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Capítulo 14. 1999. Una sucesión de traiciones

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CAPÍTULO 14
1999
Una sucesión de traiciones

El secuestro y la persecución del botín de los Born es una historia que se teje con hilos de traiciones.

La primera, de los Montoneros a Juan Domingo Perón y de Perón a los Montoneros, según se lo mire. La ruptura de los jóvenes guerrilleros con el gobierno peronista, el pase a la clandestinidad durante del gobierno de Isabel Perón y el secuestro de los hermanos Born son parte de un mismo impulso.

El punto de partida.

Le siguió una traición más íntima. Al pagar el rescate, Jorge Born padre violentó sus principios de una manera que —su hijo mayor no tiene dudas— le pesó por el resto de sus días, y los abrevió.

Roberto Perdía, uno de los integrantes de la cúpula montonera que lo tuvo secuestrado, cree que el peso de la traición cayó en realidad sobre los hombros de Jorge Born hijo cuando recuperó su libertad. “Adentro todavía era el dueño de una fortuna que negociaba, cumplía un rol y peleaba por los intereses de su familia. Encerrado y todo, tenía las riendas. Por eso estuvo fuerte. Pero cuando salió ya no era mismo. Había perdido parte de su entereza, porque negoció con el enemigo y descubrió que su poder tenía límites”, interpretó en su pequeño departamento/oficina del centro porteño, ubicado justo frente a una comisaría, donde trabaja como abogado gremial. Se declaró arrepentido de haber trabajado en la Subsecretaría de Derechos Humanos durante el gobierno de Carlos Menem y retomó su militancia con la publicación de Montoneros, el peronismo combatiente en primera persona, y la participación en la Organización Libres del Pueblo (OLP).

 

Hubo también historias de traiciones entre los Montoneros.

La Conducción Nacional (CN) condenó a Roberto Quieto, el máximo responsable de la Operación Mellizas, desaparecido durante el gobierno de Isabel, por delación. Sus compañeros de la cúpula no hicieron ningún esfuerzo por salvarle la vida y ayudarlo a que pudiera ejercer su defensa.

La CN condenó también a todos aquellos que, alojados en centros clandestinos de tortura y de muerte durante la dictadura, se sometieron a trabajos esclavos y entregaron algún dato con la esperanza de salvar la vida, o simplemente por miedo y dolor extremos. Sancionó a Tulio Valenzuela, el militante secuestrado que viajó a México simulando que cooperaba con la dictadura y sacrificó a su familia secuestrada con tal de salvar a los dirigentes de la cúpula, y luego él mismo se entregó al volver, degradado y clandestino, a la Argentina.

En la seguridad del exilio en Cuba, una sociedad todavía próspera bajo la protección económica de la Unión Soviética, y con el colchón que le brindaba el botín de los hermanos Born, los comandantes montoneros planificaron las contraofensivas y mandaron de regreso al país a militantes que, con suerte, encontraron su mejor protección en la pastilla de cianuro.

 

¿Quién traicionó a quién durante la dictadura?

Llegó la democracia. Raúl Alfonsín encontró en el secuestro de los hermanos Born la única causa que le iba a permitir juzgar a Firmenich. Con Carlos Menem, los Montoneros echaron mano al botín para facilitar el indulto de todos ellos. Las vueltas de la vida: Firmenich recuperó su libertad gracias a los frutos del delito por el cual había sido juzgado.

El rencor perdurable de Rodolfo Galimberti con sus ex jefes, asentado menos en diferencias tácticas o ideológicas que en el modo en que le habían bloqueado el acceso a los fondos en Cuba, se sumó a la avidez de un grupo de funcionarios corruptos. La combinación permitió que Jorge Born III recuperase algunos de los millones de dólares que se habían pagado por su rescate y el de su hermano Juan.

