación”. Y cerró: “Bueno, ahí estamos: compartiendo el mismo gobierno”. En efecto, el ex número tres de la Conducción Nacional (CN) se desempeñó como secretario de Industrias de la Municipalidad de San Miguel, en la provincia de Buenos Aires, durante la gestión del intendente menemista Luis Ortega (hermano de Ramón Palito Ortega).

© JOSÉ LUIS SOLDINI/ARGRA

Dos directivos de Bunge y Born fueron ministros de Economía del presidente Carlos Menem.

También adhirió al kirchnerismo: fue presidente de Tren Patagónico en la provincia de Río Negro y ministro de Obras Públicas de esa provincia, hasta su renuncia a comienzos de 2014. Con Cristina Fernández de Kirchner, dos veces presidenta, se vinculó familiarmente. Sus hijos Camilo Vaca Narvaja, también militante peronista, y Florencia Kirchner los hicieron consuegros: a comienzos de 2015, la pareja anunció que ella estaba embarazada de una nena.

Durante el menemismo temprano Galimberti no podía utilizar su nombre verdadero: se hacía llamar César Shaffer. Pero más le dolía no tener dinero ni influencia política. Extrañaba ambas cosas. Las recuperaría —fue empresario y asesor de la SIDE— antes de morir, a los 54 años, en un quirófano durante una intervención de urgencia por un aneurisma en la aorta abdominal.

Se había relacionado con Aldo Rico, el teniente del Ejército que encabezó los levantamientos de carapintadas en 1987 y 1988. Pero ya no le resultaba de mucha utilidad: Rico estaba en prisión.

Su otro intento había consistido en robar con Daniel Zverko —un amigo de la adolescencia al que había conocido en el grupo ultranacionalista Tacuara— el pago de los intereses que presuntamente la ex cúpula montonera recibía aún por el dinero de los Born. Según los biógrafos de Galimberti,46 en dos oportunidades habían asaltado en la Autopista Ricchieri, el camino al aeropuerto de Ezeiza, el auto que transportaba las valijas de Cuba, y en cada ocasión se habían quedado con 200.000 dólares.

La historia se corresponde con el perfil del personaje de grandes proezas, mezcla de Rambo con Agente 007, que Galimberti construyó para sí. Sin embargo, no existen indicios de que el gobierno de Fidel Castro continuara enviando remesas en forma regular en el año 1989.

Verdadera o falsa, la anécdota sobre los atracos demuestra que Galimberti jamás perdonó que sus ex jefes se hubieran apropiado del dinero en Cuba. “Cuando Galimberti rompió [con los Montoneros], uno de sus objetivos era recuperar esa plata. Aunque intentó de todo en Cuba, nunca tuvo acceso. Sabía que la plata era poder y se la quería sacar a Firmenich”, dijo Raúl Magario, quien fuera jefe de Finanzas de los Montoneros durante el secuestro de los Born.

Galimberti comprendió que con Menem se le abría una oportunidad única para volver sobre la pista del botín.

Su amigo Zverko y Patricia Bullrich —hermana de Julieta, la pareja de Galimberti que murió en un accidente de auto durante su exilio— se ofrecieron a entregarle un mensaje a Yofre. Ellos figuraron como remitentes del sobre que le llegó al jefe de la SIDE. Pero al abrirlo, asomó un tarjetón con el nombre Rodolfo Galimberti impreso en una tipografía elegante. Debajo, un texto con lenguaje pomposo escrito con una pluma estilográfica:

 

Estimado Don Juan Bautista Yofre:

Los compañeros portadores de la presente le garantizan a usted la comunicación directa y permanente conmigo si usted lo considerase necesario en su actual función, que sabemos únicamente al servicio de los intereses de la Nación argentina y el proceso de transformación iniciado con la victoria del 14 de mayo encabezada por nuestro presidente Carlos Menem. Tenga usted la certeza de que aportaré lo mejor de nuestro esfuerzo para contribuir a los objetivos fijados por el doctor Menem.

Quedo a su disposición para lo que considere oportuno.

Acepte un abrazo peronista,

Suyo,

Rodolfo Galimberti

 

Yofre releyó el mensaje. “Aportaré lo mejor…” “Contribuir…” “Quedo a su disposición…” ¿Quería decir lo que él creía que quería decir?

Para asegurarse si Galimberti podía ayudar, y de qué manera, el titular de la SIDE contactó al fiscal en la causa del secuestro de los Born, Juan Martín Romero Victorica.

