Born

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Capítulo 13. 1989-2002. Menem lo hizo

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Relataron a Romero Victorica que ellos solo supieron que la organización guerrillera había cobrado un rescate por el secuestro de los hermanos Born por Roberto Quieto, otro integrante de la CN, quien se había encargado de llevar adelante la Operación Mellizas. Quieto les había hablado de su relación anterior con Graiver, motivo por el cual le había confiado los fondos al banquero. El ex guerrillero estaba desaparecido, el banquero se había subido a un avión que se estrelló: los dos hombres sobre los que se explayaron, convenientemente, no podían contradecirlos.

Por lo demás, habían olvidado casi todo. Solo mencionaron a Magario y Gasparini, quienes ya habían declarado. Sabían que después de la muerte de Graiver la deuda nunca había sido saldada. Se negaron a responder si parte del botín había recalado en Cuba: la respuesta los podía auto-incriminar y prefirieron ampararse en la Constitución.

Hasta ellos se sorprendieron de que ni el fiscal ni el juez les objetaran algo.

 

Un día antes de la presentación de los ex jefes guerrilleros, el experimento de Bunge y Born a cargo del Ministerio de Economía llegó a su final. En realidad había durado bastante, dadas las desinteligencias reiteradas entre Born y Menem y entre Born y Rapanelli.

Cada vez que sus adversarios en el gabinete rebatían una de sus propuestas, Born llamaba al ministro y le descargaba su frustración:

Pero ¿usted le explicó bien las cosas a Menem? Porque estos tipos hacen lo que les da la gana.

Born había pedido la cabeza de González Fraga, que seguía a cargo de Banco Central.

—Sí, claro que le expliqué. Pero usted sabe cómo es él, y cómo es toda esa gente que lo rodea…

Ahora estoy en San Pablo pero si hace falta me tomo un avión y me voy para allá

—No, no se moleste. Quédese tranquilo. Lo mantengo al tanto.

Rapanelli pretendía que Born lo tratara como al ministro de Economía que era, y no como al empleado que había sido. Pero las llamadas mantuvieron ese tono. Un día le ordenó:

Esto no da para más: nos vamos del gobierno.

Rapanelli intentó resistir.

—No estoy de acuerdo. Creo que nos tenemos que quedar.

Born no iba a tolerar su rebelión.

—Usted haga lo quiera. Yo ahora mismo llamo a Menem y le digo que nos vamos.

Si ya no representaba al grupo, al Presidente le dejó de interesar la permanencia de Rapanelli en el gabinete. Lo reemplazó el contador Antonio Erman González, un riojano amigo.

El alejamiento no interrumpió la marcha de la causa, un compromiso político de Menem con Jorge Born. Al fin y al cabo, nadie era ajeno al acuerdo económico final de todas las partes.

El 10 de enero de 1990, Galimberti llamó a un teléfono pinchado en las oficinas de Born. La transcripción de la SIDE registró su diálogo con Elsa, una secretaria del empresario que se negó a brindarle su contacto en San Pablo.

Necesitaría hablar con él, por el tema… referido a la buena marcha de sus intereses acá y fuera del país. Y necesitaría charlar con él personalmente en el momento que él disponga. No hay apuro, no es urgente, pero es importante, muy importante… es una cosa de largo alcance.

Le transmitiré el mensaje al señor Born, no se preocupe.

En su esfuerzo infatigable por conquistar la confianza de Born, el 2 de mayo de 1990 Galimberti llevó a Romero Victorica a la calle Carapachay y la pinturería de Villa Adelina, donde habían funcionado las cárceles del pueblo. Piojo 1 y Piojo 2: los pequeños cubículos en los que Juan Born había perdido la salud psíquica y Jorge había debido negociar la vida de ambos ante la negativa de su padre a tratar con los Montoneros.

El reconocimiento quedó asentado en la causa:

 

“Tras el ingreso al galpón de amplias dimensiones, a la derecha del mismo se observa un recinto que se encuentra aproximadamente a dos o tres metros bajo el nivel de la superficie, y tras su descenso al mismo se observa una especie de hall que el testigo identifica como la sala de guardia, y a su derecha e izquierda respectivamente las dos celdas […] El testigo manifiesta que no abriga dudas en cuanto a que el lugar que reconoce en este acto es el que identificara como Piojo 1. Agrega que a este lugar condujo el declarante al jefe de la organización Mario Eduardo Firmenich, donde éste se entrevistó con los cautivos”.