Aunque David Graiver había usado el dinero de los Montoneros en Nueva York, los herederos pagaron la cuenta con la indemnización que Alfonsín les otorgó por sus bienes en la Argentina. El negocio les convenía de todos modos.

 

De la mano de Galimberti, Born intentó dilucidar la pregunta que lo ha mortificado desde que pasó por las cárceles del pueblo. ¿Quién los había entregado a los Montoneros?

Desde el comienzo de la pesadilla la familia creyó que un competidor del holding había filtrado a la guerrilla que Bunge y Born podía pagar más de 50 millones de dólares por los hermanos.

Galimberti convenció a Born de que el autor intelectual del secuestro había sido José Gelbard, el último ministro de Economía de Perón. Lo dijo, en forma de retrato hablado, en un reportaje para la revista Somos: “No lo nombro porque murió y ya no puede defenderse, pero fue un ministro con un grupo de la organización quien ayudó a decidir cuánto se podía cobrar”.49 Luego, en la causa judicial, señaló a Gelbard como presunto “autor intelectual” del secuestro.

A ellos les cerraba: Gelbard y Graiver, el banquero de los Montoneros, habían sido inseparables. Y ambos estaban más allá de la posibilidad de declarar: muertos.

En la biografía de Gelbard, María Seoane escribió que el ministro de Economía encontró en Graiver, “además de un financista, y un socio en algunos negocios, el hijo que siempre había deseado tener”.50 Gelbard era afiliado secreto al Partido Comunista, reveló Isidoro Gilbert, el corresponsal de la agencia rusa TASS en la Argentina, en su libro El Oro de Moscú. Tenía además un vínculo estrecho con el gobierno de Fidel Castro, el otro depositario del rescate de los Born.

Galimberti continuó la hipótesis de los militares de la dictadura cuando creyó descubrir detrás del secuestro de los Born una conexión de empresarios-judíos-comunistas que, en este caso, se habían servido de la estructura de los Montoneros para debilitar al principal grupo económico del país, que escapaba al control de Gelbard.

En base a las conexiones internacionales del banquero y de su socio, el ex montonero sostuvo su convicción de que Graiver no pudo haber muerto en un accidente.

Delante del fiscal Juan Martín Romero Victorica, Galimberti sumó el nombre de Jacobo Timerman. Dijo que los Montoneros aún evaluaban el precio de las cabezas de los hermanos Born cuando el diario La Opinión, que dirigía Timerman y del cual Graiver era socio oculto, publicó un artículo en el cual se mencionaba una cifra que los orientó definitivamente.

La Opinión —rememoró Galimberti en sede judicial— publicó una nota a página entera que decía: se podrían llegar a pagar por el secuestro de los Born 50 millones de dólares, y en la misma nota había una ilustración que indicaba lo que la guerrilla podía hacer con ese dinero”. El fiscal Romero Victorica no ocultó su entusiasmo, según quedó reflejado en la causa: “Preguntado si la publicación que dirigía Timerman obró para la organización como indicador o elemento referencial de lo que se podía lograr en concepto de pago de rescate, contestó que sí”.

Al declarar el 12 de junio de 1990, Born fomentó la misma sospecha: “Durante mi cautiverio, miembros encapuchados de la Conducción Nacional me manifestaron que muchos problemas se podrían haber evitado si se hubiera conversado el tema con el entonces ministro de Economía, Gelbard”. Además dejó asentado que “el declarante abriga serias sospechas de que tanto el nombrado Gelbard como Timerman y Graiver no sería ajenos de una forma u otra a los hechos de los que fue víctima junto con su hermano”.

Romero Victorica les preguntó al secuestrador y al secuestrado por una conexión familiar curiosa entre Gelbard y el grupo Bunge y Born. Venía por el lado de los Hirsch.