¿Había en el expediente alguna prueba del destino de los fondos de los Born? Hasta ese momento, el fiscal no había seguido la ruta del dinero. No obstante, se le ocurría por dónde empezar:

La causa Graiver nos puede seguir dando leche —pensó Romero Victorica en voz alta.

 

Lidia Papaleo e Isidoro Graiver habían recuperado la libertad el 16 de julio de 1983. La Corte Suprema dejó sin efecto la condena de la dictadura, porque habían sido juzgados en el ámbito militar y sin las garantías mínimas para su defensa. En la justicia civil, Julio César Strassera revisó el caso.

El reconocido fiscal insistió en pedir cinco años, basado en que habían colaborado con grupos que buscaban suprimir el orden constitucional, pero el juez Fernando Zavalía los absolvió.

Libres de culpa y cargo, los herederos de Graiver iniciaron una segunda batalla judicial para obtener una reparación económica y recuperar los bienes que las Fuerzas Armadas les habían arrebatado.

Tras un fallo de cámara del fuero Contencioso Administrativo favorable al reclamo, Alfonsín instruyó al Procurador del Tesoro Pedro Fassi que negociara el monto de la indemnización que el Estado debía pagar a la familia. En diciembre de 1985 firmó el decreto 2530/85 con el que pretendió cerrar el círculo: sostuvo que no se habían comprobado las supuestas conexiones de los Graiver con las organizaciones terroristas, ordenó la devolución de cuarenta propiedades a la familia y estableció una compensación de 84 millones de dólares a pagar en cuotas por los daños y perjuicios sufridos durante la dictadura.

Como la principal beneficiaria resultó ser María Sol Graiver, la única hija del matrimonio, Alejandro Molina intervino en calidad de asesor de menores.

En aquel momento, fue el único que advirtió que la historia se podía reabrir.

“No puedo pasar por alto la sospecha sobre el origen de ciertos bienes de [David] Graiver, en razón de sindicárselo como vinculado con la banda de delincuentes terroristas denominados Montoneros, con quienes realizara negocios, como consecuencia de los cuales habría quedado debiéndoles a aquellos una cifra que se estima en 17 millones de dólares”, señaló Molina.

Los bienes restituidos —aclaró— no tenían relación con ese dinero, ya que Graiver lo había destinado a la compra de entidades bancarias extranjeras que luego habían quebrado. “Entiendo que si los bienes se reintegran no serán para que la menor cumpla con las obligaciones que su padre hubiera contraído con los Montoneros, porque de esta manera indirecta la acción del Estado agravaría el bien común en forma más que manifiesta”, concluyó.

Romero Victorica había encontrado la ventana por la cual entrar.

Para retribuir los gestos de Alfonsín, Papaleo había cooperado en la causa contra Firmenich. Los testimonios de la familia sobre el apriete que sufrieron tras la muerte de Graiver de parte de los Montoneros —encarnado en las amenazas del doctor Paz—, le habían servido al fiscal como prueba de que el grupo guerrillero había cobrado un rescate de los hermanos Born.

Ahora solo necesitaba que los ex montoneros refrendaran aquello que Papaleo y la familia Graiver ya habían admitido: que le habían dado 17 millones de dólares al banquero fallecido y que gran parte de ese dinero provenía del botín del secuestro de los hermanos Born.

Para ello Galimberti podía resultar de gran utilidad.

 

Por intermedio del titular de la SIDE, acordaron encontrarse en el Caffé Tabac, en la esquina de las avenidas del Libertador y Coronel Díaz. En el expediente, Romero Victoria había librado un oficio para averiguar el paradero de Galimberti (también de Vaca Narvaja y de Perdía). Ahora sabía dónde encontrarlo: se disponía a compartir un café con él.

Después de un saludo frío, Galimberti observó a su alrededor, fijó la vista en las mesas con sillas de terciopelo verde que se encontraban ocupadas y le advirtió al fiscal:

—¿Ve la gente que está en esas mesas? Es gente mía.

No perdía las mañas.

Yo vine solito —le contestó Romero Victorica.

No hay nada que temer. En realidad quiero que sepa que estoy a su disposición.

Y a continuación comenzó a hablar del asunto que los unía. Le ofreció información, contactos y gestiones con otros ex guerrilleros. Se manifestó dispuesto a declarar en la causa y a llevarlo hasta las cárceles del pueblo en las que habían alojado a los hermanos. En síntesis: cualquier cosa que pudiera necesitar.