 

Como un guía en un museo, Galimberti les señaló las planchas de telgopor en el techo y el orificio para el extractor de aire, huellas del cautiverio de los Born.

La segunda propiedad se encontraba prácticamente en ruinas. Así y todo, afirmó:

 

“No obstante las modificaciones y el incendio que afectara al lugar, lo reconoce sin lugar a dudas como Piojo 2”.

 

Galimberti había mencionado a Firmenich empujado por el rencor. Pero su palabra de pronto se volvió más liviana: el Gobierno había culminado la negociación que liberó al jefe de la CN devenido estudiante de Economía en la cárcel.

El 3 de diciembre de 1990 Menem aplastó el último levantamiento carapintada, que encabezó Mohamed Alí Seineldín, un coronel nacionalista y mesiánico que había participado en la represión (organizó la Unidad Especial Antisubversiva durante el Mundial ’78; participó del secuestro del ingeniero Alfredo Giorgi, desaparecido en el chupadero El Olimpo) pero prefería divulgar su participación en la guerra de Malvinas. Con la cuestión militar bajo control, el 29 de diciembre Menem firmó los indultos que faltaban.

Esta vez el perdón alcanzó a los condenados durante el Juicio a las Juntas de 1985: Jorge Rafael Videla, Emilio Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Viola, y Armando Lambruschini. Y, salomónicamente, también a Firmenich, quien terminó sus estudios en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, repudiado por el Centro de Estudiantes.

 

Menem había pensado en el abrazo de Born con Galimberti como imagen de la reconciliación nacional. Pero no hubo una sola toma de esa foto. Born se negó. En enero de 1991 el casamiento en Punta del Este del ex guerrillero con Dolores Leal Lobo —una muchacha de una familia rica cuyo padrastro la emparentaba con la realeza italiana— ofreció una versión grotesca del reencuentro entre viejos adversarios que perseguían intereses idénticos e inconfesables.

En otra muestra de la promiscuidad que caracterizó la causa, Romero Victorica asistió a desearles buena fortuna a los enamorados. Se excusó, como si hubiera viajado para trabajar: “Galimberti me dijo que fuera para conocer a dos o tres montoneros que iban a venir a declarar, y a otros que no querían declarar pero que me iban a dar pruebas documentales”.

Jorge Born IV representó a su familia: al padre le había parecido que podía resultar demasiado escandaloso si él asistía. Se había encariñado con Galimberti, pero de a ratos perdía la noción de quién usaba a quién; además, a su mujer no le hacía gracia esa amistad. Para acercar su saludo, el representante debió demostrar su destreza física al llegar: saltó la ligustrina para evitar las cámaras. No le habría gustado que lo encuadraran junto con Jorge Rádice, un ex represor de los grupos de tarea de la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) que se casó con una de sus torturadas, otro de los invitados a la fiesta con la cual Galimberti se abrió las puertas de la alta sociedad.

 

El 28 de octubre de 1991, los abogados de los Graiver (Mariano Weschler y Omar Espósito) y el abogado de los Born (Enrique Constantino Peláez) firmaron un convenio misterioso. Sin reconocer derechos a los Born, los Graiver les cedieron el cobro de una parte de la indemnización que les había otorgado Alfonsín.

¿Cuánto dinero? La cifra nunca se asentó en un documento.

El arreglo se presentó ante el juzgado sin números, y en lugar de formar parte del expediente principal fue a parar a un incidente archivado, desde entonces, en un sótano inaccesible.

Una fuente vinculada a la negociación señaló que el pacto resultó más sencillo porque gracias a la compra de bonos el dinero (ahora, a repartir) se había elevado de 30 a 50 millones de dólares.

“Nosotros homologamos un arreglo financiero sin números: no decía por cuánto dinero se habían puesto de acuerdo. Yo nunca vi un peso, ni una billetera” explicó Romero Victorica en su casa de Bella Vista.48

Entonces, ¿por qué todos se atajan?