Las acciones de Mario Hirsch, quien no tuvo hijos, habían pasado a manos de su última esposa, Elena Olazábal, y de los hijos de su hermana Leonor: sus sobrinos Claudia y Octavio Caraballo. El padre de ellos, Juan Octavio Caraballo, campeón olímpico de natación, muy peronista y mujeriego, siempre tuvo una relación pésima con su familia política. Estaba emparentado a Gustavo Caraballo, el abogado de confianza de Gelbard y su jefe de asesores en el ministerio de Economía, y más tarde el secretario Legal y Técnico de la tercera presidencia de Perón.

Así todo, Hirsch llevó a su sobrino Octavio a Bunge y Born. Lo hizo crecer dentro de la compañía, de joven y desde abajo. La relación del grupo con el ministro Gelbard había sido tensa, habían sentido que sus intereses eran atacados, pero Hirsch siempre apostaba y se las arregló para tender puentes con sus adversarios.

En el juzgado, Born dijo que conocía la relación de parentesco entre el Caraballo de Bunge y Born y el Caraballo de Gelbard y Perón, pero que nada sabía del resto.

Tampoco sabía que el hermano mayor de Quieto, José Luis, cumplía funciones en Bunge y Born cuando se produjo el secuestro. Era contador y había ingresado en la Compañía Química, desde donde pasó a Grafa para terminar su carrera en Confecciones de Tucumán. Con Jorge y Juan Born cautivos, su hermano Roberto le mandó a decir que siguiera trabajando como siempre; la comisión interna, vinculada a los Montoneros, lo protegió. Contó la periodista Alejandra Vignollés que, sin conocer la actividad del hermano, la empresa ofreció a José Luis un ascenso durante el cautiverio de los Born, solo que Quieto prefirió acordar una indemnización y se integró a la comisión de Finanzas de Montoneros.51

 

Born nunca profundizó la hipótesis sobre los entregadores.

Tampoco supo nunca cuánto dinero había llegado a Cuba, ni el destino final de esos millones. La hipótesis más difundida entre los ex Montoneros —a la que adhirió Raúl Magario, el ex jefe de Finanzas— es que cuando ya todos los integrantes de la cúpula habían recuperado la libertad y en la Argentina se consolidó la democracia, el gobierno de Fidel Castro consideró que no había más cuentas pendientes de dinero entre ellos.

La curiosidad de Born solo se movió por la posibilidad de recuperar algo del dinero que su padre había pagado. En su búsqueda no reparó demasiado en los métodos que sus aliados desplegaron para llegar hasta el botín.

Cuando finalmente Galimberti le entregó una bolsa con fajos de billetes de dólares bajo una cobertura legal por lo menos frágil, Jorge pasó por alto a la empresa. Cumplió con Juan, quien nunca quiso volver a hablar del secuestro, y simplemente recompuso su vida en contacto con la naturaleza y el campo. Volvió a la mansión de la que salió el día que cayó en manos de Montoneros, donde vive hoy.

Ningún porcentaje del dinero reingresó a la compañía, aunque de allí había salido el rescate. Los herederos de Hirsch, dueño de la mitad de la empresa al momento del pago, tenían otra expectativa.

En 1993 la revista Noticias le preguntó a Octavio Caraballo si era cierto que él y el resto de los herederos de Hirsch habían creído conveniente que la plata fuese donada a la Fundación Bunge y Born o que directamente se rechazara. Con su respuesta, Caraballo dejó entender que se había quebrado una promesa:

Con relación a los temas vinculados al secuestro, el grupo decidió hace tiempo cerrar el asunto y no volver ya más sobre él.52

 

Cuatro meses antes, el heredero había padecido otra traición.

Una que nunca pudo superar.

Un grupo de accionistas, con Caraballo a la cabeza, se confabuló para echarlo de la presidencia de Bunge y Born.