Romero Victorica le explicó que su objetivo era probar que los 17 millones de los Montoneros no se habían perdido en la compra del banco en Nueva York, sino que se habían integrado al patrimonio de los Graiver. En ese caso, Born podía reclamar parte de la indemnización que les había concedido Alfonsín, escandalosa a gusto del fiscal. El secretario de Justicia de Menem, César Arias, supervisaba cada movimiento de la causa y había evaluado denunciar a Alfonsín por el convenio con Papaleo y los Graiver. El presidente lo consideró innecesario.

La energía del funcionario se podía canalizar mucho mejor. Arias, con el consentimiento de Romero Victorica y la colaboración de Galimberti, podía lograr algo realmente importante: allanar el camino a los indultos y permitir que cada quien —incluidos quienes se esforzaran por volver el desquicio a su cauce— recibiera lo que le correspondía del dinero mal habido por los Montoneros.

Los abogados de los hermanos Born ya se habían presentado como querellantes en la causa.

A los herederos de Graiver les quedaban pendientes de cobro las últimas tres cuotas del acuerdo: más de 30 millones de dólares. Si lograba inmovilizar esos compromisos, el fiscal y el juez Carlos Luft podían forzar a las partes para que llegaran a un acuerdo.

Romero Victorica notó que el ex guerrillero se excitaba cuando escuchaba hablar de dinero. “Se movía como un mercenario”, lo semblanteó.

Hablaron de los depósitos en Cuba. El fiscal había mandado exhortos al gobierno de Fidel Castro para preguntar si existían cuentas a nombre de alguno de los jefes guerrilleros, o de alguna sociedad vinculada a ellos. Las respuestas fueron siempre negativas.

Romero Victorica no lo sabía, pero Born había intentado otra gestión a través de su amiga querida María Julia Alsogaray, la hija de Álvaro Alsogaray, el capitán ingeniero relacionado con varias dictaduras que en democracia había creado la Unión de Centro Democrático (UCeDé). Padre e hija se habían sumado al gobierno de Menem, ella como secretaria de Medio Ambiente. Cuando le tocó viajar a La Habana, le prometió a Born que preguntaría por la plata al mismísimo Fidel Castro.

El líder cubano le respondió que ese dinero jamás había llegado a la isla.

Toda esa historia es una fantasía. Una fantasía.

Born se disgustó:

Al final María Julia no averiguó nada —le contaba a sus amigos.

En realidad no era un tema sencillo para Castro. El supervisor de la operación, José Abrantes, ex ministro de Interior y jefe de la custodia del líder cubano, había sido apartado del cargo y condenado a veinte años de prisión.

Lo juzgaron junto al coronel Arnaldo Ochoa, un héroe de la guerra de Angola, extremadamente popular en Cuba, a quien el régimen fusiló por traición a la patria el 13 de julio de 1989. Con él también fue ejecutado Antonio Tony De la Guarda, el coronel que había llevado el dinero de los Montoneros a Checoslovaquia. El juicio había sido bastante opaco —muchos vieron en Ochoa a un chivo expiatorio, que se sacrificaba por la revolución, para evitar que el delito se elevara a otras esferas— y se televisó como algo ejemplar. A su término, los condenaron a la pena capital por lavado de dinero, tráfico de armas y negocios con el narcotráfico, en sociedad con Pablo Escobar Gaviría, jefe del Cartel de Medellín en Colombia.

Según las averiguaciones de Yofre, todos esos acontecimientos habían complicado todavía más el acceso de la cúpula montonera a los fondos depositados en Cuba. Desde 1984 en adelante, solo les autorizaban remesas mensuales para financiar al aparato del partido que fundaron en democracia y para mantener una estructura de unos 200 militantes. De modo excepcional les hacía llegar cifras más suculentas para los aportes de campaña. Además les exigían que cada pedido se tramitara con el acuerdo de Firmenich, Vaca Narvaja y Perdía: los tres juntos. Galimberti lo sabía, porque había rebotado en cada intento por acceder al dinero.

Descartada la pista de Cuba, el fiscal y su nuevo asistente informal en la causa —el voluntarioso Galimberti— se concentraron en reunir la prueba para que el cobro de las cuentas pendientes recayera sobre los Graiver.