No es fácil tener secuestrados 40 millones de dólares. Algún mordisco todo el mundo pega. De ahí salió manchada mucha gente. El que más dudas generó fue Santilli. Nunca quedó demasiado clara su gestión en el Banco Nación, pero no puedo hacer una imputación.

La conversación sucedió en la cocina, donde Romero Victorica cebaba mate. En el living, a pocos metros, sobresalían las cabezas de los ciervos que el fiscal había cazado.

Reformé mi casa después de la muerte de mi suegro —aclaró, sin que mediara pregunta.

La referencia, incomprensible, se aclaró tiempo después, en una hemeroteca. Una nota de Horacio Verbitsky en Página/12 había sugerido que Romero Victorica había mejorado su propiedad gracias a la causa Graiver.

 

En su oficina, Born recordó el último reparto. La memoria lo amargaba, pero no le restó crudeza:

—La plata vino, creo, por orden de Menem. Una parte fue para él, seguro, y no sé para quién más, y otra partecita vino para nosotros, en efectivo. La fue a cobrar Galimberti y la trajo él. Para mí era fruto del juicio. Nunca supe qué otros arreglos raros Galimberti hizo con Menem y compañía, me dijo que eso prefería no contarme. Y a mí no me interesaba saber con cuánta plata se quedó cada uno. Fue complicado… Me di cuenta también del nivel de corrupción que había. Cobraron muchos. Y todos en negro.

—¿Se llevaron cifras altísimas sin firmar siquiera un papel?

—Así fue. Yo no firmé nada. La guita pasaba de acá para allá…

—¿En efectivo?

—Como en la mafia. Era repugnante. Pero queríamos recuperar todo lo que se pudiera, viniera de donde viniera. Era mucha plata y nos había provocado mucho daño moral, además de haberme tragado los nueve meses.

—¿Y su hermano Juan?

—Me dijo que hiciera lo que quisiera pero que no lo metiera, porque él veía la M de Montoneros y salía corriendo.

—¿Y usted qué hizo?

—Galimberti me entregó una bolsa con dólares…

Una bolsa. Jorge Born II había entregado el rescate en un camión blindado en Ginebra, y ahora uno de sus secuestradores le devolvía una fracción en una bolsa.

—… y yo le di una parte para agradecerle sus gestiones.

Lamentó que varios millones se hubieran quedado en el camino, perdidos entre intermediarios, comisiones y abogados.

Born mencionó que también Jorge Antonio había cobrado una comisión: “Galimberti me dijo que nos había ayudado mucho, ellos eran muy amigos”. Pero nunca precisó en qué había consistido la colaboración del empresario.

Durante el primer peronismo, Antonio había sido el puente entre la empresa Mercedes Benz, de la cual era representante, y Juan Domingo Perón, con quien trabó una gran amistad. Tenía una casa en Punta del Este, en la misma cuadra que la familia Born. Durante el secuestro, Born padre le había pedido ayuda, pero Antonio no tenía ascendente sobre los Montoneros. Con Menem había recuperado una gran influencia en el mundo del poder y los negocios. No cayó en desgracia ni tan siquiera cuando la Operación Langostino vinculó a su empresa Estrella de Mar con el tráfico de drogas. “Estaba con el lío de la pesca, pero parece que se movió mucho con este tema”, dijo Born.

—Al final, ¿cuánto recuperó?

Sacamos unos 6 o 7 millones. Nada que ver con los 60 que pagamos…

—Pero eso no es más que el 10 por ciento, o un poco más, de lo que se pagó por usted y por su hermano. Y sin actualizar. ¿Cómo llega a esas cifras?

Born se mantuvo ambiguo.

Cualquiera haya sido la negociación —nunca debajo de los 17 millones de dólares acreditados, más los intereses, y descontados los gastos y las comisiones—, Jorge compartió el dinero tan solo con Juan. Resolvió que la suma del botín recobrada no se integraría al patrimonio de la empresa. Esa decisión abrió un nuevo capítulo de la saga.

 

Galimberti y Born dieron un paso más y se asociaron en 1997.

Al igual que aquel día que Menem lo había llamado de urgencia por el reemplazo de Roig, el empresario se encontraba en su campo de Rufino cuando el ex montonero balbuceó, alterado, que necesitaba verlo de inmediato. No podía esperar a que regresara a Buenos Aires.