Jorge Born había asumido como máximo jefe de la corporación en marzo de 1987. En junio de 1991 una asamblea de socios lo desplazó contra su voluntad. Duró cuatro años y tres meses: en la historia de la compañía que llevaba su nombre, ningún presidente había ejercido un mandato tan efímero. Con la excepción de Ernesto Bunge —quien quiso regresar a Bélgica— todos sus predecesores habían ejercido el cargo hasta la jubilación o el final de sus días: su abuelo Jorge Born, Alfredo Hirsch, su padre Jorge Born II, Mario Hirsch. Se medía con esas figuras y sentía que su legado palidecía.

En los orígenes de la empresa las decisiones habían resultado más sencillas: se tomaban entre las dos familias, sin necesidad de consular a nadie, porque el grupo nunca cotizó en bolsa. Con el correr de los años, el poder se dispersó entre los herederos y cualquier resolución exigía recorridos complejos.

Las acciones de los Hirsch cambiaron de apellido. El poder de decisión quedó repartido entre los hermanos Caraballo (Octavio manejó los intereses de su hermana Claudia hasta que ella decidió vender su parte) y De Olazábal, la viuda, una mujer que jamás se había involucrado en los asuntos de la empresa.

En la relación tensa entre Caraballo y Jorge Born, De Olazábal podía inclinar la balanza hacia a un lado o hacia el otro. Jorge reunía los votos dispersos de sus hermanos y sobrinos; Juan no lo acompañaba siempre en las votaciones.

Cuando llegó el momento de tomar una resolución drástica, De Olazábal acompañó el golpe contra Born.

Caraballo lo venía preparando hacía tiempo, de manera silenciosa, con los accionistas que quedaban en Amberes, Bélgica, y en el resto de Europa. También había juntado voluntades entre otros parientes. Pero necesitó de ella para tomar el poder. Born nunca le reprochó nada a la viuda de Hirsch, aunque sí al sobrino.

—Octavio se portó muy mal. No me pareció algo que estuviera dentro del espíritu de la empresa —comentó.

Su debilidad obedeció a muchos factores. A comienzos de los ’90 las empresas de alimentos habían arrojado pérdidas, o ganancias exiguas, en Brasil y en la Argentina. Pero, sobre todo, muchos accionistas le reprocharon su relación tan expuesta con Carlos Menem, que asoció abiertamente a Bunge y Born con la marcha de un gobierno, sin beneficio para la compañía que nada quiso obtener en la ola privatizadora de esos años. Por último, a los herederos más poderosos —los que conocían el pasado y podían influir en el futuro de la firma— también les pesó la manera en que resolvió el asunto del botín.

Cuando Caraballo tomó el poder se libró una pelea feroz por el rumbo de Bunge y Born. Se contrató a la consultora McKinsey —por primera vez desde su fundación, el grupo recibió asesoramiento externo— y se dispuso una reorganización drástica. En 1988 se ordenó la venta de todas las empresas que no estuvieran vinculadas a la exportación de materias primas, en Argentina, Brasil y otros países de la región.

El regreso a los orígenes representó un repliegue sobre el comercio de granos. Caraballo se desprendió de las industrias con las que habían construido a la mayor multinacional argentina del siglo XX.

A los 57 años, Jorge Born se encontró jubilado. De cierto modo, como consecuencia de aquel desvío de su camino el 19 de septiembre de 1974.

Retuvo sus acciones y siguió votando en las asambleas. Perdió algunas batallas más, hasta que en 1999 Bunge y Born se redujo a una compañía de agronegocios con cabecera en White Plains, estado de Nueva York, en los Estados Unidos.

La nueva firma, que a diferencia de su antecesora se abrió a la cotización pública (NYSE: BG) ya no lleva su apellido. En el proceso de transformación, los accionistas votaron para que se llamara Bunge Limited.

Desde luego, Born III brindó su conformidad.

Notas:

49 Somos, 25 de octubre de 1989.

50 María Seoane, El burgués maldito, Planeta, Buenos Aires, 1998, p. 163.

51 Vignollés, op. cit., p. 175.

52 Noticias, 28 de febrero de 1993.

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