El plan fluía. Se reflejaba en una segunda causa, paralela al expediente del secuestro de los hermanos Born: el 1º de septiembre de 1989 el juez Carlos Luft volvió a incriminar a Papaleo y los Graiver como parte “de una asociación subversiva”. A los 17 millones de dólares que los Montoneros le habían entregado al banquero en 1975, Luft les aplicó un 8 por ciento de interés anual y embargó bienes de los herederos por 46 millones de dólares. Además bloqueó los últimos tres documentos que tenían por cobrar de la indemnización, de 10 millones de dólares cada uno.

En una pinza, el juez federal de San Isidro, Alberto Piotti, reabrió la causa por el secuestro de Heinrich Metz, el gerente de la planta de Mercedes Benz que había caído en manos de los Montoneros poco después de la liberación de Jorge Born. El grupo guerrillero le había confiado a David Graiver la administración de 12 millones del botín de los Born y otros 5 del pago de Mercedes Benz. Por esa causa se encontraban presos Magario y Graciela Daleo.

El ex jefe de Finanzas de Montoneros recibió en la cárcel la visita del secretario de Justicia. Arias quería saber si estaba dispuesto a declarar que la guerrilla le habían entregado el dinero a Graiver. Podía sumarse a la lista de los indultados que estaban por salir. Al día siguiente Romero Victorica le tomó su testimonio en la cárcel de Caseros.

Todos arreglaron por plata, Romero Victorica también —dijo Magario —. Yo fui el único boludo que no cobré nada.

Al poco tiempo Magario asumió como asesor de Carlos Corach, ministro del Interior de Menem. De la Casa Rosada pasó a trabajar en el Municipio de La Matanza, el más poblado de la provincia de Buenos Aires, para el intendente Alberto Balestrini y luego para su sucesor, Fernando Espinoza. Atendía en el centro de San Justo, en un local partidario de tres pisos bautizado en honor al presidente Néstor Kirchner. Renunció a finales de 2011 pero trasladó su gran influencia a la concejal Verónica Magario, su hija, luego diputada nacional y en el 2015 aspirante a la intendencia del distrito poderoso.

 

La causa del dinero de los Born se extendió como una mancha venenosa entre todos los que intervinieron.

Y todos, por algún motivo extraño, se sentían en la obligación de aclarar que ellos no habían cobrado comisión alguna, a diferencia de… Siempre se les ocurría otro a quien señalar.

La manera en que aparecían los testigos, las ventajas que obtenían a cambio, sumado a la falta de transparencia en los números y en el manejo de los fondos, alentó un estado de sospecha generalizado sobre el resultado final.

Por orden del juzgado, el dinero embargado a Papaleo y los Graiver quedó depositado en el Banco Nación, en un plazo fijo renovable cada siete días. Los papeles que Alfonsín había entregado se pagaban en australes —la desmoronada moneda nacional hasta 1992— en la fecha del vencimiento. Acosados por las deudas, los herederos del banquero habían librado letras anticipadas contra esos pagos. Los tenedores de esos pagarés —entre ellos los abogados que habían llevado adelante los expedientes de la familia— se presentaron ante el juzgado como damnificados.

Presionaban los acreedores. Presionaba Papaleo y la familia Graiver. Inclusive los abogados de los Born presionaban: no querían que el dinero se licuara. Al fin el juzgado autorizó la compra de dólares y de bonos para preservar el valor de los fondos mientras el asunto se dirimía en los tribunales. El capital quedó bajo la administración del titular del Banco Central, Hugo Santilli: un dirigente de River —los colores del Presidente— que había dejado la conducción del club para acompañar a su amigo Menem en la gestión.

Según Romero Victorica, con el correr de los meses los movimientos de compra de dólares y de bonos no solo preservaron el valor del último tramo de la indemnización: lo multiplicaron. El fiscal estimó que los 30 millones se habían transformado en 50 millones de dólares. Esas ganancias, sin embargo, no se asentaron en la causa.

Vaca Narvaja y Perdía, por su parte, se hacían los misteriosos. El 27 de septiembre de 1989 la revista Somos publicó en su tapa un artículo, “El oro monto”. Según el texto, así como en 1984 habían elegido la democracia en lugar de las armas, ahora los guerrilleros traerían el dinero. “No vamos a decir cuánta plata queda ni dónde está”, declaró Perdía. “Esos son datos reservados. Son cuestiones que están en discusión y que se van a tener que concretar sobre la base de acuerdos con el Gobierno.”