Los peronistas parecían vivir en la premura. Al menos éste tuvo la cortesía de ofrecerse a viajar hasta Santa Fe.

Para evitar que se cruzara con su esposa Matilde, Born lo citó en el bar de una estación de servicio YPF cercana a su estancia. Galimberti llegó en menos de cuatro horas, a toda velocidad en su vistoso Porsche, y acompañado por su amigo Jorge el Corcho Rodríguez, a quien había llevado al shopping Paseo Alcorta para que comprara una ropa adecuada a la ocasión.

Entre los dos le hablaron de Susana Giménez, la estrella de la televisión que había sido pareja del boxeador Carlos Monzón, conductora de uno de los programas de mayor audiencia de la televisión abierta. Le dijeron que podían ganar millones con una empresa de llamadas a su programa, Hola, Susana. Para lograr que el gobierno autorizase el juego telefónico, bastaba con destinar una parte de los ingresos a una entidad benéfica. Ya tenían apalabrado al titular de la Fundación Felices los Niños, el padre Julio César Grassi, quien se llevaría una pequeña tajada.

—¿Y Susana está de acuerdo?

Ahí está la cosa —le respondió Galimberti—: el Corcho se la está laburando.

Con el apellido Born de por medio, la estrella sería mucho más fácil de convencer.

Macanudo, lo hacemos. Pero no me metan en ningún quilombo porque ya tuve bastante —les respondió, divertido.

Armaron la sociedad Hard Communication con el 33 por ciento de las acciones para cada uno. Alquilaron unas oficinas vistosas en Vicente López para impresionar a Susana. Un día Rodríguez llegó con ella, tomada de su mano.

Te la laburaste rápido —comentó Born.

Es el gran amor de mi vida —le respondió Rodríguez.

El primer año ganaron mucho dinero. Pero la historia terminó en un escándalo de proporciones: primero se descubrió que de los 18 millones de dólares que había recaudado, el cura había cobrado apenas 400.000 de manera oficial, y otros 600.000 por debajo de la mesa. Luego se conoció la peste mayor: Grassi escondía una historia truculenta de denuncias por abuso de los menores que albergaba en su hogar.

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Jorge Born con sus socios: Jorge “el Corcho” Rodríguez y su ex carcelero, Rodolfo Galimberti.

La sociedad entre el empresario de la alta sociedad, el guerrillero que lo había tenido cautivo, la estrella de la televisión y un cura abusador fue tema de debate nacional.

Otro bochorno para la familia Born.

Los socios convencieron a Jorge de que habían sido víctimas de una trampa que les había tendido el diario Clarín en sociedad con Alejandro McFarlane, yerno de Hugo Anzorreguy, el sucesor de Yofre en la SIDE. El móvil, como siempre, había sido el dinero: querían el negocio para ellos.

Al cabo de años de litigio, en el 2002, los socios de Hard Communication terminaron absueltos y el cura Grassi condenado. Born tuvo que pagar las deudas pendientes: el saldo del negocio resultó ruinoso. “No fue para nada agradable, no me había pasado nunca algo así”, evaluó. “Salvo con los Montoneros”, agregó, sin sarcasmo.

 

Mientras abrochaba nuevos negocios con Born, Galimberti había querido cerrar las cuentas pendientes del pasado. Se presentó en las oficinas del empresario con una caja envuelta en un papel elegante, de color verde oscuro con detalles en dorado. Born lo abrió y se encontró con un reloj de marca Rolex.

Recordó aquel que los Montoneros le habían quitado el día de su secuestro. El día que había muerto su amigo Bosch.

El modelo que encontró en el estuche era mucho más ostentoso y llamativo. Tenía piedras. No le alcanzaba con dar la hora: estaba lleno de funciones incomprensibles, seguramente innecesarias.

¿Me regalás este reloj por el que me robaron los montos? —le preguntó a su amigo, una vez más inmoderado.

Yo sé que le afanaron el otro. Pero este es de mi parte. Sinceramente.

Notas:

45 Somos, 20 de septiembre de 1989.

46 Marcelo Larraquy y Roberto Caballero, Galimberti. De Perón a Susana. De Montoneros a la CIA, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2000, p. 434.

47 Gabriela Cerruti, El jefe, Planeta, Buenos Aires, 1993, p. 317.

48 Entrevista con la autora.

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