Los acuerdos aludían a los indultos. Los negociaba Mario Montoto, el apoderado de Firmenich. El ex jefe montonero estimó que a esa altura en Cuba quedaban entre 16 y 18 millones de dólares.47 También había calculado que la primera tanda de indultos sería mucho más propicia. Sintió una gran frustración.

Durante los primeros días de octubre de 1989 Menem firmó cuatro decretos que perdonaron a 220 militares y a 70 civiles. Amparó a quienes no habían sido beneficiados por las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final; a Leopoldo Fortunato Galtieri y demás condenados por la guerra de Malvinas; a Aldo Rico y demás carapintadas que se sublevaron en la Semana Santa de 1987 y los regimientos de Monte Caseros y Villa Martelli. También muchos dirigentes Montoneros: Galimberti, Vaca Narvaja, Perdía, Magario y Daleo (la única que rechazó el indulto).

Firmenich y los jefes de las Juntas Militares quedaron excluidos.

Papaleo y los Graiver avizoraron que el acuerdo detrás del indulto los dejaría en una situación muy desventajosa; tanto que a ellos les tocaría pagar —intuyeron— la cuenta del arreglo económico entre unos y otros.

El 10 de octubre de 1989 la familia publicó una solicitada en los diarios Clarín y La Nación: “La verdadera historia”. Decían:

 

Durante doce años hemos guardado silencio. Al principio, porque el secuestro y la cárcel nos lo impusieron. Luego porque el adecuado funcionamiento de las instituciones de la democracia satisfizo nuestros derechos. Hoy se ha desatado una nueva campaña, donde, como ayer, se mezclan lo ideológico, afanes de notoriedad personal y el negocio del escándalo.

 

Si antes habían negado los vínculos de Graiver con la guerrilla peronista, ahora admitieron:

 

Con posterioridad a la muerte de David Graiver fuimos extorsionados y amenazados de muerte bajo el reclamo de una suma, que variaba, de exigencia en exigencia, por quienes se decían Montoneros.

 

Miguel Etchecolatz, quien había sido condenado por los crímenes que había cometido durante la dictadura como la mano derecha de Ramón Camps en la Policía Bonaerense, estaba en libertad gracias a la Ley de Obediencia Debida. Como otros ex represores, había fundado una empresa de seguridad privada. Entre sus clientes se contaba la familia Born.

Hugo Alberto Guallama, el chófer de Etchecolatz en los viejos tiempos, llevaba y traía a Matilde, la viuda de Jorge Born II. El criminal exonerado se ocupaba en persona de la custodia del director de Bunge y Born, quien se había mudado a la ciudad de Buenos Aires. Solían conversar sobre los Montoneros. A Born lo intimidaba la ferocidad con que se expresaba su custodio.

Etchecolatz no desatendía su pasado. Para contrarrestar la solicitada, volvió a escarnecer a los Graiver: difundió los audios de los interrogatorios a los que había sometido a Papaleo bajo tortura.

 

El titular de la SIDE organizó la gran cita.

Se concretó el 12 de octubre de 1989 a las 10 de la mañana en el Hotel Lancaster, un edificio de los años ’40 con una fachada muy elegante en la esquina de la avenida Córdoba y Reconquista. Desde muy temprano Yofre llenó el lobby con sus hombres.

Galimberti eligió un saco Príncipe de Gales para reencontrarse con Born. Lo quería impresionar bien: contaba con que Born solo lo asociaría a su secuestro.

Yo vengo acá solo a pedirle disculpas y a ponerme a su disposición porque sinceramente estoy muy arrepentido de lo que hicimos —fue lo primero que dijo mientras extendía su mano—. Un ejército, cuando pierde, tiene que entregar sus armas y declararse vencido. Nosotros no fuimos capaces ni tan siquiera de eso.

Born lo escuchaba entre estupefacto y entretenido: ese lenguaje tan militar… ¿Así que los chiquilines se habían creído un ejército?

—No solo nos equivocamos con usted —siguió Galimberti— también con su compañía, que tanto bien le está haciendo al país.

—Para mí es un asunto olvidado —lo cortó—. Ya pasó mucho tiempo. Pero si es cierto que usted está arrepentido nos puede ayudar con el juicio.

—Estoy a su disposición para que lo que necesite.

—Le voy a pedir entonces que se ponga en contacto con mis abogados.

Yofre los observaba sin dar crédito. Había esperado algo más conmovedor, un preámbulo más extendido aun si hubiera sido hipócrita. Pero la víctima y el victimario lo sorprendieron:

—¡Enseguida se pusieron a hablar de plata! —recordó.

El ex secretario de la Columna Norte halagó al empresario a la vez que fue al grano:

Lo tengo que felicitar: usted, desde un primer momento, tuvo una actitud de valentía y de coraje fuera de lo común. Además, tuvo razón cuando nos dijo que íbamos a hacer una mala administración del dinero.

Born quiso saber qué pasaba con los fondos que estaban en Cuba.

La cúpula dice que no le devuelven la plata, pero es una excusa para no devolvérsela a usted —lo azuzó Galimberti.

Aunque de modo tácito, cerraron trato a toda velocidad. El ex montonero conseguiría los testigos que le faltaban a la causa y a cambio obtendría una recompensa.

En cierta medida el negocio encerraba una reparación emocional para ambos. Born podía recuperar parte del botín que había mortificado a su padre y acaso acelerado su muerte; Galimberti rompía el cerco que la cúpula había tendido para que él no pudiera acceder al dinero de la Operación Mellizas.

Al empresario le fascinó ese personaje exagerado, que resultó muy eficaz para brindar aquello que prometía.

 

Galimberti había rastreado a Pablo González Langarica, el montonero que había entregado la caja fuerte en Suiza a cambio de su libertad, y se había puesto en comunicación con Juan Gasparini en Ginebra. Buscaba testigos para la causa del fiscal. Les ofrecía —en nombre del gobierno de Menem— un lugar en la lista de los indultados. Y también dinero: al menos tres personas dijeron que se les habían propuesto cifras importantes.

Gasparini, cuya extradición se estaba por pedir a Suiza, negoció que en la causa se adjuntara una copia de la biografía de Graiver que estaba a punto de publicar. No quería responder preguntas y ahí encontrarían los datos que necesitaban, argumentó.

Tres sujetos que se identificaron como ex oficiales montoneros se presentaron en las oficinas de la SIDE en Europa y dijeron que tenían los papeles que probaban la conexión que desvelaba al Gobierno. Prometían tres recibos originales de 4, 3 y 7 millones de dólares cada uno, entregados por la Banque Pour l’Amerique Du Sud (de Graiver) a Empresas Catalanas Asociadas S.A. (de los Montoneros) con fecha del 5 de junio de 1975. Un cable clasificado llegó al despacho de Yofre: “Piden que la SIDE tome contacto con los damnificados por el secuestro y que les informe su intención de negociar un rescate de los documentos tras un pago de tres millones de dólares, uno de los cuales ofrecen como donación a la SIDE”.

Para completar la romería, Arias sumó a Vaca Narvaja y Perdía a los testigos que ya había aportado Galimberti.

Ellos dos también habían negociado con el secretario de Justicia las condiciones para que Romero Victorica les tomara declaración el 13 de diciembre de 1989. Pero cuando llegaron al despacho del fiscal se encontraron con una sorpresa ingrata. Se lo hicieron saber a Menem a través de una nota.

 

Al Excelentísimo Señor Presidente

Dr. CARLOS SAÚL MENEM

Algunas consideraciones sobre cuestiones judiciales y el tema de los recursos:

En la audiencia a la que debimos compadecer en la Causa Born (Juez Luft-Juzgado Federal de San Martín), que teóricamente había sido consensuada con el fiscal Romero Victorica, se hicieron presentes sorpresivamente el abogado de Jorge Born, como querellante, y un representante de la Procuraduría del Tesoro.

Nos llama la atención la presencia del abogado de Jorge Born. El desarrollo del trámite judicial, bajo estas condiciones, seguramente inmovilizará los recursos que quisiéramos destinar al financiamiento de actividades productivas de los sectores más humildes.

Ratificamos lo que manifestamos en nuestro

memo

anterior en el sentido de acelerar los acuerdos para la entrega de recursos y acordar con Jorge Born los mecanismos para que se eviten problemas.

Por todo ello reiteramos nuestra disposición para conversar con Jorge Born, lo que podría gestionarse a través del Tata Yofre por su relación con el mismo, evitando que la insistencia de la acción procesal del fiscal Romero Victorica pueda perjudicar los objetivos que venimos planteando.

Reciba Ud. un respetuoso y fraternal abrazo.

 

Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja.

 

Superadas las molestias, a los pocos días los ex miembros de la CN de los Montoneros prestaron un testimonio que resultó muy útil para la causa y que no representó riesgo alguno para ellos.

Ir a la siguiente página

Report Page